Sara había llevado toda su vida buscando
desesperadamente el amor. Era una persona muy enamoradiza, pero sus ideales
románticos se habían visto continuamente truncados por la cruda realidad: su
físico espantaba a los hombres, y a los que atraía, les acababa espantando su
interés cada vez más obsesivo por ellos. Pero aquel era el día en que todo por
fin daría un giro y se casaría con Michael, un estudiante que había conocido al
venir de Erasmus a España y que, a pesar de no haber aprobado ninguna
asignatura, no ser especialmente inteligente ni trabajador, tener varios
problemas de salud muy marcados y no tener mucha capacidad de hacer amigos,
contaba con una cualidad muy poco
común: le gustaba Sara, y lo que era más raro, la aguantaba.
Hacían una extraña pareja pero no les amedrentaban
las críticas.
De ella decían que se casaba con Michael sólo por
miedo a no encontrar nunca más a alguien que la soportara. De él decían que se
casaba con Sara porque su baja autoestima se encargaba de tomar las decisiones
por él, si rechazaba a ésta, ¿quién le aseguraría que la siguiente sería mejor?
La boda sería un éxito.
...
Ahí estaba Sara, por fin a solas con Michael en su
piso, el momento que tanto había deseado, había llegado después de tantísimas
horas. Por fin podría empezar su
luna de miel, algo que llevaba buscando desde que de pequeña todas sus amigas
tenían novio en el recreo excepto ella. Aquellas burlas infantiles que fueron
evolucionando con el tiempo, por fin podrían acabarse, ella no era una
mojigata, se auto convencía, sólo que ningún hombre dejaba que le mostrase
cuánto valía.
Cerró el dormitorio con llave. Sonaba música heavy metal a todo volumen en la
habitación. Sonaba la primera canción que la pareja había escuchado juntos
desde que se conocían. Michael se encontraba en ropa interior tumbado en la
cama, miraba hacia su reciente esposa con gesto de semi-sorpresa, apoyado en un
par de almohadas. Sara lentamente se empezó a quitar la ropa mientras le
susurraba al oído a su marido cuánto le deseaba, información que acompañaba de
otros matices más personales.
De repente se abrió la puerta de la habitación con
un golpe de ariete a grito de: "¡Policía!". La velada se vio
interrumpida por un grupo de 6 agentes que redujeron a Sara, la esposaron y la
sacaron de su casa a la fuerza mientras le relataban sus derechos.
La arrestada se despidió susurrando: "Y pensar
que antes de ayer nuestro amor aún no era prohibido"
...
A la mañana después de la boda Sara estaba muy
apenada, lloraba desconsolada en las escaleras de la iglesia en la que se había
casado hacía unas 12 horas, con la sensación de que la mayoría de los esfuerzos
que había realizado en su vida eran en vano. Ese trabajo hecho con la mejor
intención, en el que se había dejado su propia alma año tras año, ahora se veía
inútil.
Se sentía una vez más en su vida humillada, esta
vez ni si quiera podía encarnar la culpa en una persona u otra, ya directamente
sentía que el propio universo se reía de ella dándole codazos a su colega
mientras se carcajeaba a mandíbula batiente y el inexistente sonido de aquella
burla en forma de risa se le metía por los tímpanos y hacía estallar su
saturado cerebro.
Continuamente negaba la realidad, "no puede
ser" se repetía una y otra vez.
Para sorpresa de sí misma, una idea fresca asaltó
su mente.
Se levantó. Se le veía decidida a luchar por su
reciente marido.
Nadie tenía la culpa de que justo tras la boda
Michael sufriera un infarto mortal en su débil corazón debido al estresante
cúmulo de estímulos.
"¿Hasta que la muerte nos separe? En la muerte
estaremos más unidos que nunca".
Corrió hacia su coche, entró y comenzó a conducir
dirección a la morgue. Ya después de la luna de miel se pararía a comprar
formol.
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