miércoles, 25 de enero de 2017

Charlas con mi Pepa, por Lola N. G.




Esta mañana me he levantado con una sonrisa melancólica. 

¡He soñado contigo, cada día que pasa te echo más de menos, mamá!

Con un café en una mano y con la otra pasando hojas del álbum de fotos familiar, llevo horas, recuerdos plasmados en papel, tan guapa, tan elegante, una gran dama, una carcajada sale de mi boca al pensar en un piropo que una vez te dijeron, de tantos que escuchaste a lo largo de tu existencia,
“RUBIA, te duele la cara de ser bonita”

Y era cierto, eras preciosa, delicada como una flor y a la vez fuerte como raíz de árbol, con un corazón tan bello, tan sincero y tan sufrido a la vez, marcado de cicatrices, cada pérdida un arañón invisible, pérdidas desde pequeña, a tu padre con 6 meses, tres hermanos, tu delicada salud, tu hogar, a tu madre a la que adorabas y con la que hablabas a diario durante tus quehaceres domésticos, tu espíritu confidente, tu añorado timón.

Levanto la mirada hacia el balcón de mi casa y veo otro balcón, otro lugar, otro momento de hace 20 años, que marcó tu vida para siempre. Te veo allí de pie, mirando hacia el frente sin ver, un horizonte lleno de altos escalones que llevabas  subiendo desde que te engendraron y que parecía que nunca tenían fin. ¡Si pudiéramos volver atrás!

Cuántas veces, no has  penado por la decisión tomada aquel día, pero ya era imposible la convivencia con mi padre, tu marido durante 30 años y el único hombre que amaste en tu vida. Hoy te comprendo, tu dolor, tu desarraigo con tu hogar, la vida consistía para ti en cuidar a tu marido y a tus tres hijas. ¿No hubiera sido mejor que continuaras así?

Bajo la mirada a una foto, estás sonriendo, abrazada a tu madre, otra vida truncada. ¿Será verdad que nacemos programados y enlazados con vidas anteriores, para seguir desdichas o alegrías, según el sorteo que te haya tocado? 
 
Echo de menos nuestras tertulias, donde nos hablabas de la vida, intentando prepararnos para la jungla en la que ahora vivimos, nos contabas cuánto había padecido la abuela, también una vida llena de sufrimientos, llena de múltiples pérdidas, la guerra destrozó tu familia, quedándote huérfana, con seis hermanos, tú la más pequeña con  sólo 6 meses. 

Se te saltaban las lágrimas al recordar cuando tenías que acompañarla  a limpiar de rodillas los bares, ¡la mujer y la niña de suaves y trigueros rizos!, os llamaban. No recordabas esos momentos con dolor, los sentía como instantes  al lado del ser que te había llevado en su vientre.
 
Hablabas con orgullo cómo con 3 añitos ya trabajabas para ayudar en casa, recogiendo colillas, que después mi abuela deshacía y vendía como tabaco, por unos míseros reales, a señoritos de la época. Y a pesar de todo, creo que uno de tus mayores desengaños, “Pepa”... mi mente calla un momento,  te llamaba cariñosamente así, con un nudo en la garganta, sigo con mis pensamientos, el mayor desengaño creo que fue  el silencio de tu hermana hasta el final de tus días, hermana que desde el momento que te separaste, te apartó de su vida. Mi tía no entendía que una esposa, unida ante Dios, dejara a su marido, al dueño de su vida, por mucho que estuviera sufriendo, una estirpe de mujeres que han y siguen haciendo mucho daño. Te retiró la palabra, su abrazo y hermandad de por vida. 
 
¡Mama tenemos que irnos ya!,  te volviste muy despacio, saladas lágrimas corrían por tus sonrojadas mejillas que nunca dejarían su cauce unos instantes cada día.
¡Venga vamos!
¡Solo deja que mire otra vez, haber si he cogido todo!
¡Mama, si solamente va a ser cuestión de unos días, ya sabes lo que nos dicho Ricardo, en el momento que se firme el acuerdo, volverás a tu casa!

¡Que equivocada estaba, mamá!, pero como podría haber sabido que el abogado y amigo de toda la vida, era más amigo de papá que tuyo y que por un tecnicismo legal, que había insistido en poner tardarías 20 años en volver a tu casa. Veinte años desterrada, no sólo de tu techo, sino de tu familia y entorno en un asfixiante pueblo pequeño, lleno de acritud  hacia la mujer que se salía de su sitio. Te paraste unos instantes, entrando en cada habitación, ¡mamá sólo son paredes!
¡No hija!  me dijiste, son sentidos, emociones, con un fuerte suspiro te callaste.
¡Cuanta verdad en  tus palabras! , era como si tuvieras un mal presentimiento.

Llegaron mis hermanas y cuál solemne éxodo partimos de nuestro hogar. Mi hermana mayor parloteaba incesantemente, sin entender que tú necesitabas escuchar tus pasos dirigiéndote a otra vida, hacia otro camino. El día que volviste a tu casa fue en una vasija de cristal, obedeciendo tus últimas palabras en este mundo, estuvimos allí las tres sentadas, mirándote, en tu rincón preferido, que nunca habías olvidado, donde todas las tardes cosías un ratito, mientras nos mirabas haciendo  los deberes y sonreías pendiente siempre de nosotras y mirando a cada instante el reloj para preparar la cena a tu amado marido, esposo infiel, que sólo al final de sus días te valoró, confesando que nunca había dejado de amar a la mujer que tanto daño había hecho.

Ahora entiendo, que no fue una pérdida económica, sino una rotura insondable de tu espíritu, un fracaso que nunca pudiste superar, no te ayudaron las miradas de desaprobación que  acompañaban cada una de tus salidas.

Durante mucho tiempo no conseguí empatizar contigo, te culpé de muchas cosas, tú me consolabas y me decías… ¡algún día lo comprenderás!

Aún siento el cosquilleo recorrer mi espalda, al escuchar el murmullo incesante de las críticas el día de tu entierro. “Pepa”, odiabas el color negro y nosotras en tu honor te acompañamos en tu último paseo con colores alegres sobre nuestra piel, críticas, críticas y más críticas…´

 ¿Cuándo dejaremos de criticarnos los seres humanos unos a otros?

Hoy con el último sorbo de mi café dejo  a un lado mis recuerdos, me levanto de la mecedora, cojo una cerilla, mientras miro con dolor el vacío que ha dejado la alianza en mi propio dedo y te enciendo tu velita diaria...

¡bueno mamá, ayer no te terminé de contar lo que me ha parecido el libro que me aconsejaste leer hace tantos años...

Y comienzo mis quehaceres domésticos continuando, como cada día, mi charla con mi “Pepa”….

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