Parecía que poco a poco
iba despertando, aunque aún no podía abrir los ojos ni moverme, escuchaba como un
rumor de voces, que en voz baja trataban de mantener una conversación cerca de
mí. Lo último que recuerdo es el batir de las puertas del frio pasillo que daba
paso al quirófano. Dentro tres personas con batas verdes manos enguantadas y
mascarillas se afanaban ultimando todo el instrumental, mientras un cuarto se
acercaba tratando de calmar mi evidente nerviosismo.
-Bien Aitana, soy el doctor Roberto Prada, ya te han explicado lo que
vamos hacer ¿verdad?
Yo asentí con la cabeza,
ya que ni palabra podía articular.
-Pues
no te preocupes todo va a ir bien, te dormiremos completamente y cuando
despiertes te sentirás otra persona.
Me acercaron una máscara
facial que ajustaron a mi nariz y boca recomendándome respirara tranquilamente,
antes de perder totalmente la conciencia recordé las caras de preocupación de
mi madre y de Orestes mi compañero, así como la preocupación y al mismo tiempo
la ilusión con la que esperaba este momento que daría un giro completo a mi
vida.
Atrás quedarían años de
incredulidad e incomprensiones, en los que no sabía que me ocurría, con
frecuencia era objeto de burlas, discriminación y rechazo, por lo que me
costaba relacionarme con normalidad y había momentos en los que me sentía
verdaderamente mal y deprimida. Por aquel entonces me llamaban Andrés, mis
padres siempre me criaron como chico, cuando mis preferencias tanto en juegos,
vestir y sentimientos eran de chica, y con un aspecto físico que se acentuaba y
definía cada vez más en éste sentido.
Al igual que yo mis
padres sufrían con esta situación e incluso mi padre se sentía incomodo y
mostraba cierta vergüenza. No supe lo que realmente me ocurría hasta los doce
años, cuando junto a mi madre acudí a la consulta de una doctora y psicóloga,
que con detalle y de manera entendible me explicó que es lo que me pasaba.
Entonces supe que sufría
una alteración genética, de las denominadas raras, pero no desconocida, llamada
Hermafroditismo que aproximadamente afecta a uno entre un millón de nacimientos
y que se caracteriza porque presenta de forma simultánea órganos
correspondientes a ambos sexos, es decir, posee ovarios y testículos, aunque
ambos atrofiados. Que aunque suelen tener aspecto exterior más de mujer que de hombre, muy pocos son criados como
chicas. Pero lo principal es que, con el apoyo afectivo primero, y médico-quirúrgico
después, todo tiene solución en el respeto y libertad de cada individuo. Una
vez que, consciente de tal decisión y con plena capacidad personal, se asuma
dicha condición.
Desde aquel momento con
ayuda de mi madre, fundamentalmente, pude empezar a ser yo misma, a sentirme
persona, a entender que aunque padezcamos determinadas alteraciones esto no nos
hace ser diferentes a los demás como seres humanos. En mi afán por saber, por
conocer el comportamiento de mi cuerpo, pude comprobar que no era única, que
otras muchas personas se ven afectadas por este tipo de alteración u otros un
tanto desconocidos, pero de cuya existencia se tiene conocimiento en los confines
de la historia. Así, aparte del origen mitológico de Hermafrodita, hijo de
Hermes y Afrodita, y su fusión en un mismo cuerpo con la ninfa del lago, la
náyade Salmacis, enamorada de él; en el siglo IV a. de c. Platón en su libro
“El banquete”, desarrolla un debate sobre el amor entre Eriximaco, Agatón,
Sócrates y Aristófanes, y es éste último que, para fundamentar el sentimiento
del amor, atribuye al dios Eros un mito, según el cual “hubo un tiempo en el que la Tierra estaba poblada por personas
esféricas, tenían dos caras, cuatro brazos y cuatro piernas. Tres sexos
existían entonces: el masculino, descendientes del sol; el femenino, descendientes
de la tierra y el andrógino, descendiente de la luna que participaba de ambos
sexos”. Continuaba su discurso relatando que, “estos seres se sentían poderosos y osaron desafiar a los dioses, por
lo que Zeus los dividió en dos mitades, convirtiéndolos en seres incompletos y
condenándolos a anhelar siempre la unión con su mitad perdida”. Para
concluir diciendo, “el amor es el deseo
de encontrar esa mitad que nos falta”.
Mucho he llorado y luchando
a diario, en una sociedad donde lo correcto es ser lo que se denomina normal,
pero las ganas de vivir me han hecho no desmayar, y si es importante disponer
de un asesoramiento psicológico y el acceso a una información actualizada, lo
es verdaderamente, que una persona pueda definir el sexo con el que se sienta
más cómoda e identificada.
Pude abrir los ojos, mi
madre me contemplaba sonriente, sostenía mi mano derecha entre las suyas, y Orestes,
con un especial brillo en sus ojos, sensiblemente emocionado, acercaba su cara
a la mía y me besaba.
Lloré, pero esta vez de
alegría, pues al fin era quien quería ser, y mi otra mitad estaba donde
deseaba, en la persona que amaba. Y es que, es el amor la energía que mueve el
mundo y nos ayuda a ser mejores.
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