Tu
tiempo es limitado. No lo desperdicies viviendo el sueño de otras personas.
(Steve Jobs).
Hallarse por fin frente a aquélla imponente puerta de
hierro oxidado causó en Adán la mayor emoción de su vida. Temblando por el
ingente esfuerzo que culminaba en ese instante, cayó de rodillas sobre la
tierra húmeda y las lágrimas de sus ojos alcanzaron el suelo formando un charco.
Adán era el mayor de cuatro hermanos y desde muy temprana
edad se comportó de forma muy responsable y coherente. Sus padres no tuvieron
que estar atentos a sus estudios como con el resto de los hijos ni observaron
en el muchacho actitudes problemáticas
al llegar a la pubertad. Siempre confiaron en Adán que creció con espíritu de
éxito ante la mirada de sus hermanos que lo admiraban aunque con cierta
suspicacia.
Cuando Adán cumplió 25 años era ya un hombre alto y
fornido, de aspecto atlético. Su tez morena, la frente despejada y la nariz
recta enmarcadas en un cabello corto rizado, le daban un aire de perfil romano
que no pasaba desapercibido a nadie. Tenía una sonrisa amplia, confiada y
franca que marcaría su futuro. Lo ojos negros eran el complemento perfecto en
un rostro que atraía las miradas de todo el mundo. Tras finalizar la carrera de
ingeniero agrícola había estado buscando trabajo sin lograr nada estable pero
estaba satisfecho pues poco a poco iba adquiriendo experiencia y confiaba en
encontrar algo mejor más adelante. Sin embargo, de ningún modo podía prever
cuál iba a ser su destino.
La debacle no fue repentina sino que se había ido
preparando durante siglos ante la pasividad de la mayor parte de la población
mundial. Durante los últimos 100 años los científicos habían barajado varias
hipótesis sobre las consecuencias derivadas del cambio climático que venían
observando y advertían insistentemente a
las grandes potencias para que tomaran medidas. Pero los avisos fueron poco
considerados y las acciones realizadas, insuficientes. De modo que, tras un
largo periodo de calentamiento global de la atmósfera y fuertes subidas de
temperatura, se produjo el gran cataclismo anunciado. En pocos años una nueva
glaciación afectó al planeta y solo las zonas más calurosas lograron escapar a
duras penas de la devastación. Las ciudades de la mayor parte de Europa, Norte
América y Asia se congelaron
literalmente. La población huyó en los primeros azotes del frío pero apenas una
décima parte consiguió llegar a lugares de clima suave y sobrevivir ante las
nuevas circunstancias que les rodeaban. Uno de los grandes problemas a los que
la población se enfrentaba era alimentarse pues los animales se extinguieron en
su mayoría y las producciones agrícolas no soportaron un cambio tan radical. El
hambre y la rapiña se extendió al unísono por los escasos asentamientos humanos
e incluso el canibalismo era frecuente en situaciones extremas.
Adán lo perdió todo en tan poco tiempo que su actividad
apenas consistía en mordisquear con desgana los escasos víveres que le quedaban
dentro de su choza a orillas del Guadalquivir. Sus padres, sus hermanos, amigos
y todo el mundo en el que felizmente había crecido habían desaparecido para
siempre. Sólo él estaba vivo y a menudo se preguntaba la razón pues no se
sentía mejor ni más fuerte que los que le habían abandonado para siempre. Nadie
vivía cerca de aquél lugar donde, unos meses antes, había llegado caminando y
donde se refugió provisionalmente para dormir. Allí todavía no había llegado el
hielo. Pasados unos días se sintió a gusto y por inercia se quedó en la rústica
vivienda sin pensar en el futuro. La vida del gran río le proporcionaba el
alimento para mantenerse más o menos fuerte aunque la mayor parte de las
especies que antaño lo habitaban habían desaparecido. Entre la hierbas que
rodeaban la frágil construcción había algunas comestibles, pocas, pero lo
suficiente para completar un menú austero y simple. Adán fue recuperando fuerza
física y dedicó su tiempo a investigar por los alrededores en busca de otros
supervivientes aunque no tuvo éxito. No había nadie en todo el terreno que fue
alcanzando. El miedo a perder la choza no le permitía alejarse demasiado y a
esas alturas no estaba dispuesto a arriesgar su única pertenencia.
Los días fueron pasando entre altibajos emocionales del
hombre que, si bien estaba curtido por la experiencia vital que le había tocado
en suerte, sentía el dolor de la soledad y el agotamiento por combatirla
empezaba a ganarle el pulso. En unas de las jornadas de mayor abatimiento los
vio llegar como fantasmas por los huecos de las cañas de su pobre hogar. Eran cinco.
Tres hombres y dos mujeres que caminaban con decisión entre los matojos de la
planicie que antecedía a la vivienda. Adán se incorporó lentamente e incrédulo
se frotó los oscuros ojos mientras avanzaba hacia la puerta.
El encuentro fue amistoso, sin manifestación de temor por
ninguno de ellos. Tal era la necesidad de relacionarse que los seis se
saludaron como si se conocieran de siempre. Adán se dejó llevar por la emoción
y tras abrazar con franqueza a cada uno de ellos les ofreció su casa. Sentados
en el suelo en círculo al estilo indio se presentaron.
Manuel era valenciano, sin estudios y había dedicado sus
cerca de cuarenta años al cultivo del arroz de forma tradicional con su
familia. Rogelio venía de Vigo, era el más joven apenas tenía 22 años y el
submarinismo había sido su afición hasta que el mar se congeló allá en su
Galicia amada. Enzo trabajaba la madera en la construcción de casas en el norte
de Italia, vivía en Turín cuando empezó a helarse el mundo. Valentina y Paula
eran hermanas, procedía de Jaén y mientras Paula terminaba sus estudios de
contable, Valentina dirigía el negocio de hostelería que sus padres les dejaron
en herencia a ambas al fallecer en un trágico accidente de tráfico. Las dos
mujeres estaban muy unidas, luchaban codo con codo por ampliar su horizonte
empresarial cuando la ciudad recibió el duro azote del frío para no irse jamás.
Tras escucharlos con atención, Adán expuso su vida ante
aquéllos extraños a los que extrañamente, sentía tan cercanos. Les contó que el
hielo lo había dejado solo en el mundo y que aunque no había tenido tiempo de
aplicar su formación en ningún proyecto de continuidad, hasta el mismo día en
que todo se derrumbó estuvo preparándose para el futuro con ilusión. Les
transmitió que los primeros envites del clima los afrontó con serenidad incluso
soportó las muertes de sus padres y de sus hermanos con entereza, con
resignación, como algo propio de la vida. Pero que lo que vino después, la
desaparición de todo su entorno conocido, la desafectación de la sociedad, la
miseria, la destrucción generalizada, la soledad... eso pudo con él. Ya no tuvo
otra opción que huir en un intento desesperado de hallar otro mundo, otra
oportunidad, una nueva motivación. Ahora allí estaba frente a ellos y la
ilusión le nacía del pecho ante la atenta mirada de sus congéneres. Un abismo
se abría ante Adán, un abismo en el que no estaba solo.
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