César nunca sale del
apartamento. Una bata de casa de cuadros marrones y beiges, un pijama azul y
unas viejas zapatillas de paño, dejan adivinar un cuerpo alto y delgado que
aparenta bastante más años de los 46 que realmente tiene. La rigidez de su
rostro no permite hacer conjeturas sobre lo que tiene en mente, pues no hay
gestos que le delaten. Una avanzada calvicie arrasa con la abundante cabellera
que poseía hace tiempo ya, 10 años exactamente. Ese es el tiempo que César
lleva encerrado en casa de su hermano
Andrés. Éste, pasaba largas temporadas fuera por su trabajo y César, cuidaba del apartamento en su ausencia
Todo empezó una tarde en
que César salía de la biblioteca de dónde era el responsable de mantener la
base de datos del archivo. En realidad él estaba licenciado en derecho, pero le
molestaba bastante el trato con la gente por lo que prefirió este empleo.- El
ordenador no pregunta, no chismorrea, solía decir. Esa tarde después de mirar a
su alrededor para asegurarse de que nadie le perseguía, una idea que le
atormentaba continuamente, se dirigió al lugar en que había dejado su vehículo. Hacia la mitad de la calle, algo
le sobresaltó. César se extrañó al ver a un anciano recostado en la fachada de
una casa. Estaba rodeado por una horda de moscas que le asediaban.
Se acercó hasta el hombre
y un sudor frío le dejó aterido. La escena era cuanto menos, dantesca. En ese
momento una voz bronca le habló entre sobrecogedores y extraños vocablos –
“Tiene que morir”- le dijo. Inmediatamente
observó cómo la nube de moscas se transformó en un ser oscuro que blandiendo
una espada, cortó la cabeza del anciano de un tajo
-¿Quién eres?-preguntó aterrorizado.
La misma voz le
respondió:
-“Soy el mal, hijo de las
tinieblas, y este es mi ejército de moscas. Siempre que las veas, deberás
cortar la cabeza a la persona en la que se posen, es mi ley y tu eres el
elegido para cumplirla”.
César pudo ver al ser que
pronunciaba esas palabras. La imagen le pareció la suma de todas las
deformidades del mundo conocido y el olor que desprendía, tan asqueroso que le destrozaba el estómago las ansias por vomitar.
La horrorosa aparición se
instaló en su cabeza y ya nunca le abandonó.
Desde ese momento, presa
del pánico y temeroso de volver a ver las moscas, abandonó todo contacto con el
mundo y se refugió en la casa de su hermano menor, quién intentaba comprender
qué le ocurría.
Hoy es una mañana de
Domingo del mes de Noviembre, César se ha despertado algo confuso y ha decidido
tomar un café. Conforme se acerca a la cocina, un zumbido enloquecedor se
apodera de él y de la casa. Temiéndose
lo peor, suplica no encontrar a su hermano, pero el ruido le lleva al salón,
justamente al sillón dónde Andrés suele desayunar. La visión le derrumba de golpe.
-Andrés, por favor aparta
las moscas de ti.- Gritó a su hermano.
- ¿Qué moscas?, no hay
moscas.- responde Andrés sorprendido.
César corre hacia su
hermano intentando quitarle las moscas de encima, pero ve que no puede, que cada vez hay más, tantas que han ocupado el
salón. Se siente tan impotente que rompe a llorar, entonces empieza de nuevo el
baile de palabras y vocablos extraños en
su mente, pero entre ellos, una palabra que sí entiende y que se repite sin
descanso. -¡Mátalo! ¡Mátalo! ¡Mátalo!
Esa palabra repetida mil
veces le colapsa el pensamiento y sin saber cómo, César se encuentra con un
cuchillo de grandes dimensiones en su mano derecha. La última imagen de su
hermano, aterrado, no altera su ánimo y continúa el ritual. “Tengo que cortarle
la cabeza”, es la ley, es la ley, es la ley…”se repite hasta la saciedad. Coge
el cuchillo eléctrico del cajón de la cocina y
sin temblarle el pulso, cercena por el cuello, la cabeza de su hermano.
-Las moscas han
desaparecido-piensa- la calma ha vuelto.
Con la cabeza en la mano
se dirige hacia su cuarto, siempre cerrado con llave. Abre la puerta y despacio
se encamina al cuarto de baño dónde hay un congelador. Lo abre y deposita la
pieza. –
-Tendré que comprar otro,
dice. Aquí, no caben más.
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