martes, 18 de octubre de 2016

Desubicada, por Luisa Yamuza Carrión



A veces me pregunto cómo he llegado hasta aquí. 

Un día, las luces me cegaron y me sentí extraña, desubicada. Al principio pensé que esta situación sería insoportable, pero con el paso de los días mis pupilas se acostumbraron y me pareció que aquí no se está tan mal. 

Iluminada, cientos de ojos se posan sobre mí a diario. No importa, mi imagen siempre fui foco de miradas apasionadas y yo me serví de esa debilidad ajena. Ni siquiera él, el de los milagros, pudo resistirse a mis encantos. Yo también sucumbí a sus manos y  a sus deseos. Claro, con aquélla voz y aquéllos relatos exaltados y aquél cuerpo delgado, fibroso y aquéllos abrazos...Porque fui su musa, su amante, el mundo me despojó de dignidad pero los artistas y los librepensadores me alabaron hasta la saciedad. 

 Ahora que solo soy una estampa de lo que fui, subsisto glorificada en esta casa donde se supone que él habita, aunque yo no lo he visto nunca. De hecho, creo que jamás estuvo aquí. Rodeada de filigranas y escudos de piedra, muertos en alabastro, paños de terciopelo, tallas preciosas y oro falso, ocupo un lugar discreto pero destacado gracias a la fama de mi creador. 

Tan extrañados como yo misma, ciudadanos de medio mundo se sorprenden ante mi blanca tez y los bucles castaños que cubren mi cuerpo. Mostrar mi desnudez debe ser demasiado obsceno para esta sociedad hipócrita. Nada ha cambiado menos en tanto tiempo.

Solo unos pocos aprecian la calidad de mi factura y admiran el trazo de la mano experta que me imaginó. Solo ellos se preguntan ¿Pero qué hace aquí esta María Magdalena de Da Vinci? 

Como esta señora que ha llegado hasta mí alertada, a grito limpio, por un pre adolescente rubio: ¡mamá, mira! 
 
Lee la nota que me describe en el cartel informativo. Se sorprende. Me observa detenidamente. Mira a su alrededor. Y la oigo musitar:

            - Si no fuera por ese grueso cristal que la protege y la alarma, me la llevaría a casa. Allí luciría mucho más hermosa que en este frío panteón y ella se sentiría mejor ubicada.

No es la primera vez que oigo esas palabras, pero nadie se ha atrevido hasta ahora. Así que aquí sigo, enmarcada y colgada sobre la gélida pared de la Capilla de los Condestables en la Catedral de Burgos. ¡Qué aburrimiento!

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