miércoles, 29 de noviembre de 2017

La otra vida, por María del Mar Quesada Lara




La paz le había abandonado. 

¡Qué asco de vida! Era el saludo de todas las mañanas cuando se despertaba y tomaba consciencia de que la suya era una vida ficticia, no le pertenecía, era una vida prestada. ¿Quién era él de verdad? ¿Qué hubiera sido de él si lo hubiera adoptado otra familia? y ¿si se hubiera quedado con su madre biológica? 

Desde que Marcos descubrió que era adoptado no podía vivir en paz. Cada gesto y cada palabra de sus padres eran estudiados y analizados concienzudamente para saber si escondían algo más. Por el día intentaba disimular su intranquilidad, por la noche, se consumía nervioso bajo las sábanas imaginando a ese otro yo. ¿Hubiera sido igual de responsable en los estudios? ¿hubiera sido tan tímido como lo era él ante una chica?  Y respecto a su madre, ¿sería el hijo de una mujer joven sin recursos? o por el contrario ¿sería la vergüenza o el secreto de alguna familia adinerada?  ¿se llamaría Marcos? ¿sería un niño robado de los que salen en la tele?... 

La cabeza le iba a explotar, demasiadas preguntas sin respuesta.

Se maldecía continuamente por haber sido tan curioso cuando vio a su padre cerrar con llave un cajón disimulado en la mesa del despacho. En aquel cajón había una carpeta de cuero gastada con unos documentos donde aparecían los documentos de su adopción y un nombre de mujer. Si no hubiera mirado allí, sus pensamientos estarían más acorde con las reflexiones existenciales de un chico imberbe de 16 años. Estaría luchando con las hormonas en ebullición de su cuerpo, con el flequillo rebelde de su pelo castaño, con los granos que asomaban en su cara como proyecto de una barba que se resistía. Sin embargo, allí estaba él, consumiendo sus energías en descifrar quién era, en descubrir que toda su existencia estaba basada en una mentira que se ha derrumbado de un soplo como una chabola destartalada. 

Había estado buscando en todas las redes sociales el nombre de aquella mujer, pero cómo saber cuál era. Aquello era una tarea titánica, cómo podría buscarla sin que sus padres se enteraran. Solo quería saber su origen, ni siquiera se planteaba conocerla o darse a conocer, solo quería saber de dónde provenía, su historia, saber quién era para empezar a asentar los cimientos de su nueva identidad. 

La noche pasada, en el dormitorio de sus padres, sintió sollozos, susurros y secretos a media voz donde el nombre de aquella mujer surgió otra vez. Estuvo atento y cuando comprobó que sus padres dormían fue al despacho y encendió el ordenador de su padre, buscó en el historial y allí estaba, el nombre de su madre biológica emergiendo de las tinieblas del pasado.

Hoy, por la mañana ha intentado aparentar normalidad, aunque su sangre bullía como una olla a presión mal tapada, ha tomado el autobús, pero en dirección contraria al instituto. Cuando ha llegado al edificio de grandes ventanales ha entrado con paso firme en la sala llena de extraños. Sabía dónde se encontraba ella, aunque también era una extraña para él. 

Se la veía joven, Marcos ha calculado que él nació cuando ella tenía unos 16 años, se deshizo de él siendo casi una niña, no podía juzgarla severamente. Allí, frente a ella, todas las preguntas que le han acechado durante semanas, se las ha tragado el silencio y la frustración. Marcos ha apoyado su frente granulada y sus manos huesudas y crispadas sobre el cristal que los separa, con las lágrimas de rabia rodándoles por la mejilla y la impotencia desgarrándole la voz ronca por el dolor, solo ha gritado una pregunta:

-           ¿Por qué te quedaste con él y no conmigo? 

