Hoy es un día especial.
Andrés cumple 50 años y aunque para muchos hombres supone un conflicto cruzar
esa barrera, él se siente pletórico. Y no es para menos.
Puede decirse que es un
triunfador; la vida le ha regalado oportunidades que ha sabido aprovechar; es
dueño de su empresa, que va viento en popa; vive donde quiere vivir después de
viajar a lo largo y ancho del planeta; ha cultivado su gusto por el arte y el
conocimiento y está rodeado de belleza. Tan sólo le queda una asignatura
pendiente que está a punto de resolver: se llama Ángela, tiene 20 años y es una
de las chicas de la oficina.
Andrés ha pasado la tarde
en la cocina; con gran esmero ha preparado una deliciosa cena siguiendo las
recetas de su abuela; en varias ocasiones el olor del guiso a fuego lento le ha
recordado escenas de su infancia, allá en el pueblo, cuando todo estaba aún por
venir, como una página en blanco.
Mientras se afanaba entre
fogones, las notas dolientes de un saxo se colaban desde el salón, acompañando
los aromas suculentos con unas gotas de melancolía.
Ahora está en el baño, y
al tiempo que se ducha tararea la canción que ha sonado durante la tarde. El
agua caliente resbala por su piel; entonces imagina la suavidad de Ángela y
piensa en esos escotes provocadores que lleva sin saber los deseos que suscita.
A veces le pide que acerque algo del cajón de abajo, por el mero placer de
contemplar la perspectiva que le ofrece su altura.
No ha sido fácil. Ha ido
acercándose a la presa despacio, para no asustarla. De vez en cuando un
detalle, una palabra amable cargada de sugerencias, miradas cómplices que se
cruzan entre los estantes y que los otros empleados ignoran…
Ha elegido para la
ocasión una ropa juvenil, lejos del traje formal con el que aparece cada mañana
en su despacho. Quiere que todo sea perfecto en este regalo que va a hacerse a
sí mismo, por eso los detalles son importantes. Se afeita con sumo cuidado, se
rocía abundantemente con su perfume favorito mientras imagina el olor fresco de
ella muy cerca, pegado a su nariz. ¡Cuántas noches de insomnio imaginando esos
momentos que ahora están a punto de cumplirse!
En el salón van
apagándose las últimas luces del día; es el momento de encender las velas que
compró esta mañana; están por todas partes; las más esbeltas se yerguen en los
candelabros de plata sobre un mantel inmaculado, pero también están sobre la
librería y por el suelo, simulando un caminito hasta los ventanales. Las mechas
encendidas se reflejan sobre el cristal y parece que bailan al son de la
música.
Echa un vistazo al reloj;
parece que se retrasa, pero eso no le inquieta, sabe que hacerse esperar es una
característica femenina que acrecienta el deseo. Enciende un cigarrillo y
observa los juegos del humo que sale de su boca; sin saber por qué le viene la
imagen de las piernas cruzadas de Ángela; qué bien le sienta la minifalda; las
curvas tersas y un color como de satén. Piensa recorrerlas enteras desde sus
pies delicados hasta la rodilla, deslizando sus manos lentamente hacia arriba,
deteniéndose justo por detrás, en esas oquedades apetecibles de las corvas, y
luego seguir ascendiendo, tanteando por el interior del muslo interminable,
acercándose como sin querer hasta tocar sus braguitas que sueña llenas de
encajes.
Suena el timbre y su
corazón se pone a galopar dentro de su pecho; un rápido vistazo al espejo de la
entrada, un gesto de aprobación ante la imagen reflejada y abre la puerta.
Ángela está radiante;
sonríe confiada, y en su sonrisa él cree percibir un toque de picardía que
nunca le había visto. Es tarde, así que sin mucho preámbulo se sientan a la
mesa. No hacen falta demasiadas palabras; el vino y los intensos sabores de la
comida van calentando el ambiente. Le sorprende lo cómoda que parece sentirse;
sin un atisbo de timidez le sigue las bromas pícaras que él le dedica entre
copa y copa. Fuera de la oficina le parece otra chica, y entonces la invita a
bailar. Se pega a su cuerpo al compás de la melodía romántica que ha elegido
para la ocasión. No hay que precipitarse. Mientras aspira su dulce aroma, la
imagina en su cama de dos metros, entregada y sumisa, estremeciéndose con sus
atrevidas caricias. Ya no queda mucho, dice para sí.
