martes, 30 de octubre de 2012

¿Que cómo se lo tomó ella? por Carmen Gómez Barceló.

S. Pellegrini


¿Qué cómo se lo tomó ella?
Con miel.

El dulzor de aquel condimento solaparía el sabor amargo de esa bebida.

Nadie se sintió culpable de aquello puesto que ella siempre había mostrado su deseo de ir allí cuando llegara la hora. Es más, cuando atravesó el umbral del edificio, todo le pareció bastante agradable. La señorita del mostrador se mostró simpática y cercana. La estancia era bastante luminosa y colorista. Después de las correspondientes firmas  la acompañaron a lo que iba a ser su nuevo lugar de descanso. Todo parecía acorde con sus expectativas.

A la mañana siguiente, Aurora, siempre jovial y optimista por naturaleza, empezó a planificar el nuevo día. Se presentaría a sus nuevos compañeros, desayunarían un café calentito y unas buenas tostadas. Después les propondría un paseo por el bonito jardín que aparecía en el folleto y seguirían con alguna actividad como una partidita de cartas o mejor aún, un ratito en el ordenador.

Se pudo dar una ducha sin demasiados problemas y se vistió de domingo o de guapa, como le gustaba decir a ella.  Acto seguido se encaminó hacia el salón  grande que se encontraba al final del largo pasillo .Le habían explicado que allí estaba el comedor  y la sala de estar.

Antes de abrir la puerta que le conduciría a su nueva vida, respiró hondo. Estaba algo nerviosa y el corazón saltaba en su pecho como un gorrión enjaulado. Entró y pudo observar algo que no esperaba: Silencio. Aurora no entendía aquel silencio.

En la sala resonó su “Buenos días” y solo se oyó la respuesta de algunas enfermeras.  Esperó un poco y pudo oir a lo lejos otra voz. Era una voz de hombre. Aquello la animó bastante y pensó que no había por qué preocuparse.  Sería cuestión de tiempo que aquella gente callada mostrara otra actitud sin duda más animosa.

Optó por sentarse en la mesa de aquél señor.-Hola, me llamo Aurora y usted ¿cómo se llama? –Soy Ángel. La veo a usted muy animada, de lo que me alegro. Como verá aquí no es lo normal.
Aurora, ahora más sosegada empezó a girar el cuello para echar una ojeada al salón. Percibió cierta sensación de apatía. Miró con detenimiento el rostro de cada uno de sus compañeros. Algunos le devolvían algo parecido a una sonrisa, otros reflejaban en su expresión, desesperanza, decepción y temor-¿Porqué están así, Ángel?

-Porque se han rendido, respondió el.
-Pues te digo una cosa Ángel, no voy a permitir que me ocurra lo mismo. Además pienso motivar a todos los compañeros para que despierten del letargo al que se han abandonado.
-Inténtalo. Quizás tú puedas Aurora.
-No entiendo cómo tú no lo has hecho ya, hombre, le increpó ella.
-Yo no estoy aquí para eso mujer.

Aurora trabajó mucho para conseguir que aquellas personas recobraran su identidad y su dignidad. Pero su esfuerzo no producía ningún progreso y lo que es peor, se daba cuenta que cada vez , su estado emocional y físico se parecía más al de los que allí vivían.

Demasiado  tarde, pensó. He llegado demasiado tarde.

De pronto y sin saber por qué ,el agotamiento invadía su hasta ahora vivaz cuerpo como una marea negra que acaba poco a poco con todo resquicio de vida.

Empezó a dormir largos periodos de tiempo. Sus movimientos se iban enlenteciendo y el abatimiento  invadió su alma. Solamente al recordar momentos pasados esbozaba una tenue sonrisa, aunque a veces se preguntaba si su vida había tenido algún sentido.

Una mañana haciendo un enorme esfuerzo por levantarse de la cama para obligarse a desayunar, cuando se sentó a la mesa de costumbre, no vio a  Ángel. Preguntó a la cuidadora por él y ella le respondió - Aquí no hay nadie con ese nombre Aurora, debes de haberte confundido.

-No, perdona, debes haberte confundido  tú, Ángel está aquí desde que yo entré. De hecho fue el primero en saludarme.
La cuidadora  la miró de una forma extraña y se alejó en silencio. Se dirigió a Lola- su compañera - y le dijo algo en voz baja…otra.

Aurora que aún conservaba la lucidez que la caracterizaba, supo que ya era la hora.
Fue a su habitación, sacó las veinte almendras amargas que tenía guardadas, las machacó con un pequeño vasito de cristal que tenía en la mesita, las echó en un cuenco e intentó tomárselas  con agua. Notó que la bebida  estaba demasiado amarga  y le añadió una buena cucharada de miel.

Aurora, ya con el rostro  sereno , sonrió y se durmió.

Una decisión drástica, por Matilde López de Garayo.


-¿Y como se lo ha tomado ella?- Pregunta la madre a través del auricular.

-Me da igual, mientras que esté bajo este techo hará lo que yo diga- Le responde el padre, y da por terminada la conversación con su mujer. Esta ha tenido que ausentarse por razones familiares. Cuelga el teléfono y alzando la voz continúa -¿Qué te crees?-Chilla hacia la habitación donde se encuentra su hija- ¿Qué  porque tengas 23 años puedes hacer lo que quieras?. En esta casa existen unas reglas que hay que cumplir.

Mientras, la hija  da paseos nerviosa alrededor de las dos camas de su dormitorio. Ana, su hermana, intenta tranquilizarla. La situación ha llegado a tal extremo, que Julia presiente que esta noche va a ser decisiva para su vida.

-¡Ana!- Y distrae a su hermana que está estudiando, bueno intentándolo -¡Se ha pasado!, ¡Esta noche se ha pasado!. No sé que pretende, pero estoy harta. Voy a la Universidad. Saco la carrera, que por cierto no me gusta, ¡la eligió é! y encima doy clases particulares para pagar todos mis gastos.

-Es una manera de tenernos controladas, en cuanto me case dentro de dos meses desaparezco.- Responde la hermana, sin interrumpir el problema que está resolviendo- De todas formas tranquilizate, no vayas a hacer algo de lo que después te arrepientas -Ana es más pragmática que su hermana, ha optado por esperar y hacer las cosas correctamente, Julia es más rebelde, ¡Bueno!, Lleva la rebeldía en su persona, pero aún no ha dicho ¡Basta ya!.

-¡Ana!, ¡Papá me ha dado una bofetada antes de poder explicarme!, Se puede ser más cerrado, ¡estamos en el siglo XXI!, ¡Tengo 23 años..!- En ese momento se queda callada, ha escuchado un comentario jocoso de su padre.

