El aeropuerto estaba vigilado
por federales. Niki Zen saldría por la puerta de desembarque de un momento a
otro. Custodiada por dos agentes de la interpol. Cuando recibí la foto que
envió mi cliente me quedé sorprendido por la imagen de la persona que tenía de
rescatar de las manos del gobierno americano. Consideraban a la
detenida una criminal peligrosa, pero según el viejo Lee Zen, su nieta era
inocente de todos los cargos por los que pretendían ejecutarla. La trasladaban a Estados
Unidos por una serie de asesinatos que se sumaban a una lista delictiva
bastante extensa, más grande que la propia Niki a mi parecer.
La puerta de desembarque
se abrió y los pasajeros del vuelo 771 empezaron a salir cargados de maletas.
Una chica menuda, de unos
veintidós años, que coincidía con la fotografía, salió esposada y rodeada por
dos gorilas armados. En persona, ella era una
versión muy apagada de la foto. Daba la impresión de no haber tenido contacto
con una ducha desde hacía varios días. El pelo se le aplastaba alrededor de un
rostro excesivamente delgado y lívido. Y la camisa, blanca, estaba oscurecida
de varios tonos grises y marrones, como si hubiese sido arrastrada por el
suelo.
Tenía los hombros rígidos
y no apartaba la vista del suelo. Era obvio que estaba asustada, yo también lo
estaría en su lugar, que la organización más poderosa del mundo contra el
crimen estuviese encima de ella no daba mucha esperanza de futuro. Apenas le veía bien la
cara, pero se podían vislumbrar unos ojos grandes y rajados que procedían de
otra raza diferente a la que predominaba en la familia Zen.
-
¿Qué estoy haciendo? – Esto iba a ser una
locura. Me iba bien con agencia de investigación y apoyo criminalístico.
Aceptando este trabajo podía echar mi futuro al traste.
Miré a mi alrededor
buscando a los hombres que Lee había prometido proporcionarme para el rescate,
me negué a involucrar a mis hombres en esto por muy buenos que fueran. Localicé
a dos de ellos. Un supuesto matrimonio que miraban hacia la salida de
desembarque con unos carteles en la mano y un ramo de flores. Y unos metros más
atrás había un ejecutivo con un maletín, por la postura de alerta que mantenía,
deduje que no era la persona que quería aparentar. Se trataba de un soldado
retirado, un mercenario. Como lo había sido yo unos años atrás.
Éramos cuatro en total,
contando conmigo. Iba a ser una misión arriesgada, teniendo en cuenta que había
contado hasta diez federales más los dos guardias de la interpol. Pero Lee me
había prometido gente cualificada, gente como la que pertenecía a mi equipo. Si
el matrimonio era como lo que prometía ser el ejecutivo, teníamos una
posibilidad.
Nunca antes había
trabajado en el lado opuesto de la ley. Me estaba jugando mi posición en una
plataforma privada que había empezado con buen pie colaborando con el gobierno,
pero el testimonio de Lee Zen, más las indagaciones que hice estos días atrás,
me hizo aceptar el trabajo. Las pruebas que arremetían contra su nieta no eran creíbles
para alguien que tuviese idea de criminología. Los casos que aparecían en los
expedientes parecían ficticios. Se veía a las claras que alguien había colado
casos falsos. Aún así el juicio que había tenido un mes atrás la sentenció sin
dilaciones.
Ahora la procesarían por
varios asesinatos en Florida, cuyos cadáveres, curiosamente él no había
encontrado. Era imposible creer que esa muchacha, diez años más joven que él
tuviera la mente de un asesino en serie, un terrorista, un narcotraficante,
fuera la cabecilla de una banda organizada y dirigiera un mercado de
pornografía infantil. Se había criado excluida del mundo en una montaña,
atrapada por murallas y terrenos de bosque. Su educación había sido impuesta
por las antiguas costumbres de sus ancestros para convertirla en la esposa
perfecta para un prometido que, obviamente la había metido en esta trampa.
Sospechaba que esto era
una venganza que arrastraba varias generaciones de rencor. La pobre Niki Zen
había tenido la mala suerte de nacer en el seno de una familia que tenía
enemigos muy antiguos, en los que habían sucedido siglos de muertes. Los padres
de la chica habían sido dos de esas víctimas arrastradas por el simple hecho de
llevar la sangre de los Zen.
Había que rescatarla. Mi
buen sentido me decía que no podía dejar que le pasara una injusticia como esta
a una chica inocente. Aunque eso me metiese en la guerra entre dos viejos
clanes.
El matrimonio avanzó como
si hubiesen visto a alguien, y chocaron contra un hombre cargado de maletas.
