miércoles, 24 de abril de 2013

Los Molinos, Diagnóstico equivocado y Consecuente con el dicho de... : Microrrelatos de Matilde López de Garayo.

Los Molinos

Don Quijote y Sancho Panza cabalgan por un campo de energía eólica. Don Quijote se para fascinado por las tremendas aspas que se divisan a lo lejos y exclama convencido:

- ¡Sancho! tantos siglos de terapia y ahora incluso, los veo más grandes. ¡Son gigantes! no cabe duda.

Diagnóstico equivocado

Un camarero convencido de su psicología, se acerca a una joven con algunos kilos de más con los ojos fijos en el café que tiene delante:

- Con esa mirada enamorada, ¿En qué piensas muchacha?

La chica le mira y le contesta, leyendo la carta de precios:

- En desayunos especiales: ¡Jamón, queso y carne mechada!







Consecuente con el dicho de...

Saturno fue el único que captó la idea de: ¡Están para comérselos!

Francisco, Tiempo y Estafa: Microrrelatos de Carmen Gómez Barceló.


Francisco

-Tengo frio.
-Sí, el frio es normal después de la intervención Jose Andrés.
-Perdón, me llamo Francisco.



Tiempo

He oído hablar de vida, pero no de que estuviera unida a la palabra tiempo.

Estafa

¿Con lo que me ha costado conseguir todo lo que tengo y no me lo puedo llevar? Esto de vivir es una estafa.

lunes, 22 de abril de 2013

El Sueño y Sin Estrés: Microrrelatos de José García.

El Sueño


Sonó el despertador. ¡Uf! ya es de día, el Instituto me espera; a través de la ventana una mañana luminosa invade la habitación. Mientras me avío mi madre avisa del desayuno. Como cada día, el recorrido hasta el Instituto lo hago en bicicleta; ya en el camino observo como un chico, pequeño, llama mi atención. El crío, como si de un juego se tratase, me incita a seguirle y se introduce en una nave cercana al lugar; mi curiosidad puede más que cualquier otra cosa y le sigo. Una vez en el interior, quedo inmóvil, helado, la visión es dantesca, jamás había visto nada igual. Por suerte reacciono a tiempo y salgo corriendo; llego al Instituto y cuento lo visto, nadie me cree, todos se burlan, sus risas retumban como martillazos en mi cabeza. Suena el despertador y sobresaltado me incorporo; ha sido un mal sueño. Me pongo en marcha como a diario, durante el desayuno mi madre me pregunta si ocurre algo, le cuento lo ocurrido y responde, “tú y tus fantasías”, no mamá, parecía todo tan real,  ha sido terrible. Beso a mi madre y salgo en bicicleta, el día es esplendido; paso junto aquel lugar y al mirar, ¡el chico!



Sin Estrés

Agustín, jubilado después de cuarenta y tantos años cotizando en varias empresas de la construcción, se preparaba para afrontar una nueva jornada, lo hace temprano como cada mañana, ya sabes reminiscencias de una prolongada vida laboral, cuando se disponía a salir de casa, su mujer le pregunta; ¿dónde vas, que vas hacer hoy? -Nada- le responde Agustín. –Pero eso ya lo hiciste ayer y anteayer- le dice su mujer. –Sí, cierto, pero no terminé-.   

martes, 9 de abril de 2013

Polvo de estrellas, por Matilde López de Garayo.



-Es la última vez... antes de que te vayas, ¡Nico! –Titubea Daniel, un poco taciturno, dirigiéndose a su hermano mayor, que no aparta su ojo del telescopio OMNI XLT 102, que apunta hacia las estrellas.

-No te preocupes, Dani, si esta noche no conseguimos nada, habrá más ocasiones. En el campo de la investigación hay que tener mucha, mucha paciencia, y no me sorprendería que... incluso nunca podamos ver algo inusual en este maravilloso cielo.

-Pero lo volveremos a intentar cuando regreses ¿No?.., -¡Aja! –Contesta el hermano.

