martes, 31 de diciembre de 2013

El Luthier, por Matilde López de Garayo



Pero soy tu hijo, Omobono. Toda mi infancia, mi adolescencia, han sido un camino de aprendizaje. Me he criado entre  cuerdas, arcos, volutas, cajas de resonancias, mástiles  y... y... clavijas,  de violines, violas, violonchelos, arpas... Me he esforzado en aprender todo lo concerniente al violín, incluso su origen. Fuera de Italia el laúd y aquí la lira bizantina o el rabel.

He preferido tu compañía en este taller, entre madera, tripas secas de animales y crines de caballos a aprender otro oficio. Incluso, ¿Te acuerda el tiempo que le dedicaste a establecer unas nuevas dimensiones al violín, un cuerpo más pequeño que le proporcionó un sonido más poderoso? Pues yo estaba allí, a tu lado, Padre, ¿No te acuerdas ya? 

Me enseñaste a elaborar instrumentos más estrechos y delgados, convenciéndome de que así favorecía su acústica y  conseguiste un tono más penetrante y mayores vibraciones...¡Todo este tiempo, contigo!

A lo largo de estos años aprendí con indicaciones tuyas, a mejorar el arco, los espesores de la madera y la construcción del mástil.

Incluso ¡Hizo tanto hincapié en la búsqueda de la madera! Sólo adquiríamos la de los bosques de aquí. Te acercabas un trozo al oído y decías -¡Éste! Y después te empeñabas en que ni mi hermano Francesco ni yo, olvidásemos que el violín debía “madurar su madera”, que había que usar el instrumento a menudo para que sonara mejor, que la madera mientras más vieja, más curtida.  Todo eso me lo has enseñado tú ¡Padre!



Pero, llevo mucho tiempo estudiando nuestros violines y los de los demás luthieres de Europa y el porqué de nuestro éxito. He llegado a una conclusión. Aparte de las dimensiones  y demás innovaciones implantadas en los instrumentos, aparte de la concienzuda búsqueda de la madera, del proceso de barnizado, de la cantidad de calor solar necesaria para distender la película y acelerar el proceso de secado sin que dé lugar a que aparezca un craquelado, aparte de todo esto, el motivo es otro. ¡Padre! ¿Verdad? La causa de la   calidad de las piezas es la tintura que le aplicamos. Si no ¿Por qué  ese barniz más coloreado? Debe ser un componente que utilizas y que le proporciona mejor transpiración  a la madera. Debe ser eso ¡No me cabe duda! El barniz es el que consigue que el sonido sea perfecto. ¡Perfecto! Conozco todos los ingredientes menos uno y no doy con él. He hecho cientos de combinaciones y no consigo el mismo esmalte...

Padre tienes ya noventa y dos años. Hace tiempo que no te encierras en tu taller y estamos acabando las últimas cantidades que nos quedan, las últimas que elaboraste tú  ¿No crees que ya es hora de que nos transmita  a mi hermano y a mí el secreto de la composición de esa laca? No te muera con ese secreto, Padre ¡Por favor!

No es sandáraca ni alcanfor ni ámbar ni trementina ni aguardiente, ¿Cuál padre? ¿Cuál es?¿Si? ¿Qué me acerque?

¡No te escucho bien!

 ¡No te entiendo!

No padre, no es aceite de linaza. Padre no te muera aún...¡Padre! ¡NO!


  


El 18 de diciembre de 1737 en Cremona (Italia), murió el más celebre constructor de instrumentos de cuerda de la historia de la música: Antonio Stradivarius, se llevó consigo el secreto de su barniz.            

lunes, 30 de diciembre de 2013

La vida es amor, por José García


Hola amor. Me parece estar reviviendo la misma historia de hace treinta y cinco años. Tú bien sabes a que me refiero. La diferencia está, que hoy no soy yo, sino nuestra hija quien sufre en su cuerpo la incertidumbre sobre la salud del futuro ser que empieza a crecer en su vientre. Y que hoy no estás junto a mí, y no me acompañará tu complicidad para librar el dolor. La misma con la que afrontamos aquella angustiosa decisión.

No fue nada fácil, recuerdas. Cuando supimos de mi embarazo, después de que me hubieran realizados varias radiografías por un problema de trauma. Estado que no esperábamos, pues por aquel entonces ya teníamos dos hijas, de tres años y escasos cinco meses respectivamente. La posibilidad de que las radiografías pudieran haber afectado al feto, nos inquietó. Primero porque sicológicamente no estábamos preparado para un nuevo embarazo y más aún si había que afrontarlo con estas complicaciones. La incertidumbre nos mantenía enajenados y absorbidos la mayor parte del tiempo. Por lo que decidimos buscar ayuda al respecto. Había que hacerlo con precaución extrema, casi en secreto. Pues por aquel entonces la interrupción del embarazo se consideraba un delito. Y cualquiera podía denunciarte.

A través de un amigo contactamos con un círculo de gentes de ideas progresistas al respecto y dispuestas a echarnos una mano. Recuerdas, aquellas visitas casi clandestinas a la consulta. La receta de aquellas inyecciones, que no retiramos en farmacia alguna, sino en un domicilio particular. Las cuales no tuvieron efecto. Después el viaje a Faro (Portugal). Donde, con buen criterio, denegaron la interrupción. Ante el avanzado estado del embarazo y la falta de medios y condiciones para realizarlo con unas mínimas garantías. Situación, que pese al trastorno que nos ocasionaba, tuvimos que agradecer. El último recurso que nos quedaba era Londres (Inglaterra). De aquel vuelo que partió desde Málaga, al llegar al Hospital, coincidimos ocho familias. El “extracto social” y los motivos, varios, pero todos con una misma necesidad.

No, no fue fácil la interrupción. Pero a quien contar todo esto. El dolor, el miedo, la incertidumbre, la angustia, las lágrimas derramadas de una mujer cuando ha tenido que someter su cuerpo a esta traumática experiencia tanto física como psíquica. Hoy, afortunadamente, nuestra hija no tendría que pasar por todas estas vicisitudes. Solo espero y deseo que las circunstancias no sean adversas y pueda disfrutar de su maternidad libre, saludable y dignamente.