-¡La niñata!. Ésta, se cree que puede venir a las 01:00 de la mañana- Lo dice como para él, pero su intención es que su hija le escuche -Lo que tienes que hacer es estudiar más, que ya has repetido varios cursos. Sois unas egoístas, las dos,  no os dais cuenta que no paro de trabajar para pagar vuestros caprichos. Pues te lo repito, si quieres vivir tu vida, “¡Ancha es Castilla!"-Y pega un puñetazo en la mesa.

Julia respira dos veces profundamente y abre con suavidad la puerta. Ana se da cuenta que hoy no es como otros días, su hermana está cambiada. Piensa si el retraso tendrá algo que ver con su reacción. Otras veces se ha comportado de una manera más impulsiva, más visceral, entrando en la provocación de su padre. Esta  noche, no.

-Papá ¡a ver!, No me puedes tratar con una niña. He pagado la matrícula este año, además de mis gastos. Si soy adulta para unas cosas también para otras..,

Le interrumpe el padre, sin apartar los ojos de la televisión.

-¡Déjate de tonterías y ponte a estudiar!, Que es lo que tienes que hacer.

Julia baja la cabeza pero no es un gesto de resignación, más bien de decisión y le contesta interponiéndose entre él y la pantalla -Papá, a partir de ahora no me vuelves a tratar como una niña..,

Deja a su padre chillando y  entra en su dormitorio. Abre el armario y saca una pequeña mochila. Ana le dice tranquilamente-¿qué haces Julia?, No hagas una tontería –Pero está convencida de que su hermana ha tomado una decisión, la conoce bien. Y se vuelve hacia ella. Hasta ahora no había  levantado   la cabeza de los libros. Ve como Julia mete lo imprescindible en la bolsa y deja vacía la caja de sus ahorros. Julia le da un beso y ella le responde con una sonrisa a modo de despedida y un apretón en el brazo, como deseándole suerte- Nos vemos hermana, ¡Llamame cuando puedas!

-Así lo haré, no te preocupes, llevaba tiempo pensándolo.

Julia recuerda cual ha sido el motivo de su retraso. El desencadenante de esta rebeldía que hasta  hoy sólo le había producido un estado continuo de apatía y frustración.

Ve a su amigo cerrando los seguros de las puertas. Como la insinuación pasa a ser más agresiva, debido a las copas que ha tomado. Sólo cuando se le saltan las lágrimas a Julia se da cuenta de lo que ha estado a punto de hacer. Abre los seguros del coche y con las manos en la cara le pide perdón. Julia sale del coche y empieza a correr hacia su casa, está en el otro extremo de la ciudad. No es capaz de desbloquear el móvil y no lleva dinero suficiente para un taxi. Cuando ha llegado a su casa exhausta, su padre le ha dado un empujón para que entre.

El recuerdo de esos momentos, Y la reacción intolerante de su padre, hace que se le llenen de lágrimas los ojos. Sale de su cuarto y se dirige al salón donde su padre divaga sobre la educación de los hijos.

Julia mira  a los ojos de su padre, y le mantiene la mirada durante segundos. No es una mirada retadora, sino de determinación. Siente rabia,  mucha rabia contenida, pero no la manifiesta, esta vez no  y con tristeza,  le responde:

-Lo has  dicho tú. , ¡Bajo este  techo..,! A partir de ahora buscaré el mío.

Son las dos y media de la mañana, y está paseando, despacio, consciente de lo que ha hecho. Recuerda su vida, llena de agresiones encubiertas, Verse debajo del que creía que era su amigo, a punto de ser violada  ha sido la espoleta, la causa que ha despertado un remolino de emociones que le ha hecho rebelarse contra su padre, contra la indiferencia de su madre que nunca la ha protegido.

Ahora caminando encuentra tranquilidad en la noche. Está serena, con mucha incertidumbre, pero  haciendo planes de futuro. Ha tomado una decisión y no hay vuelta atrás. No sabe que le deparará el mañana. Entra en una pensión.

Unos meses más tarde, los acontecimientos le demuestran, que aunque el comienzo ha sido difícil, y que aún le queda mucho por delante, ha merecido la pena. 

lunes, 29 de octubre de 2012

Infiel por interés, por Víctor Varela.


- ¿Que cómo se lo ha tomado ella? Aún no se lo he dicho...
Llevaba semanas intentando que diera aquel paso. Pero volvía a fallarme.
- ¿Y no crees que deberías decírselo ya?

- Si, si, se lo diré, pero tengo que encontrar el momento...
No era el momento, sino el valor. Darío tenía miedo hasta de su sombra. Si no le "ayudaba" la cosa iba para largo...
- No lo retrases más. Será peor, hazme caso.

- ¿Quieres hacerme sentir aún más culpable? ¡No es fácil plantarse delante de alguien y destrozar una relación de tanto tiempo! ¡Yo soy el malo en todo este asunto!
Me sentí insultado. Si él era el malo y ella la buena, a mí me tocaba ser el feo.
- ¿El malo? ¿Me tomas el pelo? ¿Es que te arrepientes a estas alturas?

- No... yo... ¡ojalá todo fuera más fácil!
En eso tenía razón, ¡lo que me estaba costando convencerle!
- Darío, parece que dudas... me estás preocupando.

- No lo entiendes. He compartido con Gema muchos momentos... Y ahora la traiciono de buenas a primeras. Ella no sabe nada. Marcelo, no es fácil... ¿No lo entiendes?
Lo entendía perfectamente. Si daba aquel paso, no habría marcha atrás.
- Lo siento, no quiero presionarte. Es solo que ya lo habíamos hablado, y te veía tan seguro... Pero si sigues teniendo dudas... 

- Necesito que confíes en mí. Ten un poco de paciencia. Dame unos días.
Yo sabía que si le concedía unos días podía pasar cualquier cosa.
- Llevamos meses con esto, Darío.

- No me presiones, Marcelo, por favor.
Si pensaba que me iba a quedar sentado esperando que se decidiera, estaba muy equivocado. Me jugaba demasiado.
- Darío, llama a Gema y luego me cuentas. Yo no te puedo esperar eternamente.

- ¿Me estás amenazando? Eso me ha sonado a ultimátum...
Lo que estaba tratando por todos los medios era de arrancarle un compromiso.
- No. Pero necesito estar seguro.

- Pues ni se te ocurra, porque no eres el único gallo del gallinero... ¿sabes?
Eso explicaba lo de aquella llamada que cortó nada más verme...
- ¿Ah, si? Bien, bien, no pierdes el tiempo... Bueno, Darío, tengo cosas que hacer...

