“No es por la belleza
del paisaje, ni por la montaña
en sí, ni por eso
que dicen de la naturaleza
salvaje. Si me gusta escalar montañas es porque sólo en sus cimas he percibido algo muy especial. Al alcanzar, aún fatigado
la cumbre y otear el horizonte desde allá arriba, parece que todo se detiene y por un minuto siento como allí soy un ser inmortal...”.
“Un minuto de inmortalidad, pensó Alesio...vaya una estupidez, una pura contradicción
que no tiene ningún sentido... no lo soporto cuando se pone cursi”.
Estaban sentados a la mesa del porche, tras el almuerzo
y Javier, el hermano de Alesio, estaba hablando
acerca del propósito que le movía como montañero
cuando encaraba el ascenso a una cumbre. La casa de veraneo se asentaba sobre un acantilado rocoso. Tras el porche adosado bajo el que tomaban el café sobre una larga mesa de jardín la brisa marina esparcía aromas que mezclaban el olor dulce de las flores de lavanda
con el acre de las higueras. Hasta la cresta del acantilado
se extendían los matorrales de brezo y el verde brillante de la hierba
silvestre con sus espigas
suaves.
Alesio le había oído contar a su hermano decenas de veces aquello sobre la “la sensación
de inmortalidad al hacer cumbre sobre una montaña”. Javier y Alesio
eran hermanos pero este último no parecía encontrar entre ellos ninguna afinidad
particular.
Muy al contrario Alesio recordaba como ya de niños, Javier acababa siempre por asfixiar la espontaneidad y la alegría de los juegos que compartían.
Mientras que él simplemente improvisaba y se dejaba
llevar de la imaginación Javier
planificaba el juego asignando
a cada uno de sus muñecos
un rol psicológico perfectamente acabado
y jamás permitía que la trama del juego sobrepasase
situaciones razonablemente previsibles.
Si dos personas como Javier y Alesio
no fuesen hermanos—creía él— lo más probable
es que jamás se hubieran encontrado en la vida. Si lo habían hecho era sólo como dos piezas que formando parte del mismo puzzle,
por no se sabe qué vicio de fabricación, no acabaran nunca de encajar correctamente y cada una de ellas soñara con quedar libre para buscar nuevos puzzles
en cuyo dibujo ensamblar con mayor armonía.
De hecho ahora vivían muy lejos el uno del otro, a miles de kilómetros y en países distintos
. Tras cuatro años de separación y atendiendo al decoro y la lógica que determinan los vínculos familiares
habían decidido volver a verse. El hecho de que Javier se hubiera
casado hacía poco más de un año y de que Alesio no conociera aún a su esposa
prestaba consistencia a esa lógica
del reencuentro fraternal.
La esposa de Javier
se llamaba Julia. Era una mujer esbelta
de ojos claros. Su mirada tenía la expresión
vital, sonriente y soñadora, y esa mirada
era como un filtro que matizaba
todas las expresiones del ánimo en su rostro, incluso las más reflexivas y severas. Alesio se sintió
inmediatamente atraído
por ella. No podía entender como
una mujer así se había enamorado de Javier. Sin embargo, siempre que alguna circunstancia parecía no encajar en el retrato que se
había hecho de su hermano, Alesio sabía reconducir a tiempo la incógnita
y encontrar una respuesta tranquilizadora: —Claro — sonrió
con amargura para si— él tiene sus herramientas
de seducción, incluso
muchos que no lo conocen como yo lo tienen por una persona
amable, que transmite seguridad
y confianza. Se
gana a los demás para luego utilizarlos. A ella la usará como a la montaña a
la que es tan aficionado, para satisfacer su propio narcisismo.
—Alesio, ¿no escuchas?, ¿en qué estás? Lo despertó
Alicia de su ensimismamiento.
Alicia era la mujer de Alesio.
—Irás esta tarde a nadar ¿o no?
— ¿A nadar?- sonrió el mecánicamente. No creo, estoy cansado. La brisa salina rociaba el ambiente
y la luz que había perdido densidad era ahora más liviana
—Pero ¿vas a dejar sola a Julia?—insistió su mujer—Le comentaba
ahora sobre tus habilidades como nadador. No la estabas oyendo pero ella decía lo mucho que le gusta nadar mar adentro.
Alesio miró a su mujer con incredulidad, al verla sentada ahora junto a Julia le pareció una mujer casi vulgar.
—Claro...quiero decir que sí, iré a nadar contigo Julia, me vendrá bien un poco de ejercicio.
—Genial—rió Julia—me gusta nadar en compañía.
Alesio trató de disimular su entusiasmo. Alicia
y Javier habían acordado acudir juntos
aquella tarde a una regata de traineras
en la playa del Oeste. Julia le sonreía y él advirtió que el aire traía ahora la esencia estimulante
de los árboles frutales
del huerto cercano.