Pero, fíjate, esta realidad por increíble que parezca puede durar poco. Y éste dilema que parecía superado, puede resurgir de las catacumbas de la historia. Y cuestionar el derecho de toda mujer, a disfrutar de su maternidad, como una opción personal, voluntaria y libre. A ninguna mujer se le puede obligar a una maternidad no deseada. Una sociedad de individuos libres, plural y democrática no se puede regir por una opción personal de sus gobernantes ni por confesión particular alguna. Además es banal y hasta cruel, considerar la excepción para limitar las reglas. Prohibir no te hace más libre.

Como tu bien sabes en tiempos difíciles, nos convertimos más vulnerables y cada cual trata de librar su particular guerra. Obviando que cada paso atrás o frenazo en los derechos y libertades individuales o en colectivos concretos, nos afectan a todos y merman nuestra capacidad de defensa. Tú solías decir. “La igualdad solo es posible entre ciudadanos, cuando estos se encuentran en idénticas condiciones en el ejercicios de sus responsabilidades. Cuando hombre y mujer, trabajador y trabajadora, padre y madre, encuentren amparo en un mismo proyecto social.” Si la mujer vuelve a ser tutelada, en algo tan vital como su propia maternidad, todos estaremos perdiendo la batalla de la libertad, la dignidad y la igualdad.

Hoy con argumentos no exentos de cierta hipocresía, tratan de imponer su “moralidad” y criterios. Dicen, “En defensa de la vida,” pero resultan poco convincentes. Cuando se apoyan medidas que nos deshumaniza y criminalizan a los más desprotegidos, que cada día son más ante el desequilibrio que supone un desigual reparto de las riquezas. Cuando millones de personas pasan hambre y mueren en el mundo, en su mayor parte niños.

 Tú dirías que la motivación es ideológica, y en ello coincidimos. Los tan maníos cambios demográficos producidos por la disminución de los niveles de natalidad. Cuyas causas, según los sectores más rancios de la sociedad, tienen su origen en: El intento de incorporación de la mujer al mercador laboral. Retraso en la edad del matrimonio. El aumento del número de familias inestables (monoparentales, homosexuales). La disminución de la familia tradicional.

No entienden que hoy la maternidad no sea vista como el ideal de toda mujer, trabajadora o no. Que el reparto de responsabilidades dentro de la familia se desequilibra en detrimento de la madre trabajadora con respecto del padre. Que el debate no está en recortar el Estado, sino en reforzar sus estructuras del bienestar, para mejorar las condiciones económicas y sociales básicas, en las que puedan desenvolverse las familias con hijos.


Bueno, cierro el diario por hoy, que más te voy a contar que no sepas, han sido muchos años juntos y compartidos. Mañana acompaño a nuestra hija al Hospital, solo deseo que su capacidad de amar, sea compensada y el embrión que se desarrolla en su vientre, pueda ver la luz lo suficientemente saludable para tener una vida digna. Porque la vida, solo es posible, desde el amor.

viernes, 20 de diciembre de 2013

Volver a casa, por José García


Iván descansaba con una humeante taza de café entre sus manos. Dentro de unas semanas hará un año que llegó como colaborador, en su condición de Ayudante Técnico Sanitario (ATS), al Centro de detención para migrantes en Saná, capital de Yemen. Cuantas veces pensando que lo había visto todo. Que nada podría ya, hacerle sentir dolor. Y desgraciadamente, casi sin tiempo para conmoverse, como si una fuerte bofetada impactara en su rostro, un nuevo drama humano le despertaba. Para mostrarle que no, que ese dolor es parte de su equipaje y que le acompañará en cada rincón olvidado del mundo.

Piensa en Aman, hacía algo más de una semana que había llegado al centro junto a una veintena más, todos etíopes. Apenas si había articulado palabra alguna. En su rostro y en la tristeza de sus ojos, de los que ni tan siquiera lagrimas le quedan por derramar, se le reflejaba el dolor y el sufrimiento. Un dolor que no solo es físico, pese al mal estado en que llegó (dedos rotos,  costillas rotas, las articulaciones molidas y tremendos hematomas por todo el cuerpo); sino interior, aquel que hiere y deja huella en lo más profundo del alma, en el orgullo, en la dignidad como persona y ser humano. Parecía que solo le aferrase a la vida aquella pequeña libreta, que apretaba contra su pecho y que no soltaba jamás.

Al octavo día, cuando Iván se acercó a Aman para atenderlo, observó su mirada perdida. Sus ojos parecían buscar algo que no hallaba. De momento estos quedaron fijos en los de Iván. Tras un breve instante, Aman alargó una de sus manos buscando las de Iván, mientras la otra seguía sujetando la pequeña libreta. Tras agarrarlas con fuerza depositó en ellas el pequeño tesoro que tan celosamente había guardado desde su llegada. Al hacerlo sus ojos se humedecieron y sin perderle la mirada los cerró. Sus facciones se relajaron, el sudor se enfrió y quedó sumido en un profundo y eterno sopor.  

Después de concluir con todo, al final de la jornada, Iván decidió ojear aquella libreta. En el interior, pegada en la tapa, había una deteriorada foto. Aunque esta parecía reciente, en ella Aman aparecía junto a una bonita joven y de dos pequeños; que en ese momento podrían contar con unos dos y cuatro años respectivamente. El resto estaba manuscrito y relataba una pequeña historia, aunque tormentosa e interminable para Aman.  

“Es viernes de la tercera semana del mes de mayo. Partimos de la ciudad de Weldiya, pequeña localidad situada entre las ciudades de Lalibela (conocida por sus iglesias talladas) y la populosa Dessei, con dirección a Yibuti. Una vez allí cruzaremos a la península Arábiga, en un primer momento a Yemen y posteriormente al destino elegido, Arabia Saudí.”

