A Jerónimo habían vuelto
a quedarle tres. Se acabaron las vacaciones antes de empezarlas- iba pensando
de camino a casa, mientras el instituto entero bullía celebrando el fin de curso.
Sus padres no se lo tomaron demasiado mal, no era la primera vez. De hecho ya
tenían contratada la academia para las dos asignaturas más importantes. Pero
para francés...
En el pueblo no había
profesores particulares del dichoso idioma. De inglés todos los que quisieras
pero de francés, ni uno. De modo que, para
francés, su madre había concertado unas
clases de repaso, con Adèle, una vecina de procedencia gala. "Algo le
enseñará" pensó.
La improvisada maestra, era
una señora de edad indefinida, cercana a los cuarenta o a los cincuenta años,
según la hora del día que la vieras. Si coincidías alguna vez con ella en el
ascensor el intenso aroma del perfume que usaba te mareaba. Hola y bonjour eran
las únicas palabras que habían cruzado aunque, desde que él recordara, Adèle
siempre había vivido en su bloque. La idea de su madre le había parecido
absurda ¿qué le podía enseñar aquella mujer? Pero el ambiente no estaba para
quejas y acató las órdenes maternas.
El primer lunes de julio,
Jerónimo acudió a las clases de francés resignado al aburrimiento, totalmente
seguro de que no avanzaría lo más mínimo en sus conocimientos. Sin embargo,
tras la primera sesión su opinión cambiaría radicalmente. Adéle lo recibió con
una sonrisa fresca y tres besos impregnados de una dulce fragancia de vainilla
que se quedó pegado a las mejillas del adolescente durante todo el día. Luego
lo acompañó al salón con el brazo por encima de sus hombros, como si fuera su
tía Ernestina. Le indicó que se sentara y sacara el libro de francés. Ella se
sentó a su lado cruzando las piernas que emergieron de la falda sin pudor y
mirándole a los ojos explicó con su peculiar acento "A verg Guerónimo,
estoy seguga de que egues un buen estudiante, solo necesitas un empugoncito.
Cada día vas a leeg una lección, atentamente, clago, y si no entiendes algo me
lo preguntas, d´accord? que paga eso estoy yo aquí"
Disimulando su interés
por aquéllas piernas prietas y bronceadas, Jerónimo, asintió con la testa. Sus
peores presagios se confirmaban, aquélla mujer no tenía ni idea de enseñar el idioma
que hablaba. Acomodó bien su desgarbado cuerpo, abrió el libro por el tema uno
y se dispuso a leer con cierto fastidio. Ella se incorporó y puso un disco de Serge Gainsbourg "pog el oído también se aprende,
chery" indicó al joven desde el otro lado de la estancia. Después
desapareció.
Pasado un rato, el
muchacho cansado de la tediosa lectura se mesaba los negros cabellos mientras miraba
al techo. El calor ya era sofocante. Entonces, Adéle regresó sin prestarle la
más mínima atención y abrió las puertas del balcón, justo frente al chico. Una
brisa ligeramente refrescante alcanzó las hojas del libro que emitieron un sonido
como de olas de orilla de mar. El calor aflojó, aunque para Jerónimo el alivio
duraría poco.
El joven había seguido
con sus ojos curiosos el desplazamiento grácil de la señora hasta el balcón. Parpadeó
algo más lento de lo habitual y entones se fijó. Le pareció un verdadero espectáculo. Ella, en
mitad del hueco abierto a la luz del exterior, recogía sus cabellos sobre la
cabeza dejando el cuello despejado, hizo un leve giro y su cuerpo quedó de
perfil. Entonces, la desnudez de Adèle se vislumbró bajo aquél vestido
semitransparente. Los pechos se perfilaron erguidos, casi artificiales, separando la tela del vientre. Así, la
anatomía sinuosa de la fémina lucía por
completo ante los ojos incrédulos de Jerónimo que de inmediato notó cómo todas
las partículas de su cuerpo se agitaban. Parecía que vibraban al unísono,
frotándose entre sí, provocándole un inmenso placer, el placer de su primer
descubrimiento sensual. Como
transportado a lomos de una nube de calima estival, se vio salir de la casa
acunado por la voz de la maestra "¡hasta mañana, chery! El portazo tras de
él lo despertó cruelmente de su estado absorto.
El segundo día de clase,
Adéle, dulcemente le rogó "Adelita, llámame Adelita, chery".
Jerónimo, obediente, así la llamó desde ese momento y la complicidad entre
ellos no dejó de crecer. Una complicidad que los llevó a la cama antes de lo
previsto para ella y sin saber cómo para él. Aunque hacía esfuerzos por
evitarlo, la mujer no lograba resistirse al impetuoso deseo de tocar aquel
cuerpo fibroso de piel suave. El aroma de lujuria juvenil que desprendía el
muchacho la dejaba sin fuerzas para resistirse. El inexperto Jerónimo se dejó
guiar las primeras veces pero luego quiso aprender por sí sólo, a fuerza de
repetir. Al marcharse sólo pensaba en besarla de nuevo, palparla por todas
partes, penetrarla una y otra vez. Recordando sus arrullos afrancesados se
dormía cada día y despertaba feliz de regresar a sus clases.
Fue un verano maravilloso
para Jerónimo y Adelita. Dos meses de aprendizaje y puro placer para ambos que
finalizó con el aprobado de los exámenes de septiembre. Se despidieron
precipitadamente en la puerta del piso "toma chery, paga que te acuegdes
siempre de mí" Al llegar a casa y abrir el paquetito descubrió emocionado
unas preciosas bragas negras de encaje suave. Se las llevó a la nariz y pudo
distinguir aún la fragancia a sal del
sexo de Adelita. El espectáculo de verla perfilada debajo de su vestido volvió
a su mente y la excitación le produjo una vigorosa erección.
Aunque trataron de
evitarlo, durante algunos años el aplicado alumno pudo refrescar sus
conocimientos de francés cada vez que lo necesitó. Bastaba encontrarse con ella
en el ascensor, musitar un bonjour divertido al unísono y dejarse guiar por el
intenso aroma a vainilla de Adelita...hasta su piso.
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