miércoles, 27 de febrero de 2013

Una vida autocrata, por José García.


Fui el menor de los cinco hijos que tuvieron Gonzalo y Mercedes, mis padres. Nací un 5 de febrero de 1875, en Tordesillas, donde mi padre ejercía de Juez municipal, único sueldo que entraba en casa, por lo que la escasez atenazaba nuestra economía familiar. Aunque ello no fue óbice para que mi madre nos inculcara y nos educara en conceptos como el honor y el orgullo. Que yo asimilé pronto, pues recuerdo que de muy pequeño, mi madre cuando comentaba sobre mi carácter decía: “Este niño tiene raza.” De ahí, quizás, la inclinación que siempre tuve hacía lo militar. Pero la falta de recursos me lleva en otra dirección y mis estudios de secundaria los realizo recluido en un seminario diocesano local. Aunque no estaba dispuesto a pasar el resto de mi vida dedicado a la contemplación y a la oración; mi carácter extrovertido y díscolo (de raza como decía mi madre), me empujaban a otras glorias y en busca de ellas me escapé.

Puse rumbo al Ferrol, donde residía una tía mía, para buscar su ayuda. Con su complicidad conseguí convencer a mis padres, sobre todo a mi padre. Así con quince años ingresé como voluntario de corneta en el cuerpo militar. Pronto pude comprobar que mi virtuosismo musical era un desastre, por fortuna fui promovido como artillero de 2º. Mientras tanto mi padre medió entre sus influencias y unos meses después, una vez cumplido los dieciocho años, conseguí entrar en la Academia de Caballería de Valladolid, de donde salí con el grado de Teniente segundo, en 1896.

Mi nombre, pensé que no sería necesaria presentación alguna, pues por mis hazañas y acciones enseguida me reconoceríais, pero no hay inconveniente alguno, me llamo: Gonzalo Queipo de Llano y Sierra. Como habréis podido comprobar, mi formación, desde la educación materna hasta la militar, ha estado cimentada en los principios tradicionales de amor a la patria, obediencia al mando, culto al honor, lealtad, valor frente al enemigo y disciplina ante todo; aunque siempre mantuve una cierta teoría recíproca y personal sobre todos estos conceptos: “Solo debo lealtad a la persona que me es leal.”

El mismo año que salí de la Academia, arribé en Cuba, donde libramos con EE.UU. las últimas batallas por el control de las colonias de ultramar, de allí regresé con fama de “intrépido, arrojado y audaz.” Casé con Genoveva, tuvimos cinco hijos (cuatro niñas y un niño), por lo que para promocionarme y cobrar más, marché a Marruecos. A partir de aquí, mi carácter y la  máxima a la hora de concebir los principios tradicionales, me ocasionan una serie de encuentro y desencuentros en lo militar y en lo político un tanto pendencieros, que culminan postergándome, sin posibilidad de ascenso, en la reserva, por la Junta Clasificadora Militar, controlada por el propio Miguel Primo de Rivera, clasificándome de “indisciplinado, díscolo y difícil de ser mandado.” Y posteriormente, tras la intentona republicana del aeródromo de Cuatro Vientos en 1930, expulsado del ejército.

Aunque para mí lo más importante, como le contesté al general Cabanellas cuando se opuso al nombramiento de Franco (Paca la culona), ya que él era más antiguo en el escalafón. “Lo único que quiero es la salvación de España, me da igual quien lo consiga. Que se salve España aunque la salve el diablo.” Pero vayamos por parte y no adelantemos acontecimientos; veamos cómo fueron desarrollándose los mismos. Fui sorprendido cuando me disponía a batir en duelo con un periodista. Fui encerrado en el Castillo de Santa Catalina de Cádiz, por significarme en una manifestación de oficiales en Madrid. Se publicó mi participación en otro duelo, en éste  como testigo del general José Sanjurjo contra el coronel José Riquelme. Primero simpaticé con la dictadura de Primo de Rivera, amigo mío, pero los continuos roces y enfrentamientos  terminaron por alejarme, además de ser destituido como Gobernador Militar de Córdoba. Fueron tantas las acusaciones que formulé contra él y su partido, Unión Patriota, cuyas siglas UP las comparé con Urinario Público, que una vez caído, tuve un enfrentamiento a puñetazos con sus dos hijos José Antonio y Miguel, así como con Sancho Dávila y otros cuantos parientes jóvenes y arribistas del dictador en una cafetería.

Por enfrentamientos con mi superior, fui nuevamente expedientado. Participé en numerosas,  arriesgadas y temerarias, acciones en Marruecos. En una de ellas sumariado y arrestado por una presunta negligencia o indisciplina en la protección de la columna del general Riquelme. Aunque en medio de toda ésta vorágine, alcancé el grado de General de Brigada. Luego vino lo del aeródromo de Cuatro Vientos (1930), junto a Ramón Franco, allí hice uso por primera vez de la radio, elemento con el que después me signifiqué para gloria de España, para pregonar la sublevación y proclamar la República; pero aquello fue un fracaso, afortunadamente pude huir a Portugal y de allí a Francia.

Eran mis desvelos por la Patria, lo que me hacía vivir en precario, por lo que me dije que si triunfara algún día la República, y en premio a mis sufrimientos, pediría que cada español me diera una peseta, nadie sufriría el menor perjuicio y yo sería millonario.

De momento éstas circunstancias tuvieron una más temprana recompensa; una vez instaurada la República, solo tuve que apoyar las reformas de Azaña como Ministro de la Guerra, además emparenté como consuegro con Alcalá Zamora, Presidente de la República. Así recuperé mi condición en el ejército y ocupé distintas responsabilidades militares, asciendo a General de División, pero nuevamente surgen inconvenientes, a los que respondo una y otra vez; “Ni Monarquía ni República, solo Patria.” Estas cristalizan cuando en febrero de 1936 gana las elecciones el Frente Popular, se opera en mi un cambio y creo llegado el momento de ofrecerme a misiones salvíficas que preserven nuestras irrenunciables esencias patria, contra la degradación, la perversión y el catastrofismo a que nos abocan marxistas y masones.

En mi primera entrevista con el general Emilio Mola me comprometo plenamente con el levantamiento militar. El general Sanjurjo, que en un reciente viaje por Alemania, ha podido comprobar las posibilidades de los regímenes totalitarios, aceptó encabezar la rebelión. Operación se produciría de manera sincronizada; Franco por el sur, Mola por el norte, Goded por el nordeste y Sanjurjo acudiría en avión desde Portugal, haciéndose cargo del directorio militar.

Yo por mi destino pude moverme con cierta libertad, burlando así la vigilancia del Gobierno del Frente Popular, me hubiera gustado sublevarme en Valladolid, pero a última hora, pesó mi historial y la dirección del Comité de Conspiradores, me largaron el mochuelo de Sevilla. No en vano tenía el sobrenombre de Sevilla “La roja”; nadie podía entonces imaginar, que dicha decisión me encumbraría en la gloria y en la historia. Sevilla fue clave en la salvación de España, pese a no hacerse explicito dicho reconocimiento. Primero porque, al no caer en un primer momento las ciudades con puerto de mar, el aeródromo de Tablada sirvió de puente con las tropas del norte de África. Y posteriormente, por poder contar con La Pirotecnia Militar de Sevilla, que fabricaba munición de diversos calibres, desde armas cortas hasta cañones, que con  la de Toledo, las más importantes de España. Convirtiéndose Sevilla en una de las bazas logísticas de la España sublevada.