“Nos han convencido (las personas que nos guían), de los beneficios que obtendremos una vez lleguemos a Arabia Saudí, ganaríamos mucho dinero. Suficiente para satisfacer las necesidades de la familia y por supuesto la deuda contraída con ellos. Todo iba a ser fácil.”
“Hemos tardado casi una semana en atravesar las montañas que nos separan del desierto de Danakil. Soportamos lluvia y dormimos al descubierto durante las noches. Aunque esto solo era el preludio de lo que nos deparaba la travesía del citado desierto que ocupa parte de Etiopia y gran parte de Yibuti.”“El desierto de Danakil es un paraje inhóspito, en él soportamos temperaturas extremas en sus inmensas, áridas y sulfúreas llanuras.” 
“Por fin la costa y a un salto la península Arábiga, solo nos separa el estrecho de Mandeb, en la unión de Mar Rojo con el Golfo de Adén (Océano Indico).”
“Cuando conseguimos alcanzar las costas de Yemen nos esperaba una ingrata sorpresa. Hombres armados nos aguardaban para desposeernos de las pocas pertenencias que nos quedaban. Nos encerraron en un campamento, nos retuvieron, nos pegaron y nos robaron. Algunos no lo soportaron y encontraron la muerte.”  “Cuando al fin nos liberaron, convencidos que nada más podrían conseguir de nosotros, anduvimos errantes y tuvimos que mendigar para supervivir, esperando la oportunidad para entrar en Arabia Saudí.”
“Después de varios intentos lo conseguimos. Aunque faltó tiempo para que los soldados Saudís nos detuvieran, golpearan y abandonaran en el desierto. Tras tres días andando por el desierto, rotos, desanimados y hambrientos, llegamos a Saná. Nos dirigimos al Centro de detención y migración de la capital. Pedimos que nos detuvieran, al menos nos atenderían y nos devolverían a casa.”


Desgraciadamente algunos como Aman no lo consiguieron. Encandilados por el resplandor de una sociedad de consumo, donde todo parece fácil, quedan atrapados en una red de traficantes, mafias y gobiernos irresponsables, que se aprovechan de sus necesidades y sueños. Es lícito querer mejorar, luchar por alcanzar los sueños, pero sobre todo es primordial que lo hagamos en conciencia, como individuo y como integrante de un pueblo que tiene derecho a la libertad, igualdad y dignidad. Pensó Iván apurando el último sorbo de su taza de café.

El suegro refunfuñón, por Mari Carmen Vega López


Era un día de navidad, un 24 de diciembre de 1993. Estaba Paco y los familiares de su esposa Raquel, de 33 años. Ese día era muy especial porque aparte era el cumpleaños de la hermana de Raquel que se llamaba Jade e iba a cumplir 39 años.

La madre de Raquel que se llamaba Jacinta y tenía 73 años, había estado preparando durante toda la noche la comida, decidiendo el mantel, las servilletas, los platos, las copas y más cosas. El padre de Raquel era muy estúpido. Tenía 76 años, se llamaba Allison y estaba sentado enfrente de Paco.

Entonces llegó la hora de comer. Jacinta sacó un pollo que tenía en el horno hecho desde hace dos horas. Y justo en ese momento se pusieron a comer. Brindaron con coñac y siguieron comiendo. Paco se puso a hacer manitas con Raquel, cosa que al padre no le gustaba y carraspeó con la garganta. Los dos se le quedaron mirando y siguieron comiendo cada uno por su cuenta.

Más tarde llegó el momento de repartir los regalos y sacar la tarta de nata que había hecho su madre para ese día. Todos estaban muy contentos y felices hasta que Raquel sacó el regalo que había comprado ella con Paco.

-¡Felicidades!-soltó Raquel cuando le entregaba el regalo.
-¡Gracias!-dijo Jade.

Entonces de repente el padre se levantó bruscamente y se llevó consigo un periódico enrollado  en la mano y le dijo a Paco que si podía acompañarle un segundo, Paco cedió y cerró la puerta con un portazo.
Allison se acercó a él y lo empujó-¡te crees que porque estés en mi casa te da derecho a pavonearte  y a hacerle guarradas a mi hija!-

-¡Eres un cerdo!-gritó y el periódico que tenía en la manos se estampó contra la cara de Paco.

En ese instante, Paco se levantó  y le agarró fuertemente la camisa y le reventó la nariz con un puñetazo.

-¡Gusano pervertido, ven aquí que te voy a reventar la cara!-gritó Allison.

Raquel  intervino-¡Papá que está pasando aquí!-

El joven se repuso  cogió una silla y se la tiró en la cabeza a Allison.

-¡Ah!, ¡ven aquí desgraciado!-gritó el padre con un mechero encendido en la mano.
-¡Oh, por dios!, ¡llamen a la policía, por favor!-gritó Jade llorando.
-¡Asesino!-gritó Allison.

El joven  mientras sangraba por la nariz salió de la casa con Raquel.


Todo acabó mal: la madre se había desmayado, Jade sufrió un ataque de ansiedad aunque por suerte, ya estaban allí los del 061. La casa quedó destrozada. Por tanto, el padre y el novio pasaron a disposición judicial y de seguido a la cárcel.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Bienvenido a Valle Perpetuo, por Sonia Quiveu


En San Jorge hay una casa deshabitada que aún conserva todas las pertenencias de su último dueño.

Ningún vecino de la aldea conoce realmente la historia de lo que ahí sucede, pero todos los que la han habitado han ido desapareciendo de repente. Y siempre se ha encontrado el mismo libro tirado en el suelo, abierto por la misma página, y un nombre más escrito en él.

En ese libro hay un dibujo de un paisaje verde, con un sendero que atraviesa el bosque y un río. Al fondo se ve, entre los árboles, que ese sendero conduce hasta la misma casa de San Jorge.

Ilena acaba de mudarse a la casa abandonada, aún está colocando sus enseres y ha tropezado con el libro, que sigue en el suelo. En un principio ha hecho el amago de devolverlo a la estantería, pero al final no lo ha soltado y ha empezado a leerlo.

“Valle Perpetuo, 24 habitantes”


 “Valle Perpetuo da la bienvenida a todo aquél que encuentre el libro. Si usted está leyendo esto, es porque tiene la oportunidad de ser un miembro más de esta comunidad tan maravillosa. Un lugar de retiro donde el tiempo no avanza, el clima siempre es primaveral, y no existen los problemas, los disgustos ni los contratiempos. Tendrá todo el ocio que desee y podrá disfrutar de todos los entretenimientos que necesite sin preocupaciones de horario. Lo único que tendrá que hacer es registrar su nombre en el libro y será un residente más de este paraíso”.

La búsqueda de Aldahir el rojo, por María del Mar Quesada


Aldahir  el Rojo no fue siempre el marino de pelo rojizo, consumido por su mal carácter, y con el ojo herido por una cicatriz del corazón.  En su juventud fue un joven  atlético,  de trato amable, cuyo color de pelo pasaba desapercibido entre sus congéneres  hiperbóreos. Su nombre “reposo de caballos” tenía significado en su pasado,  pues amaba a aquellos animales como a un igual. También amaba  el bosque oscuro y sagrado, amaba la tierra que pisaba: Glendalough.

