sábado, 3 de marzo de 2018

Lita y Leo por Luisa Yamuza Carrión


En cuanto dejamos el Mustang en el gigantesco aparcamiento del ferri subimos a la cubierta. Recibir el aire fresco del mar me sentó de maravilla. Leo llegó al rato. No me había dado cuenta de su ausencia.  Tenía la cara limpia y el pelo, muy negro, peinado hacia atrás. Se había cambiado de camiseta. Ahora tenía una con la lengua de los Rollings "No puede ser más rockero, el tío" pensé divertida. Increíblemente, olía bien, a hierba fresca. Traía una manta de cuadros, no sé de dónde la sacaría. "¿Nos sentamos en aquella hamaca, nena?" Qué ridículo me sonó, aunque el tono de su voz me sorprendió. Ronca, con cuerpo, me pareció seductora.  "Bueno" respondí.  La manta nos vendría bien, estaba atardeciendo y empezaba a hacer frío.

Cubiertos y pegados el uno al otro permanecimos un tiempo sentados oteando el horizonte mientras el sol se despedía de nosotros. El leve movimiento de la nave actuó de relajante natural y nos apeteció tumbarnos. Su cuerpo junto al mío a todo lo largo. Agradecí su calor corporal. Un brazo debajo del cuello, el otro sobre mi vientre.  Giré la cabeza hacia el lado contrario y podía notar la respiración de Leo cerca del oído. Luego le escuché cantar, bajito, en un susurro. Su voz, perfectamente entonada, me recordó a Elvis. Estaba segura de que era una de sus baladas, aunque no era capaz de reconocerla. 

Un escalofrío de calor se instaló en mi espina dorsal. Entonces, sin saber cómo, empezó todo. Las piernas enroscadas, la mano entrometida en mis muslos, el abrazo de su pecho.... "Leo, esto..." logré balbucear antes de volverme hacia él. "¿Lo dejamos?" respondieron sus labios aflojados de gusto. Negué en silencio porque ya no podía parar. Bueno, no quería. Y él lo sabía. Las gotas de sudor debajo de las tetas y en las axilas, mi boca era una fragua, los músculos tensos. Nos desnudamos. "No pares ahora" suplicó excitado.  Un golpe de mar propició el primer envite ¡Qué sensación! Luego, Leo marcó el compás, al estilo de black blues, y le seguí, olvidada de mi. Así, dentro el uno del otro, estuvimos no sé cuánto.  Los pezones punzantes por sus mordiscos y sujeta a sus nalgas, me resistía a llegar al final. La música en su voz no daba tregua a mi excitación. Y la muerte se adueñó de nosotros. Esa muerte de placer que tan pocas veces nos alcanza. ¡Quién lo hubiera dicho de aquél viejo rockero!

El ferri llegó a Tánger siendo ya noche oscura. El Mustang derrapó en el puerto levantando una nube de polvo.  A mí me sorprendió la inercia y lancé una carcajada. Aún sentía el cuerpo vibrante y húmeda la ropa interior. Leo tenía los ojos brillantes y en la boca la expresión de la satisfacción.
"La chinita está dura como el mármol, pero la he hinchado a bocados. No podía imaginar que me dejaría hacer, pensé que me sacaría la pistola otra vez. Me ha dejado seco, la tía. Al final casi no se despierta del gusto ¡Vaya susto! he estado a punto de enchufarle otro chute de insulina"

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