De repente suena el móvil
en el bolsito que ha traído esta noche y que no le conocía. Se rompe la magia
del momento y así sin más ni más, sin saber cómo ni por qué, Ángela se excusa,
cambia la expresión de su rostro, se alisa la rubia melena y sale
precipitadamente de su casa.
Ya casi no quedan velas
encendidas, se han ido consumiendo con el paso de las horas. En mitad de la
penumbra una imagen viene a su mente: un pequeño lunar en el hombro izquierdo
que sus labios han rozado hace apenas unos minutos y que nunca antes había
visto… Ahora recuerda que Ángela tenía una hermana gemela.
Segunda Parte: Mi doble y yo
“Son como dos gotas de
agua”, es la cantinela que llevo escuchando desde niña. Pero eso lo dice la
gente que no nos conoce. Mi hermana Lucía y yo nos parecemos mucho, pero sólo
en la apariencia física.
Por supuesto que nos
hemos aprovechado de la confusión que nuestra imagen provoca en los demás.
Recuerdo la frase repetida en casa cada vez que Lucía hacía una trastada: - “Ha
sido Ángela, ha sido Ángela”, gritaba con su voz chillona, como si a fuerza de
repetir una mentira se convirtiera en verdad.
En el instituto más de
una vez me he presentado a los exámenes por ella sin que los profesores lo
advirtieran nunca, y es que es difícil negarle algo a mi hermanita; yo le digo
que es una “encantadora de serpientes”, porque cuando quiere algo ten por seguro
que lo consigue; al menos conmigo.
Pero ahora ha llegado mi
turno. Le he pedido que me suplante en una situación comprometida que no me
atrevo a enfrentar. Se trata de mi jefe. Desde hace algún tiempo vengo
observando sus miraditas, los comentarios, a veces impertinentes, que me dedica
sin venir a cuento y que no sé cómo cortar, y lo que me molesta especialmente
es su proximidad cuando me habla. No soporto a los que se te echan encima sin
respetar las distancias; es como si no me dejaran espacio para respirar.
Mi jefe es un hombre
mayor, bueno, al menos para mí. Un tío de 50 años tiene la edad de mi padre y
claro, ni que decir tiene que me ha sorprendido su última propuesta. Me ha invitado
a cenar, ¡en su casa!, ¿pero qué se ha creído? Ni que yo fuera una niñata
ingenua que no se entera de nada. En esta ocasión se me han acabado las excusas
con las que tantas veces he rechazado sus insinuaciones y no me ha quedado más
remedio que aceptar; así que Lucía y yo hemos urdido un plan, bueno, en
realidad ha sido ella la que ha tenido
una idea genial.
- ¿Y si le damos el
cambiazo como hacíamos en el instituto? Me ha propuesto esta mañana, y claro,
yo he visto los cielos abiertos.
A medida que pasan las
horas me gusta más el juego de las gemelas. Nada puede fallar porque ella es
muy resuelta y además no tiene nada que perder; él no es su jefe y no la va a
intimidar.
Nos hemos divertido mucho
con los preparativos imaginando sus planes.
-Seguro que está
relamiéndose, me ha comentado Lucía mientras se maquillaba frente al espejo
- Sí, le contesté, como
el lobo cuando vio a Caperucita por el bosque, solo que tú y yo vamos a darle
otro final al cuento.
Nuestra estrategia se va
perfeccionando a lo largo de la tarde hasta que llegue la hora de la cita. Como
conozco a mi jefe supongo que se entretendrá bastante en la ceremonia de
cortejo y que Lucía tendrá que seguirle la corriente. No creo que se atreva a
ponerla en aprietos antes de las 12 de la noche, así que hemos acordado que la
llamaré por teléfono media hora antes. Será la coartada perfecta para que
vuelva a casa.
Ya estoy impaciente por
escuchar sus comentarios y los detalles de la romántica velada.
¡Seguro que nos
reiremos un buen rato!
No hay comentarios:
Publicar un comentario