Pues bien, en la tarde del día 18, me dirijo a la Capitanía General, situada en la plaza de la Gavidia, anexa al cuartel de San Hermenegildo. Hice detener inmediatamente al General Jefe de la II Región Orgánica, al Gobernador Civil y demás autoridades, arresté y condené a muerte de forma fulminante a los 200 guardias de asalto que se resistieron. Al mismo tiempo y para abortar la posible, aunque precaria, defensa de los barrios como Triana, Macarena, San Marcos, San Julián y otros, donde se incendiaron iglesias y edificios de la aristocracia, como familia Marañón, Fernández Palacios, Grosso, Brackembury o la Fábrica de Jabones y Perfumes del marqués Luca de Tena, propietario del diario ABC; antes de publicar el Bando de Guerra, se organizó o consintió una cierta revuelta que generase el caos social, situación propensa para desmanes y saqueos, a cargo de comandos civiles armados (pistoleros), contaba para ello con la ayuda de José García Carranza “El Algabeño”, un afamado torero, que se había ofrecido con 1500 falangistas, aunque estos se quedaron en 15, a los que sumamos 60 liberados de la cárcel. Había que ir a la destrucción física de los cuadros de los partidos políticos del Frente Popular, de los Sindicatos obreros y de organizaciones masónicas. En los días sucesivos en Sevilla, el Tercio y los Regulares, consolidaron la toma de la capital con el empleo de la artillería y la ferocidad de éstas tropas, contra los barrios que resistían.

Asentado en Capitanía y con la ayuda del teléfono, el telégrafo y sobre todo del micrófono (la radio), pude controlar rápidamente la capital y parte de Andalucía. Fueron más de 500 proclamas, la mejor propaganda para la guerra psicológica. Tenía que alentar y animar a los partidarios nacionalistas en zonas republicanas y amedrentar al enemigo con un lenguaje directo y popular.

Me enervaba sentir que mis consignas minaban y aterrorizaban a los enemigos de la patria, en ellas traducía la máxima establecida por Mola: “Es necesario crear una atmosfera de terror, hay que dejar sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todo el que no piense como nosotros. Tenemos que causar gran impresión, todo aquel sea abierta o secretamente defensor del Frente Popular debe ser fusilado.”

No me tembló la voz, ni el corazón cuando hice uso de la radiodifusión para acabar con la moral del enemigo, señalando el camino a los nuestros: “Nuestros valientes Legionarios y Regulares, han demostrado a los rojos cobardes lo que significa ser hombres de verdad. Y, a la vez, a sus mujeres. Esto es totalmente justificado porque estas comunistas y anarquistas predican el amor libre. Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricones. No se van a librar por mucho que berreen y pataleen.” “Mañana vamos a tomar Peñaflor. Vayan las mujeres de los rojos preparando sus mantones de luto.” “Estamos decididos a aplicar la ley con firmeza inexorable: ¡Morón, Utrera, Puente Genil, Castro del Rio, id preparando sepulturas! Yo os autorizo a matar como a un perro a cualquiera que se atreva a ejercer coacción ante vosotros, que si lo hicierais así, quedareis exentos de toda responsabilidad.”

Al igual que cuando tuve que tomar Málaga, con parte de mi familia allí, que finalmente fueron liberadas, pues al efecto disponía de rehenes y cuya vida conservaba en previsión y utilidad de algún intercambio. En la cárcel de Melilla, tenía a la familia del general republicano, José Miaja, y cada noche le lanzaba un mensaje o recado en la radio: “Miaja tenemos a tu familia en nuestro poder y ellos pagaran con sus vidas en represalia por lo que tú hagas.” También pude canjear, al final de la guerra, a mi hermana Rosario por el hijo de Largo Caballero, al que mantenía, con ese propósito, en la cárcel de Sevilla.

Finalmente, desde la declaración del Bando de Guerra, que me consagró de autoridad legal y jurídica, no había mayor autoridad que la mía en toda Andalucía. Mis detractores me denominaban “el virrey de Andalucía”, pero ello me revestía de la autoridad necesaria para dejar sentada la relación de poder. Bajo mi mando dicté disposiciones comerciales, exigí gabelas, repartí casas, repartí licencias de exportación, organicé y distribuí el trabajo forzado de los prisioneros, extendí el cultivo del arroz en las marismas del Guadalquivir en terrenos arrancados a aquellos terratenientes que hubieron simpatizados con la causa del republicana.

Favorecí a los hombres de bien. A los enemigos les señalé una y otra vez mi sistema; por cada uno de orden que caiga, yo mataré a diez extremistas por lo menos (…) los sacare de debajo de la tierra si hace falta, y si están muertos los volveré a matar. Esta situación se prolongó hasta final de febrero de 1937, a partir de este momento ordené, a todas las autoridades dependientes de mi jurisdicción, seguir  el procedimiento judicial indicado. Fui, por entonces, nombrado Consejero Nacional de Falange de la JONS. Pero las distancias con Franco (Paca la culona), se ampliaban cada vez más, e intentaron sacarme de Andalucía; Franco me ofreció un Ministerio en su primer Gobierno, que rechacé; Serrano Suñer acaba con mis charlas radiofónicas y finalmente soy destituido; quisieron mandarme a Argentina como embajador, pero no era bien recibido; y estuve en Italia en misión militar. Después de mi destierro romano, porque no puede llamarse de otra forma, regresé a Sevilla retirado o disponible forzoso.

En 1944, fui condecorado con la Laureada de San Fernando, y en 1950 me concedieron el título de Marqués de Queipo de Llano.

Pero nada puede aliviar el amargor y frustración  que siento, yo mismo me he nombrado viejo honorario y he decidido no volver a hacer sacrificio alguno en servicio de mi patria. Ya he cobrado por servirla cantidades fabulosas de ingratitud. Solo pienso en que siga viviendo la patria para que yo pueda cobrar. Es triste ¿verdad? pues así me han hecho los españoles. Loco, toda mi vida, por un ideal; que fue ver grande a mi patria.

Posdata: “El libro negro de la humanidad”, (Critica 2012) escrito por Matthew White, que reúne las cien peores atrocidades de la historia del mundo. En uno de los rankings que ofrece;  sobre quien eliminó de forma directa (ejecutados) más opositores políticos, Francisco Franco aparece en sexto lugar.

Así mismo, Queipo Llano, fue uno de los treinta y cinco altos cargos del franquismo imputados por la Audiencia Nacional, en el sumario instruido por el juez Garzón, por los delitos de detención ilegal y crímenes contra la humanidad.

martes, 26 de febrero de 2013

La Misión, por José Miguel García.



Cuando compré la casa en el verano de 2004, me costó disimular la emoción que me embargaba: el precio había sido razonable, la situación de la vivienda era magnífica y aunque llevaba cerca de veinte años cerrada había necesitado muy pocas reparaciones.  Una de las razones más poderosas que me llevó a su adquisición fue la magnífica biblioteca que albergaba cerca de cinco mil volúmenes. Para mí la lectura siempre ha sido una necesidad, por eso cuando supe que en el precio se incluía, no tuve ninguna duda en cerrar el trato con urgencia.

