miércoles, 8 de febrero de 2017

Vivencias para recordar, por Esther Pujol



Es la primera vez que trato de escribir un diario de estos. Ni siquiera sé cuál sería el mejor comienzo para ello... Si empezar con un hola ¿qué tal? O quizá me presento. En cualquier caso, hola. Mi nombre es Otto Schneider y nací el 30 de octubre de 1941 en Stuttgart, Alemania. Sin embargo, llevo en España casi setenta años, y desde hace cuarenta cinco vivo en un pueblecito de La Janda, comarca de Cádiz.

Antes de nada quisiera disculparme por mi caligrafía, pues solo tengo un ojo. De lejos gozo la vista de un halcón, pero de cerca hace años que la presbicia me incordia. El otro lo perdí, siendo niño, al contraer una infección bacteriana. Su evolución fue tan agresiva que los médicos se vieron obligados a extraerlo; fue la única alternativa para que no siguiera expandiéndose hacia el cerebro. Desde entonces uso una prótesis ocular.


A continuación me gustaría contar el motivo que me lleva a escribir estas memorias. Y es que últimamente vengo notando una importante pérdida de ella. Nada significativo para el doctor, demasiados años al timón de este barco, aun así, me resisto. Al matasanos, como lo llaman aquí en el pueblo, no se le ocurre otra cosa que proponerme un ejercicio para entrenar mi concentración, que según él, es uno de los pilares fundamentales para conservar la memoria.

Dicho esto, me propuso un ejercicio que consiste en relajarse frente al reloj, alejar los pensamientos y observar la aguja que marca el segundero alrededor de la esfera durante dos minutos. El problema es que me disperso constantemente y tengo que volver a empezar. Por eso he decidido escribir este libro de vivencias. Así, si algo se me olvida siempre puedo coger el cuaderno y recordarlo.

Aunque vivo solo disfruto de la compañía de mi fiel amigo Sparrow, mi perro. Un esbelto podenco de color canela. Juntos salimos a caminar cada mañana por el campo. De estos paseos he conseguido una excelente recopilación de insectos. A mi me encanta coleccionarlos y a él comerlos. Precisamente, el otro día me jorobe el pie derecho al tratar de arrancarle de la boca, el mejor ejemplar de Danaus Plexippus que jamás había visto. O mariposa monarca para los que no son tan expertos. Ando un poco cojo desde entonces pero mereció la pena.

Como decía, me encanta caminar por la sierra y como en Andalucía el sol aprieta uso una chapela de color azul que me regaló un soldado de la paz a su regreso a España, tras prestar servicio en los Balcanes. Lo conocí un día que viaje por negocios a Madrid y a la vuelta coincidimos en el tren. Le rete a jugar una partida de cartas y entre chascarrillos le conté que mi padre había trabajado como sastre en la compañía de Hugo Boss, el principal proveedor de uniformes nazis. Le conté también, que la muerte del fundador y activista, coincidió con el final de la guerra y ante la incertidumbre mi familia se vio obligada a huir al sur de España. Fueron muchas familias alemanas las que buscaron asilo en otros países al finalizar la guerra. Al muchacho le conmovió tanto mi historia que quiso culminar aquel, casual, encuentro regalándome su boina azul y el significado que con ello conllevaba.

Creo que por hoy bastará. Siento mucho precipitar el final de esta historia pero acabo de recordar que debería llamar a mi ex mujer, y antes, quisiera templar los nervios. Pondré un poco de tabaco en la pipa y fumaré. Todavía me sigue poniendo nervioso después de tantos años.

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