lunes, 31 de octubre de 2016

La ruptura, por Esther Pujol




Son las diez en punto de la noche. Estoy sentado en el sofá de la sala bebiendo una cerveza y suena el portero de casa. Mi corazón se dispara enloquecido. Me pongo en pie de un salto y se derrama algo de líquido en la moqueta. Seguro que es Carla. “Tranquilo Pablo - me calmo a mí mismo. Además, he tenido una guardia terrible y no sé si me quedan fuerzas para enfrentarme a ella. Es hora de darle una explicación y no por qué lo hice. Ni siquiera sé de dónde saqué el valor para besarla esta mañana.

Cuando apareció por las puertas de la clínica y le pregunté por las vacaciones pensé que se me caería el alma a los pies. Estaba tan ilusionada… creía haber encontrado al hombre de su vida; tenían planes de futuro. No puedo creer que esté pasando de nuevo por otra ruptura. Y yo no he hecho más, que empeorar las cosas...


“La observo, no hago otra cosa. Analizo con detenimiento cada gesto, cada frase que surge movida por el dolor que le produce contar el final de sus casi siete meses de relación. Me dice que está en shock y la creo, pues me habla con una calma inusitada. - Cielo santo... - me dice -, ¿cómo ha sido capaz de hacerme esto? No le conozco. Después de casi un año juntos te digo que no veo al chico que conocí. Si hace dos semanas me dicen que Sandro planeaba dejarme, te juro que no lo hubiera creído.

-. Juguetea con una servilleta nervioso mientras espera que se enfríe el ca. Ha hecho una tira con ella y la enrolla entre sus dedos. Apenas me mira cuando le digo que debería comer algo -. Acabamos de regresar de un viaje por las Islas Griegas - continua -. Ha sido una especie de luna de miel -. El maldito teléfono vibra una vez más en el bolsillo de su pantalón. Es incesante; no para; nunca lo  hace. Es esclava de sus amigas. Lo libera de la presión que ejercen esos, insufribles, pantalones de pitillo que usan para volvernos locos. Céntrate Pablo, no te desvíes del tema. Carla es una buena amiga y una excelente compera. Desliza el dedo por la pantalla táctil para desbloquearla y se seca una lágrima furtiva. Siento lastima por ella. Todo el mundo le dice lo que tiene que hacer. Incluido yo. Se ve tan indefensa. Solo quiero ayudarla, por eso a veces, le doy consejos de cómo actuar ante situaciones cotidianas con los chicos.

- ¡Oh Dios! Esto es surrealista - dice al atender los mensajes que le llegan al teléfono móvil. Son Esme y Zaira, dos de sus mejores amigas. Teclea con una rapidez que me sorprende, a una velocidad de al menos, 70 caracteres por minuto. Me muestra un chiste malo sobre suegras. Se e y de repente, amanece en mi corazón. Entonces, recuerdo el mal trago que le ha hecho pasar la suya. ¡Que hija de puta! ... Menudo pelele está hecho el hijo. Al muy gilipollas no se le ocurre otra cosa que mandar a la madre para hacer algo que debería haber hecho el mismo. Menudo cobarde. Me averguenzo de esa clase de hombres.

Ahora es el turno de Zaida. Le está dando una charla, a WhatsApp, acerca de lo importante que es  la donación de médula. Me enseña la conversación y me atraganto con la tostada. La chica es enfermera y su amor por el ser humano le lleva a ejercer una labor encomiable como voluntaria en unos de los países más conflictivos de África. Intenta convencerla y para ello le explica todo los pasos que debe seguir. - No tengo ningún problema y parece muy sencillo - me dice la pobre, que encima de todo, está dispuesta a someterse a ese acto tan solidario -, pero al menos debería dejar que me recupere de esto, ¿no crees?

¡No puedo más! - Y suelta el móvil encima de la mesa. Quizá sea demasiado exigente. Así que dejaré de buscar al hombre perfecto. Está exasperada y lo demuestra echándose el pelo hacia atrás. Una preciosa melena de color rubio Marilyn. A Veces me pregunto si es su color natural, ya que jamás le he visto una sola raíz negra -. Estoy a punto de superar el límite de lo absurdo - se queja -. Si existiera un premio a las cosas más extrañas que te pueden suceder sería o -. Me duele su dolor, lo comparto, pero eso no es extraño cuando se trata de una amiga, ¿no?

Es incomprensible. ¿Por qué no es capaz de encontrar un hombre hecho y derecho? Ella solo busca que la quieran y eso es tremendamente fácil. Es buena, considerada, amiga de sus amigos, tierna, cariñosa, altruista y además de todo eso es una chica preciosa.

De repente se me ocurre una idea terrible. Estamos en la cafetería del hospital, en mitad del desayuno y ni siquiera lo pienso. Simplemente actuó. Así que la agarró por las mejillas y la callo con un beso. No por qué lo he hecho. Quiero que sea feliz. Quizá no es lo que necesite en este momento, pero dicen que la mancha de una mora, con otra verde se quita.

Cuando me separo y la observo, veo una terrible expresión de sorpresa en su mirada. Está sobrecogida, lo sé. Le ha pillado por sorpresa. No se lo esperaba; ni yo tampoco. Ha sido un impulso movido por la ternura que siento por ella. Es mi mejor amiga. Ella lo sabe. Todo el mundo aquí lo sabe, así que no comprendo la reacción de los que han presenciado el momento.

Despierto del aturdimiento. Mi nombre suena por la megafonía del hospital. Me reclaman en urgencias, así que me levanto y desaparezco sin añadir nada más”.