Cuando tomé posesión, tras unas pequeñas reformas, que no incluyeron la biblioteca, lo primero que hice fue proponerme catalogar la colección de libros utilizando medios informáticos. Como la tarea era importante y la cátedra de Historia Moderna se llevaba una buena parte de mi tiempo, pensé en la conveniencia de buscar ayuda. Tras meditar entre varias personas que podrían ser válidas para la labor, me decidí por Susana, una señora mayor y soltera, de reconocida aptitud para estos menesteres. Cuando se lo propuse se mostró encantada y, tras concretar su remuneración y que no entraba en conflicto con la dedicación exclusiva como funcionaria de carrera, acordamos que los martes y jueves, tras su trabajo en la Biblioteca del  Vicerrectorado, acudiría a echarme una mano.

Llevábamos más de dos meses catalogando, anotando y tasando, cuando una tarde  entró en mi despacho, donde terminaba un artículo para una revista sobre la segunda guerra mundial, anunciándome que había encontrado un sobre cerrado entre dos libros de la estantería superior. Enfrascado en el artículo no le di importancia, tomé el sobre y lo guardé en uno de los cajones del escritorio con la intención de echarle un vistazo más tarde.

Lo había olvidado cuando unos días después buscando unas notas reparé en él. Lo tomé y tras ver que en él figuraba el nombre de Frederick Bamler y una fecha, 5 de septiembre de 1976 sopesé cuidadosamente la conveniencia o no de leerlo. Durante un buen rato seguí en la duda, pero aún sabiendo que no hacía lo correcto, la curiosidad me llevó a abrirlo y echar un vistazo a los folios manuscritos que contenía.

 Al cabo de unos minutos fui consciente de que un viejo secreto había llegado a sus manos. En aquellos folios Albert Bamler, informa a su hijo Frederick de que cuando se encontraba en la parte más profunda de la selva Nueva Guinea investigando para la Fundación Bayer, le llegó con bastante retraso la noticia de la muerte de su abuelo Claus. La tardanza estaba justificada en las lógicas dificultades de comunicación de aquel remoto lugar, por lo que no pudo estar presente en el sepelio ni en la lectura del testamento, aunque para éste tema designó por teléfono a un procurador para que le representara en el acto y le informara de lo que le que le había correspondido.

Seguía la nota indicando que por lo que conocía, su abuelo no era un hombre rico, aunque mantenía una posición de cierto desahogo económico, pero dado que la relación con él había sido prácticamente nula y el número de descendientes amplio, -se había casado dos veces y había tenido cuatro hijos y una legión de nietos- no esperaba que lo que le pudiera corresponder de la herencia repercutiera de manera notable en su economía, así que no se preocupó demasiado, enfrascado, como estaba, en su trabajo.

A continuación le daba referencias de su abuelo de quien decía que había nacido en Alemania en donde le había tocado vivir los tiempos convulsos de la segunda guerra mundial. Durante la misma ocupó un cargo en el Estado Mayor de Berlín y allí vivió hasta que, unos meses antes de que el imperio nazi de hundiera, huyó de Alemania con su familia. Recaló en Granada a finales de 1945 con pasaporte suizo, suponía que con el beneplácito de las autoridades franquistas, y se dedicó a ciertos negocios de los que no nunca supo nada. Cuando falleció su abuela, volvió a contraer matrimonio con una mujer con la no congeniaron ni su hermano Ernesto ni él. Como era previsible, al cabo de pocos meses los enviaron a un internado de Madrid del que sólo regresaban dos semanas al año: una por navidad y otra en verano. Al finalizar los estudios, ambos rompieron los pocos vínculos que le quedaban con su padre y fijaron sus residencias en puntos distantes de donde él vivía. Su hermano Ernesto manchó a Paris y su padre a Barcelona.

Afirmaba que sólo lo había visto un par de veces y ambas en funerales. La primera vez fue en la de su tío Ernesto, que había desaparecido en África en una de sus muchas guerras mientras prestaba ayuda médica en un campamento de desplazados. Acudió en la iglesia unos minutos antes de los oficios, vestido completamente de negro con el pelo cortado al estilo militar en el que resplandecía el gris como en un cielo encapotado. Entró en la iglesia sin dirigirse a nadie, simplemente ocupó un lugar en la primera fila y cuando concluyeron los oficios, se levantó y se marchó sin derramar una lágrima. La segunda vez la recordaba vagamente, fue cuando su padre murió de una enfermedad degenerativa, cuando finalizó el entierro, pasó por su lado y se detuvo, le miró un segundo antes de dar media vuelta y entrar en el coche que le esperaba.
Seguía diciendo que tres meses después regresó de Nueva Guinea una vez finalizado el proyecto y fue entonces cuando supo que el anciano se había suicidado en la casa de Sevilla, donde había trasladado su residencia hacía algunos años alejándose de los fríos inviernos granadinos. Supuso que el suicidio habría tenido que ver con la enfermedad que empezaba a dejarle inválido. De su estado de salud tenía una remota idea por Braulio, la persona que se encargaba de administrar sus bienes.

Cuando desde Barcelona le llamó para enterarse de lo ocurrido, le indicó que, alertado por la mujer que le atendía durante la noche, lo descubrió sobre su cama con una pistola en la mano y con un agujero en la sien. Estaba vestido de oficial de a SS, uniforme que, sin saber la razón, aunque suponía que fue para evitar un escándalo, no aparecía en los informes que emitió el comisario a quien encargaron la investigación. En la misma conversación, le confirmó que había dejado en herencia la casa de Sevilla -lo que ya sabía por el procurador- y añadió que también había heredado una carpeta conteniendo varios sobres lacrados que los que tomaría posesión una vez que lo hiciera de la vivienda.

Al cabo de varias semanas tomó el tren nocturno  Barcelona-Sevilla. Nada más llegar se puso en contacto con Braulio y éste informó al notario encargado de los trámites de la herencia, quedando unas horas más tarde en un Hotel céntrico. A la hora fijada y una vez presentados, tomaron café y le pusieron al corriente. D. Tomás, que así se llamaba el notario, traía las llaves de la casa y una abultada carpeta que sin duda guardaban los sobres que tenía el encargo de entregarle. Juntos tomaron un taxi que les condujo a la casa.  Tras despedirlo, Braulio abrió el portón por el que se accedía a un zaguán cerrado por una reja labrada. Los guió por un patio de columnas, sosteniendo arcos blancos abrazados por enredaderas, hacia la escalera por la que accedía al piso superior. Entraron en la biblioteca donde. D. Tomás sin preámbulos le entregó la llave de la casa y las escrituras. A continuación le pidió que firmara una nota donde se confirmaba el acto de posesión. Tras la firma, le alargó la carpeta de la que no se había separado y le informó de que ya podía abrirlos según la voluntad el finado. Una vez finalizada su labor, se despidió alegando temas de trabajo al igual que lo hizo Braulio, no antes de concretar una cita el día siguiente en el hotel donde había decidido pasar la noche.

Por fin sólo, tomó la carpeta y al abrirla descubrió una nota manuscrita que su abuelo le dirigía. Una anotación entre paréntesis al margen indicaba que era una copia exacta. Volví con mayor interés los  ojos al texto y lo leí con avidez.

