Siempre se repite el mismo
sueño, es desconcertante y no sé lo que significa.
Un brillante foco de luz
apunta hacia mi cara, me deslumbra y miro hacia otro lado. Cierro los ojos y me
interno en la oscuridad. Despierto de nuevo; no sé cuánto tiempo ha
pasado de un instante a otro. Estoy somnolienta y esa pantalla de luz sigue
delante de mí. Es muy molesta. Aparto la mirada y en esta ocasión me da tiempo
de ver gente a mí alrededor. Están a ambos lados de la camilla sobre la que
estoy tumbada, llevan uniformes y mascarillas de quirófano. Mi conciencia se
aleja una vez más.
Cuando despierto por
tercera vez hay algo de tensión en el ambiente…
“¡Se nos va! – dice uno de
ellos. Es el que está más próximo a mí, junto a los monitores -. ¡Más oxigeno!
– solicita otro -. Esto no pinta bien, Vamos a necesitar cirugía. -, - Pero
podría ser peligroso. -, - Correremos el riesgo -. Me aplican una
mascarilla y a continuación me sumerjo en un profundo estado de letargo”.
…
El sonido de una alarma
inunda mis oídos de notas agudas y me despierto sobresaltada en mi propio
sueño. Mis ojos se abren a causa de la sorpresa y todo está muy oscuro. No veo
nada, lo cual me preocupa más todavía. Sin embargo, mi visión se adapta a la
penumbra y comienzo a distinguir algo. Sí, es el techo de una habitación,
no cabe duda.
Mi cuerpo yace boca arriba
sobre una superficie incomoda y tengo frío. El ritmo de mi respiración es lento
y profundo.
Acto seguido se oye la
apertura de una cerradura; parece una puerta automática. Me obligo a tomar
conciencia de la situación y observo a mí alrededor. Un rayo de luz artificial
se cuela en la estancia y me permite distinguir los objetos con mayor nitidez.
No sé dónde estoy, pero tiene pinta de ser una celda. Una fría y metálica
celda. ¿Cómo demonios he llegado hasta aquí?
De repente escucho un
murmullo de gente al otro lado. Salgo del lecho, despojándome de la escasa ropa
que me cubre, y camino hacia ella. ¿He dicho ya, que hace frío? Además huele a
desinfectante.
Me he precipitado, el
movimiento ha sido demasiado brusco y pierdo el equilibrio. Busco la pared para
servirme de apoyo y al plantar las manos en el acero dejo la huella de mis
dedos.
Una fuerte punzada me
atraviesa el abdomen y hace que me retuerza. En un acto instintivo,
intento calmar ese dolor aplicando calor en la zona con la palma de mi mano. Es
entonces cuando noto algún tipo de tejido que me comprime. Levanto la camisa
gris que llevo puesta y miro en el metal que me sirve de espejo. Estoy
envuelta, hasta la cintura, en una especie de tira de gasa. Son metros de venda
que comienzo a deshacer y hay algo de sangre en ella. Mis dedos se enredan
nerviosos en cada lazada, ansiosos por descubrir, ¡una raja que recorre la
longitud de mi bajo vientre!
Retrocedo y cubro mis
labios para ahogar un grito, lo que me hace pensar que tengo sed. Mis labios
están agrietados y mi lengua apelmazada.
Una vez más, me aproximo
para observar de cerca los puntos que hilvanan la herida. Todavía están
frescos. Un momento… ¿Quién es la chica del reflejo? Tiene un aspecto
demacrado. Jamás he tenido el pelo tan largo, ni los ojos de un azul tan claro.
Esa no soy yo.
Me alejo asustada y tomo la
siguiente decisión: que es salir de allí ahora que tengo la oportunidad. Fuera hay un montón de gente que no reconozco, son mujeres y niños.
Y aunque el ambiente es de confusión caminan ordenadamente. El edificio tiembla y nos agarramos los unos
a los otros. Nos miramos sin saber lo que está pasando, me pregunto si ellos lo
sabrán… Veo personas que
salen de otras cabinas y se incorporan a los pasillos, así que decido
seguirlos. De nuevo ese
temblor, pero esta vez no ha parecido un movimiento de tierra. Sino un
movimiento oscilante, una turbulencia.
Hay una chica junto a la
escalera que llama mi atención. Es la única que muestra un estado de ansiedad.
Es una mujer delgada, más alta que yo y lleva el pelo rubio amarrado en una
pequeña coleta. Algunos flequillos se escapan del recogido. Viste con la misma
ropa que usamos todos. Camisa y pantalón gris oscuro. Debe ser un uniforme.
Otea por encima de las
cabezas en busca de alguien y descubro alivio en su rostro cuando me divisa.
Sale en mi búsqueda, abriéndose paso entre la masa de cuerpos.
“¡Mery! – exclama tomando
agarre por mis hombros. Mery… – repite una vez más, casi sin aliento –, ¡el
niño!”.
Despierto del aturdimiento
y le agarro por las manos. Al hacerlo descubro una pulsera de plástico que
rodea mi muñeca: 107542W, es lo único que pone. Algo suena
en mi cabeza, tanto o más fuerte que la alarma de emergencia. Algo que me pone
en marcha y me hace correr despavorida en el sentido contrario al que lo hacen
todos. Y me interno en los pasillos de la cosmonave, porque ya sé dónde
estoy.
Mi nombre es Mery Black y
voy a bordo del New Hope, rumbo al nuevo mundo. La Tierra ha sido devastada por
las fuerzas de la naturaleza y viajamos a través del espacio en busca de una
esperanza de vida, a una galaxia cercana a la nuestra. Los estudios científicos
confirman que existe un planeta apto para la supervivencia en condiciones
similares. Estamos a punto de entrar en
la atmósfera y todos van a sus puestos. Hemos ensayado el simulacro
cientos de veces.
La puerta de la cámara a la
que me dirijo está cerrada. No conozco el maldito código y solo el personal
autorizado puede acceder a ella. Pero no me importa, ya contaba con eso. He
cogido un extintor, unos pasillos atrás, que me servirá para arremeter contra
la puerta. Tras varios golpes, ésta se abomba.
Una voz de alarma comienza
a alertar de mi intrusión. Dentro, hay varias estructuras que soportan el peso
de unas peceras con forma de vientre. En su interior se observa un líquido
transparente, de aspecto luminoso, en el cual flotan fetos en diferentes
estados de gestación. Esos recipientes reúnen todos los elementos necesarios
para garantizar su total desarrollo.
Busco la numeración que
coincide con la que está grabada en mi pulsera. Uno de ellos es mi bebé. Lo
encuentro, poso mis manos sobre el cristal templado y el pequeño abre los ojos.
Es una imagen que quedará grabada en mi retina por el resto de mis días.
A continuación alguien me
agarra por la cintura y me levanta del suelo. Me resisto. Tiene la intención de
expulsarme y mientras lo hace me ordena ocupar mi puesto. Pero algo inesperado sucede. El protocolo de emergencia se ha activado;
la sala de peceras se desprende de la estructura principal y
comienza un viaje en solitario.
Con soberana impotencia
observamos cómo se aleja nuestro futuro.
Hola Esther, que interesante. Me he quedado con ganas de más.... atenta a tus publicaciones. Enhorabuena ��
ResponderEliminarMuchas gracias Elisabet. Te agradezco tus infinitas palabras de ánimo.
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