Cómo un hombre de tierra se convierte en hombre de mar, puede ser extraño y contradictorio. La explicación, de este cambio de rumbo, se halla en un viaje de iniciación que se desvía del camino y termina en otro puerto diferente.  Se desvía, porque a mitad del sendero  encuentra un amor que no espera, aunque en la sangre de la raza celta, esté escrito que “En Éire, cada rey debe tener su reina, pues el hombre solo está completo  cuando  tiene una mujer a su lado”.

El joven Aldahir en su primer viaje en soledad, solo pretendía observar otros bosques, otras tierras, otros caballos. Sin embargo, cuando llegó a Wicklow, lo primero que encontró en aquel clan, fue a Muirgheal.  Supo que la encontraron, años atrás, en una barcaza varada en la orilla del Muir Éireaan,  cerca del asentamiento de  Wicklow, rodeada de cadáveres, supuestamente los restos de su familia. Nunca supieron cómo aquella niña de piel blanca y cabellera negra como la noche, había sobrevivido.  La adoptaron y le pusieron Muirgheal “mar brillante” por el lugar donde apareció y por el brillo  de sus ojos y su pelo.

Nada más verla, Aldahir quedó subyugado bajo el poder de la oscuridad  de sus ojos y  el resplandor de sus cabellos. Esa joven era un enigma y muy diferente a las bravas mujeres de su familia. Ella simbolizaba la delicadeza, la fuerza, la cercanía y al mismo tiempo el misterio. Todo lo que un joven como Aldahir  desconocía y quería conocer. Durante su estancia en el clan de Wicklow, él  se olvidó de los bosques, de la tierra, de los caballos. Todo su tiempo y sus sentidos eran para ella, estaba fascinado con la cadencia de su voz, con la suavidad de su  piel clara,  con el olor de su cabello, con el sabor de su boca, con la sinuosidad de su figura. Se dejó seducir por la historia que ella jamás había contado a nadie, la de antes de llegar a aquella orilla. Aldahir fue el primero en descubrir los anhelos de Muirgheal: cruzar ese mar que le arrebató a su familia, sus orígenes, su vida y volver a su tierra.

El joven prometió cumplir su sueño por ella.

Nunca había visto el mar antes, creía que  el agua  calmada  que disfrutaba con ella todas las noches, no tenía peligro. Para él, el peligro en aquella playa, solo fue cuando Muirgheal,  jugando, le  lanzó una pequeña piedra y le dio en el ojo. Aldahir no era consciente de que existe un mar más violento que se traga a los hombres y sus esperanzas. Así que se embarcó en su nueva vida de marinero inexperto. Su valor y su deseo de volver para llevarse a Muirgheal,  suplieron la ignorancia del muchacho.

  

Aquel primer viaje, que pensó le llevaría unos meses, duró dos años. Cuando regresó a Wicklow  no había nadie esperando. Ella se había marchado en busca de su propio sueño. Aldahir no sospechó que había sido abandonado y olvidado. Loco de esperanza, salió a buscar a Muirgheal.

Aquella búsqueda ya lleva gastados veinte años de su vida. Entre batallas, conquistas, tesoros y heridas, ha estado persiguiendo una ilusión. Ese largo trayecto vital ha convertido al joven Aldahir, en el temible Aldahir el Rojo.

Con más de cuarenta años se ha hecho al mar, como en su  infancia se hizo a la tierra. Es un hombre con riquezas, amo de su propio barco, de su tripulación y  famoso como infatigable explorador y conquistador. Pero ni sus enemigos, ni sus pocos amigos conocen  que este bravo guerrero tiene el  corazón lleno de temores.

Esa pequeña cicatriz en el ojo es el recuerdo constante de sus miedos. Miedo a enfrentarse a su propio pasado, al bosque sagrado, a su tierra en Glendalough. Temor  porque se olvidó de sí mismo y ahora es, quién nunca quiso ser. Pánico porque  traicionó todo lo que era, todo lo que creía, todo lo que le enseñaron, para perseguir el fantasma de una ilusión con cuerpo de mujer.


Muirgheal, cuya sola evocación le recuerda que jamás pertenecerá otra vez a Éire, porque Aldahir el Rojo es y será un hombre incompleto, para siempre. 

lunes, 16 de diciembre de 2013

Un sueño llamado libertad, por José García


Cuentan que existió una vez en la tierra un lugar de gran hermosura y belleza. Su paisaje se mostraba con grandes contrastes, desde las dibujadas y doradas dunas del desierto a enormes vergeles, con grandes lagos y caudalosos ríos que fertilizaban sus tierras. Pasando por territorios extensos denominados sabanas.

En ellas podían encontrarse antiquísimos vestigios culturales, desde grandes y enigmáticas pirámides, a la primera Madraza en tierra de unos seres misteriosos, los Tuareg. Que introdujeron costumbres y tradiciones ancestrales. Una tierra rica, que atesoraba en su subsuelo, gran cantidad y variedad de minerales. Todos valiosos y algunos de los denominados preciosos, como el oro o el diamante.

Ello la hizo ser codiciada por los hombres. Deseosos de poseer, violaban y esquilmaban esa tierra y sus gentes. Causando guerras, pobreza y calamidades.

En la parte más meridional de esta tierra, más allá, de la región de los grandes lagos, en las laderas sur de la Amatola, se extendía un territorio llamado Xhosa, de abundantes lluvias, que nutría a incalculables arroyos que vertían sus aguas en el Gran Rio Fish. Esto dotaba a esa tierra de una naturaleza envidiable, pero tristemente encajonada en los prejuicios raciales. Donde los nativos eran sometidos a persecuciones e infamias, tales como palizas y torturas. Pues bien, allí, hace mucho, mucho tiempo, en una aldea llamada Mvezo, nació Rolihlahla, su padre era miembro de la Casa Real de Thembu.

Desde joven renunció a esa jefatura tribal, y aunque recibió una educación ajena a su etnia, acudía a reuniones nocturnas con ancianos. Donde podía conocer la historia y civilizaciones de sus antepasados. Este joven fue creciendo, siendo testigo del sufrimiento y padecimiento de su pueblo. Cuentan que logró terminar sus estudios de Derecho. Y que desde ese mismo momento, todo su conocimiento y esfuerzo, lo unió a la suerte de la clase más oprimida. Y junto a ella se dispuso a recorrer el largo camino que debía conducirles a la libertad.