 Querido Albert:

Desde que naciste aunque tú nada sabes, he guiado tus pasos, me he ocupado de tu formación y he allanado tu camino hasta lo que ni imaginas. Todo lo he hecho para asegurarme de que serás digno de que la misión que me encomendaron pase a ti y la culmines. No creas que ha sido fácil durante todos estos años saberme responsable de la muerte del aventurero-anarquista en que se convirtió mi hijo Ernesto, cómo no lo ha sido sobrellevar el deterioro de tu padre, un ser débil y enfermizo. Pero me he mantenido firme porque ninguno de los dos merecía ser los herederos de esta magna tarea que ahora te asigno. Espero que no me decepciones porque si lo haces no sólo me decepcionarías a mí sino a todos los miles de camaradas que por todo el mundo esperan el día en que el pueblo alemán resurja bajo el Cuarto Reich.

Mi nombre verdadero es Claus Rudolf Bamler von Stauffenberg, Coronel del Estado Mayor de la Wehrmacht. Durante más de cuarenta años me han buscado todos los servicios de inteligencia del mundo para juzgarme y condenarme por el solo hecho de haber cumplido con mi deber. Aunque me tildan de criminal y me acusan de haber aniquilado a miles judíos, sólo he sido un soldado del Führer que cumplió con su deber. Un soldado en el que él confió un tesoro inimaginable para que lo preservara y sirviera para financiar, a su debido tiempo, el resurgimiento de la patria.

He tenido el alto honor de servir a mi pueblo durante toda mi vida y ahora que se acerca mi muerte, no me queda tiempo ni salud para finalizar la tarea que se me encomendó, por eso serás tú, que eres puro de sangre aria, quien la culmine.

En el interior de la carpeta que te ha entregado el notario encontrarás tres sobres lacrados, en el primero hallarás números de cuentas a tu nombre con grandes sumas de dinero, en el segundo sobre están los contactos y claves que te ayudaran a rescatar el tesoro del Reich, cuya ubicación consta en el tercero. En ese mismo sobre está anotada la fecha en la que debes comenzar la tarea y las instrucciones iniciales.

Me siento orgulloso de que seas tú a quien confío el secreto mejor guardado del siglo.
Un abrazo.       
                
Y firmaba, Claus Rudolf Bamler von Stauffenberg. Coronel del Estado Mayor de la Wehrmacht
 Quedé sorprendido ante aquella revelación, conocía la leyenda del tesoro oculto de Hitler, pero siempre había pensado que no era más que eso, una leyenda sin fundamento.

Continué la lectura absorto en su contenido y con la esperanza de descifrar el misterio. Albert continuaba afirmando que cuando finalizó la lectura de la carta de su abuelo le pareció tan increíble que quedó aturdido. No podía salir de su asombro al imaginar que aquel hombre era un criminal nazi ejecutor de miles de personas inocentes sin que tuviera el más mínimo remordimiento y, en el culmen de su locura, había ordenado matar a su propio hijo Ernesto; había dirigido su vida como la de una marioneta y ahora dejaba en sus manos una misión que sólo imaginarla le producía náuseas. Seguía diciendo que por un momento tuvo la esperanza de que  la enfermedad le hubiera hecho perder la cabeza y que todo aquello no fuera más que alucinaciones de un anciano. Aunque pensó arrojar el sobre a la chimenea,  le pareció una locura de tal magnitud que no se sintió con fuerzas para seguir con la duda toda la vida. Abrió el sobre marcado con el número uno y encontró una relación de cuentas bancarias de varios países con las claves de acceso y su nombre como titular en cada una de ellas. Al desgajar el segundo comprobó con horror que contenía una relación de más de cien nombres de cargos de multinacionales con sus direcciones y teléfonos en los más diversos lugares del mundo; sin valor para abrir el tercero sobre se hundió horrorizado en el sillón.

Cuando logró recuperarse, escribió que lo único que  tenía claro era lo que no haría. Repasó los nombres del listado y los memorizó confiando en su memoria fotográfica. Cerró los dos sobres abiertos y los introdujo en una carpeta. Tras meditarlo un buen rato redactó estas notas durante buena parte de la noche. Por la mañana escribió el nombre de su hijo mayor en el sobre.

Terminaba explicando que daría instrucciones a Braulio para que vendiera la casa pasados quince años y tras hacerlo, le hiciera llegar a  el dinero de la venta y la carta de forma anónima a Frederick. Afirmaba que acababa de destruir el tercer sobre y que con los otros dos se marcharía a Barcelona donde donaría a la  Cruz Roja Internacional todo el dinero que había a su nombre. Cuando terminara los trámites trasladaría una copia de los listados a los Consulados de Alemania, Israel y Estados Unidos y desaparecería. Pedía a su hijo que le perdonara porque no le volvería a ver y le rogaba que hiciera partícipe a su hermana y que le cuidara.

Rubricaba la carta con un “hasta siempre”.

No podía salir de mi asombro, el tesoro de Hitler podía ser una realidad y  había estado tan cerca de saber su paradero que me sentía abrumado. Pasé la noche intranquilo pensando si todo aquello era una fantasía o una realidad que el destino había llevado a mis manos. Por la mañana decidí investigar hasta conocer si lo que había leído era cierto. Solicité el traslado provisional a la Universidad Autónoma de Barcelona y me enfrasqué con todas mis fuerzas durante dos meses en ello. Ahora estoy a la espera del avión que me retorne a Sevilla y sé que todo fue cierto: Albert existió, donó gran parte del dinero la Cruz Roja Internacional , pero las listas nunca llegaron a su destino, según aparecía en un diario nacional murió en un incendio tras un accidente de coche: entre los restos del accidente consta en el informe policial que aparecieron tres sobres quemados de los que era imposible descifrar su contenido. 

El verdadero grial, el verdadero tesoro; por José García.


Durante un trabajo de restauración en Castellciutat, allá por 1970, precisamente en el Castillo situado en una colina con cierta preponderancia sobre el valle del rio Segre, en cuyo interfluvio con el rio Valira, se encuentra la Ciutat; tuvimos que recurrir a determinada documentación y planos antiguos, ya que está construido sobre otras edificaciones habidas con anterioridad, que afortunadamente se conservaban en los sótanos del propio Castillo.

Accedimos a los mismos a través de unas escaleras situadas en la parte posterior del Castillo, junto a otras dependencias destinadas para el almacenaje y de uso común o colectivo. Descendimos seis escalones y mediante un descansillo, giramos hacia la izquierda y descendimos otros tantos. De momento pareció que hubiéramos cruzado el linde del tiempo, como si se hubiera producido una regresión y nos encontráramos en otro mundo, un mundo de oscuridad y sombras, hasta la temperatura y el ambiente eran distintos. Te hacían percibir inquietantes sensaciones y un cierto escalofrío recorrer tu espalda. Nos encontrábamos en una amplia estancia en la que se podían observar siete sólidas puertas de madera empotradas en gruesos muros de piedras, tres se ubicaban en el muro frontal, dos a la derecha y otras tantas en la izquierda. Cada una de ellas tenía dos ranuras, una situada a la altura  de la cabeza y otra en la parte inferior de la puerta lindando con el suelo. No había duda, nos encontrábamos en las antiguas mazmorras del Castillo, en las cuales aún podían verse las argollas y grilletes que en otrora sirvieran para encadenar a quienes tuvieron la fatalidad de haber pasado por ellas. Solo contemplar el lugar era suficiente para hundir la moral y la voluntad de cualquier hombre, entre aquellos tétricos muros, aún parecían resonar sus lamentos y quejidos producidos por el tormento y el dolor.