- Si... bueno.. tienes razón... lo siento, Marcelo... Olvida lo último que te he dicho. Estoy nervioso. Mira, voy a llamar a Gema ahora mismo.
Sabía que no iba a ser capaz de contárselo a la cara. El teléfono es el recurso que suelen utilizar los cobardes. Pero me daba igual, por fin iba a conseguirlo.
- Hasta luego, Darío. No te preocupes. Todo irá bien.

 ---
Después de hablar con Marcelo, Darío se quedó sentado en la cama con el móvil en la mano, pensativo. J entró en la habitación, despacio, meneando en alto su larga cola torcida. Saltó encima de la cama y le clavó sus grandes ojos azules, mientras maullaba acusador. Respiró hondo y marcó un número de teléfono.

- Piiii... Piiii... Ha llamado usted a una Oficina del Banco Pastor. En estos momentos no podemos atenderle, espere unos instantes... 
- Si, Banco Pastor, ¿en que puedo ayudarle?
- Hola, Julián. ¿Está Gema?
- Si, Señor Gamboa.. creo que ya ha vuelto de desayunar. Un momento, por favor.

Gema estaba sentada cómodamente en el sillón de su despacho de paredes de cristal, revisando el pronóstico del tiempo para el fin de semana.
- Gema, te llama tu galán - bromeó Julián
- ¿Que día es hoy? A ver... no, nada especial... No sé, ¡pásamelo!
- ¡Darío! ¿Qué tal? ¿Todo bien?
- Bien, Gema, todo bien. Te llamaba por un tema... verás...

La cuenta de Darío Gamboa tenía quince años de antigüedad en el Banco Pastor. Un voluminoso depósito a tres años lo convertían en cliente preferente.

Todo un símbolo, por José García.


¿Qué como se lo ha tomado ella? Veras, todo en principio fue un misterio y estuvo rodeado de una gran expectación aunque, como era de esperar, no exenta de polémica, lo que constituía o añadía un mayor morbo a su esperada revelación, Y llegó el día de su presentación, ya estaba ahí preparada para ser exhibida y dispuesta a seducir a todos, asumir el protagonismo que se le suponía, pues sería observada por todo el planeta representando y simbolizando toda una pasión.

Su figura asomaba perfectamente moldeada y  equilibrada, con peso adecuado, bien contorneada por bella curva, de piel blanca sobre la que resaltaban esos toques de colores, en su mayoría sobrios pero que perfectamente combinados con algún que otro color vivo,  le concedían un aspecto exótico y armoniosamente estético, al tiempo que todo esto se envolvía conformando un autentico sentimiento. Para sus benefactores era algo sublime y así lo exteriorizaron volcándose en halagos que rozaban lo místico, / “parece que fuera sobrenatural que estuviera guiada”, / “cuando se desplaza es como si volara” / o “es increíble”.    
Aunque aquellos que alimentaron la polémica, sus detractores, no dudaron en arreciar sus criticas e incluso rechazos, expresándose de forma ciertamente  controvertidas y no dudando en llegar a la descalificación con sus manifestaciones, /“creo que es una vergüenza, va demasiado lejos”, / “es que es complicado, cuando la tienes delante no sabes por donde agarrarla” / o “nos complicará la vida”.

Pero ya era una realidad y sin duda alguna estaba dispuesta a asumir el reto que se le presentaba con decisión, conseguiría fijar la atención de todos, ser objeto de deseo por parte de aquellos con quienes tendrían que compartir, conseguir que todos  además de desearla, se esforzaran por alcanzarla, tenerla, que fuera suya, que en sus encuentros la acariciaran con sus cabellos, la recogieran en su caída y amortiguaran sobre el pecho, dejarla adormecida a sus pies, que anhelaran enredarlas en sus redes. Y así fue, como poco a poco consiguió conquistar el ánimo de todos, que gustaran de tocarla. Cuando estos alcanzaban a tenerla la exhibían y ocultaban al mismo tiempo tratándola con suaves toques, lo que provocaba el delirio y enardecían a todos, sabían cómo llevarla, a veces parecían hacerlo con cierta brusquedad, pero siempre buscaban  hacerlo con tacto, aunque a veces no consiguieran el objetivo deseado, algunos elegidos tuvieron mucha más fortuna pues lograban atraparla y acariciarla una y otra vez con sus manos. Y es que en todo este juego el resultado es concluyente, sin ella no  se es nada.

Fue presentada como JABULANI, que en Zulú una de las 11 lenguas oficiales de Sudáfrica significa celebrar o festejar. Y aunque todo forma parte de un montaje mediático susceptible de manipulación y alienación, también puedo llevar un mensaje de esperanza a cualquier rincón del mundo.

JABULANI ya se encuentra junto con aquellos o aquellas que le precedieron los TANGO, ROTEIRO, FEVERNOVA, etc., y dispuesta a dar la bienvenida a BRAZUCA, cuyo significado es coloquialmente  un gentilicio de Brasil, los naturales de este país se refieren así a sus compatriotas de forma cariñosa.

Pero, ¿Qué como se lo tomado ella?

Muy bien, para ella ha sido una experiencia inolvidable, sugerente y apasionada, pues a pesar de los recelos y dudas suscitadas en un principio, estas quedaron totalmente despejadas, había respondido con suficiencia a las exigencias requeridas, su prestancia había dado el juego deseado y cumplido el objetivo, consiguiendo con la complicidad necesaria contagiar a todos la pasión por el juego, se sintió querida y por tanto fue algo gratificante que compenso todos los obstáculos y  esfuerzos realizados, además le ha llevado a figurar en los anales de la historia como la Musa del Mundial.

Porque ella es JABULANI, además de Musa, la Bola del Mundial de Sudáfrica 2010. 

Vaya guasa, por Alfonso González.


    ¿Como se lo ha tomado ella?
    Pues no lo se porque no la veo – Así, con mucha naturalidad y mas gracia, contestaba Paco, el frutero, a muchos de sus clientes sorprendidos por lo que acababan de leer en el toldo de entrada del negocio en el barrio de La Laguna gaditano.
       
  “Frutería mi exmujer y yo”. Escrito con mayúsculas bien grandes en blanco sobre azul. Eso que solo puede pasar en Cádiz; en ese Cádiz antiguo y ancestral donde sus gentes saben reírse de si mismos. Allí y en ese barrio popular y de apretado callejero, un hombre de la tierra pregona su divorcio de esa manera: - ¡Para que no haya duda!

                                                                              ***

  Hacía catorce años que el nuevo negocio de una pareja feliz, Paco y Ana, con un futuro esperanzador, fue bautizado al unísono como “Frutería mi mujer y yo”. Después, como resulta que esta perra vida tuerce las intenciones eternas,  y parece ser que aquello, el matrimonio,  no funcionaba,  pues se divorciaron.
  
       -Mire usted, mucha gente que venía a la frutería me preguntaba con alguna guasa por mi mujer: Oye, que no veo a tu mujer! ¿Está hoy malita..?

