A mis treinta y cuatro
años sigo buscándome a mí mismo, intentando encontrar una respuesta a mis deseos.
Supongo que el miedo al
qué dirán, la vergüenza, y el temor a no ser aceptado, hace que siga sin
decidirme qué quiero en mi vida, si un hombre o una mujer.
En el mundo virtual, me
pongo nombres neutros y saco esa parte de mí que no quiero mostrar. No digo si
soy chico o chica, dejo que ellos interpreten a su antojo, y me dejo llevar por
la situación.
A veces, cuando hablo con
hombres, llego a extremos en los que el placer de lo que decimos en el chat, me
transporta a un mundo erótico de homosexualidad que para mí es inimaginable en
el mundo real. Tan excitante como cuando creen que soy una chica con ganas de
sexo.
Pero existe la realidad,
y fuera de ese mundo soy ese tipo que todas quieren y que luego odian cuando
les rompe el corazón.
Quedo con ellas, las
encandilo porque sé qué quieren de un hombre, es lo que también yo querría en
parte, por lo que es fácil acertar. Y me alejo cuando quieren aferrarse.
Sería fácil escoger a una
y enamorarla. Convertirme en el hombre de su vida. Para mí no tiene secretos
cómo funcionan.
Me gusta disfrutar de una mujer, pero también
está esa parte de mí que no quiere renunciar a la posibilidad de que un día,
tenga el valor suficiente de probar todo aquello que escribo a otros hombres, o
lo que ellos me escriben a mí.
No quiero descartar esa
idea. Aunque de momento no tengo el coraje de quedar fuera del ordenador y
comprobar qué tan placentero es lo que en mi mente parece ser increíblemente
bueno.
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