Nos dirigimos a la puerta central de las tres que teníamos enfrente, tras abrir con una pesada llave, pudimos comprobar la solidez de la puerta y el tiempo que ésta, no se habría, pues emitió un chirrido que rasgó terroríficamente el silencio en el que todos nos manteníamos. La cámara mostraba un aspecto un tanto reprobable y desordenado, todo cubierto de polvo que con seguridad nos dificultaría la búsqueda de los citados documentos.

Al mover una de las cajas de madera que se encontraban en una estantería, dejó al descubierto unas tapas de cuero duro, que anudadas con unos cordones también de cuero, contenían un número considerado de papeles o documentos, que parecían manuscritos, que llamaron mi atención y curiosidad. Los cogí para echarle un vistazo, cuando alguien avisó en ese mismo momento, de que ya teníamos los documentos necesarios, por lo que tuve que reprimir el deseo de continuar y reincorporarme al equipo de trabajo. Durante toda la jornada no dejó de asaltarme la curiosidad, sobre el posible contenido de aquellos papeles que tan misteriosamente habían llamado mi atención. Al término del trabajo no pude contener el deseo de conocer su contenido, y solicité permiso para poder volver al sótano y dar un repaso por si encontraba algo más que nos pudiera ser de utilidad. No pusieron objeción alguna, en la seguridad que nada encontraría, pues todo era antiquísimo y por tanto falto de interés.

Bajé con cierta impaciencia, tanto que no reparé ni en las sensaciones que me había producido el lugar en la mañana. La puerta se abrió pesadamente y volvió a producir un prolongado chirrido. Cuando accedí a tenerlos entre mis manos y retirar con los dedos la capa de polvo que lo cubría, pude observar que había algo escrito en una de las tapas, que en un principio no pude descifrar, pero al acercarme a la tenue luz de la bombilla, pude comprobar que estaba escrito en Occitano o lengua Oc, que es una lengua provenzal o romance de Europa. En España, únicamente en el Valle Aran, en el pirineo leridano, es donde tiene un reconocimiento oficial una variedad autóctona, reconocida por la Comunidad Autónoma de Cataluña. Afortunadamente por la similitud del catalán y porque mis abuelos son oriundos del Valle de Aran, tengo cierto conocimiento sobre esta lengua y pude interpretar lo que decía.  

“El verdadero grial, el verdadero tesoro.”

Abrí con sumo cuidado aquellas pastas de cuero, en su interior los papeles, bien ordenados, estaban efectivamente manuscritos y con una buena caligrafía. En ese momento decidí  descifrar su contenido, pero opté por buscar otro lugar donde poder dar lectura con tranquilidad y comodidad a dicho documento. Enseguida me sumí en su lectura, en ella se narraban las vicisitudes de Alais y Guílleme y como terminaron en Seo D’Urgell, más concretamente en Castellciutat. Comienzan la narración, situando el inicio de lo que en el tiempo sería parte de su historia.

“A mediados del siglo X empieza a propagarse por Europa Occidental un movimiento religioso cristiano pero de carácter gnóstico, el catarismo, que contó con la protección de algunos señores feudales, vasallos de la corona de Aragón. Arraigándose fuertemente hacia el siglo XII en el sur de Francia principalmente entre los habitantes del Languedoc. La iglesia Católica rápidamente la calificó de herética. Tras varios intentos de misionar sin resultado alguno, en 1208, el papa Inocencio III ante la extensión del catarismo, decretó una cruzada. El Vaticano no podía permitir que se protegiera la causa cátara, como fueron los ejemplos del conde de Tolosa, Ramón VI, y del vizconde de Carcasona, Raymond Roger Trencavel, que ante esta circunstancia, pidieron vasallaje a Pedro II y éste lo aceptó.”

“Es a partir de aquí que empezamos a tener conciencia del peligro que se cernía sobre nuestras gentes. Siendo aun muy jóvenes, casi adolescentes, fuimos testigos ya que logramos huir, de la masacre perpetrada por el legado del papa, Arnaud  Amaury. Este, de camino a Carcasona, sitió la ciudad de Béziers, en la cual vivíamos con nuestras familias y junto a otros muchos cataros. Al acceder a la ciudad el legado papal arrasó con todo y ordenó masacrar a todos los cataros. Sus oficiales le preguntaron al propio Arnaud, como distinguir a los cataros de los demás, y éste pronunció la cruel y conocida frase de: Matadlos a todos, que dios reconocerá a los suyos (...)”

“(…) Pudimos escapar, al camuflarnos en unos de los carros, donde los caballeros cruzados, transportaban el producto del expolio que fue sometida la ciudad (...)”

“(…) Meses después, era Carcasona la que se rendía al asedio sometida por los cruzados al mando de Simón de Montfort, quien incumplió su palabra de dejar libres a los habitantes de la ciudadela, si el vizconde rendía la plaza. Primero, asesinando al vizconde, y posteriormente exigiendo un pronunciamiento público abrasando la fe católica para poder salir libres (...).”

En referencia a este suceso, cuentan que más de doscientas personas fueron arrojadas a la hoguera, por no renegar de su religión. Aunque no encontraron el tesoro de los cataros, pues se cuenta que antes de rendir la ciudadela, algunos elegidos, lo pusieron a salvo escapando por un pasadizo secreto.

“(…) Posteriormente, en Muret 1213, pierde la vida Pedro II, en una sangrienta y descabellada batalla. Volcándose la balanza a favor de la iglesia católica y del rey de Francia (...)”

“(…) Los que conseguimos salvar la vida emprendimos un destierro hacia otros países de Europa, principalmente Italia y España. Buen número de cataros a pesar de las dificultades y peligros sorteados, pues fuimos denigrados, asaltados y perseguidos, logramos cruzar los Pirineos y adentrarnos en España, fundamentalmente en Cataluña, por la similitud del idioma. Pusimos todo de nuestra parte para adaptarnos con celeridad a la forma de vida del lugar de acogida, pues en gran parte éramos artesanos (…)”

Terminan relatando como han traspasado de padre a hijo, el poder del grial, el verdadero grial, “(…) aquel que se encuentra en los libros, en el conocimiento y en el amor compartido con el mundo, transmitidos a través de estaciones y generaciones. Dando testimonio de nuestra historia y de la masacre de nuestro pueblo, para transmitir a la vida nuestra verdad (…)”

Terminé la lectura casi al amanecer, me había abstraído del tiempo y ello teniendo en cuenta que no soy persona de creencias religiosas ni de iglesia alguna, se puede considerar todo un logro. Aunque creo que esta lectura me reafirma más en mis convicciones, pues el documento es ilustrativo de la Europa medieval, así como la evocación de otra época que lleva a pensar que la tolerancia religiosa es intemporal.

La casa encantada, por José García.


Adrian, Alex, Chema y Rubén, enfilaban el sinuoso  e irregular camino de tierra que se abría entre los frondosos maizales y que habría de conducirles hacía la casa, en la cual, habría tenido lugar una horrible tragedia; en ella, una joven enloqueció y murió de amor, por lo que en noches como esta, aún puede verse vagar su espíritu. Habían de valerse de linternas, ya que, nubarrones movidos por el viento, parecían entretenerse en hacer aparecer y desaparecer la Luna, que lucía llena y enorme.