   Mi cabreo iba en aumento cuando me decían: -Oye, que me he enterado que…  Y así una y otra vez.  -¿Que me he enterao..?  ¡So sieso!   Hasta que lo decidí a bote pronto. – ¡Ahora si que os vais a enterar de una puñetera vez!
     
  “Cogí la escalera y en la ferretería de enfrente compre un pincel y un bote pequeño de pintura blanca, y de esa manera eché pa fuera mi gran verdad. Pinté un ex delante de mujer, y sin más jaleo conté a tos que me había separao. ¡No veas lo ancho que me quedé..!

         ¡Oye, que no es guasa!

viernes, 26 de octubre de 2012

Una noche de verano, por José Miguel García.



 - ¿ Cómo se lo ha tomado ella ?, interpeló el Pelusa.
- ¿ Quien es ella?, respondió con cara pocos amigos el Choto.
- Bien sabes tu a quien me refiero, contestó Pelusa con guasa.
- Claro que lo se, pero paso de como se lo haya tomado. Aquí estoy como quedamos. ¿Qué más quieres?, espetó el Choto llenándose de malos humos.
- Si yo querer no quiero nada, - siguió el Pelusa con ánimo de incordiar- sólo lo preguntaba porque  me ha extrañado que estés esta noche aquí siendo sábado y sabiendo lo enganchado que estás con la Magra.
- !No la llames Magra!, joder.
- Choto, es que si la llamo María de Gracia con lo “malaje” que es me da la risa tonta, dijo el Pelusa mientras se doblaba como un muñeco de trapo haciendo como si se desternillara de risa.
- Déjalo ya que me estás cabreando, soltó el Choto cogiéndolo por la pechera mientras lo amenazaba con el puño.
-! Ya esta bien!, ordenó el Rubio antes de que la cosa pasara a mayores.
- Vale, respondieron los dos casi al unísono.
- A este mamón sólo le gusta cabrearme, - apuntó el Choto soltándole la camiseta- cualquier día le rompo los dientes.
- He dicho que se acabó la discusión, insistió el Rubio.
- Pelusa, eres una mosca cojonera, ¿quieres dejarlo tranquilo de una puñetera vez y estar en lo que estamos?, concluyó el Rubio dando por termina la cuestión.

Tras esas palabras se produzco un silencio tenso que poco a poco se fue diluyendo como pasaba siempre en ese grupo de amigos. Durante unos minutos sólo se oyeron  las pisadas por la vereda de tierra que les iba alejando del pueblo. Ninguno de los cuatro pasaba de los catorce años, de ellos Rubio era el mayor de edad y tamaño; medir casi una cuarta más le revestía de un principio de autoridad indiscutible en caso de amago de bronca.

Rubio y Cepillo, que encabezaban la expedición, habían seguido la conversación sin intervenir aunque sabían  que iba a terminar de la manera que terminó. Tras declararse la “entente cordiale”, Rubio se puso a la altura del Pelusa y Cepillo hizo lo propio con Choto, para evitar nuevos rifirrafes. Aunque entonces no eran conscientes de por qué a los tres les caía tan mal Magra, algo en su fuero interno les decía que esa chica era el comienzo del fin de aquella amistad que había permanecido inalterable desde que tenían cinco años.

Intentando hacer el menor ruido posible, continuaron por el camino que conducía al eucaliptal de detrás del cementerio. Esta noche, sin luna y sin viento que pudiera ocultar a los pajaritos en las sombras de las hojas se iban a poner las botas, iban pensando. Contaban con dos escopetillas de plomo y sabían, porque al caer la tarde Cepillo había dado una vuelta con la bici, que un montón de bandadas de gorriones habían acudido a dormir allí aquella noche de verano. 

Sin embargo, pasar unas horas cerca del cementerio en total oscuridad no era algo que les hiciera gracia a ninguno de ellos. Aunque intentaban disimularlo haciéndose los gallitos, en realidad todos iban tan en tensión que si un perro hubiera aparecido en mitad de la oscuridad habrían salido disparados como almas que lleva el diablo. Y no digamos si al sepulturero le hubiera dado por dar una vuelta aquella noche,  entonces el corazón hubiera entrado en taquicardia y ni siquiera hubieran sido capaces de correr porque se habrían cagado de miedo. Por suerte, la linterna de petaca que encendió Choto -cuando ni con los ojos entrecerrados eran capaz de seguir el camino y el miedo empezaba a apoderarse de sus almas desde las tapias del cementerio-, les dio cierta tranquilidad.

Dejaron atrás la pared del cementerio donde Pelusa intentó hacer una gracieta que  la mirada de enfado de los otros tres cortó en seco. Se introdujeron por el laberinto de eucaliptos hasta que  llegaron a la zona donde según Cepillo se habían posado la mayoría de los gorriones. Tras asegurarse por el piar de los pájaros y el alboroto de las ramas que el lugar era el adecuado, pusieron en marcha los mecanismos de caza.

Bajo la luz medio sin fuerzas de la linterna de petaca, las dos escopetas salieron de entre las ropas de Rubio y Choto. El resto de las artes necesarias fueron surgiendo de los bolsillos: la caja con doscientos balines de plomo, la bolsa de pan, que haría de improvisada mochila para guardar los cuerpos de los gorriones, y las linternas con pilas nuevas que Cepillo había cogido de su casa. Cada escopetilla recibió su plomillo y sonó su clac al cerrarse. En las bocas de las linternas colocaron una especie de embudo de cartón que sólo dejaba salir un rayo claro y profundo que cumplía una doble misión: poner los gorriones a la vista y  evitar que la luz se hiciera visible desde la carretera. Aquel artilugio había sido un invento de Cepillo del que alardeaba siempre que podía.

Con los preparativos dispuestos se dispusieron a comenzar la matanza. Todos tenían su misión perfectamente definida: la de los dueños de las escopetas, Rubio y Choto, acertar al mayor número de pájaros posibles, la de Cepillo, el más pequeño y a cargo de la bolsa para guardarlos, la de hacer de perro recogiendo las presas y la del Pelusa, estar pendiente para avisar en el caso de que alguna luz pudiera aparecer a lo lejos. Cuando Pelusa se aburriera intercambiaría su tarea con la de Cepillo que, como no sabía silbar, haría como si maullara un gato. Así lo habían dispuesto de común acuerdo la noche antes y así lo hicieron.

