miércoles, 26 de octubre de 2016

Un futuro esperanzado, por José Miguel Rubio



 

La terrible noticia le sobrevino con la guardia baja. Flor estaba pasando por el peor momento de su vida, lo delataba el que su marido Adrián no la hubiera acompañado al ginecólogo. Su relación de pareja llevaba un tiempo que estaba haciendo aguas, tanto es así que, cuando les expuso su caso, el consejo que le dieron desde el teléfono 016, ese que no deja rastro en la factura, fue que rompiera su relación sentimental, pues podía derivar a una situación mucho peor en su convivencia.

Su matrimonio iba mal hacía tiempo y en el último año el distanciamiento parecía insalvable tras recibir varias humillaciones y maltratos cuando volvía a casa con su aliento oliendo a alcohol. Lejos quedaba el tiempo en que su adorado esposo podía sorprenderla, sonreír, acercarse con dulzura, acariciarle el cuello, sujetarle la barbilla, darle un beso y decir: ¡Te quiero! Dios, ¿cuánto tiempo había pasado desde que hicieron el amor por última vez? Y lo peor es que no parecía importarle. Ahora su silencio le pesaba como una losa, ella odiaba esos silencios, ¿alguien se ha preguntado:... q peso tiene el silencio?

De regreso a su domicilio, en su cabeza se agolpaban pensamientos de todo lo que se  le  venía  encima.  Las  palabras  del  doctor  fueron  contundentes  y  demoledoras:

- "Señora Flor, le hemos diagnosticado un cáncer de mama, las pruebas son concluyentes pero debemos confiar en la medicina. Tenga en cuenta que la tasa de supervivencia, si se detecta precozmente, es superior al 80%, además, hoy disponemos de unos tratamientos muy avanzados que junto con la predisposición de la paciente hacen que la lucha sea muy eficaz" -.

La "predisposición de la paciente", se repetía una y otra vez. Sí, esa parte le tocaba a ella gestionarla, sabría tener la "predisposicn" y el coraje necesario para hacerlo por poseer un carácter optimista, abierto y fuerte ante el desaliento, pero necesitaría algo más, un terreno propicio para librar la batalla y en su hogar no lo iba a encontrar. Si cambiara de vida, el hecho de no tener hijos facilitaría la situación, buscaría el arrope y el apoyo de la familia. Sabía que en situaciones de crisis, el soporte anímico y emocional es vital para sobrellevar la situación. Sus padres, aunque ya mayores, estarían encantados de recuperar a su "querida niña". A ellos, en el fondo, nunca les había hecho gracia la forma de ser de su yerno.

Cuando abr el portal de su vivienda, la decisión la tenía ya tomada. Cog la maleta y empezó a introducir en ella lo que en su opinión era más necesario: ropa, efectos personales y útiles de aseo. Al visualizar el secador de pelo para llevárselo, dudó de si sería una buena idea, pues estaba al corriente de la pérdida del vello corporal que causaban los efectos nocivos de la "quimio" o la "radio", pero consideró meterlo en su equipaje. No podía abandonar la idea de estar guapa mientras pudiera, o mejor dicho: "sentirse guapa" para vencer a la enfermedad. Flor quería mantener a toda costa un hálito de esperanza. Esperanza, que es aquello que hace que el náufrago agite sus brazos en medio de las aguas, aun cuando no vea tierra ni barcos por ningún lado.

Después de tenerlo todo dispuesto, dejó en el salón la carta de despedida dirigida a Adrián y con emoción, que viene del griego - emotion - y significa movimiento, abrió un instante sus grandes ojos claros que brillaron detrás de su flequillo rojizo y, como un acto de liberación, se marc sin nostalgia cerrando con determinación la puerta tras de sin volver la vista atrás.


Cerca de la estación el sol del medio día rompía el aire fresco, contempló un anuncio que representaba a una mujer con un lazo rosa y un lema que hablaba con énfasis sobre el día mundial de su enfermedad. A partir de ahora, ese sería su color preferido, el cual, estaba segura, le ayudaría, como banderín de enganche, a encontrar la enera necesaria para poder sobrevivir.

El tren se puso en marcha, observó con mirada vana a la ciudad alejándose con un ligero traqueteo y, tras el cristal de la ventanilla, como un rayo de luz, vio el reflejo de su rostro con semblante sereno y, por primera vez, percibió que su vida tenía un sentido que iba más al de lo inmediato, una sensación de tiempo amplio y eterno que le trascendía.
 

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