lunes, 19 de marzo de 2018

Un curso con mucha práctica por Mónica Sánchez


Cuando terminé mi carrera de Educación Primaria tenía solamente 21 añitos y muchas ganas de comerme el mundo. Mi primer destino no tuvo elección, así que cogí mis maletas y me presenté en Juviles, en pleno corazón de Las Alpujarras granadinas.

El autobús me dejó en la carretera que atraviesa el pueblo. Le pregunté a un vecino manco, que se encontraba tomando el fresco de una mañana de septiembre, y que vestía de negro de pies a cabeza con pañuelo al cuello y mascota en la cabeza, si me podía indicar donde se encontraba el centro de la población. Con más de 80 años, una mirada huraña y voz de tomar mucho whisky, me contestó «por la única calle que sube al pueblo, joé», señalando con la barbilla un camino que había justo enfrente.

Le di las gracias mientras él continuó ignorándo mi presencia, y ahí dió comienzo mi primer peregrinar. La calle era una cuesta parecida a la del terraplén de una montaña. Yo llevaba tacones de aguja, y en una de mis angostas zancadas, se me partió un tacón de raíz y me quedé cojeando del pie derecho. Para mi sorpresa en la aldea había más burros que coches. Hasta cinco pude contar en lo duró la travesía.

Continué mi camino disimulando mis patosos andares, con la maleta en una mano y el tacón en la otra, por si algún zapatero mañoso le pudiera dar arreglo. Entonces una señora gorda, con unas piernas como dos alforjas de esparto liadas, venía la cuesta abajo tirando de un burro cargado de patatas y verduras, y con buena disposición se dirigió a mí y me dijo:

- Muy buenas. Usted será la nueva maestra escuela ¿verá?. Que rica parece. Yo soy Gerónima, tengo 48 inviernos y la puedo subir al pueblo a lomos de mi platero, o ayudarla siempre que lo necesite. También vendo huevos y verduras, todo de mi huerto y mi corral. Y éste es mi chiquillo, tiene 18 años y se llama Paquino - me explicó, dándole un leve empujón en la espalda al muchacho para que diera un paso adelante.

El chaval era un gitano con la piel oscura y mate como un solomillo muy pasado, y una anchura de espalda que hizo las delicidas de mis ojos. Paquino me saludó con dos besos y los ojos puestos en mi escote, que en ningún momento tuve intención de tapar. Le di las gracias a los dos y continué la subida que me pareció la misma que hacen los alpinistas para escalar el Everest. La respiración se me fue volviendo intermitente, y el calor marcó con dos sombras de sudor mi camiseta color fucsia de licra ajustada.

Por fin llegué hasta la plaza mayor. Estaba completamente vacía, no había ni un solo alma, ni siquiera asomada a un balcón. Una farola con cinco faroles negros de forja la coronaba en el mismo centro, y en el suelo,  el escudo de la comarca hecho con piedras de colores.

Miré a un lado, miré al otro, y busqué algún cartel que me indicara donde podría estar la fachada del Ayuntamiento, que era donde debía presentarme. Entonces, un hombre que calculo tendría unos 27 ó 28 años, sin camiseta  y con un águila tatuada en su espalda, salió de un salón de juegos y se acercó a mí con paso lento, dejando en su corto recorrido dos salivazos que vertió a derecha e izquierda.  Se ofreció para acompañarme mientras se interesaba en demasía por mi bolso y mi equipaje. El consistorio se encontraba en la cara lateral de la plaza, por lo que no tuvo que realizar un gran esfuerzo con su intención, que agradecí con una sonrisa de hipocresía.

- Me llamo Aurelio,  para lo que gustes.

- Gracias - le contesté , recuperando mis pertenencias que él sujetaba con sus manos repletas de anillos de oro.

- Dentro pregunta por Rafaela, Fali para los amigos. Es mi hermana melliza, y esa está más «estudiá» que yo, así que te podrá contestar a  «to» lo que le preguntes, aunque, claro, es la única que hay por ahí adentro - terminó diciendo entre carcajadas cañís que le provocaron un golpe de tos carraspera que culminó con otro esputo en el acerado.

Fali era una joven con muletas que me recibió con una sonrisa tan grande como una media luna de verano.

- ¡Bienvenida ! ¿Tú debes de ser Patricia, la nueva profesora, no? -

Me contagió su ánimo y contenta respondí afirmativamente.

- Verás que bien vas a estar en este pueblo. Aquí se vive muy bien y muy tranquila. Este es tu contrato, y aquí tienes que firmar.

Al llegar a la casa que había alquilado por el tiempo que dura un período escolar,  la siguiente peripecia estaba ya cocinada. Había perdido, no sé de qué manera, la cartera con todo el dinero que me había dado mi madre para mi estancia en el lugar.

El colegio estaba en una pedanía cercana a la que se podía llegar en autobús. Así lo hice durante unos meses, hasta que un día Paquino se ofreció a llevarme en su vespa color azul. Me gustaba enseñarle mis muslos cuando subía a su moto. A los cinco días, una mañana después de salir de clase, Paquino me robó la virginidad embutiéndome en el asiento de su moto en un cercado repleto de ovejas.

«El moreno», como lo llamaba cariñosamente, fue un aliciente en mi primer destino como educadora infantil.  Nos hicimos amigos, amantes y hasta confidentes.

Un día me contó que su padre era el hombre huraño y malhurado de la carretera que se dedicaba a vigilar el ir y venir de los viajeros que transitaban por el pueblo. Y es que tenía un motivo bien entendible para hacerlo, ya que el anciano recogía y entregaba  paquetes, sirviéndose de la línea de autobuses que cubría ese trayecto, donde introducía armas de fuego con las que traficaba. 

El curso escolar fue enriquecedor. Los niños aprendieron conmigo y yo aprendí con los niños y con las historias de los cinco vecinos que todavía conviven en Juviles, con los que ya tengo poco contacto, excepto con Paquino, y es que es hoy, todavía, y sigo acercando a mis más íntimas fantasías los revolcones que me daba con él, cuando pierdo la líbido en la monotonía de mi matrimonio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario