miércoles, 18 de octubre de 2017

Se vende, por Carlos Abril




Durante su última noche en la casa habían estado a punto de no contarlo. Fue el padre quien dio la alarma. Lo porque sentí su voz de pánico. Los gritos reverberaron en un espacio vacío ahora de muebles.

El hombre que luchaba a la desesperada contra el sopor que amenazaba con paralizarlo Consigu con gran esfuerzo despertar a su esposa. Luego ambos, tambaleantes por el mareo y las náuseas, recorrieron la distancia hasta el cuarto de los niños. Allí apenas había penetrado aún el gas y desde aquella ventana consiguieron salir al aire libre del jardín. La familia había estado ultimando la mudanza durante aquella jornada. Yendo y viniendo con la furgoneta alquilada, vaciando las dependencias de muebles y cachivaches. Al llegar la noche se durmieron pronto. Estaban agotados. La noche siguiente dormirían ya lejos de aquí.


Un año antes había ocurrido lo de los intrusos. La familia tuvo que cerrar su casa temporalmente para cuidar un tiempo a una abuela convaleciente que vivía fuera de la ciudad.


Me cuesta recordarlo, e incluso me parece que no hubiera ocurrido nunca —supongo que lo viví como una experiencia traumática. Pero el hecho fue que aprovechando aquella circunstancia los intrusos llegaron. Era un día claro de abril y tras forzar la cerradura, se instalaron con muy escasa consideracn. Parecía que en lugar de habitar una casa ajena estuvieran levantando un campamento de verano. Cuando los vecinos avisaron a la familia era ya demasiado tarde y la parsimonia legal para echar a aquella gente apenas acababa de echar a rodar. No digo que la novedad que representaban los intrusos no fuese divertida durante un tiempo. Pero al final lo pusieron todo patas arriba. Su estilo de vida era anárquico y de una arbitrariedad tan obscena que acabaron por cansarme.


Y así fue que, en mitad de una noche cualquiera, empe a desatarse toda una extraña disonancia de chirridos estridentes. A los intrusos se les he la sangre. La casa crujía como las cuadernas de un barco en medio de una tempestad. Aterrorizados y sin saber a qué achacar aquel fenómeno acabaron por marcharse para siempre.


El regreso de los legítimos propietarios fue como retomar un idilio que se había interrumpido bruscamente. Repararon con mimo todos los desperfectos que había ocasionado la barahúnda de ocupas y, con sus maneras cálidas de familia feliz, pudo restablecerse de nuevo el hogar que yo siempre había albergado. Por eso me resultó tan chocante, un ultraje, en cualquier caso, cuando comenzaron a hablar sobre la posibilidad de largarse a otra parte con su hogar de familia feliz. Decían necesitar algo más espacioso y con mejor distribucn, un jardín más grande, mejores vistas sí, pero ni una palabra sobre la lealtad que una familia debe a la morada en la que han nacido sus hijos. ¿acaso no había arriesgado yo mi reputación para echar a los intrusos con aquel numerito de casa encantada?


La traición se consu y compraron una casa basta y ordinaria con piscina, plantas amplias y un gran porche. Fue la última noche, antes de abandonarme definitivamente cuando ocurr el accidente ¿quién hubiera pensado que el tiro de la chimenea podría obstruirse? Es cierto que nunca antes había ocurrido nada semejante. Pero estas cosas suceden. Todos los inviernos, en los perdicos aparecen noticias así. el asesino silencioso” ¿No es así como llaman al monóxido de carbono? ...Un fuego al que le va faltando aire, una mala combustn. Una familia que con las camas ya desmontadas dormita sobre colchones tirados en el suelo durante la última noche que pasaran en la vieja casa.


La chicharra del teléfono vil nunca me gustaron esos chismes — sonó entonces. El padre escuchó la estridencia acrecentada por el eco del espacio vacío de mobiliario. Aún aturdido advirt lo que ocurría. Una delgada cortina de humo neblinoso se extendía ya por el salón. La familia se salvó ya mí me colgaron un cartel que rotulaba mi nuevo estado de casa en venta. Al principio vinieron algunos curiosos   a   verme, alguna   familia   incluso   llegó   a   parecer sinceramente interesada o quizá yo solo me engañaba añorando la posibilidad de volver a albergar de nuevo un hogar. Pero han pasado años y el rótulo sigue puesto, ya nadie viene a verme. Alguien me colgó el sanbenito de casa encantada. Hubo rumores maledicentes sobre el enojoso asunto de la chimenea obstruida.


Me deterioro lentamente. Toda casa que se precie necesita una familia. Mi memoria de vieja residencia se desvanece. Y ya ni siquiera si es verdad que una vez gocé del hogar y de la estima de una familia feliz.



UNA FAMILIA FELIZ

No hay comentarios:

Publicar un comentario