lunes, 19 de enero de 2015

El Secreto, por Luisa Yamuza




Siguiendo el consejo de su médico, a primera hora de la tarde Andrés recorría a paso ligero los 5 km del  paseo a orillas del Guadalquivir que daba justa fama a Coria del Río. Solía hacer dos pases, descansando al final del primero en los últimos bancos del parque Carlos de Mesa. Sin embargo, ese día sus piernas necesitaban más camino y no se detuvo. Siguió andando a buen paso por un sendero de tierra y la vegetación de ribera fue aumentando hasta llegar a cubrir el cielo. Le agradaba aquél entorno y el frescor de la arboleda le reconfortaba. El río no se veía desde allí pero sentía que el susurro del discurrir de sus aguas le llegaba a la mente a través de sus oídos y arrastraba las inquietudes que en los últimos tiempos tanto le angustiaban.

El fallecimiento de su mujer no le había sorprendido pues una larga enfermedad fue minando su fortaleza y el desenlace se produjo dos meses atrás, cuando Amparo contaba 81 años.  Su único hijo, tras el sepelio lo acompañó en los tristes trámites que suceden a la desaparición de una persona pero, como es natural, su familia lo esperaba en Zaragoza. Recibió innumerables visitas de condolencias de amigos, vecinos y de los pocos familiares cercanos. Durante varias jornadas apenas pudo dedicarse a sobrevivir. Sin embargo, la soledad no se hizo esperar y de repente golpeó su alma.

Desconcertado ante aquélla nueva sensación, buscó desesperadamente la forma de superar su aflicción. Poner orden a su alrededor pensó que sería una buena opción sobre todo porque en los dos últimos años había sido del todo imposible para ellos. Empezó por el armario de la habitación pequeña, la que usaban a modo de sala de lecturas. 

Allí la encontró. La abrió despreocupadamente pues, parecía tratarse de una caja de zapatos más, repleta de los recortes de prensa que su mujer había coleccionado durante años con la intención de documentar un libro que nunca llegó a escribir. Andrés ya había destapado varias de aquéllas cajas. Esta tenía aspecto de ser muy antigua a la vista de que estaba reforzada con varias vueltas de cinta adhesiva alrededor pero no le llamó atención hasta que al destaparla vio que no eran pedazos de periódico. No, eran cartas, y empujaban la tapa hacia arriba como si quisieran salir de su clausura. 

Con cuidado tomó entre sus manos casi todos los documentos y los colocó en forma de abanico encima de la mesa.  Eran cuartillas dobladas por la mitad, en general blancas, aunque un color amarillento distinguían a las más antiguas. También había algunas azules, rosas y verdes. Andrés observó que estaban ordenadas cronológicamente y se asombró al comprobar que la más antigua estaba fechada en 1946. Permaneció unos minutos frente a la figura geométrica que componían las cartas.  La curiosidad lo embargaba pero sentía que estaba traicionando a Amparo, que las había mantenido en secreto. Aunque, si era un secreto ¿porqué las había guardado en casa? ¿querría ella que él las encontrara? ¿cómo era posible que él nunca hubiera visto ninguna de aquéllas cartas en el buzón de casa? ¿quién las enviaba? Tantas preguntas sin respuesta se le agolpaban en la cabeza que, impulsivamente, cogió la primera de las cartas, la que había estado arriba del todo de la caja, la primera que vio. Era corta,  estaba fechada un año antes, en 1999 y empezaba de forma simple:

"Hola, espero que te encuentres mejor de los dolores de piernas y brazos que me comentabas en tu última carta. Yo también ando regular con la cadera desde que me pusieron la prótesis hace 2 años. Los años van pasando factura, ¿verdad?. Bueno lo importante es seguir sumándolos.

Por aquí las cosas van más o menos bien. A Manuel no lo despidieron al final, con lo preocupados que estábamos todos. Aunque le han rebajado el sueldo sigue trabajando que en estos tiempos es para celebrarlo. Mi nieta Amparo ha empezado sus estudios de Bellas Artes en Sevilla. No es una carrera de mucho futuro, pero ella dice que es lo que le gusta así que.... Los otros dos, ahí andan sacando a trancas y barrancas el bachillerato. Por más que les pregunto no tienen ni idea de lo que harán después. En fin, ya se irá viendo.........."

Andrés leyó con rapidez el contenido del escrito que contaba algunos acontecimientos de la vida sencilla de una mujer y su familia más cercana. Sin muchas concreciones,  saltaba a la vista que eran sucesos y personas conocidos previamente por Amparo. Parecía ser una antigua amiga o al menos una persona querida. Sin embargo, al llegar al final de la redacción, la despedida le nubló la vista: "Hasta pronto, madre". Entre un garabato superficial figuraba el nombre de Ana María.

Todas y cada una de las cartas pasaron por sus manos una y otra vez hasta que pudo hacerse una idea bastante completa de la vida de Ana María y de la relación con su madre, Amparo. Descubrió que había nacido en 1936, en plena guerra civil, teniendo Amparo tan solo 17 años y que la chiquilla había sido bautizada en la parroquia del Salvador de Sevilla. Su partida de nacimiento también estaba en la caja. Nunca vivieron juntas, la niña se crió con la abuela Felisa en Lucena, pero siempre estuvieron en contacto. Sobre todo desde que la muchacha aprendió a escribir con soltura y empezó a compartir sus experiencias con su madre.  Incluso se habían encontrado en algunas ocasiones en Sevilla, en Córdoba o en Lucena. Nunca en Coria. Ana María tenía 2 hijos y tres nietos de los que daba detalles a su madre desde sus respectivos nacimientos. 

La sorpresa y el lógico disgusto inicial de Andrés, dejaron paso a un periodo de evaluación y reflexión sobre el secreto destapado. Se hizo muchas preguntas, intentó entender las razones de Amparo para ocultarle aquella historia, pero sobre todo sintió lástima por no haber disfrutado de aquella hija de su mujer. Aprovechaba los paseos a orillas del río prescritos por su médico para meditar sobre la decisión que debía tomar. Pero su corazón y su mente no se ponían de acuerdo.

Frenó en seco, dobló la espalda hacia abajo y con las manos se sujetó en las rodillas. Respiraba rápido, tenía la cara colorada y el sudor perlaba su frente. De allí no pasaba. Recuperó el resuello haciendo círculos con sus piernas cansadas y los brazos en jarra. Según se enfriaba lo vio con claridad en su mente: la buscaría, no sería tan difícil. Lo tenía claro, quería conocerla. Y  empezó el camino de vuelta a casa, ahora caminando, no debía forzar la máquina. Aún tenía una tarea pendiente, una nueva ilusión.

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