miércoles, 18 de enero de 2017

Adelita Forever, por Luisa Yamuza Carrión


A Jerónimo habían vuelto a quedarle tres. Se acabaron las vacaciones antes de empezarlas- iba pensando de camino a casa, mientras el instituto entero bullía celebrando el fin de curso. Sus padres no se lo tomaron demasiado mal, no era la primera vez. De hecho ya tenían contratada la academia para las dos asignaturas más importantes. Pero para francés...

En el pueblo no había profesores particulares del dichoso idioma. De inglés todos los que quisieras pero de francés, ni uno.  De modo que, para francés, su madre había concertado  unas clases de repaso, con Adèle, una vecina de procedencia gala. "Algo le enseñará" pensó. 

La improvisada maestra, era una señora de edad indefinida, cercana a los cuarenta o a los cincuenta años, según la hora del día que la vieras. Si coincidías alguna vez con ella en el ascensor el intenso aroma del perfume que usaba te mareaba. Hola y bonjour eran las únicas palabras que habían cruzado aunque, desde que él recordara, Adèle siempre había vivido en su bloque. La idea de su madre le había parecido absurda ¿qué le podía enseñar aquella mujer? Pero el ambiente no estaba para quejas y acató las órdenes maternas.

El primer lunes de julio, Jerónimo acudió a las clases de francés resignado al aburrimiento, totalmente seguro de que no avanzaría lo más mínimo en sus conocimientos. Sin embargo, tras la primera sesión su opinión cambiaría radicalmente. Adéle lo recibió con una sonrisa fresca y tres besos impregnados de una dulce fragancia de vainilla que se quedó pegado a las mejillas del adolescente durante todo el día. Luego lo acompañó al salón con el brazo por encima de sus hombros, como si fuera su tía Ernestina. Le indicó que se sentara y sacara el libro de francés. Ella se sentó a su lado cruzando las piernas que emergieron de la falda sin pudor y mirándole a los ojos explicó con su peculiar acento "A verg Guerónimo, estoy seguga de que egues un buen estudiante, solo necesitas un empugoncito. Cada día vas a leeg una lección, atentamente, clago, y si no entiendes algo me lo preguntas, d´accord? que paga eso estoy yo aquí"

Disimulando su interés por aquéllas piernas prietas y bronceadas, Jerónimo, asintió con la testa. Sus peores presagios se confirmaban, aquélla mujer no tenía ni idea de enseñar el idioma que hablaba. Acomodó bien su desgarbado cuerpo, abrió el libro por el tema uno y se dispuso a leer con cierto fastidio. Ella se incorporó y puso un disco de Serge Gainsbourg "pog el oído también se aprende, chery" indicó al joven desde el otro lado de la estancia. Después desapareció.

Pasado un rato, el muchacho cansado de la tediosa lectura se mesaba los negros cabellos mientras miraba al techo. El calor ya era sofocante. Entonces, Adéle regresó sin prestarle la más mínima atención y abrió las puertas del balcón, justo frente al chico. Una brisa ligeramente refrescante alcanzó las hojas del libro que emitieron un sonido como de olas de orilla de mar. El calor aflojó, aunque para Jerónimo el alivio duraría poco.

El joven había seguido con sus ojos curiosos el desplazamiento grácil de la señora hasta el balcón. Parpadeó algo más lento de lo habitual y entones se fijó.  Le pareció un verdadero espectáculo. Ella, en mitad del hueco abierto a la luz del exterior, recogía sus cabellos sobre la cabeza dejando el cuello despejado, hizo un leve giro y su cuerpo quedó de perfil. Entonces, la desnudez de Adèle se vislumbró bajo aquél vestido semitransparente. Los pechos se perfilaron erguidos, casi artificiales,  separando la tela del vientre. Así, la anatomía sinuosa  de la fémina lucía por completo ante los ojos incrédulos de Jerónimo que de inmediato notó cómo todas las partículas de su cuerpo se agitaban. Parecía que vibraban al unísono, frotándose entre sí, provocándole un inmenso placer, el placer de su primer descubrimiento sensual.  Como transportado a lomos de una nube de calima estival, se vio salir de la casa acunado por la voz de la maestra "¡hasta mañana, chery! El portazo tras de él lo despertó cruelmente de su estado absorto.

El segundo día de clase, Adéle, dulcemente le rogó "Adelita, llámame Adelita, chery". Jerónimo, obediente, así la llamó desde ese momento y la complicidad entre ellos no dejó de crecer. Una complicidad que los llevó a la cama antes de lo previsto para ella y sin saber cómo para él. Aunque hacía esfuerzos por evitarlo, la mujer no lograba resistirse al impetuoso deseo de tocar aquel cuerpo fibroso de piel suave. El aroma de lujuria juvenil que desprendía el muchacho la dejaba sin fuerzas para resistirse. El inexperto Jerónimo se dejó guiar las primeras veces pero luego quiso aprender por sí sólo, a fuerza de repetir. Al marcharse sólo pensaba en besarla de nuevo, palparla por todas partes, penetrarla una y otra vez. Recordando sus arrullos afrancesados se dormía cada día y despertaba feliz de regresar a sus clases.

Fue un verano maravilloso para Jerónimo y Adelita. Dos meses de aprendizaje y puro placer para ambos que finalizó con el aprobado de los exámenes de septiembre. Se despidieron precipitadamente en la puerta del piso "toma chery, paga que te acuegdes siempre de mí" Al llegar a casa y abrir el paquetito descubrió emocionado unas preciosas bragas negras de encaje suave. Se las llevó a la nariz y pudo distinguir aún la fragancia a sal  del sexo de Adelita. El espectáculo de verla perfilada debajo de su vestido volvió a su mente y la excitación le produjo una vigorosa erección.  
       
Aunque trataron de evitarlo, durante algunos años el aplicado alumno pudo refrescar sus conocimientos de francés cada vez que lo necesitó. Bastaba encontrarse con ella en el ascensor, musitar un bonjour divertido al unísono y dejarse guiar por el intenso aroma a vainilla de Adelita...hasta su piso.

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