Adrian, que no parecía muy convencido, preguntaba insistentemente: ¿Por qué era necesario hacerlo hoy? A lo que Rubén respondía:”Ya lo hemos hablado antes, hoy se produce el perigeo, momento en que la Luna está en su punto de orbita más cercana a la Tierra y además coincide con la Luna llena, mostrándose por tanto más grande y luminosa. Pena de los nubarrones que nos privan a intervalos de tan majestuoso espectáculo. Y este es un fenómeno que ocurre cada dieciocho años y once días, en el que la Luna irradia toda la energía para hacer que esta noche sea mágica.”

En esto andaban cuando empezaron a avistar la casa. Todos callaron. Entonces percibieron el silencio, solamente alterado por el silbido provocado por el viento a correr entre los altos maizales y que los hacía moverse acompasados como una gran marea verde. Llegaron a la explanada sobre la que, en una especie de montículo, se alza la casa. Es un edificio del siglo XIX, de grandes ventanas de construcción vertical, la central consta de un saliente a modo de pequeña terraza o balcón, encima de la puerta principal.

Se observan en la fachada central dos salientes laterales, a modo de torretas, conformando en la parte central un porche, al que accede a través de seis escalones frente al gran portón de entrada. Toda la cubierta es de dos aguas, salvo la de un mirador, de planta cuadrada, que se alza por encima de los dos pisos del edificio en el lateral izquierdo de éste; así como una capilla anexa en el mismo lateral. La entrada de carruajes se sitúa en el lateral derecho del edificio, dando acceso directo, a través de una crujía, al patio central.

Todos mantenían sus miradas fijas en los grandes ventanales, atentos a cuanto pudiera ocurrir. Pero nada parecía suceder, ni un movimiento, ni un sonido, solo silencio.

La tensión afloraba y Alex sensiblemente nervioso se cuestionaba a él mismo en voz alta: “Quien me mandaría venir aquí y a estas horas”; ¿No podíamos venir de día? Los demás le contestaban, pero más pareciera que lo hicieran para convencerse a ellos mismos y aliviar su tensión: “Todo el mundo sabe que a partir de la medianoche es cuando se favorece la manifestación de estos fenómenos esotéricos, además había que aprovechar el flujo que supuestamente la Luna ejerce esta noche.”

El trecho hasta la casa estaba poblado de dos hileras de enormes palmeras, tras estas gran cantidad de arboles, en su mayoría los vulgarmente llamados “del paraíso”, aunque también podían contemplarse olivos centenarios, dos grandes sauces llorones así como una enorme higuera, que casi ocultaba con sus ramas, una antigua fuente de la que aún manaban dos caños de agua.

El silencio era atroz, interrumpido solo por el silbido del aire y el sonido entrecortado del agua de la fuente. Esperaron a las doce para entrar a la casa; subieron vacilantes y temerosos los seis escalones que daban acceso al porche. Sus miradas seguían fijas en los ventanales. Con las linternas encendidas y cámaras en ristre dispuestas para registrar e inmortalizar cualquier movimiento o ruido que pudiera producirse. Entraron con extrema cautela, se percibía una extraña tranquilidad, pues al mismo tiempo, algo flotaba en el ambiente que evitaba que esta fuera plena. Las nubes al jugar con la Luna, la hacían aparecer y desaparecer con tal rapidez, que parecían inundar y  poblar toda la casa de innumerables y sigilosas sombras. Una escalera central permitía acceder al piso superior, por un corredor que conectaba las dos alas de la casa. Por los laterales de la escalera se llegaba  al fondo patio central, antes de salir al mismo, a la derecha se abría una amplia estancia, con una chimenea de gran campana y dos poyos laterales, en el centro una rustica y alargada mesa de madera y junto a ella un largo banco, como único mobiliario un estante o estantería con las puertas casi descolgadas, dejando ver en uno de sus entrepaños un pequeño y asustadizo ratón, que huyó despavorido al contemplar a aquellos intrusos que irrumpían osados en la estancia. En las paredes aún se podían ver las señales de objetos y cuadros que en su día pendían de sus muros y cuyos clavos aún se podían observar. Salieron de esta dependencia que se adivinaba de uso común y colectivo, para dirigirse a la izquierda donde se encontraba la que debiera haber sido la cocina, con dos poyetes laterales donde se podían adivinar los huecos para el fuego y en el centro de la estancia una gran campana. Cuando entraron en ella un extraño fenómeno les aterrorizó, sus linternas vacilaron y sus cámaras y móviles parecían quedarse sin baterías, permanecieron inmóviles hasta que se recuperaron sus objetos e inmediatamente reaccionaron abandonado la dependencia. Precipitadamente se dirigieron hacia el patio, al que se accedía a través de una zona porticada con arcos y en que podía apreciar un banco construido de material y adornado con azulejos. El patio quedaba prácticamente inaccesible, en el debería haber un pozo y un pilón o abrevadero, pero era imposible adivinar dónde. Se encontraba inundado de naranjos, higueras, una gran cantidad de helechos, enredaderas y zarzas.

Contemplando embelesado esta salvaje y natural belleza, Rubén no es consciente de un gran agujero que se abre en el suelo delante de él, pero justo al llegar a su borde, un soplo helado le frena y le hace reaccionar ante el peligro. El horror y el miedo lo paraliza, los demás lo observan impávidos, las linternas vuelven a parpadear, al tiempo que un prolongado silbido les hiela la sangre, y entre aquellos tétricos muros parece escucharse unos susurros. No pudieron resistir la tensión contenida, sintieron en sus entrañas una terrible presión y salieron apresurados al exterior de la casa. Una vez tranquilizados, sin haber pronunciado palabra alguna, quizás porque ninguno quería ser el primero en desistir, amagaron con volver al interior. Pero en ese momento, en el umbral de la puerta, un viento sonoro, como un rugido, salió de la casa y aunque no hubiera nada físico que se lo impidiera, les hizo dar un paso atrás. Los cuatro se miraron el miedo se reflejaba en sus caras, un escalofrío les recorrió todo el cuerpo. Sin mediar palabras dieron media vuelta y abandonaron apresurados aquel terrorífico y siniestro lugar. 

viernes, 22 de febrero de 2013

Un mundo nuevo, por Carmen Gómez Barceló.



Son las ocho de la mañana y tengo que sacar a Germán de esa realidad paralela que son los sueños. Viéndole dormido es imposible adivinar el terremoto en que se convierte una vez despierto. Es la primera vez en su vida que se separará de mí más de dos horas seguidas, la primera vez que se adentrará en un mundo totalmente desconocido para él y tengo miedo , yo tengo miedo, no él.

Mientras le preparo el desayuno, su pequeño rostro me cautiva a pesar de que me ha revuelto todo el salón, que  se ha convertido en un campo de batalla y como tal está sembrado de luchadores  entre los que se encuentran algunos de pié y otros tumbados. Por supuesto ha sido “Takán” quién ha vencido y será él quién le acompañe en este gran día. Takán es un monstruo de manos grandes y cara de muy cabreado que se ha convertido en su compañero desde que se lo trajeran los Reyes hace ya un año.

