Un día, mi marido y yo
fuimos al fisioterapeuta porque él se había partido la espalda con el monopatín
de nuestro hijo de 19 años.
Cuando abrimos la
puerta nos topamos con un hombre gordo, con mal carácter. Nos preguntó qué nos
pasaba y qué hacíamos allí que el ya había terminado su turno. Por eso nos
comentó que deberíamos habernos ido, ya que él no iba a trabajar más y que si
no nos íbamos iba a llamar a seguridad.
-¡Puto gordo de
mierda!- pensé para mí.
Entonces por asombro
solté- ¿y no es mejor para usted ya que así le pagarían más?-
-¡No!-gritó.
Al final cuando se
calmó la cosa nos atendió.
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