Los que le conocían, decían, que aquel día en Mvezo, de la etnia Xhosa, había nacido un hombre bueno. Aunque, como el mismo decía, reducir que todo es producto de una persona, es menospreciar el esfuerzo, el sacrificio y hasta el martirio de otras muchas. En este recorrido, le persiguieron, le tacharon de terrorista, le denostaron e intentaron impedir su labor revolucionaria.

Sucedió pues que, así como su nombre Rolihlahla, significa “arrancar la rama del árbol”, él fue arrancado de esa ansiada libertad y encarcelado. Pero a pesar de su prolongado encierro, que duró muchísimo, casi una vida, no conseguirían doblegar su sueño y siguió siendo referente para todo un pueblo que continuó su lucha por la libertad. Su vida representó para todo el mundo, la dignidad.


Cuentan que, casi un siglo, después de haber visto por primera vez la luz en aquella aldea, después de conseguir cotas de libertad y bienestar para todo un pueblo, su cuerpo ya cansado encontró el merecido descanso. Todo el mundo le lloró. Pero el espíritu, el legado de dignidad y compromiso con los más oprimidos, de aquel hombre bueno y al que todos conocieron como Madiba, voló libre por siempre en el tiempo. 

Alma congelada, por Samuel Lara


La noche era tranquila, las cortinas negras se ondulaban por el viento que soplaba en la oscuridad del reino. El viento viajaba dentro de la habitación tocando todo a su paso, pasando las páginas de un libro, moviendo el pelo del heredero, zarandeando las puertas del balcón que él había abierto.

Como una sombra, el rey se desplazaba a través de la habitación del hijo bastardo de su mujer, con el pensamiento de clavarle el puñal que él mismo le regaló. En su interior una voz le decía lo que debía hacer. Mientras se acercaba a la cama, cogió el puñal de diamante negro con suavidad para no despertar al chico que estaba durmiendo en la cama. Cuando llegó su alcance, el rey levantó el puñal con la mirada furiosa en el chico que dormía plácidamente. Entonces bajó rápidamente el puñal para acabar lo que había empezado, sin embargo el puñal salió disparado clavándose en la pared. El chico tenía en su poder el escudo de diamante, una esfera de color verde azulado, el cual solo aparece para proteger al ser definitivo.

El rey miró asombrado el puñal en la pared, al girarse, el chico no estaba, la cama estaba vacía. Una sombra estaba detrás de él, en el balcón, el chico no era como siempre, en su espalda había dos alas negras, una cola negra y puntiaguda y unas garras enormes.

El rey se dio cuenta de que ese chico tenía más poder que él, aunque enseguida sacudió la cabeza para no creerlo.

Antes de que se diera cuenta, el chico volvió a su forma humana, aunque su mente estaba aún en la oscuridad. Ambos levantaron las manos al nivel de los hombros, sus miradas estaban llenas de odio. El rey lanzó una ola de hielo que atravesó la habitación en dirección al príncipe, que destruyó el hielo con una ola de cristal.

Se hizo el silencio, solo se oía el viento. El rey horrorizado, se giró para huir, pero la puerta se cerró dando un portazo. El chico controlaba todo a su alrededor, incluido el puñal, que salió disparado hacia el rey, aunque falló. Una chica atrapó el puñal con los dedos. Era Milky Rose, la cuidadora del príncipe, una chica de pelo violeta, con un traje morado y blanco con rosas azules en el pecho, en los guantes y en las botas.
Ella logró hacer que el príncipe recobrara el sentido. No solía acordarse de nada, pero esta vez sí, de repente dio un salto por el balcón y se fue volando a otro reino, un lugar congelado, el lago, las montañas, el palacio, todo lo que el hielo podía engullir.


El príncipe voló hacia donde estaba la responsable del invierno eterno. Llegó hacia un castillo de hielo, era una obra de arte, las paredes, el suelo, el techo, las puertas, incluso una lámpara en lo más alto. El príncipe subió las interminables escaleras, unas detrás de otras, hasta llegar a lo más alto del castillo, donde se encontraba ella, en el balcón, una princesa de pelo blanco, y un traje brillante de hielo. Se giró y sus miradas se encontraron.

El origen de una leyenda: Año 1611 "El Aquelarre", por Matilde López de Garayo.


En el firmamento apareció la primera estrella vespertina de aquel viernes de otoño.

-Seguro que se reúnen esta noche, eso es lo que les he oído a los monjes- Comentó Iñaki a Koldo que  estaba a su lado. Ambos, de unos doce años, se encontraban escondidos entre unos helechos cerca de la oquedad de piedra. Se alzaban de vez en cuando para contemplar el camino que les separaba de la cueva, sin darse cuenta que aplastaban al mismo tiempo cantidad de setas que habían crecido hacía unos días por la humedad de la tierra. 
Las pequeñas partículas de la  “Amanita muscaria”, se iba adhiriendo no solo en los ropajes sino también en las manos, incluso en la cara cuando se agazapaban al escuchar algún ruido entre los arbustos.

La luna llena se ocultaba a ratos tras las nubes  cada vez más densas. El viento meneaba las ramas que junto a la oscuridad que se iba adentrando en la maleza, deformaban las sombras alargándolas o achicándolas dándole al bosque un aspecto fantasmal.

-No han llegado aún, es nuestra oportunidad para entrar ¡Vamos!- Susurró Iñaki tirando de su amigo.

Traspasaron sigilosamente el trayecto y se ocultaron detrás de unas rocas, desde ahí divisaban el escenario donde se celebraban ritos paganos. No hablaban, sólo esperaban. Los nervios hacían que se pasaran continuamente las manos por la cara.

No te duermas, Koldo- Tenemos que estar atentos para cuando convoquen a Satanás- Y le dio un codazo para espabilarlo.
-No duermo, estoy aterido de frío y de miedo, ¿No crees que el diablo nos descubrirá?
-No digas bobadas, estará muy ocupado haciendo esas “cosas” con las mujeres y también con los hombres, según he oído... y  devorando a sus hijos.
-¿A sus hijos?
-Si, son ofrendas para él.
-¿No crees que exageras? Esos ritos, dice mi padre, que provienen de nuestros ancestros, que se celebraban adorando a otros dioses, y que la Iglesia los prohibió hace tiempo, que nunca se había hablado del Demonio ni de niños que...
-¡Shhh!- Ya llegan
-¿Pero si es?- Señala Koldo a alguien conocido.
-¡Calla! ¡Si1 Hay personas del pueblo, pero calla.  

