miércoles, 26 de octubre de 2016

La venganza, por Mónica Sánchez

Ejercicio literario con cambio de estructural tradicional de Planteamiento, Desarrollo y Desenlace por: Planteamiento, Desenlace y Desarrollo.




Aquella mujer llegó apresuradamente a la estación de tren. Saludó al guarda de seguridad que franqueaba la puerta y compró un billete para Baeza.  Manuela tenía 62 años. Sus trabajadas manos temblaban, aunque en aquella ocasión no lo hubieran hecho. Tenía una larga pero pobre melena cana, que semi recogía con horquillas. Siempre iba vestida de negro. Llevaba trabajando como sirvienta, en casa de una familia adinerada del pueblo, casi cuarenta años.

Cuando sus obligaciones se lo permitían iba a visitar a Inés, su única hija, que se había casado y se había trasladado a  vivir a Marchena, donde su marido ejercía como Guardia Civil.

Esta vez la visita solo duraría unas horas, Y tenía claro que sería la última vez que vendría porque había planeado terminar con la vida del marido de su hija.

Inés era una joven introvertida, se relacionaba poco. Su cuerpo desgarbado y su timidez le hacían sufrir complejo de inferioridad desde que era una niña. Fue criada en el seno de una familia humilde. (Punto mejor que coma)  Su padre trabajó como jornalero en el campo hasta que falleció, (coma) un año antes de jubilarse. Tampoco tuvo novio. El hijo del carnicero la pretendió aunque sin éxito.

Cuando Inés iba a cumplir los 18 años, su prima Adela y la amiga de ésta, decidieron prepararle un cumpleaños diferente, dejando de lado la tarta de manzana que su madre le hacía para que soplara las velas.

        He hablado con Anita y Margari, y nos reuniremos las cinco en el bar del sindicato para darle una sorpresa a Inés por su mayoría de edad – confesó Adela a su amiga. - Además, vendrán algunos de los muchachos que este año están preparándose en la academia- prosiguió.

La Academia de la Guardia Civil de Baeza estaba abierta al ingreso de los nuevos solicitantes que cada año llegaban.

Así fue como Inés conoció a Roberto, quién rápidamente se interesó por ella.

El noviazgo fue corto, unos dos años. Cuando a Roberto lo destinaron a Marchena propuso matrimonio a Inés. Ella nunca tuvo trabajo. Primero por los estudios que había estado cursando; y más tarde por su relación con Roberto. Era muy celoso y no quería que trabajara fuera de casa. (Punto mejor que coma) Decía que con su sueldo tenían suficiente para vivir. Tampoco le gustaba que vistiera con ropa ajustada, ni que se maquillara, y mucho menos que saliera sola con las amigas. Inés pasaba las ausencias de su  marido con la única compañía de una radio. De vez en cuando la visitaba la vecina de arriba, que estaba más interesada en tenerla actualizada sobre los cotilleos del edificio, que de ofrecerle su amistad.

Un día Roberto volvió a casa a las once de la noche. Su turno había terminado a las dos, pero avisó que se retrasaría. Venía oliendo a whisky, traía la ropa manchada y la camisa por fuera del pantalón, como de haber protagonizado alguna pelea. Inés le increpó su actitud. Roberto no le contestó. La cena estaba preparada encima de la mesa.

        ¡Esto está helado! – gritó Roberto lanzando el plato contra el suelo.
         Te estaba esperando desde las nueve- contestó ella.
        Ya te dije que hoy no vendría a comer- replicó Roberto
         ¡Claro!, pero eso fue a las dos de la tarde - rezó Inés en voz bajita.



Nunca lo había visto tan furioso ni tan borracho. Inés se agachó y comenzó a recoger los cristales y la comida rociada por el suelo. Cuando  levantó la cara, en su rostro retumbó una sonora bofetada que la hizo caer de espalda.  Las lágrimas comenzaron a recorrer su cara. Adormecida por el dolor, Roberto la ayudó a levantarse, rogándole que lo perdonara.

No sabía qué le había pasado, no quería hacerle daño, fue un acto de impulsividad... explicaba el marido  intentando justificar lo ocurrido.  Pero lo cierto es que esa fue la primera de las, cada vez más frecuentes, bofetadas, empujones y palizas, que el hombre propinaba a Inés día sí y día también.

En una ocasión  Roberto rompió un palo de fregona en la espalda de su mujer.

Inés quería dejarlo, pero él siempre le pedía perdón por sus “impulsivas reacciones”, como él mismo las llamaba. Decía que ella lo provocaba, y hacía que la joven dudara muchas veces si tal vez se encontraba en lo cierto.

Manuela solo conocía una mínima parte de aquel maltrato que su hija bien se ocupaba de disfrazar.
Una vez fue que había resbalado; otra que se había caído en el cuarto de baño; y otra, que había tropezado en la calle y había caído de boca.... Pero para Manuela las justificaciones sonaban realmente a eso.  En su interior, como madre sentía el desgarro de suponer una verdad que le enervaba el alma.

La penúltima vez que viajó hasta Sevilla fue para visitar a su hija en el hospital. Tenía partidas dos costillas y quemaduras producidas por el ácido del agua fuerte que había arrojado sobre su cuerpo.

Durante su estancia en el hospital, una psicóloga visitó a Inés, y la asistenta social del centro se ofreció para ayudarla.

Dos semanas después, Inés presentó una denuncia contra Roberto en la misma comandancia y ante los propios compañeros de su marido (guardia civil) Esto último se presupone. El juez decretó orden de alejamiento.

Inés y su madre se habían vuelto a Baeza.  La muchacha, todavía con dificultad para respirar por la envergadura de sus lesiones, se recuperaba poco a poco. Manuela había apartado su trabajo para dedicarse por completo a los cuidados de su hija.

Pero a consecuencia de todo lo ocurrido, Inés tenía miedo. Sufría pesadillas y le costaba conciliar el sueño. De ahí que su prima Adela se pasaba a verla por las tardes.

Una mañana, Manuela pidió a Adela que se quedara en casa con su prima.

- Voy a ir a Jaén para solucionar un problema con la contribución de la casa - les mintió.  Manuela metió unas llaves en su bolso y se marchó.  Esa fue la última vez que viajó a Marchena.

Caminando con paso firme se dirigió al piso donde su hija había estado viviendo con su maltratador hasta hacía poco, y se atrincheró dentro. Se aseguró bien de que Roberto no estuviese. Estaba tranquila, no tenía prisas.

Pasaron dos horas cuando de repente escuchó cómo una llave se introducía en la cerradura. La puerta se abrió y Roberto entró en el piso. Manuela esperó fríamente a que la puerta se cerrara, cogió el arma de servicio de Roberto, se situó frente a él, y le propinó un certero disparo en el pecho. Roberto cayó al suelo fulminado, y, Manuela, con voz serena dijo: “por fin he encontrado lo que tanto tiempo me he llevado buscando”.

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