Conocían que cazar gorriones estaba prohibido y, aún no sabiendo el por qué de lo que pensaban que era una estúpida prohibición, eran conscientes de que aunque la Guardia Civil en la mayoría de los casos hacía la vista gorda, - de hecho más de una vez habían visto a alguno de los civiles dar buena cuenta de un buen plato de pajaritos fritos que servían sin recato en casi todos los bares del pueblo-,  habían oído que cuando estaban de mala leche requisaban las escopetas. Lo peor era que para recuperarlas tenían que ir los padres al cuartelillo donde los guardias les ponían las orejas coloradas. Ninguna de ellos dudaba que cuando sus padres volvieran a casa de un par de bofetadas no les iba a librar nadie. Por eso era mejor estar prevenidos. Esa era la misión del Choto quien, en caso de peligro, avisaría con un silbido corto y agudo.

Sin embargo no todo era tan rígido como pudiera parecer, el año pasado y tras mucho insistir, Choto y Rubio, les dejaron las escopetas para que demostraran su puntería tirándo a una lata. Dado que la falta de tino dejó a las claras que sólo eran capaces de desperdiciar balines, aquella noche Pelusa y Cepillo solo intercambiaron sus misiones perrunas y de vigilancia.

Siguiendo el rayo de luz en el visor de la escopeta aparecieron los primeros gorriones con las cabezas escondida bajo las alas. Un pequeño “plas” y el primero cayó muerto con cierto estruendo entre la hojarasca. A continuación hubo un revuelo en las ramas de los eucaliptos que al cabo de unos segundos se transformó de nuevo en el silencio. Colocar el balín, cerrar la escopeta, apuntar y disparar, se repitió tantas veces que hubo momentos que Pelusa no daba abastos para recoger a tanto cuerpo inerte.

Cuando sonaron a los lejos las doce en reloj de la Iglesia, supieron que era la hora de levantar el campo. Choto intentó resistir un rato más, pero la frase que escuchó a Cepillo le convenció al instante: “Mi hermano dice que a las doce salen los fantasmas de sus tumbas”.

Con el mismo sigilo que habían entrado salieron de entre la arboleda pero esta vez  alejándose lo más posible del cementerio. El pueblo a los lejos aparecía difuminado entre las luces amarillentas de las pocas farolas que a esa hora quedaban encendidas. Entre sonrisas y gestos triunfantes cada vez que sopesaban el volumen de la bolsa, se fueron acercando siguiendo el rumbo establecido. En silencio y buscando las sombras pasaron desapercibidos a los ojos de las viejas que dormitaban sentadas en las puertas sobre sillas de enea. Caminaban escondiendo las escopetillas entre las ropas que cantaban a lo lejos que algo ocultaban; igual ocurría con los bultos de los bolsillos donde guardaban las linternas. Pero lo que no era posible disimular en aquella estampa de furtivos, era el grosor de la barriga que ha Cepillo le había crecido envuelta con la bolsa con de pajaritos hasta tal punto que parecía que estuviera embarazado de muchos meses.

Aquella noche fue una noche de suerte, lograron llegar a la puerta del corral de la casa del Rubio sin que nadie les viera, o al menos eso es lo que ellos pensaron. Éste movió con suavidad la pequeña aldabilla metálica que la encajaba y aunque abrió la puerta con máximo cuidado, no puedo evitar que un pequeño chirrido rasgara la noche.

    ¿Eres tu?, se oyó decir a una voz femenina desde la ventana de la habitación que daba al corral.
    Sí, estoy aquí con mis amigos, madre. Sigue durmiendo, respondió el Rubio bajando la voz para que su padre no se enterara.
    Cuando se vayan echa la tranca. Que no se te olvide, le recordó su madre.
     Vale, madre, dijo el Rubio dando por concluida la conversación.

Entraron en la habitación de ladrillos sin enlucir que el padre de Rubio había  construido con  la intención de albergar a dos cerdos que aportaran algún ingreso al pecunio mensual de la familia, exiguo como la de todos los temporeros, pero una epidemia de peste porcina le habían quitado las ganas. Entonces el Rubio supo que esa sería su refugio, espacio que luego hizo extensivo al grupo.

En ese pequeño cuarto fueron creciendo y madurando. Lo llenaron de pequeños tesoros y recuerdos y pasaron muchas horas de su vida proyectando aventuras y construyendo sueños; se hicieron hermanos de sangre y medio aprendieron a tocar la guitarra mal entonando canciones protestas. También amaron y odiaron a las chicas que les fueron gustando en cada momento, se alegraron con los triunfos de los demás y sufrieron las derrotas propias y ajenas.  Incluso una vez en navidad montaron una fiesta con un picú y discos Adamo para bailar lento, con coca-cola para las niñas y coñac para los más lanzados. Lamentablemente no acudió ni una, pero ya se sabe, las chicas de entonces eran así.

Esa noche contaron 124 gorriones, aunque alguien dijo que al menos habían cazado 150, porque seguramente muchos se habían perdido en la hojarasca. Cepillo no estuvo de acuerdo. Después de desplumarlos, prepararon cuatro montones con docena y media de gorriones para llevarlos a casa. Con el resto decidieron que el domingo los asarían en una hoguera en el campo.

Tras quemar las plumas en una pequeña hoguera improvisada en la calle, quedaron para el día siguiente y cada uno encaró hacia su casa con sus trofeos a buen recaudo. En el reloj de la torre de la Iglesia sonaron las dos; el Pelusa pensó en regalarle media docena a María de Gracia, pero rechazó la idea con un expresivo: !anda y que le den!.

miércoles, 24 de octubre de 2012

Senectud, divino tesoro, por María del Mar Quesada.


“¿Dónde estoy? “ Es lo que se pregunta Jacinto cuando comienza a tener conciencia de sí mismo y de su cuerpo. Siente  una nebulosa en la cabeza, recuerda querer escapar y no poder levantarse,  sentir dolor y no poder comunicarlo porque las palabras se le ahogaban en la garganta. Cuando se despierta del todo, descubre que está en la cama de un hospital,  quien le sujeta el brazo es su mujer. Aunque ella  le sonríe,  él ve en sus ojos que el final se acerca. Jacinto  sabe que no hay más tiempo para él. La herida sin cicatrizar que le ha acompañado toda su vida, la cual no le ha dolido mucho porque se ha acostumbrado a ella, se  quedará sin cerrar.  Jacinto morirá sin saber porqué lo rechazaron por segunda vez.
La madre de Jacinto había muerto a los 94 años, pasadas unas semanas Jacinto acude a la notaría con su mujer y su hija Aurora para levantar el testamento, cuando el notario comienza a dar lectura del mismo, se dan cuenta de que hay datos que no concuerdan con los de la abuela, solo coincide el nombre, el lugar y año de nacimiento: Adela Andrade  Ruiz,  Hinojosa del Duque, 1913. Los  demás datos no pertenecen a la fallecida. Tras revisar la documentación, el notario confirma que ha abierto el testamento de otra persona, Jacinto cree que puede ser Adelita, la prima de su madre y se lo hace saber al notario.
Al día siguiente, Aurora sabiendo que la maquinaria burocrática en estos casos es lenta, decide ir por la vía rápida. Busca el teléfono de Adelita para avisarle del error en el notario y las consecuencias que puede acarrearle. Aurora no puede imaginar que esa llamada  dará un giro  a su vida. Tras unos minutos de conversación Adelita le dice  que hace mucho que no sabe de Jacinto, pero no se ha atrevido a  preguntarle a su hermano Juan. Aurora piensa que la avanzada edad  ya hace mella en la memoria de Adelita, pues su padre es hijo único y de madre soltera, cuando Aurora intenta  sacarla  de su error, la anciana con toda la serenidad que dan los años, le explica:
-        Tu abuela no tendría más  hijos, pero tu abuelo sí que los tenía.
-        Adelita, pero si mi abuela se quedó embarazada de un novio que tuvo y él murió en la guerra antes de que naciera mi padre.
-        No cariño, tu abuelo se llamaba Jacinto Moreno Blanco, cuando conoció a tu abuela en la fábrica de esparto del que era capataz, estaba casado y tenía dos hijos y  uno más pequeño que tuvo después de nacer tu padre. Cuando tu abuela se enteró de que estaba encinta, su hermana se la llevó a la capital para que diera a luz al niño, no volvieron hasta que tuvo un año y medio. Imagínate, la pobre, madre soltera, de un hombre casado, en un pueblo tan pequeño, después de una guerra, y por si fuera poco tu padre tenía los mismos ojos claros que tu abuelo. Cuando el niño tendría unos diez años,  tu abuela se fue a Madrid para servir para  proteger al niño de las malas lenguas.
Aurora no supo qué decir y cortó el teléfono. No daba crédito a lo que acababa de escuchar, pero como era de curiosidad inquieta,  tomó lápiz y papel, volvió a marcar, se disculpó y  pidió a Adelita  que repitiera toda la historia de su supuesto abuelo. Al día siguiente, para  comprobar lo que le habían contado,  llamó a Araceli, nonagenaria  amiga de su abuela Adela,  para preguntarle si ella sabía quién era su abuelo. La sorpresa fue mayúscula, cuando escuchó  la misma historia que había escuchado el día anterior, pero con más detalles, pues Araceli seguía en  contacto con la familia de su  ya confirmado  abuelo. Según Araceli, aquello fue una historia de amor,  Jacinto Moreno Blanco no se fue con  Adela a Madrid,  porque el hermano de su mujer, el todopoderoso Comandante Navas, era la ley del pueblo en aquellos años.  Si su abuelo se hubiera atrevido a dejar a su mujer,  no habría llegado muy lejos.
Como Jacinto seguía muy afectado por la muerte de su madre, pues no se ha había separado de ella en 73 años, Aurora decidió no decir nada  a su padre,  hasta que no hubiese corroborado toda la historia y todos los nombres. Con una libreta, lápiz, teléfono e internet fue montado el árbol genealógico de su familia paterna. Lo curioso es que las pocas personas mayores del pueblo lo recordaban como algo totalmente cierto. No se trataba de un rumor sino de una historia de verdad.
Pasados unos meses, una tarde del mes de octubre, Aurora  visitó a su padre, anímicamente  estaba más recuperado, aunque su enfermedad  se había resentido bastante. Tomando  un café, le preguntó:
-        Papá, ¿sabes quién es Jacinto Moreno Blanco?
Jacinto no era capaz de agarrar la taza sin que le temblara la mano, sus ojos claros comenzaron a ponerse vidriosos, sus labios intentaban decir algo, pero no la voz no le salía. Su hija lo miró cariñosamente a los ojos, le dio un beso y le cogió la mano.  Entonces Jacinto tomó aire y dijo:
-        Sí, se quién es. Es mi padre.
-        Y ¿Qué más sabes de él?
-        Creo que tenía familia, pero no estoy seguro.
-        ¿Y no sabes nada más?
-        No, solo sé que ese nombre se me quedó grabado con 9 años. Un domingo Aparicio, que tenía un puesto de frutas en el mercado y siempre me daba una manzana a escondidas, se acercó. Estábamos  jugando en la plaza del pueblo cerca de la taberna,  me apartó de mis amigos y me dijo “¿tú sabes cómo se llama tu padre?”, yo le contesté que no, y ella me dijo “Pues se llama como tú Jacinto, Jacinto Moreno Blanco y está ahí en la taberna, ese de la chaqueta marrón y los ojos claros, ve y  pídele algo”. Hasta ese momento yo no sabía nada de mi padre, así que me dirigí a la taberna y cuando estaba dentro, pero a cierta distancia le dije: “Usted es mi padre, ¿me da un beso?”.  Él iba a beber de su copa, pero la mano le tembló, dejó la copa sin beber en la barra, se giró  hacia mí,  yo creía que me iba a tomar en brazos,  sin embargo pasó a mi lado y sin mirarme, se fue. Yo no entendí porque  no me había mirado, yo  solo le había pedido un beso, a fin de cuentas era mi padre, ¿no? Yo no sabía que había hecho mal para que ni siquiera me hablara, me rechazó sin conocerme. Durante toda mi vida he recordado esa escena, cada vez que sentía que necesitaba un padre.
-        Papa,  ¿Se lo dijiste a tu madre?
-        Sí  aquella mujer era mi tía, la hermana de mi padre. No me contó nada más y yo  jamás  le pregunté nada más.

 Jacinto no contenía ni la rabia, ni las lágrimas, soltó algo que llevaba más de 60 años guardado en su corazón. Cuando lo vio más calmado, Aurora le detalló  todo lo que había averiguado. Su abuelo en su matrimonio había  tenido tres hijos, los dos hijos  mayores  ya habían muerto, pero  Juan el menor de los hermanos, estaba vivo. También había contactado con una hija de Juan. Aunque desconocía la historia se interesó,  indagó  y le dijo a Aurora que las pruebas de ADN no iban a ser necesarias, pues Juan después de verse presionado por sus hijos y su mujer, les había confirmado que la historia era verdad. Juan  sabía que tenía un medio hermano y en 72 años no se lo había dicho nunca a nadie.
Jacinto, que durante toda su vida había renegado de su padre pues le había rechazado, no podía creer que a los 73 años encontrara  un hermano. Su corazón se aceleró cuando Aurora le preguntó si quería conocer a su familia, su sobrina quería desplazarse a Madrid para conocerlo. Él dijo que estaría encantado y feliz de conocer a un hermano.
Su  familia estaba completa.
Gracias a la casualidad y la memoria de personas muy mayores, la historia cerraba un episodio, reconocía un error y le compensaba. Después de la corta visita de su nueva sobrina, sabía que  su hermano Juan gozaba de buena salud  y podía viajar, él  sin embargo ya no estaba en condiciones de viajar por su enfermedad, pero ansiaba ese encuentro con su hermano aunque fuera una sola vez, luego se conformaría con algunas llamadas de vez en cuando.
Nunca hubo viajes, ni llamadas de Juan.
………….
Mientras Jacinto, que se crió  sin padre, había tenido una infancia dulce, alegre y  con mucho amor; Juan, que se crió con su padre, sufrió una  infancia marcada por las lágrimas de su madre  y cuando a los 9 años su madre dejo de llorar a todas horas,  en su casa comenzaron las disputas y las broncas cada vez que su padre, Jacinto Moreno Blanco recibía una carta de Madrid.
¿Quién recompensaría a Juan?

martes, 23 de octubre de 2012

El Obelisco ha dejado de brillar, por Carmen Gómez Barceló.