Daniel se queda callado, sus pensamientos han dado un salto, con una manita metida en el bolsillo y con la otra arrascándose la cabeza, le pregunta -¿Tú crees que el abuelo estaba loco? -Nicolás cambia la dirección de  la mira del telescopio, igual que el niño de conversación.

-No, no estaba loco, estoy seguro de que lo que contaba una y otra vez lo vio realmente ¿No te acuerdas? El abuelo era una persona incapaz de inventarse una cosa así – Y le tiende la mano para que se acerque, invitándolo a que mire por el telescopio. Baja el trípode hasta ponérselo a la altura del chaval

 – No, no me acuerdo – Responde el niño a la vez que bosteza -Apenas me acuerdo de él, salvo lo que tú....¡Bueno! y papá me habéis contado... – Y coge con las dos manos el telescopio.

Como siempre se asombra. Emite un ¡¡¡¡Oh!!!! Como si fuera la primera vez  que ve ese cielo oscuro aumentado, percibiendo miles de estrellas que antes eran invisibles. Aparta el ojo de la mira y observa el cielo, y vuelve al telescopio, comparándolo  mentalmente con lo que aprecian sus ojos a simple vista, repite el movimiento varias veces, como queriéndose convencer de lo que ve.

-Busca Orión ¡Ya sabes!, junto a Sirius,  enfrente de Aldebarán.

-¡Si!, ¡Si! Ya lo veo –Daniel no está  muy seguro, pero por nada del mundo defraudaría   a su hermano. Nicolás sonríe, se agacha y mira por el cristal, desvía el telescopio hacia el oeste, se levanta y le revuelve con cariño el pelo - ¡Ahí está Orión!, esa es la dirección que decía el abuelo, de allí vino el ovni.

-No veo nada, ¡No vamos a ver nada otra vez! –Protesta el niño

-No seas impaciente, lo que le ocurrió al abuelo ocurre una vez en la vida, o nunca, como me da la impresión que nos va a pasar a nosotros. ¡Descansemos un poco! Vamos a cenar, creo que mamá nos ha hecho esos bocadillos que tanto nos gustan, ¡Venga! No serán capaces de aterrizar mientras cenamos.

Nicolás y Daniel se sientan en los aislantes, junto a los sacos de dormir  que han preparado  antes de instalar el campamento  de observación. La operación de búsqueda la realizan cada vez que Nicolás regresa de una misión. Los dos hermanos se llevan cerca de veinte años de diferencia, pero es algo que parece no importarles. Cuando están juntos son dos camaradas, dos compañeros que tienen como afición el avistamiento de ovnis, afición que alimentan desde que su abuelo llegó una noche impresionado por una visión resplandeciente: Una nave suspendida en le horizonte.

Ahora sus nietos están cenando en ese mismo lugar, en lo alto de un promontorio, desde donde se divisan a lo lejos, los tejados de pizarra del pueblo, cubiertos de un cielo cuajado de estrellas, como son allí las noches en primavera.

 Sentados, en silencio un hombre de treinta años quiere volver a sentirse niño, y un niño de once quiere ser ya un hombre.

-Te veo muy pensativo, Daniel ¿Te preocupa algo?

-Es que...no... no quiero que te vayas –Protesta con tristeza- Hay militares que se quedan en España ¿Porqué tú no?

-Me destina allí, ya lo hemos hablado, pero vuelvo dentro de tres meses, y seguiremos reuniéndonos aquí a ver si algún día divisamos algo... –Pero Daniel permanece callado, hasta que exclama con decisión

-Cuando sea mayor voy a ser como tú.

-¿Cazador de extraterrestres? – Bromea Nicolás

-¡No!, Nico, ¡Militar! Yo seré capitán y tú por lo menos ¡coronel!

