jueves, 20 de abril de 2017

Periodismo y Literatura: Las voces del desierto, por Esther Pujol.




No hace mucho llegó a mis manos un artículo a través de “África no es un país”, una página web a la que estoy subscrita. La noticia, titulada “El país de los mendigos” para el periódico El País, fue compartida por la mencionada web, en la cual José Naranjo, relata el contenido de unos hechos que llamaron mi atención y mucho, pues desconocía tales circunstancias. Irrealidades verídicas a las que deberíamos estar acostumbrados no dejan de sorprenderme, porque es un “suma y sigue” de la mezquindad humana. A raíz de ahí, decidí indagar en la problemática para hacerme partícipe de la gravedad del asunto.

Desde la introducción del Islam en Senegal, antes de la colonización francesa, las escuelas coránicas asumieron el papel principal en la educación. Las daaras, como se denominan dichas escuelas, eran dirigidas por marabouts, maestros que enseñan el Corán, y los alumnos son conocidos bajo el nombre de talibés. Algunos de ellos vivían en sus casas con sus padres y estudiaban en una daara en el pueblo. Pero la gran mayoría eran confiados a marabouts de pueblos alejados donde convivían, sin ningún contacto con la familia, durante años. Allí, tanto niños como niñas, aprendían el Corán de memoria. En la actualidad, esto sigue siendo así.

La mayoría de marabouts se dedicaban a la agricultura y en épocas de cosechas trabajaban el campo junto con los talibés de mayor edad. Cultivaban lo suficiente para alimentar la daara la mayor parte del año mientras los pequeños estudiaban, y en la estación seca se insistía en el estudio. A estas cosechas se le sumaban las aportaciones de las familias de los talibés y las limosnas de los miembros de la comunidad local. De esta manera se financiaba una escuela que era pobre de solemnidad.


¿Cómo estas prácticas, de las escuelas coránicas en Senegal, llegaron al fenómeno de la mendicidad?

Los marabouts se aprovecharon de la falta de regularización gubernamental para desnaturalizar la enseñanza religiosa, usándola como tapadera para cubrir la explotación económica de niños a su cargo. Niños que se convirtieron en piezas fundamentales de un sistema pervertido por aquellos que vieron la oportunidad del negocio en la tradición. Niños que se convirtieron en esclavos para poder estudiar y que viven en condiciones sumamente peligrosas, forzados a mendigar.

Se recogen testimonios escabrosos sobre abusos de todo tipo: palizas con tiras de goma o con trozos de madera, a veces a la vista de todo el mundo, heridas infectadas, enfermedades de la piel o gastrointestinales que no reciben la atención médica necesaria, etc.

A esto habría que añadir que cada vez hay más menores, procedentes de países vecinos, cuyos padres les envían a las daaras de Dakar en un intento desesperado por aliviar las cargas familiares. No aportan ningún dinero y los marabouts en las ciudades no disponen de tierras para cultivar. Tampoco pueden exigir a los progenitores una aportación porque serían sancionados por la comunidad, y aunque no tengan recursos para alimentar a un niño no pueden rechazar su ingreso en la daara.

Senegal posee leyes para luchar contra esta lacra y es responsable de la protección de los derechos de estos cientos de miles de niños dentro de sus fronteras. Sin embargo, no cumple con la misión y fracasa estrepitosamente a la hora de aplicarlas.
También hay que decir que no todos los mendigos son talibés, ni todos los estudiantes coránicos practican la mendicidad. En este sentido numerosos maestros coránicos han unido sus voces en una asociación que lucha por erradicar la mendicidad y toda forma de violencia contra los niños.

El testimonio de Abdou narra cómo fue escolarizado oficialmente en la daara de Baakir Fall, en Saint-Louis, donde convive hoy junto con otros 32 niños y se esfuerza por aprender de memoria los ciento catorce suras o capítulos del Corán, el libro sagrado de los musulmanes. Acaban de despertar, tras 2 horas de sueño, ya que entre las 5 y las 7 han tenido su primera sesión. Los chicos se disponen a comenzar las abluciones, un ritual de purificación del cuerpo que se lleva a cabo antes de comenzar el acto religioso.  Algunos hacen una inmersión de todo el cuerpo y otros sencillamente realizan una aspersión de agua sobre las manos. Depende de la suciedad moral.

Pero no siempre corrió la misma suerte. El pequeño, de doce años de edad, llegó a esta escuela coránica de la mano de cooperantes de una ONG internacional establecida en Dakar. Fueron ellos quienes lo encontraron, en mitad de la noche, tras ser alertados por uno de los conductores de la estación de autobuses. El niño dormía, plácidamente, bajo el abrigo de un saco de arroz vacío. La situación de extremo estrés a la que estaba sometido en la anterior daara hizo que huyera lejos de su maestro, pues le obligaba a mendigar en las urbes, alejados e incomunicados de sus padres, prácticamente desde que asomaban los primeros rayos de sol y hasta lograr alcanzar el irin, la mínima cantidad de dinero que debía recaudar diariamente en una lata de tomate oxidada, lo que equivale a 300 francos CFA (medio euro).

Tras pasar nueve horas mendigando, Abdou regresaba a la escuela para recitar los versos escritos en una tablilla de madera mientras el ayudante del maestro hacía restallar un látigo sobre sus cabezas. Y esto no era lo peor que le podía pasar. Lo peor de todo era regresar a la escuela con las manos vacías tras deambular por las calles de la ciudad recubiertos de una fina capa de arenilla del Sahel.

Ahora, Abdou y el resto de niños internados en esta escuela, regresan a la oración con un orden sorprendente. Postrados en el suelo sobre sus rodillas y con un ejemplar del Corán en sus manos, recitan los versículos mientras se balancean adelante y atrás. El sonido monótono de sus voces se escabulle a través de las ventanas e inunda las calles. Es la constante banda sonora de esta daara y de las miles que existen en todo el país.

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