Todavía hace mucho calor y eso que ya estamos a mediados de
octubre. No me quejo porque las altas temperaturas siguen atrayendo a la gente
a este lugar. Claro que no tiene comparación con lo que ha sido este verano.
Multitudes abigarradas tostándose al sol durante horas; eso me daba la vida,
porque me encantan las visitas y este año ha sido increíble, la verdad.
He hecho turnos completos de la mañana a la noche, sin
interrupción, procurando que la clientela estuviera satisfecha: la cervecita de
mediodía, el tinto de verano y sus correspondientes tapitas han unido a
familias y amigos que venían a refugiarse a la sombra y se enganchaban en
tertulias interminables. Bueno, reconozco que soy un poco cotilla y que escucho
con interés las conversaciones ajenas; para mí es divertido observar las
distintas opiniones y los idiomas diferentes, porque este año, además, han
venido muchos extranjeros. Por las noches el ambiente ha sido especialmente
animado, con grupos de jóvenes que lo inundaban todo con sus risas y algarabía.
La energía de la edad, que parece que se van a comer el mundo.
Recientemente me he quedado solo. Tenía dos compañeros
instalados un poco más allá, a mi derecha, pero hace un par de semanas
desaparecieron de mi vista. Debió ser durante la noche porque yo no me enteré
de nada; sólo sé que una mañana al despertar, ya no estaban.
¡Qué rápido ha pasado todo!
Ahora entiendo mejor esas nostalgias de la gente cuando hablan del tiempo, de
hacerse mayor, del final de la vida…es como si me hubiese contagiado de su
melancolía y yo mismo empiezo a sentir ese vértigo del tiempo pasado que no
volverá.
Pero… ¿Qué es ese ruido? Es tan molesto y desagradable que me impide
escuchar la música que sale por los altavoces. No veo nada, sólo los oigo a mis
espaldas: llegan como a traición, sin avisar y siento un pellizco por dentro;
es algo parecido al miedo; de pronto experimento un fuerte dolor en el costado
izquierdo; también en el otro flanco… ¿qué está pasando? Ahora veo a esos
monstruos como máquinas infernales con unas enormes palas que destruyen todo a
su paso, me voy deshaciendo poco a poco, creo que esto es el fin. ¡Qué tonto he
sido quejándome de la monotonía del paisaje, siempre mirando el vaivén de las
olas! Ahora que todo está a punto de terminar me arrepiento de esos
sentimientos, pero ya es demasiado tarde. Sólo espero que guarden mis restos en
el almacén para poder resurgir el próximo verano.
Rosa, Rosae, qué magníficos son los bares a la orilla del mar ¿verdad? Buen relato, compañera. Enhorabuena. Se te ha echado de menos esta semana.
ResponderEliminarLo he leído de manera inocente, sin tratar de adivinar, dejándome llevar. El final llega lógico y sin sobresaltos, sin pretender efectos especiales... de manera suave y esperanzadora. Buen relato Rosa.
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