Una vez preparados Germán, Takán, y  yo,nos dirigimos a “Alí Baba”, que así se llama la guardería a la que le llevo. El camino se nos ha hecho demasiado corto y de pronto nos encontramos en la puerta. Llamo al timbre. Ha salido la señorita con la que hice los trámites pertinentes  para su matrícula, ha dicho “buenos días” y  rápidamente  se lo ha llevado. Pero…-No me ha dada tiempo a decir nada. Ahora recuerdo que me dijo que lo haríamos así porque sería menos traumático para Germán, pero  creo que no ha sido una buena idea. No puedo separarme de la puerta y sé que no voy a entrar, por lo que no me queda otra opción que la de mirarle a través de los cristales.

Germán va de la mano de la señorita y no llora. Ella le quita el abrigo y él se rodea a sí mismo con sus bracitos porque tiene frío. Alicia, que así se llama” la seño”, no se ha dado cuenta que Germán es muy friolero. Unos niños se le acercan e intentan quitarle su Takán.-Pero… ¿ Qué se habrán creído esos malcriados? Takán es intocable. Parece que los niños han desistido y le dejan en paz. Alicia se aleja y lo vuelve a dejar solo ante el peligro,él no sabe donde sentarse ni donde dejar su mochila.

Ahora se dirigen al patio y Germán les sigue, cómo si supiera que va a un sitio bueno pués no deja de sonrreir. Nunca lo hubiera pensado, está sonriendo aunque yo no esté a su lado. Los compañeros se han subido a un columpio giratorio que puede albergar a varios ocupantes, pero…no le dejan participar del juego, no lo puedo creer, a él le  encanta ese columpio, no tienen derecho a impedirle que suba, le harán llorar. Grito con todas mis fuerzas para que me oiga la señorita pero no me escucha, y no puedo abrir la puerta para cogerlo y llevármelo a casa que es donde Germán tiene su reinado, donde con sólo mirarme, sin hablar siquiera, encuentra solución a todos sus problemas. Es mi Rey. 

Germán no puede leer su nombre, es muy pequeño y tampoco sabe cómo ir al baño y no sé cómo se las va a apañar, aunque mejor será no pensar y marcharme.

Es la hora de recogerle por fin y por más que miro a la multitud de pequeños monstruos saliendo por la puerta, no consigo ver a mi Germán, no sale, se han marchado todos y él no sale. Me acerco a la puerta y allí está en brazos de ella, la dichosa señorita. Le veo tranquilo y me extraña. Le llamo para que salga, él me mira y se baja de sus brazos. Con calma, sereno viene hacia mí, me dice “hola” simplemente y me quedo de piedra. ¿Cómo no ha venido corriendo y llorando, pidiéndome por favor que nos vayamos a casa, a nuestra casa, pidiéndome que no le llevara más a aquél horrible lugar?. Era lo que esperaba, lo que hubiese sido normal, pero no, todo lo contrario, ha sido increíble. Germán quiere volver y  yo no lo entiendo. No puedo entender lo sencillo que le ha parecido cambiar toda la mañana su pequeño reinado por esa peligrosa guarida sin acordarse de mí siquiera. Desagradecido…

jueves, 14 de febrero de 2013

Desafío a Dios, por María del Mar Quesada.



El domingo 20 de abril de 2008, a las doce del mediodía, en la explanada de guijarros delante de la puerta de la iglesia de Santa María de Gracia,  los invitados de la boda de  Jairo Brumatti y María Brabante,  esperan  a que llegue la novia. Es  un día de primavera soleado, la temperatura es agradable y huele azahar. Jairo,  tiene 32 años,  es de estatura media, moreno de piel, ojos pequeños y negros, pelo también negro y rizado, tiene las manos fuertes y las aprieta constantemente. Cuando algún invitado le habla no les  mira directamente a los ojos, si no que  disimula  y mira  hacia la calle por donde el coche de la novia debe aparecer. Al cuarto de hora  la novia aún no ha aparecido, un primo de ella  se ofrece a llamar a casa de sus tíos  para ver si han salido ya,  tras esperar unos segundos le dice a Jairo que no cogen el teléfono y que posiblemente  estarán a punto de llegar. Cuando son las 12:25, algunos invitados se han ido a la terraza del bar de  al lado, algunos a tomar un café y otros cerveza. El novio sigue en la puerta de la iglesia erguido y con semblante serio, no habla con nadie, pese que algunas mujeres mayores  se acercan para decirle que no se preocupe, que a lo mejor a la novia se le ha roto el vestido o el zapato. Jairo  sin mirarlas vuelve a apretar los puños. Unos minutos más tarde, sale el cura y le pregunta:

-        ¿Puede usted llamar a ver cuándo van a llegar? A las una en punto tengo un bautizo, si llega más tarde tendré que hacer una boda sin liturgia.
-        Ya hemos llamado a mis suegros, a mi cuñado y a mi novia y no contestan. Un familiar se ha acercado a  casa de mis suegros y una vecina le ha dicho que salieron a las doce menos cinco.  Para  llegar  aquí solo se tardan diez minutos, lo cronometramos hace una semana. Mi novia sabe que no me gusta esperar.
-        Pues yo empezaría a preocuparme, a ver si han tenido un accidente.
-        No cree que nos hubiéramos enterado, por favor, no me ponga más nervioso de lo que ya estoy.

Todo lo ocurrido, desde antes de las doce, está siendo observado por un hombre de traje marrón, con el pelo negro, engominado y peinado hacia atrás, de vez en cuando se confunde con los invitados. Sonríe cuando le hablan, de vez en cuando contesta, pero solo con monosílabos, durante todo el tiempo ha procurado que el novio no le vea la cara.

A las 12:49 el novio recibe un mensaje SMS  de su cuñado: “Lo siento, mi hermana no se casará contigo, puedes despedir a los invitados”. Jairo  abre los ojos exageradamente, resopla por la nariz y aprieta los dientes con los labios cerrados, bruscamente se vuelve hacia el interior de la iglesia y busca al cura que está dormitando en el banco de la primera fila. Sin decir palabra le enseña el móvil, entonces el cura se levanta le pone la mano sobre el hombro y le dice:

               - No se preocupe, yo despido a los invitados, puede quedarse aquí mientras se van todos. ¿Ve esa puerta labrada? puede entrar, a la izquierda hay un  pequeño despacho  que tiene un crucifijo por si quiere rezar, su novia me dijo que usted era creyente. Ahí puede estar tranquilo, nadie le molestará.


