En cuanto dejamos el Mustang
en el gigantesco aparcamiento del ferri subimos a la cubierta. Recibir el aire
fresco del mar me sentó de maravilla. Leo llegó al rato. No me había dado
cuenta de su ausencia. Tenía la cara
limpia y el pelo, muy negro, peinado hacia atrás. Se había cambiado de
camiseta. Ahora tenía una con la lengua de los Rollings "No puede ser más
rockero, el tío" pensé divertida. Increíblemente, olía bien, a hierba
fresca. Traía una manta de cuadros, no sé de dónde la sacaría. "¿Nos
sentamos en aquella hamaca, nena?" Qué ridículo me sonó, aunque el tono de
su voz me sorprendió. Ronca, con cuerpo, me pareció seductora. "Bueno" respondí. La manta nos vendría bien, estaba
atardeciendo y empezaba a hacer frío.
Cubiertos y pegados el
uno al otro permanecimos un tiempo sentados oteando el horizonte mientras el
sol se despedía de nosotros. El leve movimiento de la nave actuó de relajante
natural y nos apeteció tumbarnos. Su cuerpo junto al mío a todo lo largo.
Agradecí su calor corporal. Un brazo debajo del cuello, el otro sobre mi
vientre. Giré la cabeza hacia el lado
contrario y podía notar la respiración de Leo cerca del oído. Luego le escuché
cantar, bajito, en un susurro. Su voz, perfectamente entonada, me recordó a
Elvis. Estaba segura de que era una de sus baladas, aunque no era capaz de
reconocerla.
Un escalofrío de calor se instaló en mi espina dorsal. Entonces,
sin saber cómo, empezó todo. Las piernas enroscadas, la mano entrometida en mis
muslos, el abrazo de su pecho.... "Leo, esto..." logré balbucear
antes de volverme hacia él. "¿Lo dejamos?" respondieron sus labios
aflojados de gusto. Negué en silencio porque ya no podía parar. Bueno, no
quería. Y él lo sabía. Las gotas de sudor debajo de las tetas y en las axilas,
mi boca era una fragua, los músculos tensos. Nos desnudamos. "No pares
ahora" suplicó excitado. Un golpe
de mar propició el primer envite ¡Qué sensación! Luego, Leo marcó el compás, al
estilo de black blues, y le seguí, olvidada de mi. Así, dentro el uno del otro,
estuvimos no sé cuánto. Los pezones
punzantes por sus mordiscos y sujeta a sus nalgas, me resistía a llegar al
final. La música en su voz no daba tregua a mi excitación. Y la muerte se
adueñó de nosotros. Esa muerte de placer que tan pocas veces nos alcanza. ¡Quién
lo hubiera dicho de aquél viejo rockero!
El ferri llegó a Tánger
siendo ya noche oscura. El Mustang
derrapó en el puerto levantando una nube de polvo. A mí me sorprendió la inercia y lancé una
carcajada. Aún sentía el cuerpo vibrante y húmeda la ropa interior. Leo tenía
los ojos brillantes y en la boca la expresión de la satisfacción.
"La chinita está
dura como el mármol, pero la he hinchado a bocados. No podía imaginar que me
dejaría hacer, pensé que me sacaría la pistola otra vez. Me ha dejado seco, la
tía. Al final casi no se despierta del gusto ¡Vaya susto! he estado a punto de
enchufarle otro chute de insulina"
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