El hermano mayor deja un momento el bocadillo en el aislante y coge las manos de su hermano, que está a punto de que se le caiga la cena, sujeta sus manitas sin fuerza pero firmes   y busca los ojos de Daniel que le mira con devoción, Nicolás le habla contundentemente

-Prométeme que nunca ¡Nunca! Serás militar, ¡Prométemelo! – Daniel se sorprende de la seriedad de su hermano, hasta tal punto que solo balbucea... -¡Vale! - Y está a punto de que se le salten las lágrimas, pero se acuerda de lo que le dice su padre, en las ocasiones en que se emociona: “ Un hombre nunca llora”

Nicolás, para quitar la tensión que se ha creado en un momento comienza a relatarle por enésima vez la historia de Orión, que tanto le gusta al chico.

-Orión era un gigante hijo de Poseidón y Euríale. El más apuesto de los mortales y tenía el don de nadar sobre las aguas..., - Cuando termina el relato con  “La madre Tierra, alarmada mandó un gigantesco escorpión para que le matara...” -Se da cuenta de que su hermano se ha quedado dormido. Se levanta y le tapa con el saco de dormir.

Ahora sólo, en el silencio de la noche,  contempla el microscopio solitario haciendo contraste con la oscuridad del paisaje, vigilando el cielo en dirección al oeste. Se pregunta cuando volverá a tener una noche como esta, tranquila, despreocupada, respirando la paz que le envuelve y se horroriza recordando esas otras noches donde lo peor del ser humano parece que se despliega con total naturalidad, noches estremecedoras, noches de guerra.

Esta noche a Nicolás no le importaría volver a ser Nico para toda la vida, y poder perseguir sueños al lado de Daniel y de su fresca ingenuidad...

Se despierta de golpe, son cerca de las cinco y media de la mañana y empieza a despuntar el día. Llama a su hermano y le mira con cierto aire de frustración y de enojo, no ha podido resistir el sueño y calcula que se ha quedado dormido una hora.

Empiezan a desmantelar el campamento, deseando llegar a casa, tomar algo caliente y dormir un poco. Los dos hermanos callan cada uno pensando posiblemente en sus ilusiones o en sus miedos que con la incipiente luz parecen diferentes, pero les envuelve una pesada, una densa  tristeza, como si fuera parte del ambiente.

Nicolás se agacha para recoger la funda de la cámara HDAVCAM PANASONIC AG HN 40 KIT cuando nota que algo le toca suavemente la mano, desapareciendo al instante. Levanta la cabeza y se encuentra a Daniel inmóvil, con la boca abierta y los ojos fijos en numerosos filamentos plateados que se evaporan al mismo tiempo que descienden del cielo.

-¡Pelo de ángel! –Susurra Nicolás bajito como si tuviera miedo a asustar a ese extraño material -¡Pelo de ángel! –Vuelve a murmurar, parece que escucharse le da seguridad de que lo que está viendo no es una alucinación debido a una noche de insomnio. Abre lentamente la cámara   y empieza a tirar fotos, hacia el cielo, hacia  los tejados de las  casas, o acercando sólo un poco el plano a la cara de su  hermano, con esa expresión de  absoluto asombro cuando se ve rodeado de una lluvia de  polvo, polvo de estrellas que se desintegra antes de llegar  al suelo.

Daniel permanece absorto, hasta que el extraño  suceso desaparece del todo. Sin apartar la mirada del cielo y arrastrando los pies se va acercando a su hermano, le coge de la mano y consigue preguntarle

-¿Qué es eso? , ¿Qué ha sido, Nico? – Nicolás nota que le tiembla la mano al pequeño, le abraza  mientras que le explica

-Según los que creen en la existencia de Ovni es aire ionizado cayendo como aguanieve después de estar sometido a un campo electromagnético provocado por una nave espacial, aunque nadie hasta ahora ha podido explicar este fenómeno...

Cuando Daniel comprende lo que ha podido suceder mientras dormía empieza a llorar de emoción, se acuerda de lo que su padre le dice sobre llorar, pero esta vez le da igual cuando nota como las lágrimas de su hermano se funden con las suyas.

Han pasado cuatro años desde ese inolvidable día, y Daniel se ha convertido en hombre prematuramente. Hoy no es un hermoso día de primavera,  ni es de madrugada. El cielo está encapotado como queriendo acompañar la profunda tristeza que sufre el muchacho  desde que recibió la noticia, desde que recogió los restos de su hermano, muerto en uno de esos bombardeos absurdos de la guerra.
 
