Sin duda, esta es una de las mejores fotografías que
conservo. Menudos piezas estábamos hechos. De derecha a izquierda aparecemos,
Pepín, Toño y yo, envueltos en una nube de nicotina, fumando como
carreteros.
El recuerdo que encierra la imagen de esta estampa es
especial. Pero ¿cuál, no? Todas ellas guardan un instante que permanece intacto
en la trayectoria del tiempo, un pedazo de historia. No importa si son buenos o
malos momentos, nada perdura. Y el aprendizaje siempre es positivo.
Caray, discúlpenme. En ocasiones suelo salirme por la
tangente. Si mi viejo amigo Gregorio me escuchara, diría - Fermín, Fermín, no
empieces con la moralina.
En fin, a lo que iba. El marido de mi tía Polonia tenía una
cuchillería en la calle Sagasta. Lo apodaban “ El Gallego “ por su lugar de
procedencia, claro está. En la parte trasera de la tienda había un patio y fue
allí donde tuvo lugar la instantánea. Los dos que me acompañan son los hijos de
Manuel, el que trabajaba para mi tío. Me pregunto ¿qué habrá sido de ellos?
Recuerdo que aquel día no hubo colegio; no puedo poner en
pie por qué. El caso, es que esos chicos solían aprovechar cualquier tiempo
libre para aprender el oficio del padre. Por aquel entonces yo vivía con mis tíos.
Era una especie de reemplazo encargado de suplantar, o por decirlo de otra
forma, de aliviar el dolor que padecía mi tía por la pérdida de su tercer y
único hijo varón. De esta manera, mi madre se deshizo de una boca que
alimentar. Y, sinceramente, no salí mal parado, pues mi vida experimentó un
cambio de ciento ochenta grados. Pasé de vivir en un pueblo perdido, rodeado de
bestias, a instalarme en la gran ciudad con toda clase de comodidades. De ser
uno más en una jauría de hermanos varones, a disfrutar los privilegios de ser
el único. Aunque mi madre se encargó de no hacerme olvidar mis orígenes y cada
vez que iba de visita me despojaba de mis prendas delicadas y me vestía de
harapos como al resto.
Ya he vuelto a cambiar de tercio. ¿Por dónde iba? Ah, sí...
Cuando llegué aquel día a la tienda de mi tío, estaba al
frente del mostrador, atendiendo a la clientela. Entré en silencio con idea de
no molestar, tal cual me habían enseñado, y accedí al interior del taller.
Dentro no había nadie, sin embargo escuché el ruido del esmeril.
En el patio, al sol, estaban los chicos a cargo del trabajo
del señor Manuel, mientras este se tomaba un descanso. Recuerdo que entré,
hablamos, les enseñé mis cromos de fútbol y sin saber por qué terminamos
cigarrillo en mano. El encargado de inmortalizar el momento fue mi tío con su
recién estrenada Polaroid. Y de tanto recordar, recuerdo que todavía me duele
el tirón de orejas que me dio la tía al ver la fotografía.
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