Los equipajes cayeron al suelo y una de las maletas se abrió, desparramando
prendas a los pies de los agentes de la interpol. La chica se escondió tras
ellos sobresaltada. Los dos agentes no parecían preocupados de que escapara, se
agacharon tranquilamente a ayudar a recoger la ropa. Otra prueba más que me
decía que todos estaban metidos en esto, lo que hacía que me preguntara hasta
donde llegaba el poder del verdadero criminal.
Me coloqué una gorra para
evitar que se me viera en las cámaras de vigilancia y ajusté bien mi mochila al
hombro antes de ponerme en movimiento. Avancé en ese momento sin quitar un ojo
de los federales que se asomaron a ver qué pasaba.
El ejecutivo se cruzó con
ellos de pronto y un gas empezó a salir de su maletín al mismo tiempo que él y
el matrimonio, se tapaban la boca y la nariz con un pañuelo.
Reaccioné rápidamente y
me cubrí con el cuello del chaleco. Avance hasta Niki Zen y tiré de su manga
mientras observaba cómo todos se miraban desorientados. No sabía qué contenía
ese gas, pero estaba siendo testigo de sus efectos. Por extraño que pareciera,
nadie reparó en mí ni en como tiraba del brazo de Niki y la arrastraba hasta la
pista de aterrizaje.
El gas le estaba
afectando a ella también. Miraba hacia atrás sin entender qué sucedía, pero
tampoco se resistía a ir conmigo. Por sus movimientos torpes
supe que estaba más débil de lo que se veía a simple vista. Llegamos a la pista
y uno de los coches que cargaba el equipaje nos hizo señas para que montásemos.
Me dio una carpeta con documentos que ojeé mientras avanzábamos por la pista de
carretero. Contenía dos pasaportes, dos documentos de identificación, y varias
tarjetas de créditos, todo a nombre de Matt y Misha Adams.
Llegamos a un avión
privado sin nombre y anagrama y empujé a Niki hacia las escaleras, en el
momento que posé las manos en su espalda para que subiera, ella se encogió. Por
alguna razón sentí arder de rabia. Solo el dolor físico que deja una agresión
hace que uno reaccione como lo hizo ella.
La ayudé a sentarse en el
yet y me fijé en las sombras moradas bajo sus ojos y los labios cortados por la
deshidratación. Me senté junto a ella y abrí la mochila, buscando una botella
de agua y un bocadillo. Busqué también el botiquín y saqué un sobre que eché en
la botella. No soy médico, pero fui entrenado en el ejército con los
conocimientos básicos para luchar contra los síntomas de la falta de agua y
comida. Agité la botella después
de volverla a cerrar y se la ofrecí. Ella la miró con ansia y temor, sin
atreverse a beber.
-
Tómatela, contrarrestará la falta de agua
y nutrientes.
-
¿Quién eres?
-
Me envía tu abuelo – Su rostro se relajó
en el momento que mencioné a Lee. Sentí que su confianza hacia mí se abría de
golpe. Ella debía tener mucha fe en su abuelo para haber reaccionado de ese
modo después de la traición que había vivido con su novio. – Somos Matt y Misha
Adams, nos acabamos de casar y vamos de luna de miel a las Seychelles. Es todo
lo que sabrás de momento.
Niki, Misha a partir de
ahora -debía acostumbrarme a su nuevo nombre- bebió un poco de agua y cerró los
ojos, apoyando la cabeza en el respaldo del asiento.
-
Gracias, abuelo…
Musitó, y no volvió a
abrir la boca.
El avión despegó y los
dos miramos por la ventanilla. Nadie había salido a buscar a la fugitiva Niki Zen,
pero aún era pronto para relajarse, en cuanto saliéramos del área del aeropuerto,
podría dar por terminada la misión de escape. Misha en cambio, empezaba a
mostrar señales de que su cuerpo empezaba a abandonar la tensión de todo lo que
había vivido en estos meses.
Su cabeza cayó a un lado
lentamente y su pecho se movía con una respiración lenta y tranquila. Le quité
la botella y el bocadillo de las manos y lo volví a guardar en la mochila.
Tenía un rostro bonito tras las secuelas físicas del sufrimiento que aún se
reflejaba en su cara. Poseía unas pestañas largas y espesas que poco tenían que
ver con su sangre oriental, y unos labios carnosos y sonrosados que parecían
hacer un mohín todo el tiempo… Y sería conveniente que yo recordara, que se
trataba de un trabajo, antes de que siguiera analizando el resto de su cuerpo.
El viejo Zen había
establecido en principio un mes de alejamiento, hasta que pudieran limpiar el
nombre de Niki y las cosas se apaciguaran. Y yo empiezo a preocuparme de cuál
será mi reacción si paso todo ese tiempo con su nieta. El viejo Lee no es para
tomarlo en broma. Y Niki Zen, Misha Adams, ahora solo muestra los vestigios de
una chica bonita, pero en pocos días, cuando se recupere sé que será una mujer
malditamente sexy y atractiva.
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