Se abrieron negros túneles como la muerte en los cielos. Desaparecieron de la misma forma en que vinieron, por el Oeste más allá del Sol.

Vivo en una casa pequeña que forma parte de una urbanización dormitorio a las afueras de Texas. Estoy aquí, creo que por poco tiempo,  ya que mi beca sólo cubre una parte del proyecto Curios. Es increíble, no podía imaginar que fotografiar Marte pudiera costar tantos millones de dólares.

Al principio mi trabajo era bastante rutinario. Hasta me aburría. Me dedico a establecer redes informáticas entre la multitud de ordenadores de la NASA. Parece un trabajo interesante, pero nada más lejos de la realidad. Una vez que has conseguido que todo funcione solo queda que te anden molestando con nimiedades. Parece mentira que estos talentos capaces de calcular distancias intergalácticas, se queden petrificados ante un cablecillo suelto que hasta un niño sería capaz de conectar. Científicos…

Estaba ya un poco harto de todo aquello hasta que un día todo empezó a ponerse interesante. Los técnicos estaban nerviosos. Sus semblantes reflejaban expectación. Murmuraban entre ellos y se hacía el silencio cada vez que yo u otro compañero se acercaba a las computadoras. Algo estaba ocurriendo.
-No puede ser - decía el general Smith - Es imposible. Nadie ha llegado antes que nosotros-.
Ante tanto misterio no tuve más remedio que agudizar mi ingenio y permanecer atento a todo cuanto allí ocurría.

Camuflado detrás de unas cajas observé un tumulto de gente alrededor de una pantalla. Éstos hablaban entre sí mientras negaban con sus gestos. Cuando encontré un hueco me acerqué sinuosamente y pude ver lo que proyectaba  el aparato. Era algo parecido a un piramidión de color ligeramente azulado.
Realmente era extraño para ellos. No era posible haber encontrado una pequeña pirámide en Marte.
Le comenté a mi compañero lo que había visto. Él no se inmutó, lo que me animó a proseguir: 

-Este hallazgo, que a ellos les resulta tan anormal, para mí es bastante lógico, Piter. La respuesta está en el libro prohibido- le dije.
-¿Otra vez con tus tonterías amigo? Por favor no tengo tanta capacidad de aguante- me respondió Piter mientras seguía con el rabillo del ojo el trasero de Rosy. Sin duda le resultaba más interesante que mis explicaciones – Vale… y seguro que ese libro existe ¿no?
 -Sí – dije tajante- El libro prohibido se encuentra en lo más profundo de la Gran Pirámide, custodiado por seres inmortales según la leyenda-.
Él me miró fijamente y se dispuso a emprender la retirada. Reaccioné:
-Bueno, está bien, Piter, retiro lo de los seres inmortales…espera  por favor.
 -Bien, haré un esfuerzo , en el fondo te aprecio y mereces que pierda un rato contigo – por un segundo se dignó a mirarme a los ojos. Conociéndolo era todo un detalle- A ver, ¿qué dice ese libro y sobretodo, qué tiene que ver con todo esto?
 -Gracias amigo. Puedo parecer un poco loco pero cuando te lo explique entenderás la relación; sé que este libro  enseña cómo descifrar y dominar los secretos de las tierras, el mar, el aire y los cuerpos celestes y que no puede ser quemado porque no arde-

 A veces tenía que parar de hablar ante la perplejidad de mi oyente, pero yo, bastante tozudo cuando creo que tengo razón,  continuaba:

 -En este libro se puede leer si tus ojos lo pueden soportar, que aquellos que trajeron la madre de todos los conocimientos a la tierra, se habrán ido hacia donde vinieron cuando el ser humano haya llegado al punto máximo de degradación …y…¿No te parece que ha llegado el hombre a este punto? -  seguía explicándole-  El poder de algunos a base de vapulear los derechos humanos, países que crean guerras para enriquecerse con la venta de su producción armamentística, naciones con epidemias de sobrealimentados  frente a otras hundidas en el hambre, enfermedades inventadas para vender medicamentos igualmente inventados… en fin… tantas acciones que lo único que pretenden es la adoración de un nuevo dios que se llama Dinero – yo proseguía incansable -  El libro dice que los sabios se irán cuando el obelisco dorado deje de brillar con la luz del sol y sea eclipsado por el espejo mágico – para mí todo tenía sentido- El libro dice textualmente “el espejo mágico no devuelve la imagen de quién se mira en él, sino horrendas entidades que suelen dominar los pequeños y grandes actos de aquellos que no han adquirido unidad de conciencia” …¿entiendes Piter? Todo encaja…yo creo que las horrendas entidades, llámense Hitler, Bush, Bin Laden y unos cientos más son las imágenes que refleja cada día nuestro espejo mágico,  llamado vulgarmente televisión…¿ves? La pequeña pirámide encontrada en Marte explicaría la procedencia de algunos de los dioses que nos han visitado a lo largo de la historia…-

En plena exaltación, puse mis ojos sobre Piter y lo encontré tranquilo, mirándome con una amplia sonrisa. Con un tono casi paternal me dijo- Pero qué ingenuo eres chico, ¿de veras te has creído que Curios está en Marte?  

lunes, 22 de octubre de 2012

Una historia de ruidos y música, por José García.


