Ahí estaban parados, mirándose las caras, Roberto, Ismael y Antoñete. Tres condenados a muerte por motivos que, bajo sus opiniones eran injustos. Se encontraban de pie, formando una especie de triángulo muy irregular si lo viésemos desde arriba, los rostros estaban muy cerca entre sí. De fondo se
oía un ruido bastante molesto, que contrastaba con la tranquilidad que imperaba en ese oscuro habitáculo. Era frío, húmedo y el suelo estaba muy embarrado. El olor era una mezcla de madera podrida y abono natural recién cosechado, con ciertos matices de quemaduras recientes de carne.
- Sinceramente, no sé por qué estoy aquí. – comentó Ismael – Donde yo
nací no me hablaron de nada de esto, quizás lo que para mí es inocente, para otro es una maldad, y viceversa... ¿Es que he cometido un acto poco moral para ellos?
No tengo ni idea de si es así, pero ¿y qué? ¿No podría la gente simplemente dejarme aislado del resto en medio de algún sitio desconocido? ¿Tenían que traerme hasta aquí y tratarme así? ¿Se comportan así sólo porque les han enseñado a ser así o es que son así por naturaleza? No sé lo que les habré hecho, pero a mí, lo que me parece inmoral, es que estemos aquí.
- No tiene sentido plantearse nada, hay que apechugar con lo que viene, Ismael. - continuó Roberto.
- Mi colega, Anacleto, que me daba de comer de su mano si hacía falta, ese sí era un amigo de verdad, sacrificándose por mí y dándolo todo... Pues ese, ese precisamente, es el que me ha vendido
para que me cogieran y me trajeran aquí.
- Si es que ya no se puede tener amigos.
¿Pero tú qué hiciste, Roberto? - preguntó Ismael, con cierto interés.
- Tampoco lo sé, creo que traernos aquí debe ser algún tipo de juego psicológico, lo veo un castigo
demasiado severo, quizás es una broma ¿No? - Ismael le miró esperanzado mientras que Antoñete le miró como si la broma de mal gusto fuese precisamente esa hipótesis - Lo cierto es que estoy muy asustado y no entiendo nada, créeme, nunca di muchos problemas en mi vida, lo típico: cuidar de los míos cuando alguien quería malmeterse en sus vidas, dar algún susto al granjero de mi pueblo...
¿Qué hay más inocente que eso?
- Callaos, los dos. – interrumpió Antoñete – Dejad de decir tonterías. Vamos a morir todos.
- Por fin hablas – dijo Ismael
- Pero para lo que dice...
- murmuró Roberto
- No entendéis nada, yo estuve aquí antes, y creedme, no hay nada que hacer. - Antoñete denotaba enfado en sus palabras.
- Bueno, pero tú has sobrevivido entonces ¿No? ¿Por qué no lo has dicho antes? ¿Qué es lo que ocurrirá ahora? - Roberto no terminaba de creerse del todo lo que decía Antoñete.
- Sí, idiota, he sobrevivido, pero fue pura suerte, pasa una vez cada un millón. - A Antoñete le desesperaba tener que dar ese tipo de explicaciones - Es imposible librarse. Es la imaginación más
maquiavélica contra nuestras mentes tan simples a su lado. No busquéis explicación. No son cerebros humanos tal y como los habéis conocido en vuestros felices lugares de residencia los que idearon esto. Aquí antes de morir estarás deseando que te maten. Hacen que parezca que te están
haciendo un favor. ¿Veis mis ojos? ¿Pensáis que esta mirada es normal?
Ismael y Roberto se aproximaron todo lo posible a sus párpados. No se distinguía bien a causa de la poca luz, pero parecían muy deformes.
- Quemados con cera – informó Antoñete – Y esto es sólo la preparación – Se empezaron a escuchar pasos y un par de gritos – Se aproximan, ya se acerca la hora.
- Cuéntanos,
dices que hay una posibilidad entre un millón ¿Cómo hiciste para sobrevivir? Rápido – la voz antes más o menos serena de Roberto, se veía entrecortada por el repentino pánico.
- Solo puedo daros un consejo – Antoñete se disponía a seguir la frase cuando en el zulo irrumpió
una figura humanoide de enormes proporciones con un utensilio en el extremo de su mano, algo parecido a un palo de madera con el que comenzó a golpear mientras gruñía a Antoñete para que saliera
de la habitación. Él, por no soportar más el dolor, salió disparado de ésta, mientras miraba a sus compañeros. - ¡Si algo os llama poderosamente la atención, no vayáis hacia ello, es una trampa!
¡Y luchad, hacedlo por vuestras familias, por quién sea, sé que no habéis nacido para eso, pero no
os
queda otra! – gritaba mientras avanzaba por un estrecho pasillo.
Al final del mismo se abrieron unas viejas puertas metálicas poco cuidadas. La luz que entraba era, literalmente, cegadora. Sólo se oía un numeroso grupo de personas gritando una palabra: "oleeee".
Enhorabuena.
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