Procura revivir aquella noche, las palabras de Nico hablando del abuelo, la promesa que le hizo de no ser militar y la lluvia mágica  que experimentaron.... Comienza a llover, levanta la cabeza y quiere convencerse de que el agua que le empieza a empapar es aquella jalea estelar, aquella gelatina traslúcida y gris que se evaporaba poco después de caer del cielo. Abre la urna que ha estado sosteniendo hasta ahora con sus manos y empieza a esparcir las cenizas, murmurando para sí “Hoy serás polvo de estrellas, Nico, hoy descansarás junto a Sirius, enfrente de Aldebarán hoy llegarás en Orión”       

martes, 2 de abril de 2013

La isla de los muertos, por Carmen Gómez Barceló.



Era el castigo, el destierro a la isla de los muertos.  Situada en medio del mar, la pude ver  desde el ojo de mi camarote. Aparentemente su imagen encajaba con la definición de isla: Un cúmulo de algo rodeado de agua por todas partes. Ese algo que desde luego no era tierra precisamente, parecía  una masa viscosa que formaba burbujas negruzcas. Estas, tal y como emergían, volvían a hundirse produciendo  oquedades aleatoriamente.  El olor nauseabundo que desprendía el islote llegaba hasta el viejo y sucio compartimento  del carguero que me trasladaba al siniestro lugar. Hubiese preferido morir antes que ir  allí.

Nadie en su sano juicio se hubiese acercado al lugar, por eso el capitán del barco decidió embarcarme en una balsa sin remos justo en un punto  donde las condiciones del mar inevitablemente me llevarían a mi destino. Por más que intenté luchar contracorriente  al final la balsa chocó contra la enorme masa negra perdida en medio del océano y catapultó mi maltrecha osamenta hasta el interior. Después del tremendo impacto  caí de bruces  y sentí mi cara y todo mi cuerpo cómo se hundía en aquel asqueroso lodo donde el olor era vomitivo. A pesar de la repugnancia que me producía aquello, podía más el miedo a volver el rostro y no quise moverme. Algo tiró de mí  elevándome del hoyo. Era tal el pánico a imaginar lo que allí había que no fui capaz de volver la cabeza, pero si pude oír algo –Ven, sígueme, no puedes quedarte aquí.- Era la voz de un niño. Aquello me hizo reaccionar de inmediato, me giré y…era cierto, un niño en medio de aquella mugre espantosa.-¿Quién eres? ¿Qué haces aquí por Dios? Le pregunté temblando aún. No me contestó, solo se fue alejando mientras se le hundían sus flacas piernas en cada zancada.

A duras penas conseguía seguirle pues al ser yo mucho más pesado que él mis piernas se adentraban  en la masa a cada paso, aún así pude observar la superficie de la isla hasta donde alcanzaba mi vista. Se podían ver además de las erupciones negruzcas  lo que parecían ser  plantas  en movimiento que se retorcían como si tuvieran vida propia y que no sabía por qué motivo el niño pretendía evitar. Cuando el agotamiento estaba llegando al límite, vi como el chaval entraba en una especie de cueva y haciendo un último esfuerzo conseguí alcanzarle.

-Chico, creí que no podría llegar; Hay que ver qué habilidoso eres, ¿Cómo te llamas? Le dije queriendo encontrar su huidiza mirada.-No tengo nombre, mi madre no quiso ponerme nombre. Me contestó. ¿Tu madre? ¿Dónde está?.Pregunté –Donde todos- murmuró bajando la cabeza.-Deja que me siente un poco y cuéntame por favor lo que ocurre aquí. ¿Donde están los que han venido antes que yo? No veo a nadie por aquí, comenté- No, no hay nadie tal y como vinieron.

