martes, 6 de marzo de 2018

Contra el mar por Carmen Gómez Barceló


Ángel lo había conseguido. Aprobó las oposiciones a farero aún sabiendo que esa profesión tenía los días contados. Tenía claro que  quería enfrentarse a la noche del mar, desafiarla. El recuerdo  de esa negrura lo había convertido en lo que era hoy, un hombre resentido. Y estaba dispuesto a vengarse y retar con la luz, la traicionera oscuridad de esas aguas.

Llegó allí después de atravesar caminos pedregosos cubiertos por la niebla. El faro estaba al borde de un acantilado. Era una torre soberbia sobre un lecho de piedras rocosas y horadadas  por  las duras envestidas  de las olas y sus rabiosas crestas de espuma blanca.

Tuvo que limpiar y adecentar el habitáculo y reemplazar la vieja lámpara por una nueva, más moderna, semiautomática. Sólo había que programarla y ella sola se encendería media hora antes del ocaso y apagaría su luz media hora antes de la salida del sol.

Remarcó el blanco y el rojo primigenio que coloreaba el torreón, devolviéndole el aspecto lozano de sus mejores tiempos. La decoración interior no la quiso quitar, simplemente le  limpió el polvo y lo dejó todo como estaba. Eran unas marinas descoloridas colgadas en la sala de descanso y una máquina de escribir en desuso esperando a que algún día, alguien hiciera taconear sus teclas, de nuevo.

Una vez, todo organizado, se dispuso a descansar. Era de noche y la luminaria que coronaba el faro cumplía con su cometido. Ángel, rendido ya, se quedó dormido unos segundos cuando un mal presagio lo despertó. Se acercó a la ventana y la oscuridad era total en el mar. Subió los 84 escalones en caracol en busca de la luciérnaga dormida, y la despertó a golpe de interruptor. No se explicaba el motivo del apagón.

De nuevo el faro barría con su luz los 128 grados y las 23 millas para que todo el que se encontrara pululando por allí, encontrara un punto de apoyo en su ruta. Para que nadie se sintiera sólo y perdido en la inmensidad. Para que todos llegaran a puerto. El océano no se iba a tragar a ningún navegante, al menos por esa zona, mientras que él fuera el farero de allí.

Pero otra vez, la oscuridad se tragó la luz. Incluso las de emergencia .De nuevo la subida en caracol, el pulso en la sien, el corazón a 100… tocar el pulsador y…hacerse la luz  por segunda vez en la noche. La escena se estuvo repitiendo durante muchas jornadas más. Ángel estaba agotado, pero no estaba dispuesto a permitir que la voracidad de aquellas aguas, volviera a acabar con la vida de nadie por la ausencia de destellos de un faro.

Viendo que no era capaz de subsanar la avería, informó a las autoridades portuarias del suceso. Les pidió que gobernaran ellos  el faro en forma automática desde la central. La lámpara se encendería  cuando detectara la interrupción. Eso, aunque le quitaba encanto a su oficio, le tranquilizaba.

Pero el mar tenía hambre de hombres y no se iba a rendir tan fácilmente y se alió con la tormenta que alimentaba las olas y estas crecieron y crecieron. Y como si de una venganza se tratara, tomaron impulso y golpearon al regio torreón una y otra vez con toda la bravura de que eran capaces y golpe a golpe, derribaron el faro, destrozaron su luz y las aguas en su oscuridad se fueron tragando insaciables , cascotes blancos y rojos,  conduciéndolos a la soledad del fondo marino.

Pasó la tormenta y se calmaron las aguas. Ángel supo entonces de su pequeñez y la aceptó. Se marchó convencido de que quisiéramos o no, la fuerza del mar siempre iba a tener la última palabra. Y  si aquél día quiso engullir a su padre cuando volvía de pescar en la oscuridad de la noche,  ningún faro con toda sus luminarias, podía haberlo evitado.

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