Horas más tarde Julia y Alesio bajaron
el acantilado hasta la playa. Había poca gente y la luz daba al agua una tonalidad azul verdosa.
El mar estaba en calma y, a lo lejos, su superficie se asemejaba a un infinito
yacimiento de mineral
ligeramente ondulado.
Julia propuso nadar hasta una roca que sobresalía en uno de los extremos de la pequeña
bahía. Ya en el agua Alesio nadaba tras su
cuñada y le parecía que ella desplegaba en el mar la misma gracia y soltura de movimientos que tenía fuera. La roca, situada a una considerable distancia de la orilla, estaba horadada y formaba una pequeña gruta sumergida a medias que ofrecía salientes sobre los que apoyarse y descansar.
Julia primero y Alesio
después llegaron extenuados. Alesio imaginó que hubiera seguido a Julia aunque esta nadase con la intención
de cruzar el océano entero. Jadeantes tras el esfuerzo Julia le miraba sonriendo. Su pecho al ritmo de la respiración acelerada se dilataba y contraía bajo el bikini, mechones de su
pelo resbalaban húmedos sobre la piel resplandeciente del rostro. Ella le pareció allí un bellísimo animal pleno de excitación y vida.
Julia apoyó su espalda
contra la pared de la cueva sostenida sobre sus pies en el escaso suelo que ofrecía bajo el agua. El agua penetraba y salía de aquel espacio con vigor, de tal manera que el cuerpo de ella quedaba un instante cubierto hasta su pecho y al siguiente
visible hasta más abajo de las caderas.
A un metro de distancia
él la contemplaba como a una divinidad marina que acabara de descubrir
en aquel templo improvisado para su adoración. Su piel espejeaba bajo la leve penumbra que ofrecía la pequeña cueva, y de pronto todo para Alesio era irresistiblemente embriagador; la increíble
belleza de Julia, el horizonte
marino azul verdoso, el sol y la frescura del agua y la música
extasiante del mar reverberando
bajo la gruta.
Ella fulminó sus dudas con una sonrisa
mientras lo llamaba a su
lado con un gesto de la mano. Los cuerpos se concertaron bajo el refugio que ofrecía la gruta y desataron
una danza pareja a la marejada que achicaba
el agua para volcarla luego en un embate violento y burbujeante de espuma. Los torsos ceñidos se encresparon contra
las paredes resbaladizas esquivando apenas, con una destreza ciega las superficies cortantes
de la roca. Los amantes
de la gruta se condujeron
en una extraña sincronicidad, como si compartieran una intimidad antigua.
Apenas hubo palabras en aquel lugar. Al regresar a la playa, mientras tumbados se secaban
sobre la arena ella sin mirarle a la cara le dijo: —Lo que ha pasado en el mar, en el mar se queda, rigen leyes distintas allí que no cuentan
en la vida ordinaria.
—Pero no negarás— se apresuró a decir Alesio— que hay una atracción
mutua y una sintonía
muy especial entre
nosotros, de otra manera
no se explica lo que ha pasado allí
—Ha sido intenso, no lo niego—aclaró ella
incorporándose y mirando ahora sí a su cuñado — Siento que no he hecho nada que no sea natural. Si me atrae tu hermano es lógico
que tú también
me gustes; al fin y al cabo eres en todo igual que él...en aspecto y
en personalidad. Pero, sinceramente, me basta con Javier.
Cuando días después los hermanos y sus parejas
se despidieron al acabar las pequeñas
vacaciones compartidas, aquella
frase aún gravitaba
dolorosamente en el interior de Alesio: “Al fin y al cabo eres igual que tu hermano”. Había oído esa frase cientos de veces, pero oírla de alguien como ella....
Desde que tenía memoria él recordaba que casi todo en la vida lo había hecho con el propósito
inconfesado de distinguirse con rotundidad de su hermano. Sus ideas políticas, sus aficiones,
el tipo de personas con las que se relacionaba, su profesión
etc. Pero ahora sentía, por primera vez que le fallaban las fuerzas en ese empeño. Cuando su hermano Javier
le abrazó calurosamente al despedirse,
Alesio pensó que aquella
efusión se sentía verdaderamente sincera.
Al despedirse de Julia él le susurró su aspiración de que volvieran a verse: —Claro— dijo ella sonriendo con sus ojos—Eso sí, tierra adentro.
Mientras conducía de vuelta
a casa con Alicia
a su lado, Alesio entrevió para sí —admitiendo
que sin demasiada sorpresa—que allá en la gruta con Julia había sentido
algo muy parecido
a lo que su hermano Javier decía experimentar
sobre la cima de una montaña.
Qué demonios —pensó—al fin y al cabo Javier era su hermano... su hermano gemelo.
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