No comprendía nada y el sueño me venció, pero solo por poco tiempo ya que un rumor lejano empezó a oírse desde el mar, se fue volviendo ensordecedor y acabó siendo un estruendo insoportable para el oído humano. –¡Ya viene, ya viene! Gritó el niño  sin nombre.-No sé quién viene pero escondámonos de todas formas, sugerí.- Es inútil que te escondas, es imparable, lo sabe todo y viene a por ti, me informó el chico.-¿Porqué a por mí?¿Y no a por ti?, inquirí.-Yo no le sirvo, soy un niño. Mi madre me contó antes de que se la llevara que una vez hace muchos años vino a parar aquí un científico muy importante y quiso reciclar o algo así, pues yo no entiendo muy bien esas palabras, a las personas que estaban recluidas  aquí , vamos que les quiso dar una utilidad, entonces empezó a unirlas a todas, a coserlas o algo así. Construyó un monstruo con cientos de cabezas, brazos y piernas que continuamente va perdiendo miembros putrefactos que tiene que reponer. Los trozos de carne podrida que se desprenden del monstruo tampoco se desperdician, se siembran en el pantano negro , una parte alimenta a la isla y otra renace de nuevo. Estas son las especies de plantas que has visto por el camino hacia aquí. Tu vas a ser el próximo repuesto. Te he traído aquí para esto. Lo siento, pero traeros hasta aquí es mi contribución a cambio de salvar mi vida. Algún día volveré a la civilización, me lo ha prometido.

No podía creer lo que estaba oyendo, pero  el aspecto y el olor parecían confirmar la historia. Sentí como algo cálido y maloliente me envolvía. Entre la confusión pude apreciar una especie de escalera de cuerdas un poco más adelante, sin saber de qué se trataba me agarré a ella pues fuera lo que fuera, no podía ser peor que lo que me esperaba allí. La escalera se fue elevando y yo con ella. De pronto me vi en un helicóptero de las fuerzas armadas oyendo una voz en off que decía: 1000 metros, 2000, 4000 y subiendo…!Ahora!, lanzad la bomba, acabemos para siempre con esta pesadilla. Nunca debimos permitir al doctor Morgan realizar el experimento.

La explosión conformó una gran seta que hizo temblar el aparato desplazándolo bruscamente, solo se me ocurrió un pensamiento:Juro por Dios que no volveré a infligir la ley.

lunes, 1 de abril de 2013

Esperando el amor, por José García.


Eran los años oscuros de una España diferente, finales de los cincuenta, una España apartada del mundo, un mundo de pecado; pues aquí eran tiempos de “misiones” y “ejercicios espirituales”; y el dictador se paseaba bajo palio.

Eran tiempos de silencio, donde el conocimiento si no iba acompañado de la inquebrantable adhesión, era casi prohibitivo; donde el recurso al humor, a la risa y a la ternura, se ofrecía para ocultar la tragedia y huir del llanto.

Eran tiempos de seriales radiofónicos, sonaban las sintonías del consultorio de “Elena Francis”, o carrusel deportivo de los domingos, o los pitidos que precedían a los “informativos” de RNE.

Las escuelas eran centros de adoctrinamiento ideológico; “Santiago y cierra España”, “los Reyes Católicos”, “Evangelización del nuevo mundo”, “la cruzada contra las hordas rojas”, “el caudillo”, “la Patria”. Lo demás carecía de importancia, se cantaban las tablas, los ríos y cordilleras de España, y se recitaban como papagayos los verbos. Y como no, cada día, se izaba la bandera y se cantaba el “Himno Nacional”, y sobre todo rezaba, se rezaba al entrar, al salir y en clase, era el alimento del “espíritu”, aunque también del cuerpo, pues si hacías de forma obediente todo esto y te tomabas por las mañanas la leche en polvo, una tarde a la semana, te obsequiaban con una viena y mantequilla americana.

Así, cuando terminaban las clases, huyendo del sometido oscurantismo y porque no, de la falta de recursos, los niños y niñas se refugiaban en un mundo de fantasía e ilusión, en el que se volcaban con sus juegos y desbordaban con su capacidad imaginativa; solo interrumpida por los gritos de las madres, a la caída del día; “Pepito, vamos pa casa”; “Carmeli, tu padre está a punto de llegar”; “Manolito, Loren, vamos pa dentro, que no se hartáis de calle”, etc.

