jueves, 2 de febrero de 2017

Supervivientes, por Luisa Yamuza Carrión




Al sur del sur de Europa sobreviven "los singulares", un grupo  de personas en peligro de extinción por sus costumbres incomprendidas. Les gusta pensar más que cualquier otra cosa y por ello, han sido paulatinamente excluidos de la sociedad. Leen a todas horas, otra afición mal vista desde hace muchos años. En un peregrinaje errático en busca de un lugar donde poder ejercer sus aficiones libremente, anclaron su nave de teorías, reflexiones y dudas en aquél lugar de temperaturas extremas, prácticamente despoblado. De hecho, al poco tiempo de llegar ellos, los escasos habitantes huyeron por la noche, para no tener que dar explicaciones. 

Una vez instalados, "los singulares" se afanaron en buscar un espacio donde compartir sus ideas. Tardaron varias jornadas en hallar un lugar que gustara a  todos, pero lo encontraron. Se trataba de un local, ni grande ni pequeño sino del tamaño adecuado para ellos. En cuanto pusieron un pie dentro sintieron la magia que desprendía, pero lo que más les gustó fue el gran ventanal al otro lado de la entrada. Los ojos de "los singulares" se vieron atraídos por las vistas, pues desde allí, inexplicablemente, se veía el mar Mediterráneo, los Apeninos, la quinta Avenida de Nueva York, la sabana africana, el Niágara o los fiordos noruegos, según el ángulo desde donde miraras ¡Todo un prodigio! Una enorme azotea y el silencio reinante acabó por decidirles. 

Así que, entre todos amueblaron el local con un sofá azul de diez metros,  alfombras turcas de mil colores, unas cuantas mecedoras mareantes  y estanterías  que pensaban llenar de toda clase de libros. En una mesa al fondo, colocaron una cafetera, una tetera, un tostador y un frigorífico lleno de  cervezas de importación, vino espumoso y  latas de aceitunas. Frente al sofá pusieron un aparato de música y cada uno llevó CDs de sus grupos preferidos. Pintaron el techo con nubes lenticulares, rayos de sol y flamencos volando en formación. Convirtieron el tabique más grande en una pizarra gigante y dispusieron velas con aroma a frambuesa y canela por todos lados. 

Cuando consideraron que estaba terminada la obra, contemplaron el resultado final con los ojos bien abiertos y les pareció un verdadero hogar. Allí  siempre podrían ser ellos mismos, hacerlo todo a corazón abierto y compartirlo con otros.  Emocionados, sobre la puerta pintaron un graffiti que decía "Bienvenidos a Marte", y dieron por inaugurado el local, entre risas nerviosas y aplausos de todos "los singulares" allí reunidos. Era un día de enero de cielo transparente y un viento helado cortaba la respiración. La nieve no quedaba lejos.


Desde entonces, Marte se convirtió en un espacio repleto de singulares de las más distintas clases. Puedes encontrar a Catalina, con su caña echada al mar desde la azotea esperando pacientemente capturar una corvina o cosiendo pajaritas de telas extravagantes, mientras hilvana un cuento en su mente. También es frecuente toparte con Lucas y esa nube de ideas y dudas sobre su cabeza de espartano, componiendo versos o recitándolos con voz de tenor. Los martes por la tarde, siempre está por allí Lucía, con mariposas rodeándole la cintura y sus sueños de viaje en globo o sus poemas de novata. Un domingo sí y otro no, Pandora enamora a todos "los singulares" con su caja de los vientos, pues siempre saca el más adecuado, el más seductor y convincente. Nadie puede resistirse a sus razonamientos. También acude a menudo Sassia, la mujer de palabras más justas que existe. Sus silencios hablan con tal claridad que se la esperaba cada día con la máxima expectación. Y cuando llega con sus cabellos ondulados flotando tras de sí, todos respiran con más sosiego.  

Las discusiones en Marte duran horas y horas, a "los singulares" les encanta discutir. Nadie impone su opinión sobre las demás, entre ellos prima la libertad de pensamiento. También les gusta mirar las estrellas en las noches claras. Algunas constelaciones, familiarizadas con sus admiradores terrestres, se comunican con ellos. Como Orión, que  guiña un ojo en el momento más inesperado. O escorpión, señor de los cielos en verano, que  saluda con un ligero movimiento de su aguijón. "Los singulares" están convencidos de que la especie humana se trasladará a otro lugar del espacio tarde o temprano. Posiblemente Marte será el astro elegido, aunque los agujeros negros también tienen su atractivo.

"Los singulares" son propensos a celebrarlo todo. Consideran que el buen vivir y el disfrute de los placeres es el objetivo vital más beneficioso para el ser humano. Ser felices es una de sus prioridades. Por eso, son besucones y abrazones. En cuanto te descuidas te achuchan llenándote de energía. De hecho, por lo menos una vez al año se produce entre ellos un efecto asombroso. Sin saber ciertamente porqué razón, empiezan a abrazarse unos a otros en una especie de baile medieval acompasado, hasta formar un gigantesco abrazo general. Entre besos y caricias, el abrazo se hace uno y de repente, el grupo levita unos centímetros sobre el suelo. Justo en ese momento, la risa de placer los invade y giran desbocados cual molinillo al viento. Sólo el mareo que sienten al rato les despierta del éxtasis multitudinario. Luego, satisfechos, con la piel estremecida, se despiden con un beso en los labios y duermen durante varios días seguidos. 

Conscientes de ser diferentes y de que sus hábitos y forma de ser levantan odios y envidias, "los singulares" saben que tienen los días contados. Pero les da igual, eso no es más que un motivo más, el más fuerte, para mantener sus costumbres y las ansias de vivir a su manera. Son verdaderos supervivientes.

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