Cuando por fin me decidí a llamar un
señor gruñón contestó al otro lado de la línea…
—Funeraria El Descanso Eterno, dígame…
—Bu-buenas tardes. —Todas mis
expectativas se esfumaron y tartamudeé intimidado por su tono de voz. —¿Adónde dice
que llamo?
—Venga hombre... ¿Es que estás sordo?
—No, a ver, yo pregunto por Dolly,
¿es ahí?
—¿Tú otra vez? —me preguntó el de la
funeraria con cierta incredulidad.
—¿Yo? No, no...
—Y preguntas por Dolly.
—S-sí, señor.
—Puede ser que esté aquí...
—Ah ¿sí? —pregunté esperanzado.
—Sí... Si está muerta. —Y acto
seguido se carcajeó con sorna.
—Debe ser un error —contesté
desconcertado.
—Esta mañana entró el cadáver de una
señora —comentó ofensivo ignorando mis
palabras. —Si quieres puedo verificar
su nombre.
—No, no… Verá, yo pregunto por Dolly,
la chica que conocí anoche en la terraza del Night Club.
—Sí. Es ella. Aquí dice que se tiró
por una terraza.
—No se tiró por una terraza. Digo,
que la conocí en una terraza.
—¿La conociste en una terraza?
—Sí. En el Night Club.
—Posiblemente se tiró después de ver
tu cara.
—¿Cómo dice? —pregunté alzando la voz
para hacerme oír por encima de su estruendosa de risa. A continuación, le siguió
un soberbio ataque de tos. —¿Oiga?
—Dime, chico, dime…
—¿Es usted su padre? —llegué a
preguntarle.
—¿De qué estás hablando? Esto es una
funeraria.
—¿Y no está Dolly?
—Y dale… No te cansas. Ya te he dicho
que no.
—¿Ese no es, el 555 55 55?
—Correcto. Ese es mi número.
—¿Y no está, Dolly? —insistí
confundido.
—Pero bueno muchacho, ¿acaso no me
has escuchado? —me dijo rozando el límite de su paciencia.
—Es que Dolly me dijo...
—Dolly me dijo… —me remedó, entonando
una voz absurda. —Deja de lloriquear su nombre como un perro lastimero.
—Lo siento. Yo pensé…
—Pues deja de pensar, amigo, y
¡asúmelo! La chica no te dio su verdadero número. —Y tras una sonora carcajada
me colgó.
Qué bueno, Esther! Enhorabuena compañera.
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