A Luis y María, la llamada, a veces les cogía de vuelta de su paseo furtivo junto al puente del rio, habían estado como siempre atentos a las campanadas del reloj de la torre, para que no les sorprendiera el tiempo; pues, aunque gustaban de jugar con los demás chicos y chicas, él a la pelota (futbol) con los amigos del barrio, y ella a los recortables, con Carmeli, Manolita y sobre todo con Ana; no perdían oportunidad de estar juntos. Luis remoloneaba por las mañanas hasta ver aparecer a María, corría a su encuentro y hacían el recorrido juntos hasta el colegio; el edificio era el mismo pero separado en la zona de recreo por una tapia, a la que Luis, cuanto veía oportunidad, se aupaba para buscar a María; su cabellera azabache, recogida siempre en dos trenzas o largas colas, y sus grandes y despiertos ojos de marrón-verdoso, la hacían inconfundible, pese a la uniformidad que daba el vestir todas el mismo babi.

Con esto se arriesgaba, si le sorprendían, a ganarse un “capón” o algún que otro castigo; por ejemplo, perderse esa semana la viena con mantequilla.
A la salida de clase se buscaban para hacer la vuelta juntos. Ella decía nerviosa:

-“Voy de prisa, ya sabes, tengo que hacerles unos mandados a mi madre antes que llegue mi padre para comer”.
 El llegaba y besaba a su madre, si ésta le respondía:
- “Ya estás aquí, tu padre estará también al llegar y aún no he comprado el pan”
El se ofrecía rápidamente para hacer el recado y así coincidir de nuevo con María en la abacería de la esquina, “Casa Paco”; al encontrarse se les escapaba una sonrisa cómplice, que no pasaba desapercibida para la dueña, Josefa, que refunfuñaba:
-“que te parece, valientes dos, ya os veo, ya”, “anda que queréis”       

Después, con el tiempo, llegaron los paseos solos por el campo; los baños furtivos en el rio; tumbarse al sol sobre las espigas y cogidos de la mano sonrojarse hasta confundir sus mejillas con las amapolas. Poco a poco se iban haciendo inseparables; provocando en ellos sentimientos y sensaciones hasta entonces ocultos, pero que percibían y sentían con la naturalidad de quienes lo viven desde el candor que da la inocencia. Descubrieron la perturbación azarosa que produce el primer beso, el sentir el tacto suave y cálido de sus labios, el latir acelerado de sus corazones cuando apretaron sus pechos en un abrazo, sentir como arde la piel cuando se producía el contacto; prometieron que se querrían y respetarían siempre; era un amor limpio, se sentían recompensados con pasar el mayor tiempo juntos, abrazarse y besarse aprovechando el momento o el lugar que les permitiera pensar que estaban solos en el mundo y que nada ni nadie pudiera robarles el disfrutar de ese instante.

Pero el destino intervino desplaciente, no habían cumplido los diecisietes años, cuando diagnosticaron una grave enfermedad a la madre de María, Aurora; les recomendaron para su tratamiento y poder estar mejor atendida su traslado a Barcelona; su familia tenía parientes allá, por lo que en breve aviaron el viaje y traslado de todos.

El mundo se derrumbo para María, que ocurriría ahora, un mundo de incertidumbre e inseguridad se le abría; donde quedarían las promesas, los besos y abrazos, donde su complicidad para disipar y solventar enredos y santiamenes; podrían volver a mirar juntos el horizonte que representa la ilusión, la utopía de un mañana. Por otra parte su madre la necesitaba en estas circunstancias.

La noche anterior a la partida, el abrazo quería ser eterno, se prometieron que volverían a verse, que pronto volverían a estar juntos, que jamás se olvidarían.