En el suelo un recorte arrugado con una nota de prensa 

Berta Espino Cruz, una joven de 33 años, murió desangrada tras recibir diez puñaladas asestadas por su hijo de 16 años. El adolescente, bajo los efectos de alucinógenos y alcohol, mató a su madre porque decía que el espíritu de su hermano gemelo, muerto al nacer, quería llevársela lejos de él”.

viernes, 17 de noviembre de 2017

Una coincidencia desafortunada, por Rosa Olea





La taza se escurrió de sus dedos temblorosos y el café se desparramó por sus pantalones. Sintió el calor en sus muslos, pero también en sus mejillas al convertirse en blanco de todas las miradas. No era la primera vez que sufría un accidente de este tipo. Fidel era un hombre nervioso y su carácter a menudo le jugaba malas pasadas. Incapaz de permanecer quieto en un sitio, la imperiosa necesidad de moverse le había valido el apelativo de “rabo de lagartija”. Así lo llamaban de niño, y esta característica de su personalidad le había acarreado no pocos problemas.  Con el tiempo la cosa se fue agravando; los nervios descontrolados le impedían concentrarse y así, saltaba de un tema a otro sin parar de hablar ni de moverse. Poco a poco, los amigos se fueron alejando hasta reducir sus contactos a escasas llamadas telefónicas.

Recuerda especialmente la época en la que trabajó en un banco como la peor tortura de su vida. Horas y horas sentado delante del ordenador, inventando las mil disculpas para levantarse y caminar por la oficina. Cuando lo despidieron, se llevó consigo el diagnóstico clínico que le permitió sobrevivir con una pequeña paga de invalidez psicológica.

Con el paso de los años Fidel ha ido acumulando peculiaridades en su carácter. Últimamente se ha vuelto hipocondriaco a unos niveles preocupantes. Ahora le da por acudir al tanatorio y observar a la gente que despide a sus seres queridos.

- Algún día el muerto seré yo, se dice para sus adentros y mientras tanto, se toma su café, se mezcla entre las multitudes enlutadas y en alguna ocasión hasta se ha camuflado en un velatorio y participado del ágape que la familia del fallecido ofrecía a los visitantes.
 
También tiene la costumbre de hojear el periódico en el bar de la esquina. Cada mañana, a la misma hora, se sienta en su rincón habitual y abre el diario por la página de necrológicas.

- Cualquier día la esquela será la mía, piensa mientras sorbe bel café que le quema ligeramente los labios. Hoy se lo ha tirado encima al leer una de las esquelas: 

 Fidel Márquez García
Fallecido en el día de ayer. Sus familiares y amigos…bla, bla, bla.
Descanse en paz

Todo su cuerpo se ha puesto a temblar al ver su nombre en el papel. Como impulsado por un resorte se ha incorporado bruscamente y la taza se ha hecho añicos contra el suelo. Ha salido a la calle en busca de aire fresco porque se ahogaba y un sudor frío le caía por la frente nublándole la vista. Su mente trabajaba a toda prisa al tiempo que daba grandes zancadas sin rumbo fijo; de pronto cayó en la cuenta y recordó a un primo lejano al que solo había visto un par de veces en su vida y que llevaba su mismo nombre y apellidos.

- Tiene que ser él, pensó, y se encaminó precipitadamente al tanatorio en busca de información. Comprobó que efectivamente se trataba de su pariente, pero no logró tranquilizarse. A lo largo del día recibió varias llamadas de conocidos y amigos alarmados por la publicación de la esquela. Cuando Fidel respondía al teléfono podía percibir el estupor de sus interlocutores cuya voz temblaba y perdía volumen hasta hacerse casi inaudible.

- Parecen voces de ultratumba, y Fidel sonrió ante su propia ocurrencia.

También tropezó con algún vecino que al verlo se ponía pálido y salía huyendo.

Todos estos acontecimientos no hicieron sino agravar sus nervios e hipocondría. Pasó una noche en blanco, sin pegar ojo, con su cerebro en plena actividad repleto de pensamientos macabros y dando vueltas en la cama, de un lado y otro, hasta convertir las sábanas en un rebujo que lo sujetaba como una mortaja.

Una semana más tarde los periódicos publicaron una nueva esquela:

Fidel Márquez García
Fallecido en el día de ayer
Descanse en paz

Pero esta vez no se trataba de una simple coincidencia.