viernes, 17 de noviembre de 2017

Una coincidencia desafortunada, por Rosa Olea





La taza se escurrió de sus dedos temblorosos y el café se desparramó por sus pantalones. Sintió el calor en sus muslos, pero también en sus mejillas al convertirse en blanco de todas las miradas. No era la primera vez que sufría un accidente de este tipo. Fidel era un hombre nervioso y su carácter a menudo le jugaba malas pasadas. Incapaz de permanecer quieto en un sitio, la imperiosa necesidad de moverse le había valido el apelativo de “rabo de lagartija”. Así lo llamaban de niño, y esta característica de su personalidad le había acarreado no pocos problemas.  Con el tiempo la cosa se fue agravando; los nervios descontrolados le impedían concentrarse y así, saltaba de un tema a otro sin parar de hablar ni de moverse. Poco a poco, los amigos se fueron alejando hasta reducir sus contactos a escasas llamadas telefónicas.

Recuerda especialmente la época en la que trabajó en un banco como la peor tortura de su vida. Horas y horas sentado delante del ordenador, inventando las mil disculpas para levantarse y caminar por la oficina. Cuando lo despidieron, se llevó consigo el diagnóstico clínico que le permitió sobrevivir con una pequeña paga de invalidez psicológica.

Con el paso de los años Fidel ha ido acumulando peculiaridades en su carácter. Últimamente se ha vuelto hipocondriaco a unos niveles preocupantes. Ahora le da por acudir al tanatorio y observar a la gente que despide a sus seres queridos.

- Algún día el muerto seré yo, se dice para sus adentros y mientras tanto, se toma su café, se mezcla entre las multitudes enlutadas y en alguna ocasión hasta se ha camuflado en un velatorio y participado del ágape que la familia del fallecido ofrecía a los visitantes.
 
También tiene la costumbre de hojear el periódico en el bar de la esquina. Cada mañana, a la misma hora, se sienta en su rincón habitual y abre el diario por la página de necrológicas.

- Cualquier día la esquela será la mía, piensa mientras sorbe bel café que le quema ligeramente los labios. Hoy se lo ha tirado encima al leer una de las esquelas: 

 Fidel Márquez García
Fallecido en el día de ayer. Sus familiares y amigos…bla, bla, bla.
Descanse en paz

Todo su cuerpo se ha puesto a temblar al ver su nombre en el papel. Como impulsado por un resorte se ha incorporado bruscamente y la taza se ha hecho añicos contra el suelo. Ha salido a la calle en busca de aire fresco porque se ahogaba y un sudor frío le caía por la frente nublándole la vista. Su mente trabajaba a toda prisa al tiempo que daba grandes zancadas sin rumbo fijo; de pronto cayó en la cuenta y recordó a un primo lejano al que solo había visto un par de veces en su vida y que llevaba su mismo nombre y apellidos.

- Tiene que ser él, pensó, y se encaminó precipitadamente al tanatorio en busca de información. Comprobó que efectivamente se trataba de su pariente, pero no logró tranquilizarse. A lo largo del día recibió varias llamadas de conocidos y amigos alarmados por la publicación de la esquela. Cuando Fidel respondía al teléfono podía percibir el estupor de sus interlocutores cuya voz temblaba y perdía volumen hasta hacerse casi inaudible.

- Parecen voces de ultratumba, y Fidel sonrió ante su propia ocurrencia.

También tropezó con algún vecino que al verlo se ponía pálido y salía huyendo.

Todos estos acontecimientos no hicieron sino agravar sus nervios e hipocondría. Pasó una noche en blanco, sin pegar ojo, con su cerebro en plena actividad repleto de pensamientos macabros y dando vueltas en la cama, de un lado y otro, hasta convertir las sábanas en un rebujo que lo sujetaba como una mortaja.

Una semana más tarde los periódicos publicaron una nueva esquela:

Fidel Márquez García
Fallecido en el día de ayer
Descanse en paz

Pero esta vez no se trataba de una simple coincidencia.

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