miércoles, 1 de febrero de 2017

Un día espléndido, por Esther Pujol




Hace un día espléndido. Papá cocina unos chuletones que ha comprado en la carnicería  del pueblo y los asa en la barbacoa del jardín. Mientras tanto, mamá, dispone la mesa con ayuda de mi hermana. Las ayudaría, pero me han adjudicado a Nachito, el bebé de mi hermano. Me pregunto ¿dónde se habrán metido sus padres? Puedo imaginarlo...

Estamos en la parte trasera, a la sombra de una parra, en El Huerto, como llama mi padre a la casa que tenemos en el campo. Me siento feliz. Muy feliz.
Mi familia y yo nos vemos poco. Vivimos en diferentes ciudades, pero solemos reunirnos, cada vez que los trabajos nos lo permiten, en Granja de Torrehermosa, sede del cuartel general. Vamos, en casa de mis padres.

Nachito estira los brazos hacia el cesto del pan. Le están saliendo los dientes y mordisquear alivia sus encías. Le pido a Raúl, mi marido, que me acerque un trozo. Él mismo se lo da tras hacerle algunas carantoñas. Está loco con su sobrino. A continuación me besa y recuerdo cuánto le quiero. Vuelvo a sentirme feliz, dichosa, y por qué no, afortunada.

Raúl y yo tenemos nuestra historia. Mentiría si dijera que en mi matrimonio todo ha sido un camino de rosas. Logramos superarlo y eso es lo que importa.
De repente, María, mi hija, me abraza por la espalda. Se ríe a carcajadas porque acaba de salir de la piscina y me ha puesto chorreando. Me sobresalto y despierto...

Es imposible reprimir las lágrimas. Tampoco quiero. Me duele el corazón. "El corazón no duele", diría mi madre. Bueno, pues el pecho..., o el alma. Lo que sea.
Raúl está de guardia esta noche y María dormida. Es buen momento para aliviar este pellizco que me comprime y lloro.

Estoy molida. En un rato me espera un turno de catorce horas y he dormido a ratos. ¿Qué hora será? Las cinco y media. Anda, cierra los ojitos. Concéntrate. Mi padre... No... En tu padre, no. No te tortures más, Susana. Es que está tan solito... ¡Ya está! ¿Vale? En serio, cierra los ojos.

¿Qué le pasa a mi madre? No la conozco. Duerme... ¿Cómo fue capaz de ignorarme así el otro día? ¿Dónde están los kleenex? ¡Bah!... ya me seco con las sábanas.

Tengo sed. Al final me voy a tener que levantar. Reconozco que me puse de parte de mi padre, sí. Pero si alguna vez tuvo la razón, la perdió cuando tomó esa actitud con él. No ha cometido ningún crimen. ¿En qué hora se le ocurrió a mi padre contactar con aquella señora, casada por cierto, para interesarse por su vida?

La casa está silenciosa. En la cocina se escucha el ruido del frigorífico y el segundero del reloj al avanzar. A todos nos come la curiosidad por saber cómo le irá la vida al que fue nuestro primer amor. Pues ese fue su único delito y en ningún momento quiso serle infiel a mi madre. Al fin en la cama. Vaya frío...Y encima me pide que vaya a verla. Que es mi madre... ¿Y para qué, Señor? Que tonto es, de verdad. Encima de todo sigue preocupándose por ella. Estoy segura que le perdonaría todas las atrocidades que ha cometido.

Es evidente que mi madre está molesta conmigo. Todos están de su parte menos yo. Además, intento hacerla razonar en vano. Está enloquecida y ve fantasmas donde no los hay. Lo que más me duele es que mi familia está rota, deshecha, dividida. ¿Por qué no me escuchas, mamá? Compórtate como una adulta. Me obligas a coger el timón y no estoy preparada. Nadie mejor que tú, lo sabe. Te quiero, Mamá... Mamá, ¿me oyes?


-Mama...
- Mmm…
- ¡Mamá!
-¿María…?
- Sí. Despierta, son las ocho. Te has quedado dormida.

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