La gente que llegaba iba apilando leña que había recogido por en camino Los participantes colocaron en un trípode de hierro oxidado un caldero ennegrecido, y esperaron a que el agua hirviera para añadirle determinadas sustancias líquidas y hierbas. Koldo observó que de una  jaula sacaban sapos verdes conocidos por su poder alucinógeno e incluso venenoso.
-Iñaki ¿Qué hacen con los sap...
-Esas pócimas son para atraer a Satán- Le corta el muchacho- Lo he escuchado en la abadía.
-¿Cómo te has podido enterar?- Preguntó Koldo con cara de asombro- Me escondo detrás de los sacos de trigo que hay en la estancia donde se reúnen los frailes, están preparando arrestarles en pleno, en pleno, no me sale la palabra, en pleno aquelarre, quizás esta noche...  

Ajenos a los niños, algunos de los componentes del rito pagano bebían el brebaje del caldero, y comenzaban a danzar de una manera organizada alrededor de una especie de ara de piedra donde se tumbaban alguno de ellos, para untarles el mismo brebaje por vía vaginal a las mujeres o anal a los hombres. 

Las sustancias alucinógenas   empezaron a hacer efecto en los danzantes acelerando el ritmo. Los movimientos iban siendo cada vez más seductores y embriagadores, más sexuales y primitivos. 

Koldo comenzó a mover la cabeza de un lado a otro, afectado por la droga de las setas que habían llegado a su cerebro a través de la piel - Iñaki, no sé que me pasa, veo las caras que se deforman, los colores, los colores son muy brillantes, y las voces parecen que se van y vuelven, además tengo la sensación de que vuelo...
-A mí me pasa lo mismo, creo que nos estás embrujando. Satanás está a punto de llegar. ¡Seguro! Ambos miraban a su alrededor escrutando los rincones oscuros a ver si descubrían al Maligno.

En el altar se tumbó una joven y con las piernas entreabiertas invitaba a un hombre a yacer con ella.

Iñaki y Koldo veían  la escena asombrados, su mirada era vidriosa y obscena  y estuvieron a punto de chillar cuando vieron que se acercó un macho cabrío cerca del grupo, se entremezcló con ellos, que ajenos a este hecho danzaban ya con una sucesión frenética de sacudidas, y totalmente desnudos.
-¿Es Él? – preguntó Koldo señalando al animal y tapándose la boca asombrado.
-¡Siiiiiii! –Responde Iñaki sin perder un solo detalle de la escena donde habían dado paso a la liberación de los instintos carnales.  Además pronto se vieron rodeados de un rebaño de cabras que habían estado paciendo cerca y  que se aproximaban al calor de la hoguera.

La ceremonia estaba llegando a su clímax cuando se  alumbró de golpe por el  resplandor del primer relámpago de la tormenta. Se reflejaron sobre el fondo de la gruta, las sombras de los participantes y de las cabras, cuyos cuerpos estaban  bañados en rojo por la luz de la fogata. Al tiempo de estallar el trueno aparecieron los alguaciles  y detrás los hábitos blancos y negros, crucifijo en mano para exhortar a Satán y detener a sus hijos.

Dos semanas más tarde de la detención de los brujos, Iñaki y Koldo van a presenciar la ejecución desde lo alto de un carro lleno de paja,  hoy serán quemados. La gente se empieza a impacientar, chillan y tiran restos podridos hacia el patíbulo donde doce postes están erguidos sobre una plataforma de  forma que lo puedan ver desde todos los puntos de la plaza. En la base de cada palo, la pira de leña está preparada para ser encendida, atados a ellos seis hombres y seis mujeres con túnicas ensangrentadas por sus cuerpos debido a la tortura,  dejan caer la cabeza sobre el pecho para defenderse de los ataques de los piadosos que no paran además de atacarles y de escupir. En el palco con aspecto solemne y extremadamente altivos  los dominicos se aferran al símbolo de su Fe.


Koldo contempla la plaza, a sus vecinos enloquecidos y excitados por el espectáculo que aguardan, al verdugo encendiendo la antorcha y acercándola a la primera lumbre,  a los representantes del pueblo y de la Iglesia. Menea la cabeza de un lado a otro, primero despacio luego más rápido. La plaza, los vecinos, los monjes, el verdugo, los brujos,  se muerde los labios y le pregunta a su amigo - ¿Crees que hicimos bien declarando lo que vimos?

viernes, 6 de diciembre de 2013

El dulce sabor de la sal, por Matilde López de Garayo.


Patrick se escondió como pudo debajo de la tela de unas de las barcas de salvamento de la fragata “La perla de las Antillas”. Había intentado no dejar rastro, pero el reguero de sangre producido por el corte en la frente le delató. A punto de perder el conocimiento notó como unos brazos fuertes le levantaban por los aires  y como una voz lejana le preguntaban su nombre.

Estuvo tres días debatiéndose entre la vida y la muerte, las fiebres y la debilidad le consumían, pero poco a poco se fue recuperando, aunque no del todo. La falta de alimentación en sus años infantiles le impidió desarrollarse como Dios mandaba, y ahora a sus cuarenta años,  ventisiete años después de que el capitán del navío le acogiera como un hijo seguía siendo de una constitución excesivamente delgada.

El cariño que le profesó su padre adoptivo no mitigó el dolor interno de sus primeros años, debido a las palizas recurrentes de su progenitor cuando regresaba borracho casi todas las noches. Esas heridas no sólo le había desfigurado el rostro sino que le habían dejado cicatrices en su corazón, era un hombre acomplejado por su físico y de carácter taciturno, pero no fueron motivos suficientes para anular su agudísima inteligencia.

Instalado en Haití con la familia del capitán, se aficionó a la pesca y aprendió a sumergirse en aquella aguas cristalinas y ricas en pescado y cómo no en perlas. A los veintitres años había conseguido una pequeña fortuna en el tráfico tanto legal como ilegal de semejante joya. Era rara la persona de alcurnia o realeza que no quisiera presumir de semejante tesoro.

A pesar de tener todo lo que un hombre necesitaba para ser feliz, el caparazón donde se se había refugiado le impedía ver la segunda oportunidad que le había brindado Haíti.