Durante algún tiempo se mantuvieron en contacto a través del correo escrito, pero los cambios de domicilio y las atenciones que necesitaba la madre, por parte de María; así como la ayuda a las tareas del campo, y la necesidad de rendir servicio a la patria, es decir, “la mili”, por parte de Luis, hicieron que estos fueran cada vez más distanciados y extemporáneos, hasta perderse definitivamente. Pese a esto, jamás se olvidaron, pero con el paso del tiempo asumes vivir en ese limbo de lo desconocido e idílico, al temor de una realidad que fracture lo que de onírico aun guarden tus recuerdos.

A lo largo de los años Luis intentó varias relaciones con otras mujeres, pero ninguna de ellas cristalizó, siempre pesó el recuerdo de María. Cuando Luis visitaba a su hermana o viceversa, disfrutaba con la compañía de sus sobrinos, y se imaginaba lo que podría haber sido la vida con María.

Pasaron los años de la madurez, la crisis de los cuarentas, de los cincuentas, etc. Y cumplidos ya los sesentas, Luis había asumido su vida en solitario, es decir sin una compañía estable; aunque ello no significaba soledad, ni resignación ante la vida.

Fue en el verano de 2010, en un viaje vacacional y durante la estancia en un establecimiento de reposo y termas medicinales; Luis, entró en el comedor dispuesto a tomar un buen desayuno, que le proporcionase las energías suficientes para el paseo que había proyectado realizar por los alrededores; en la bandeja, un zumo de naranja, un plato con fruta variada, una pequeña tostada con aceite de oliva y un humeante descafeinado con leche, cuando fue a depositarlo sobre la mesa, tuvo que hacer un esfuerzo y equilibrio para que este no se le precipitara  de golpe, la visión de aquella mujer, sentada en la mesa  junto a la que él pretendía ocupar, le trastorno visiblemente; no era posible, su cabello era más claro posiblemente teñido para ocultar las posibles canas, su rostro reflejaba el paso del tiempo pero conservaba su natural belleza, sus labios pintados, aunque nada pretensiosos, exhibían su frescura, pero sobre todo sus ojos grandes y vivos, marrones-verdosos, eran inconfundibles; después de tanto tiempo, así de repente se mostraba frente a él, no había duda ¡María! Sin darse cuenta había pronunciado su nombre en voz alta.

Ella fijo su mirada en Luis.

-Le ocurre algo, está usted pálido.
-¡María! ¡Eres tú!
-Sí, pero ¿Quién es…? ¡no! ¡Luis!

Afortunadamente ella se encontraba sola y el hecho pasó desapercibido para el resto de los que se encontraban en esos momentos en el comedor, María le invitó a sentarse, él cogió sus manos, y a pesar del tiempo, volvió a sentir aquella sensación ya casi olvidada al tacto de su piel. Charlaron largo rato, sin dejar de mirarse a los ojos, hasta que recordaron que habían quedado para almorzar, interrumpieron su animada charla, no sin antes quedar verse para la cena.

La tarde era tórrida y se les hacía eterna, Luis deseaba y temía al mismo tiempo el reencuentro, no soportaría perderla de nuevo. Llegó con tiempo suficiente para observar desde la mesa acercarse acompasadamente a María, conservaba aun una peculiar belleza, tocaba su peinado con una ancha diadema a juego con el vestido, sobrio pero actual, de color verde oscuro, con estampados en negro y otros tonos verdes; conservaba la misma sonrisa y viveza en la mirada.

La noche era calurosa, la luna lucía y llenaba de luz aquellos jardines, el aroma a jazmín impregnaba y embriagaba el ambiente, se besaron y abrazaron con pasión pero al mismo tiempo con ternura, sus corazones volvieron a latir aceleradamente. Sin saber cómo, pero al parecer con la misma complicidad de aquellos encuentros furtivos, se encontraron en la habitación, primera vez sintieron plena su desnudez, el calima de la noche y el ardor del deseo les abrazaba la piel, pero no impedía que se abrazaran, se acariciaran y besaran cada centímetro de sus cuerpos, amarse hasta quedar exhaustos y sudorosos, experimentar el placer que el destino les había privado.

