lunes, 26 de enero de 2015

Una habitación cerrada, por Carmen Gómez Barceló



César nunca sale del apartamento. Una bata de casa de cuadros marrones y beiges, un pijama azul y unas viejas zapatillas de paño, dejan adivinar un cuerpo alto y delgado que aparenta bastante más años de los 46 que realmente tiene. La rigidez de su rostro no permite hacer conjeturas sobre lo que tiene en mente, pues no hay gestos que le delaten. Una avanzada calvicie arrasa con la abundante cabellera que poseía hace tiempo ya, 10 años exactamente. Ese es el tiempo que César lleva encerrado en casa de su hermano  Andrés. Éste, pasaba largas temporadas fuera por su trabajo  y César,  cuidaba del apartamento en su ausencia 

Todo empezó una tarde en que César salía de la biblioteca de dónde era el responsable de mantener la base de datos del archivo. En realidad él estaba licenciado en derecho, pero le molestaba bastante el trato con la gente por lo que prefirió este empleo.- El ordenador no pregunta, no chismorrea, solía decir. Esa tarde después de mirar a su alrededor para asegurarse de que nadie le perseguía, una idea que le atormentaba continuamente, se dirigió al lugar en que había dejado  su vehículo. Hacia la mitad de la calle, algo le sobresaltó. César se extrañó al ver a un anciano recostado en la fachada de una casa. Estaba rodeado por una horda de moscas que le asediaban.

Se acercó hasta el hombre y un sudor frío le dejó aterido. La escena era cuanto menos, dantesca. En ese momento una voz bronca le habló entre sobrecogedores y extraños vocablos – “Tiene que morir”- le dijo.  Inmediatamente observó cómo la nube de moscas se transformó en un ser oscuro que blandiendo una espada, cortó la cabeza del anciano de un tajo

 -¿Quién eres?-preguntó  aterrorizado. 

La misma voz le respondió:

-“Soy el mal, hijo de las tinieblas, y este es mi ejército de moscas. Siempre que las veas, deberás cortar la cabeza a la persona en la que se posen, es mi ley y tu eres el elegido para cumplirla”.

César pudo ver al ser que pronunciaba esas palabras. La imagen le pareció la suma de todas las deformidades del mundo conocido y el olor que desprendía, tan asqueroso que  le destrozaba el  estómago las ansias por vomitar.

La horrorosa aparición se instaló en su cabeza y ya nunca le abandonó.

Desde ese momento, presa del pánico y temeroso de volver a ver las moscas, abandonó todo contacto con el mundo y se refugió en la casa de su hermano menor, quién intentaba comprender qué le ocurría.
Hoy es una mañana de Domingo del mes de Noviembre, César se ha despertado algo confuso y ha decidido tomar un café. Conforme se acerca a la cocina, un zumbido enloquecedor se apodera de él y de la casa.  Temiéndose lo peor, suplica no encontrar a su hermano, pero el ruido le lleva al salón, justamente al sillón dónde Andrés suele desayunar.  La visión le derrumba de golpe.

-Andrés, por favor aparta las moscas de ti.- Gritó a su hermano.

- ¿Qué moscas?, no hay moscas.- responde Andrés sorprendido.

César corre hacia su hermano intentando quitarle las moscas de encima, pero ve que no puede, que  cada vez hay más, tantas que han ocupado el salón. Se siente tan impotente que rompe a llorar, entonces empieza de nuevo el baile de palabras y vocablos  extraños en su mente, pero entre ellos, una palabra que sí entiende y que se repite sin descanso. -¡Mátalo! ¡Mátalo! ¡Mátalo!

Esa palabra repetida mil veces le colapsa el pensamiento y sin saber cómo, César se encuentra con un cuchillo de grandes dimensiones en su mano derecha. La última imagen de su hermano, aterrado, no altera su ánimo y continúa el ritual. “Tengo que cortarle la cabeza”, es la ley, es la ley, es la ley…”se repite hasta la saciedad. Coge el cuchillo eléctrico del cajón de la cocina y  sin temblarle el pulso, cercena por el cuello, la cabeza de su hermano.

-Las moscas han desaparecido-piensa- la calma ha vuelto.

Con la cabeza en la mano se dirige hacia su cuarto, siempre cerrado con llave. Abre la puerta y despacio se encamina al cuarto de baño dónde hay un congelador. Lo abre y deposita la pieza. –


-Tendré que comprar otro, dice. Aquí, no caben más.

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