Pero la vida le iba a dar un giro de 180º. Debido a la muerte repentina de su socio embarcó hacía Inglaterra, una ruta que había evitado durante años, pero los negocios no perdona. A medida que se iba acercando a las costas de Europa sentía la necesidad de volver a ver sus orígenes así que avisó a la tripulación de que haría escala en Cork.

Echaron el ancla a dos millas del puerto y se  acercaron a la población en  dos barcas. Al descender Patrick y todos los que le acompañaban observaron el gran tumulto de gente que se apiñaba en el muelle.

¿Qué haces?- Dijo agarrando del brazo a un niño que había intentado robarle. Notó lo escuálido que estaba a través de la ropa. Miró a su alrededor y comprobó que no sólo era el crío - ¿Qué es lo que pasa? ¿Porqué hay tanta gente aquí? ¿Guerra?
-¿Pero de que mundo viene?, la patata, la patata se pudre desde el año, pasado, La gente se muere de hambre, hay muertos por las calles...
Empujó al niño y le hizo caer al suelo, después le tiró una moneda que se apresuró rápidamente a recoger y esconder mirando a un lado u otro   por si alguien  le habia visto.

El niño esta vez le agarró de la manga y le preguntó ¿No tiene nada para comer? Y esbozó una sonrisa Patrick se dió cuenta que le faltaban la mayoría de los dientes. Miró a unos de los marineros y le entregó un pedazo de pan, el niño se alejó.

Patrick se  abrochó el abrigo de paño negro y se ajustó hasta las cejas la gorra de plato, sintió que se le estremecían los huesos y no era por el  frio del aquel invierno del 1846, sino por toda la miseria que veía a su alrededor, y aunque conocía la pobreza en los indígenas y mulatos de las Antillas, al mirar ahora a su alrededor descubría su piel que fue blanquecina hacía tiempo y su pelo rojizo en todas las caras que se volvían hacia él.


Consiguieron a duras penas salir de aquel infierno, Patrick se dio cuenta de que si no regresaban pronto al barco, quizás no lo hicieran nunca. Había visto y escuchado  suficiente, cadaveres enterrados a menos de un palmo de tierra, cuerpos en las cunetas abandonados, Y una gran probabilidad de que se proclamara una epidemía, eso si no la estaban sufriendo ya.

Al montar en la barca se percató de un bulto debajo de la loneta, se lo señaló a sus marineros y  si les indicó que no dijeran nada. Una vez la barca estuvo en la cubierta descubrió al plizonte dormido, aún agarraba fuertemente un pedazo de pan.

A los cinco días estando en el timón se le acercó el polizonte, lo encontró algo más relleno Le preguntó-¿Te dan bien de comer?- Si señor muy bien , gracias, gracias.
-Ya te he dicho que no me las tienes que dar.
Se quedaron callados mirando el cielo cuajado de estrellas. Patrick observó que le niño se tragaba bocanadas de aire y le preguntó-¿Qué haces?

-Sabe señor, mi padre también era marinero y a menudo solía decir una frase que yo no entendía y ahora la comprendo... Patrick se estaba acostumbrando a esos silencios que era como invitándole a que le preguntara. Qué frase?


-Que en esta vida hasta la sal puede tener un sabor dulce. -y el niño le cogió la mano, que esta vez Patrick no rechazó

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Un coche llamado Juanjo, por María del Mar Quesada


Su madre siempre decía que los hombres eran como los coches. Debían traer de serie los cinco requisitos básicos: que fuera buena persona, respetuoso, responsable,  inteligente y divertido. Si alguno no se cumple, había que cambiar de hombre. Como los coches, algunos hombres venían con extras como: la belleza, la elegancia, el saber estar, tener una economía saneada, ser culto, ser detallista, tener buen criterio,..

Cuando Cristina se enamoró de Juanjo descubrió que además de cumplir los cinco requisitos necesarios, tenía algunos extras; era guapo a rabiar, tenía unos ojos verdes para derretirse y además de buen criterio, pues se había fijado en ella, era una persona con mucha naturalidad. Así que cuando aquel día, la invitó a comer a casa de sus padres,  ella aceptó. Cristina ya había conocido a los padres de Juanjo y subido a su casa algunas veces, pero nunca el tiempo suficiente  para conocerlos en la intimidad de su hogar.

La comida se desarrolló de forma distendida y agradable, era una familia muy sencilla y acogedora.  En un momento de la sobremesa, Juanjo se levantó. Pasados unos diez minutos Cristina se dirigió al baño para cepillarse los dientes,  la puerta estaba abierta. La visión que tuvo le impactó como una bala de fogueo. Juanjo estaba sentado en el váter con los pantalones bajados y su madre, guapa como Juanjo, en un taburete frente a él. Ambos estaban charlando como si tuvieran delante un café, por el olor supo que no era café lo que compartían.  En ese momento, Cristina no supo reaccionar y se quedó con los ojos  abiertos, fijos en Juanjo, éste  le dijo:

-       Hola cariño, ahora salgo.
-       ¡Ay, perdona hija!, lo estoy entreteniendo. Dijo la madre tan natural.

“¡Jolines con la naturalidad!” pensó Cristina, aunque con la impresión no estaba segura de si lo había pensado o la había dicho en voz alta, así que se dio la vuelta y fue al salón. Recordó otra frase de  su madre: “Cuando vayas a una casa, observa las costumbres de la familia, te darán una pista de cómo son las personas en su intimidad”. Cristina decidió olvidar esa imagen, ya se encargaría ella, en el futuro, de cambiar esa costumbre de conversar en el aseo. 

A media tarde, después de los tomar el café y los dulces, la hermana de Juanjo que había observado lo bien maquillada y vestida que iba Cristina, le pidió ayuda, tenía una cita con un  chico y quería deslumbrar. Fueron al dormitorio de la chica, decidieron la ropa y pasaron al baño para la sesión de peluquería y maquillaje. Cristina estaba concentrada con el lápiz de ojos, cuando sintió que alguien entraba en el baño, pero como no quería saltarle un ojo a su cuñada, no miró y no vio que  era su suegro.  Tampoco se percató  cuando el hombre se bajaba los pantalones y se sentaba en el váter, pero su instinto de mujer le hizo girar la cabeza y comprobar, por segunda vez en la misma día, lo extremadamente natural que era la familia de su novio. Cristina no sabía qué hacer,  ni dónde esconderse, se quedó paralizada por la confusión y la visión, cuando el  padre dijo  tranquilamente:
  
-       Seguid, seguid, a mí no me molestáis.