Era una tarde del mes de diciembre algo fría y un tanto gris, la iluminación de las calles y el ambiente de las mismas detectaban la proximidad de las fiestas, paseábamos callados sintiendo el aire fresco pero al mismo tiempo agradable sobre el rostro, lo hacíamos observando con curiosidad luces, tenderetes y escaparates sobre los que los críos aplastaban sus rosados cachetes para observar todo lo cerca que pudieran los juguetes que en ellos se exhibían, gentes que hacían gala de sus habilidades, unos simulando inmóviles y marmoleas estatuas, otros con la música, interpretando, cantando o bailando, como reclamo monetario. De pronto, un grupo que bailaba a ritmo de rap distrajo nuestra atención, nos detuvimos y sí, efectivamente, la música que sonaba en el Compact-disc y que acompañaba a este grupo en su armoniosa y plástica forma de contorsionar el cuerpo era suya, de Mario, más conocido artísticamente como Nebel, la última vez que le vimos fue éste verano, en casa, vino a ver a la abuela, se mostraba feliz y realizado, su sueño de intérprete musical y compositor de letras era una realidad, su nuevo disco de Hip Hop fusionado con flamenco acababa de ver la luz y auguraba ser todo un éxito, así como la serie de conciertos o actuaciones que tenía programados para todo el verano, en cuanto a lo personal había adquirido madurez y denotaba el equilibrio que reporta saber lo que quieres y la satisfacción de  poder hacerlo, su vida estaba ordenada,  bueno todo lo ordenada que se le puede suponer a una persona joven de 34 años, eso sí, totalmente articulado con familia y amigos, hasta se atrevía ahora con los estudios, realizando en estos momentos 2º de Filosofía. No pudimos menos que disfrutar de su felicidad y congratularnos.
Nos miramos aún sin decir palabra, con el sonido de la música de rap de fondo, el frio gris de la noche empezaba a caer con una suave bruma que nos envolvía y nos dejamos sumergir en ese mar de recuerdos que es nuestra memoria y rememorar episodios de esta historia.

Mario (Nebel), nació en 1978 vivió su niñez y adolescencia en el barrio de Candelaria-Pajaritos en el seno de una familia de trabajadores, el padre dependiente de una conocida (por aquel entonces) cadena de  comercio en Sevilla, empezó a sufrir pronto la lacra de ésta sociedad, el paro, al cierre de estos comercios sin otro oficio al que recurrir queda sin trabajo, a duras pena alterna esta situación con periodos de trabajos de baja cualificación y remuneración, hasta que ciertos padecimientos físicos le apartan definitivamente de poder ejercer un trabajo, quedándole una escasa renta, la madre trata de aportar a la economía familiar con algunos trabajos de la misma índole, pero sus ganas y voluntad de hacer se complican con momentos y estados anímicos bajos, que no le permiten mantener una cierta continuidad laboral, por lo que la economía familiar nunca fue cómoda. Mario era un crio inquieto, despierto y listo al que gustaba soñar con la música, sus gentes, su padre, le repetía, “Mario céntrate en los estudio procúrate una base, después ya podrás pensar que es lo que quieres ser,” y él respondía “pero si ya lo sé, a mí lo que me gusta es la música”. Esta circunstancia y la marginalidad que empezaba a mostrar el barrio con una incipiente delincuencia y jóvenes malogrados, terminan suscitando su abandono de la escuela, lo que supuso una mayor exposición a la calle y a comportamientos nada recomendables de vicios, drogas y delincuencias, su abuela en un intento por apartarlo de todo esto, le costea, no sin esfuerzo, una “Academia” para obtener el título de Auxiliar Administrativo, que tampoco concluyó, en éste ambiente y relaciones donde una mal entendida rebeldía y camaradería se confunde con actitudes o comportamientos poco sociales, le llevan a un episodio crucial en su vida.

Tocaba a su fin el invierno de 1.999, cuando el padre de Mario al encontrarse con una de sus hermanas, como tantas otras veces,  y preguntarle esta cómo se encontraban, le comenta su preocupación “por lo del niño”, “que niño” “que ocurre”, pregunta la hermana, “es Mario” contesta el padre “tiene una citación judicial y le piden cárcel”, “como”, le enseñó la citación y el auto del juzgado, efectivamente así era, los hechos habían tenido lugar hacia algo más de un año, un día de diciembre de 1.997, un grupo de jóvenes entre los que se encontraba Mario y al menos dos menores, se dedicaron a intimidar físicamente a otros jóvenes cuando estos transitaban por el interior del Parque Amate , en concreto fueron cuatro, a los que le sustrajeron objetos de valor como el reloj o ropa de abrigo y alguna que otra moneda, según el Juzgado estos delitos y así lo reseñaba en el auto, estaban tipificados de “robo con violencia o intimidación”, por lo que procedería imponer al acusado, este caso a Mario como mayor de edad, pena de tres años por cada delito, lo que sumarian un total de doce años.

Mario aseguraba no haber intervenido directamente, es más que en algún momento trató de disuadir a los demás para que dejaran el tema, pero no lo consiguió, no obstante permaneció junto al grupo en el lugar de los hechos. La familia pudo reunir con premura la cantidad requerida para garantizar su defensa pero no para depositar la fianza solicitada por el juez, por lo que Mario iba vivir una dura experiencia, algo que nunca había imaginado, conocer como interno la cárcel, con 21 años ingresó en ella de forma preventiva, cada vez que se le visitaba pedía salir cuanto antes, diciendo tener la lección aprendida, pasado el tiempo en una entrevista publicada lo expresaba así, “en la adolescencia se es propenso a cometer travesuras, pero cuando estas travesuras, se convierten en una cierta crueldad, hay que intentar apartarse”. Y así fue, en el juicio la defensa consiguió que la declaración de algunos de los testigos, es decir de los propios afectados, certificaran la versión de los hechos declarada por Mario, quedando absuelto de delito alguno y libre. Una vez fuera puso mano a la obra, y nunca mejor dicho, trabajó en la construcción, repartiendo propaganda, en una empresa de mudanzas, en una tienda de deportes, pero sobre todo en la música, componiendo letras que hacen de Mario (Nebel), un moderno trovador de duras y difíciles historias de jóvenes “amigos”, algunos pese a la edad con un amplio historial delictivo, de pequeños robos, atracos o fugas de centros de menores, historia como la del joven vecino y conocido del barrio que por aquellas fechas murió por disparos de la Guardia Civil, tras perpetrar un atraco en un estanco blandiendo una pistola de fogueo, historias que significaban caminos de no retorno, caminos que se proponía no volver a pisar. En 2002 confeccionó una primera maqueta de la que llegó vender unas 400 copias, pero fue con la segunda donde se desató lo inesperado, llegando a vender más de 1.200 copias y arrasando en el “top-manta”, tanto fue el éxito, que en poco tiempo las discográficas se disputaban producirle el disco y no falto representante que se ofreciera.

El cuenta, “el tiempo no me cambió, mis canciones siguen siendo transparentes cuento lo que veo para hacer reflexionar a quienes se sientan aludidos”. Aunque espero que éstas historias hagan reflexionar a más gentes, a toda una sociedad necesitada de una mayor dosis de humanidad y solidaridad, cuya mejor medicina para lograrlo es la igualdad.