domingo, 15 de octubre de 2017

Ella, por Carmen Gómez Barceló




 Me llamo Félix y cobro por mi trabajo. Hoy voy en busca de unos ojos verdes que me asustan, pero debo ir.  Oscar me habló de su belleza. Me dijo, que atreverse a servirla era de valientes o de inconscientes, según se mire. Así y todo, acepté el encargo. Cuando llegué a su casa, metí la llave en la cerradura y abrí la puerta despacio.  No quería asustarla y la escasa luz de aquel lugar, no me dejaba ver. Óscar me advirtió que no debía hablarle ni mirarla a los ojos, aunque notara el calor de su cuerpo muy cerca el mío. Aunque la suavidad de su piel escurridiza me hipnotizara. A veces manifiesta su locura con caricias, me dijo.

Entré y cerrando la puerta tras de mí, di algunos pasos. Cuando empezaba a sentirme cómodo, una silueta apareció en la oscuridad. Era ella.  Se paró delante de mí y me miró con descaro. Era preciosa. Y hubiese querido perderme en sus ojos, a pesar de la absoluta prohibición de Oscar.  Se me acercó provocadora. Su gracia al moverse, su contoneo, el leve roce de su cuerpo con el mío me hizo estremecer. Pero me mantuve en pie, así, como si no me importara. Como si no tuviera miedo a su escondida hostilidad. Sin mirarla, me dirigí con firmeza a la habitación. Que quedara claro que yo iba a lo que iba. Sin preámbulos. Me pagaban para cumplir con ella y eso era lo que pensaba hacer.  

Cuando acabé mi cometido, me recompuse, me atusé el pelo y quise irme, pero ella no me dejó. Era insaciable y quería más. Y yo no tenía más. Intenté esquivarla, pero era rápida y me cortaba el paso una y otra vez. Entonces hice algo que nunca debí haber hecho, olvidé la advertencia de Oscar y le hablé.

-Tengo que irme ya- le dije.

Cuando oyó mi voz, se enfureció de tal manera que los gritos que emanaban de su garganta eran alaridos propios de Satán. Su cuerpo esbelto se tornó retorcido y su precioso pelo negro, erizado. Quise correr y sus uñas se clavaron en mi espalda como afilados cuchillos ardientes. Pero me deshice de ella como pude y conseguí abrir la puerta por fin.

He telefoneado a Oscar y le he dicho bien claro que si quiere que vuelva a visitar a su amiga… que, por favor, no el saque de la gatera.

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