martes, 9 de abril de 2013

Polvo de estrellas, por Matilde López de Garayo.



-Es la última vez... antes de que te vayas, ¡Nico! –Titubea Daniel, un poco taciturno, dirigiéndose a su hermano mayor, que no aparta su ojo del telescopio OMNI XLT 102, que apunta hacia las estrellas.

-No te preocupes, Dani, si esta noche no conseguimos nada, habrá más ocasiones. En el campo de la investigación hay que tener mucha, mucha paciencia, y no me sorprendería que... incluso nunca podamos ver algo inusual en este maravilloso cielo.

-Pero lo volveremos a intentar cuando regreses ¿No?.., -¡Aja! –Contesta el hermano.

Daniel se queda callado, sus pensamientos han dado un salto, con una manita metida en el bolsillo y con la otra arrascándose la cabeza, le pregunta -¿Tú crees que el abuelo estaba loco? -Nicolás cambia la dirección de  la mira del telescopio, igual que el niño de conversación.

-No, no estaba loco, estoy seguro de que lo que contaba una y otra vez lo vio realmente ¿No te acuerdas? El abuelo era una persona incapaz de inventarse una cosa así – Y le tiende la mano para que se acerque, invitándolo a que mire por el telescopio. Baja el trípode hasta ponérselo a la altura del chaval

 – No, no me acuerdo – Responde el niño a la vez que bosteza -Apenas me acuerdo de él, salvo lo que tú....¡Bueno! y papá me habéis contado... – Y coge con las dos manos el telescopio.

Como siempre se asombra. Emite un ¡¡¡¡Oh!!!! Como si fuera la primera vez  que ve ese cielo oscuro aumentado, percibiendo miles de estrellas que antes eran invisibles. Aparta el ojo de la mira y observa el cielo, y vuelve al telescopio, comparándolo  mentalmente con lo que aprecian sus ojos a simple vista, repite el movimiento varias veces, como queriéndose convencer de lo que ve.

-Busca Orión ¡Ya sabes!, junto a Sirius,  enfrente de Aldebarán.

-¡Si!, ¡Si! Ya lo veo –Daniel no está  muy seguro, pero por nada del mundo defraudaría   a su hermano. Nicolás sonríe, se agacha y mira por el cristal, desvía el telescopio hacia el oeste, se levanta y le revuelve con cariño el pelo - ¡Ahí está Orión!, esa es la dirección que decía el abuelo, de allí vino el ovni.

-No veo nada, ¡No vamos a ver nada otra vez! –Protesta el niño

-No seas impaciente, lo que le ocurrió al abuelo ocurre una vez en la vida, o nunca, como me da la impresión que nos va a pasar a nosotros. ¡Descansemos un poco! Vamos a cenar, creo que mamá nos ha hecho esos bocadillos que tanto nos gustan, ¡Venga! No serán capaces de aterrizar mientras cenamos.

Nicolás y Daniel se sientan en los aislantes, junto a los sacos de dormir  que han preparado  antes de instalar el campamento  de observación. La operación de búsqueda la realizan cada vez que Nicolás regresa de una misión. Los dos hermanos se llevan cerca de veinte años de diferencia, pero es algo que parece no importarles. Cuando están juntos son dos camaradas, dos compañeros que tienen como afición el avistamiento de ovnis, afición que alimentan desde que su abuelo llegó una noche impresionado por una visión resplandeciente: Una nave suspendida en le horizonte.

Ahora sus nietos están cenando en ese mismo lugar, en lo alto de un promontorio, desde donde se divisan a lo lejos, los tejados de pizarra del pueblo, cubiertos de un cielo cuajado de estrellas, como son allí las noches en primavera.

 Sentados, en silencio un hombre de treinta años quiere volver a sentirse niño, y un niño de once quiere ser ya un hombre.

-Te veo muy pensativo, Daniel ¿Te preocupa algo?

-Es que...no... no quiero que te vayas –Protesta con tristeza- Hay militares que se quedan en España ¿Porqué tú no?

-Me destina allí, ya lo hemos hablado, pero vuelvo dentro de tres meses, y seguiremos reuniéndonos aquí a ver si algún día divisamos algo... –Pero Daniel permanece callado, hasta que exclama con decisión

-Cuando sea mayor voy a ser como tú.

-¿Cazador de extraterrestres? – Bromea Nicolás

-¡No!, Nico, ¡Militar! Yo seré capitán y tú por lo menos ¡coronel!

