jueves, 2 de mayo de 2013

Nuevos Microrrelatos de José García.

Paco y yo



Ya se oye por ahí a Paco, bueno a prepararnos toca, un nuevo día nos espera. Hay que ganarse el pienso a diario. A Paco le conozco bien, son muchos años juntos, aunque a veces me sorprenden algunas de sus reacciones; se acalora y lanza improperios, que él cree que no entiendo, pero no es así. De todas formas Paco es bastante predecible, como nuestro trabajo.
Por ejemplo, hoy Paco diría: “Que buen día, si no fuera por esta maldita alergia que me deja listo”; y en verdad le comprendo, pues a mí también parece afectar los estornudos y esta flojera que da el tiempo. Pero por lo general nos entendemos bastante bien, sobre todo desde aquel día.
Ese día esperábamos plácidamente que alguien requiriese nuestros servicios, cuando avistamos un grupo. Me fijé en aquel joven que lo encabezaba, y me dije, ¡No, por favor, que no me mire! Debe pesar un quintal y me dejaría “deslomao”. Paco, sin tener en cuenta mis reticencias, le ayudó a subir. Les escuché discernir sobre el precio, fue entonces cuando el joven, en un español americanizado, le increpó; “Mi querer ver tarifa”. Al escuchar esto no me pude contener, era más de lo que podía soportar, me transformé en Paco, indignado y acalorado exploté; y volviéndome hacia el joven le requerí. “Bájese inmediatamente, a Tarifa le va a llevar su padre”.
Ante esto, el joven no se bajó, se cayó de espaldas y salió despavorido como alma que lleva el diablo; y Paco, por poco se muere, le dio un sincope del que afortunadamente se recuperó. Quedando todo en un susto, eso sí, alteró nuestra relación. Y es que al fin y al cabo, todos somos animales  de costumbres.
Ah sí, soy un burro-taxi de Mijas.



El valor de lo intangible


Municipio de Jalapa de Méndez, en el Estado de Tabasco, México. Isidro Velázquez y Manuel Segovia. Esto, así escrito o dicho de esta manera, puede no significar nada si no fuera porque, Isidro y Manuel, de 70 y 77 años respectivamente, son los dos últimos hablantes de una de las 364 lenguas indígenas existentes en México, el Ayapaneco, una variante lingüística del Mixe-zoque o como lo autodenomina el pueblo el Numte Oote. Pero ahora viene lo “curioso o anecdótico”, que pese a vivir separados unos 500 metros, no se hablan. Dicen que por “rencillas personales”.
Y digo “curioso o anecdótico”, porque si ya es un drama que dos personas mayores no se comuniquen, si además son los dos últimos hablantes de una lengua que se extinguirá, lo es más el comportamiento y la falta de sensibilidad de una sociedad donde lo único que cuenta es aquello que consideran tangible.
El verdadero drama es la acción del desarrollo, del progreso, de la civilización, que ha de construirse sobre las ruinas de anteriores progresos y civilizaciones. A mediados del siglo XX, en dicho municipio, casi ocho mil familias vivían en la comunidad de Ayapan, y a partir de la construcción de la carretera de Villahermosa-Comacalco, provocó la migración de estos pobladores. El verdadero drama es sentirse diferente, apartado, que todos se burlen, porque solo los “indios” hablan estas lenguas y la palabra “indio” suena a humillación. Y pese a que en teoría las leyes protegen esta diversidad, solo en teoría, si nada ni nadie lo remedia, será otra lengua, otro trozo de historia y de cultura que se perderá en el tiempo. Eso sí, es algo intangible.
Cuando nos alejábamos de la casa de Manuel con su hijo, escuchamos, ¡Oos-Keh! ¡Oos-Keh!, era un guacamayo que repetía la palabra jaguar en Ayapaneco.
 

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