- Sólo lo tenía a él y me
ha dejado Louis. No me queda nada, quiero morirme- decía Ariana desgarrándose
la garganta en cada palabra, sintiéndose
desamparada y sola ante el mundo.
Viéndola en este estado,
su amigo Louis le recomendó un reconocido terapeuta, experto en depresión
postraumática, pues Ariana le había
contado que se estaba volviendo loca y no podría vivir sin Alex, a pesar de las palizas y vejaciones que había sufrido a
su lado.-
-No estás loca- Fue la
primera frase del terapeuta. - Crees que estás sola porque vives en un mundo
cruel donde reina el egoísmo de los hombres, Y desamparada porque no saben
quererte. Sal de este mundo que te hace daño y deshazte de todo lo que te ata a él. Confía en mí y te sacaré de este
sufrimiento que no mereces. Al principio te parecerá extraño el tratamiento
pero pronto comprobarás sus efectos. Comenzaremos con este jarabe azul. Ahora
respira. Empieza tu liberación.
Las consultas se
sucedieron por algún tiempo. Empezaban
con la ingestión de una bebida azul y con la frase “quítate la ropa y siéntete
libre ” y ella, sin saber porqué obedecía. Él sesión tras sesión, se convirtió en su maestro de vida, y como buena seguidora,
aceptaba incluso sus extrañas peticiones
sexuales, que según el galeno, eran
curativas.
Un día, su guía le
propuso trasladarse a una granja. En
ella convivían otros maestros con personas necesitadas de amor como ella, para
así, conseguir la curación. Ella aceptó enseguida, pues le aterraba la idea de no estar cerca de su
salvador. Una vez allí, comprobó que no era la única que gozaba de su amparo,
otra mujer, mayor que ella, también le acompañaba en la casa y las sesiones
curativas. Ariana se sintió incómoda y Patricia, que así se llamaba la mujer,
también, pero pronto el médico les dio el brebaje azul y la calma hizo acto de
presencia. La medicina era mágica, con ella
la quietud invadía el espacio y la meditación se hacía posible.
Esta circunstancia se
repetía con frecuencia, y a veces Patricia, parecía sentirse mal tras el fármaco
misterioso.
La vida en la granja bajo
la custodia del maestro le llenaba de gozo. El trabajo no le pesaba y la escasa
comida le era suficiente. Las mujeres se turnaban en la cocina para preparar la comida y la dos se prestaban
con gusto a las actividades nocturnas que proponía el gurú, pero Ariana, a
pesar de la pasividad de su mente, era capaz de sentir que amaba de una manera
sublime a su salvador y compartirlo le hacía mucho daño.
Una tarde Ariana estuvo
meditando más de lo normal. Era su turno
para preparar la cena. Sirvió los platos
bajo la mirada impaciente de su compañera, que esa noche tenía el privilegio de
gozar de la cura sensorial con el
maestro. Todos se sentaron por fin a cenar. La sopa de Patricia tenía un leve
reflejo azul. Ariana sonreía.
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