El hermano mayor deja un momento el bocadillo en el aislante y coge las manos de su hermano, que está a punto de que se le caiga la cena, sujeta sus manitas sin fuerza pero firmes   y busca los ojos de Daniel que le mira con devoción, Nicolás le habla contundentemente

-Prométeme que nunca ¡Nunca! Serás militar, ¡Prométemelo! – Daniel se sorprende de la seriedad de su hermano, hasta tal punto que solo balbucea... -¡Vale! - Y está a punto de que se le salten las lágrimas, pero se acuerda de lo que le dice su padre, en las ocasiones en que se emociona: “ Un hombre nunca llora”

Nicolás, para quitar la tensión que se ha creado en un momento comienza a relatarle por enésima vez la historia de Orión, que tanto le gusta al chico.

-Orión era un gigante hijo de Poseidón y Euríale. El más apuesto de los mortales y tenía el don de nadar sobre las aguas..., - Cuando termina el relato con  “La madre Tierra, alarmada mandó un gigantesco escorpión para que le matara...” -Se da cuenta de que su hermano se ha quedado dormido. Se levanta y le tapa con el saco de dormir.

Ahora sólo, en el silencio de la noche,  contempla el microscopio solitario haciendo contraste con la oscuridad del paisaje, vigilando el cielo en dirección al oeste. Se pregunta cuando volverá a tener una noche como esta, tranquila, despreocupada, respirando la paz que le envuelve y se horroriza recordando esas otras noches donde lo peor del ser humano parece que se despliega con total naturalidad, noches estremecedoras, noches de guerra.

Esta noche a Nicolás no le importaría volver a ser Nico para toda la vida, y poder perseguir sueños al lado de Daniel y de su fresca ingenuidad...

Se despierta de golpe, son cerca de las cinco y media de la mañana y empieza a despuntar el día. Llama a su hermano y le mira con cierto aire de frustración y de enojo, no ha podido resistir el sueño y calcula que se ha quedado dormido una hora.

Empiezan a desmantelar el campamento, deseando llegar a casa, tomar algo caliente y dormir un poco. Los dos hermanos callan cada uno pensando posiblemente en sus ilusiones o en sus miedos que con la incipiente luz parecen diferentes, pero les envuelve una pesada, una densa  tristeza, como si fuera parte del ambiente.

Nicolás se agacha para recoger la funda de la cámara HDAVCAM PANASONIC AG HN 40 KIT cuando nota que algo le toca suavemente la mano, desapareciendo al instante. Levanta la cabeza y se encuentra a Daniel inmóvil, con la boca abierta y los ojos fijos en numerosos filamentos plateados que se evaporan al mismo tiempo que descienden del cielo.

-¡Pelo de ángel! –Susurra Nicolás bajito como si tuviera miedo a asustar a ese extraño material -¡Pelo de ángel! –Vuelve a murmurar, parece que escucharse le da seguridad de que lo que está viendo no es una alucinación debido a una noche de insomnio. Abre lentamente la cámara   y empieza a tirar fotos, hacia el cielo, hacia  los tejados de las  casas, o acercando sólo un poco el plano a la cara de su  hermano, con esa expresión de  absoluto asombro cuando se ve rodeado de una lluvia de  polvo, polvo de estrellas que se desintegra antes de llegar  al suelo.

Daniel permanece absorto, hasta que el extraño  suceso desaparece del todo. Sin apartar la mirada del cielo y arrastrando los pies se va acercando a su hermano, le coge de la mano y consigue preguntarle

-¿Qué es eso? , ¿Qué ha sido, Nico? – Nicolás nota que le tiembla la mano al pequeño, le abraza  mientras que le explica

-Según los que creen en la existencia de Ovni es aire ionizado cayendo como aguanieve después de estar sometido a un campo electromagnético provocado por una nave espacial, aunque nadie hasta ahora ha podido explicar este fenómeno...

Cuando Daniel comprende lo que ha podido suceder mientras dormía empieza a llorar de emoción, se acuerda de lo que su padre le dice sobre llorar, pero esta vez le da igual cuando nota como las lágrimas de su hermano se funden con las suyas.

Han pasado cuatro años desde ese inolvidable día, y Daniel se ha convertido en hombre prematuramente. Hoy no es un hermoso día de primavera,  ni es de madrugada. El cielo está encapotado como queriendo acompañar la profunda tristeza que sufre el muchacho  desde que recibió la noticia, desde que recogió los restos de su hermano, muerto en uno de esos bombardeos absurdos de la guerra.
 
Procura revivir aquella noche, las palabras de Nico hablando del abuelo, la promesa que le hizo de no ser militar y la lluvia mágica  que experimentaron.... Comienza a llover, levanta la cabeza y quiere convencerse de que el agua que le empieza a empapar es aquella jalea estelar, aquella gelatina traslúcida y gris que se evaporaba poco después de caer del cielo. Abre la urna que ha estado sosteniendo hasta ahora con sus manos y empieza a esparcir las cenizas, murmurando para sí “Hoy serás polvo de estrellas, Nico, hoy descansarás junto a Sirius, enfrente de Aldebarán hoy llegarás en Orión”       

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