lunes, 26 de enero de 2015

Sombra destino, por Samuel Lara




Mi reflejo se hace cada vez más oscuro a mis ojos. Ya no soy el hombre que era antaño: risueño, amable y buen patriarca. Ahora no hay nada que pueda hacer para cambiar. No tengo hijos, mi esposa falleció hace veinte años y mi familia ya ha pasado a mejor vida.

No me queda nada en este mundo, me he aislado tanto tiempo. Tengo setenta y siete años y mi salud está dañada por un oscuro punto que crece y crece haciendo que mi dolor se agrave. Estoy en una encrucijada, dos caminos, la muerte o la muerte. Uno es largo y tortuoso, el otro es corto, solo lleva hacia la lápida bajo la cual mi cuerpo se desvanecerá dejando huesos y una existencia que nadie notará.

El doctor me dio unos años de vida más, que se los quede, no los necesito. Tu foto es como un puñal en el que me gusta retorcerme, es dolor pero puedo soportarlo al saber que pronto volveré a estar junto a ti. Siempre me he preguntado qué habría pasado si no hubiera tomado el camino corto. Ella me dijo que podía llevarme algo, así que elegí tu fotografía de cuando eras joven, me muero, nunca mejor dicho, por que me llames de nuevo idiota cuando te compare y nos riamos como antes. La oscuridad de este camino hace que tenga miedo, no sabía que los muertos podían sentirse así. La única motivación para seguir andando es tu silueta, al final del todo, donde está esa luz tan cegadora que los vivos sufrirían al ver.
 Hay dos canciones que me han ayudado a decidirme, en una la verdad es revelada para los vivos no existen los finales felices, los cuentos mienten, los planes que uno hace con otra persona no se realizan. Sin embargo la otra me anima a buscarte al morir, trazar un mapa y seguirlo hasta llegar a ti y volver a estar con el amor de mi vida.

Al fin estoy en frente de ti. Poso mi mano en tu mejilla que sube con tu sonrisa  y se moja con tus lágrimas de felicidad a las que se unen las mías al besarte. El túnel desaparece y de repente estamos en un prado con flores y un sol cálido. Hay una brisa fuerte con la que aparecen mis padres y hermanos y más familia, amigos, todos me reciben.

Esa inyección valió la pena, el dolor de la aguja entrando en mi vena fue el único, ahora soy feliz de nuevo.

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