Luis quiso decir algo, pero María le silencio poniendo un beso en sus labios, se reclinaron sobre la almohada y el sopor les pudo. Cuando Luis despertó, María no estaba. A la mañana siguiente salían y con prudencia trató de localizarla, por fin la vio, alguien la acompañaba y la ayudaba a subir al autobús, ella giró la cabeza y se cruzó con su mirada, sonrió al tiempo que sus grandes ojos se humedecieron sin perder la alegría en la mirada, dos lágrimas resbalaron luminosas sobre sus mejillas enrojecidas como amapolas, al igual que aquellos días junto al río  Luis correspondió a su sonrisa, comprendió la situación, y a pesar de ver cómo María se le escapaba de nuevo, quizás definitivamente, no pudo sentir más que amor, un amor que había esperado toda la vida. 

Indignación, por Carmen Gómez Barceló.


Hay que tener moral para venir a las 8 de la mañana a meterse en la piscina, especialmente hoy que hace un día de perros; Que frio por Dios, mejor será no pensarlo. Acaba de llegar mi compañera de taquilla y nos saludamos con un “Buenos días” y una sonrisa algo forzada, la verdad, pero es que es la única forma de animarnos. Empezamos a quitarnos la ropa con valentía y dejamos ver el bañador que traíamos puesto  de casa.

Al principio, hace ya algunos años íbamos a nadar a la piscina olímpica con monitor pero el agua estaba helada, por eso nos decidimos a practicar aquagim en otra pileta más pequeña, dentro de la misma instalación, que contiene agua templada, lo que la hace bastante agradable, y  donde se encuentra gente de todas las edades.

El madrugón empezaba a tener fundamento, pues una vez ataviadas con traje de baño, gorro y zapatillas de goma, el frío estaba casi olvidado, pero, como casi siempre, cuando  parece que la cosa va bien, aparece  alguien y te lo estropea.

En efecto, hicieron acto de presencia en el pasillo de las taquillas dos chicas de mediana edad. Eran ese tipo de mujeres que parecen que se ríen del mundo de donde se sienten el centro. Sin más remedio y debido a la cercanía en que se encuentran los pequeños armarios, no pude evitar oír su conversación.
-La verdad es que no me apetece nada meterme en la piscina hoy, Rosi, el agua debe estar muy fría.
Es verdad Pili, hoy deberíamos  hacer Aguagim como “las maris”.

Siempre que oigo esas palabras algo se rebela en mi interior, di media vuelta y me dirigí a ellas.
-Perdonad chicas, ¿Quiénes son las maris?

Ellas, algo perplejas, me miraron atónitas.

-¿Somos nosotras las maris?- Pregunté dirigiéndome a la tal Rosi-  ¿Porqué? ¿Por qué yo soy mari y tú no eres mari?
-Mujer, no te lo tomes a mal, era una broma, me contestó.
-No, no me lo tomo a mal ni a bien, sólo que no creo que haya nada especial que nos distinga, a no ser que para ti ser mari signifique  ser mayor, cosa de la que no te vas a librar, o que ser mari sea estar horas metida en la cocina, sobre todo para que las no maris como tú, podáis comer caliente todos los días, o que ser mari quiera decir trabajar de economista, psicóloga, canguro, limpiadora, etc.etc…y todo ello en formato O.N.G., o sea gratis… ¿A eso te refieres cuando dices “las maris”?

Enseguida me di cuenta de la salida de tono de mis palabras. Las chicas recogieron velozmente  sus pertenencias y se fueron a otro pasillo, mi compañera también se quitó de en medio rápidamente  y de pronto sentí como se clavaban en mí todas las miradas. Había vuelto a emerger la indignación esa que a veces me juega malas pasadas. Pobres chicas, el susto que se han llevado a estas horas de la mañana sin comerlo ni beberlo. No creo que se les ocurra nombrar la palabra mari en bastante tiempo. Bueno, la verdad es que  después de estar saltando una hora, ya ni estoy cansada ni tengo frío y volveré a casa como nueva.

¿A quién le tocará soportar el próximo ataque de indignación?