Cristina  no pudo más, cuando empezó a oler la peste, cogió su bolso, salió corriendo y se fue a la calle.  Allí mismo en la acera, vomitó. Juanjo había salido detrás de ella y ésta le pidió que la llevara su casa. No hablaron durante todo el trayecto, ella se escudó en su malestar, pero la verdad era que Cristina no sabía explicar lo que sentía, Además del asco, se sentía engañada y ultrajada, aunque el bueno de Juanjo no hubiera hecho nada.

Cuando  llegó a su casa, Cristina  le detalló a su madre lo ocurrido y le preguntó:

-       Mamá, ¿Qué pasa cuando uno de los extras estropea el resto del coche?

-    Pues cariño, hay dos opciones: o cambias de coche o si te quedas con él, busca una casa con dos cuartos de baño y uno de ellos con pestillo.

martes, 3 de diciembre de 2013

Éxodo, por Carmen Gómez Barceló


Dónovan pisaba fuerte. Calzaba recias botas que clavaban sus tacos metálicos sobre el  pavimento, en cada zancada. Cuando aparecía en escena, era difícil encontrar sujeto vivo que osara levantar la cabeza para mirarle.  Esta situación lejos de incomodarle, le fortalecía aún más de tal forma que podía ordenar cualquier cosa por aberrante que esta fuera.

Todo empezó un tiempo antes. Era el año 2222 y la Tierra se encontraba totalmente inhabitable. La sobrepoblación acabó con el agua dulce disponible en el planeta, las bolsas de hidrocarburos junto con las de gas se agotaron y  las autoridades tuvieron que optar  por obtener combustible biológico valiéndose del cultivo de cereales y otras plantas, lo que acabó esquilmando las tierras destinadas para la alimentación de la población. El mar, repleto de algas tóxicas, se tornó rojo, exterminando así multitud de especies marinas de las que los hombres se habían alimentado desde el principio de los tiempos. Incluso el aire era irrespirable. Los niños se vieron obligados a vivir en comunidades burbuja donde crecían y aprendían mientras los mayores se enfundaban cascos biohazard  para acudir a sus respectivos centros de trabajo.  

La devastación amenazaba gravemente. Los “Señores de la Tierra” –un círculo cerrado compuesto por poderosos mandatarios e investigadores-  estudiaban la manera de evacuar a los seres humanos a un lugar seguro dónde seguir viviendo. El sitio existía, el gran telescopio Képler lo había encontrado. Antes de autodestruirse  había estudiado hasta la más mínima partícula de la composición del lejano planeta  y por eso resolvieron que este era el lugar, Giese 663. Sólo quedaba corroborar la teoría con la demostración empírica del proyecto. Para esto se encontraba Dónovan “el pelirrojo” en la inhóspita superficie del astro ocupado.

Este, un armador de unos cuarenta años,  se ofreció voluntario para estudiar la viabilidad nutricional de la fauna marina de este nuevo planeta, ya que antes, cuando vivía en Orleans con su familia, se dedicaba a la pesca en las bravas aguas del Mar del Norte. En una  ocasión, cuando volvió a casa después de seis meses en la mar, encontró a su familia enterrada en cal viva. Las autoridades justificaron el hecho aludiendo peligro de contagio viral. En ese momento, el pescador quiso morir clavándose un arpón en su ojo derecho destrozándose la pupila convertida ahora en amasijo de sangre y restos gelatinosos. Según el informe forense el virus asesino que le dejó sin sus amores lo transmitían los indigentes, ellos eran portadores, y aunque no lo padecían, lo dispersaban por doquier. Todo cambió desde entonces.  Alguien le dijo en una ocasión que los pelirrojos procedían de la estirpe del diablo, pues el color de su pelo respondía al alto grado de azufre en sus cuerpos. Dónovan  empezaba a creerlo.

El inhóspito planeta, albergaba una especie de ciudades creadas por los propios colonos. Allí  habían germinado multitud de semillas terrestres, desarrollando plantas productoras del oxígeno que permitía la respiración, así como el alimento. La gran cantidad de agua que llenaban sus enormes mares, era filtrada en grandes centrales hidrográficas para extraer sales y tóxicos y hacerla así bebible.

 Había constancia de que en esas aguas se escondían seres que bien podrían utilizarse como nutrientes marinos. Sólo quedaba comprobar su salubridad  y para ello, la expedición contaba con jaulones repletos de elementos encargados de comprobar  la toxicidad en los humanos de estos nutrientes. Dónovan era el  agente destinado para extraer dichas criaturas del líquido marino y alimentar con ellas las cobayas humanas. El resultado de estas pruebas era fundamental para el futuro de la vida allí y la indolencia de Dónovan, imprescindible en esta labor. La única condición que el pelirrojo puso al aceptar el trabajo era que los individuos utilizados para el experimento, no tuvieran quiénes lamentasen su ausencia, esto le hubiese impedido sacar de la jaula cada uno de los zarrapastrosos  a los que les obligaba a ingerir aquellos seres negruzcos recubiertos de púas como arpones que poblaban las aguas del extraño lugar. Los indigentes, traídos expresamente desde los suburbios más marginales de la Tierra, se retorcían de dolor revolcándose en sus propios vómitos mientras dirigían su mirada hacia el único ojo útil de Dónovan, implorando compasión.  Pensar en su mujer y su hija le servía de barrera.

Cuando acababa la tarea ya agotado, volvía a su refugio. Nada del paisaje que encontraba en su camino le recordaba lo que fue su vida anterior: los habitáculos de diferentes tamaños parecían iglús de cúpulas transparentes que privaban de intimidad a sus moradores pero que dejaban entrar la luz verde proporcionada por los árboles estelares. Estos, atrapaban el calor de la estrella convirtiéndola en la energía vital para la continuidad del proyecto. Todo a su alrededor era de un verde brillante y esto le molestaba bastante, por eso cuando entraba en su habitáculo ingería somníferos mezclados con su whisky  favorito, se cubría con un lienzo negro opaco y dormía. Dormía para no pensar, para no sentir, para olvidar que un día fue marinero, que un día tuvo dinero y casa, y sobre todo que hace mucho tiempo… tenía a quién querer.