La paz le había abandonado.
¡Qué asco de vida! Era el saludo de todas las mañanas cuando se
despertaba y tomaba consciencia de que la suya era una vida ficticia, no le
pertenecía, era una vida prestada. ¿Quién era él de verdad? ¿Qué hubiera sido
de él si lo hubiera adoptado otra familia? y ¿si se hubiera quedado con su
madre biológica?
Desde que Marcos descubrió que
era adoptado no podía vivir en paz. Cada gesto y cada palabra de sus padres eran
estudiados y analizados concienzudamente para saber si escondían algo más. Por
el día intentaba disimular su intranquilidad, por la noche, se consumía
nervioso bajo las sábanas imaginando a ese otro yo. ¿Hubiera sido igual de
responsable en los estudios? ¿hubiera sido tan tímido como lo era él ante una
chica? Y respecto a su madre, ¿sería el
hijo de una mujer joven sin recursos? o por el contrario ¿sería la vergüenza o
el secreto de alguna familia adinerada? ¿se
llamaría Marcos? ¿sería un niño robado de los que salen en la tele?...
La cabeza le iba a explotar,
demasiadas preguntas sin respuesta.
Se maldecía continuamente por
haber sido tan curioso cuando vio a su padre cerrar con llave un cajón
disimulado en la mesa del despacho. En aquel cajón había una carpeta de cuero
gastada con unos documentos donde aparecían los documentos de su adopción y un
nombre de mujer. Si no hubiera mirado allí, sus pensamientos estarían más
acorde con las reflexiones existenciales de un chico imberbe de 16 años. Estaría
luchando con las hormonas en ebullición de su cuerpo, con el flequillo rebelde
de su pelo castaño, con los granos que asomaban en su cara como proyecto de una
barba que se resistía. Sin embargo, allí estaba él, consumiendo sus energías en
descifrar quién era, en descubrir que toda su existencia estaba basada en una
mentira que se ha derrumbado de un soplo como una chabola destartalada.
Había estado buscando en todas
las redes sociales el nombre de aquella mujer, pero cómo saber cuál era.
Aquello era una tarea titánica, cómo podría buscarla sin que sus padres se
enteraran. Solo quería saber su origen, ni siquiera se planteaba conocerla o
darse a conocer, solo quería saber de dónde provenía, su historia, saber quién
era para empezar a asentar los cimientos de su nueva identidad.
La noche pasada, en el dormitorio
de sus padres, sintió sollozos, susurros y secretos a media voz donde el nombre
de aquella mujer surgió otra vez. Estuvo atento y cuando comprobó que sus
padres dormían fue al despacho y encendió el ordenador de su padre, buscó en el
historial y allí estaba, el nombre de su madre biológica emergiendo de las
tinieblas del pasado.
Hoy, por la mañana ha intentado
aparentar normalidad, aunque su sangre bullía como una olla a presión mal
tapada, ha tomado el autobús, pero en dirección contraria al instituto. Cuando ha
llegado al edificio de grandes ventanales ha entrado con paso firme en la sala
llena de extraños. Sabía dónde se encontraba ella, aunque también era una
extraña para él.
Se la veía joven, Marcos ha
calculado que él nació cuando ella tenía unos 16 años, se deshizo de él siendo
casi una niña, no podía juzgarla severamente. Allí, frente a ella, todas las
preguntas que le han acechado durante semanas, se las ha tragado el silencio y
la frustración. Marcos ha apoyado su frente granulada y sus manos huesudas y
crispadas sobre el cristal que los separa, con las lágrimas de rabia rodándoles
por la mejilla y la impotencia desgarrándole la voz ronca por el dolor, solo ha
gritado una pregunta:
-
¿Por qué te quedaste con él y no conmigo?
En el suelo un recorte arrugado
con una nota de prensa
“Berta Espino Cruz, una joven de 33 años, murió desangrada tras recibir
diez puñaladas asestadas por su hijo de 16 años. El adolescente, bajo los
efectos de alucinógenos y alcohol, mató a su madre porque decía que el espíritu
de su hermano gemelo, muerto al nacer, quería llevársela lejos de él”.