El cura una vez que el novio ha entrado, se dirige hacia la puerta de la iglesia, mira  hacia la nave lateral  más oscura y  ve  como  el fotógrafo llega hasta la puerta labrada y la abre, el padre se santigua y sigue su camino hacia el exterior. El reportero sin hacer ruido, se esconde dentro de un viejo confesionario  de madera oscura, se pone unos auriculares y  comprueba  que  la imagen de Jairo se ve en su cámara. Dentro del despacho el novio va de un lado a otro, resopla por la nariz, se para enfrente del crucifijo que hay en la pared blanca y a media voz, escupe las palabras:

-        ¡Te mereces que te ensartaran vivo en la cruz, desgraciado! He  cruzado hasta aquí para tener otra oportunidad y me la has jodido…. ¿me estás desafiando?, pues  voy a ganar otra vez, recuerda que aun no me han cogido… Esa zorra que se llama María como tu madre, va  a pagar tu deslealtad conmigo… la voy a matar igualmente, nadie se ríe de mí  delante de tanta gente y se va de rositas. Esta vez lo que le hice a la pequeña Catalina se va quedar en un pecadillo… Eres un malnacido… me obligaste a matar a mi madre, te juré que si me encontraba otra mujer peor que  madre, no la dejaría vivir. Yo he cumplido mi palabra, he matado a todas esas zorras porque se lo merecían y tú me has bendecido con la invisibilidad…  y por eso te prometí que en este país me controlaría y ahora me la has jugado... Te lo juro, tú serás tan culpable como yo de mis actos. ¡Te odio hijo de mala madre!

El fotógrafo  cuando ve en su cámara  que Jairo  tiene intención de salir,   envía un SMS al hombre del traje marrón: “Lo tengo, enviando al jefe. Preparaos”.

Una hora más tarde en un hotel en las afueras de la ciudad en la habitación 405, sentada encima de la cama y flanqueada por sus padres, está María vestida aún de novia, encima de la cama hay un dosier abierto, su hermano vestido de padrino está de pie fumando. Llaman a la puerta y el hombre de pantalón vaquero, camiseta blanca y pistola en la cartuchera, mira por la mirilla y abre la puerta. Entra un hombre bajo, delgado, de pelo cano con barba blanca bien recortada, viste un pantalón gris, una chaqueta de sport con coderas de color negro. Se dirige a la familia

-        Lo tenemos. La operación ha salido bien, pese a que era un riesgo. Debo agradecer toda su colaboración.- Coge la mano de la novia - María siento haber fastidiado el día más feliz de su vida, pero puede que fuera el principio de su propio infierno. La prueba de grabación que hemos conseguido, en la provincia de Chubut en Argentina, es una prueba válida, máxime si en ella  se han confesado  crímenes. Como le comentamos, llevamos muchos años detrás, todo a apuntaba hacia él, pero siempre conseguía librarse. Le voy a dejar escuchar lo que hemos grabado para  que se queden conformes con nuestra operación y sepa de verdad quién era su novio.


  
En el ordenador portátil, la familia Brabante escucha atentamente. Cuando acaba la grabación,  María se traga las lágrimas y le pregunta al comisario Navarro  qué le hizo a la pequeña Catalina. El comisario le resume:
- Jairo era hijo de madre soltera, ella estaba todo el día trabajando y él pasaba muchas hora solo. Cuando tenía 14 años, una mañana la madre apareció muerta con golpes en la cabeza, todo parecía indicar que había sido un accidente, pero algunas pruebas no encajaban. 

El comisario antes de seguir hablando, toma aire,  mira a su compañero y  continúa contando.  

               - Cuando Jairo tenía  18 años tuvo una  novia, la pequeña Catalina, le decían así  porque aunque tenía 16 años era de cuerpo menudo y  cara de muñeca, algunas amigas   dijeron que ella pretendía dejar la relación el mismo día que desapareció.  Sólo encontramos su bicicleta dentro de un gran charco de sangre, nunca pudimos encontrar su cuerpo.  Aunque todo indicaba que  fue Jairo, consiguió una coartada con la que salvarse y nunca supimos que  ocurrió con la niña.

El comisario Navarro vuelve a tomar aire, se le empañan los ojos marrones y añade:

 - Catalina era mi hija. Así que yo y todas las familias de las mujeres que ha matado este malnacido,  le estaremos eternamente agradecidos,  María.

La isla caníbal (el caso Nazino), por José Miguel García.


Son las siete de la tarde cuando el aullido de la sirena marca el fin de la tarea del segundo turno del sábado. Algunos obreros esperan su jornada fumando un último cigarrillo antes, otros dan cuenta del postrero trozo de pan mientras la mayoría de arremolina junto a la verja de la fábrica que, invariablemente, abrirá sus puertas cinco minutos más tarde, dando tiempo al grupo que va a salir a colocar las herramientas correctamente y a los supervisores a dar el visto bueno. Cuando el encargado hace un gesto con la mano a Viktor, tras tomar nota en un viejo cuaderno de que todo estaba bien, sabe que tiene permiso para marchar y se aleja hacia los vestuarios. Abre la desencajada puerta de chapa, que ruge sobre sus goznes, se despoja del mono de trabajo, lo dobla lo mejor que sabe y lo coloca en el estante superior de la taquilla que comparte con otros dos obreros. Se ajusta el pantalón con cierta prisa y, tras encajar el gorro de lana sobre la cabeza cubriendo su pelo rubio, se ajusta los guantes de lana y se encamina hacia la salida. Unos metros alejado del tumulto, al resguardo del viento helado, le espera Leonid enfundado en el viejo abrigo heredado de su padre. Mientras se acerca, observa cómo se mueve dando brincos enérgicos, a la vez que se calienta las manos con el aliento para defenderse del frío que le acucia. En cada salto de su negro cabello caen diminutos copos de nieve que han anidado durante la espera.

Su amigo le recibe con una amplia sonrisa intentando disimular, como hace siempre, el hueco de una de sus paletas perdida hace años en una desafortunada caída. Tras un apretón de manos emprenden camino hacia la Central Farmacéutica Popular donde trabajaba Vladimir, dispuestos, como otras veces que coinciden a la salida del turno, a esperarlo la media hora que diferenciaban sus jornadas.

- ¿Has conseguido lo que hablamos?. Pregunta Viktor. 
- ¿ Cómo lo dudas?. MI madre es una madraza, solo he tenido que decirle para que era y no ha fallado.  Nos ha hecho una empanda digna de un Zar. La carne es de caballo, cierto, pero seguro que Vladimir ni lo nota. Además, asómbrate, he conseguido seis bálticas y no me digas que esa cerveza no te gusta. – Contesta Leonid orgulloso mostrando los dientes sin importarle que la mella quede a la vista.
- Eres todo un tipo extraordinario y tu madre una princesa.- Reconoce Viktor. - Pero no te creas que yo me he quedado quieto, tengo dos latas de sardinas que guardaba ocultas en las tablas de mi cama para tiempos peores. La ocasión lo merece-.
- Fantástico y gracias por el piropo a la vieja-, contesta Leonid y continua. ¿Tú crees que le gustará?-
- A veces dices tonterías, ¿cómo no le va a gustar que celebremos su veintiún cumpleaños?. No sé cómo se te ocurre pensar por un segundo lo contrario. Si me lo hicierais a mí me volvería loco de alegría-. Asevera Viktor.
- Tú hace tiempo que los cumpliste muchacho, lo preguntaba porque sabes cómo es.- Leonid hace un pausa y sigue.-Un chico estupendo, sin duda, pero no le gusta demasiado las fiesta y menos cuando son en su honor. Prefiere dedicar sus fuerzas a otras cosas más “interesantes”. Y sabes el caso que nos hace cuando le aconsejamos que deje los trapicheos del botiquín de su fábrica-.
- Yo creo que si le va a gustar, un día es un día y no va a cumplir veinte años nunca más. Además, como se le ocurra decir que no, le doy un puñetazo y le dejo los dientes peor que los tuyos. Dice Viktor riendo de buena gana. - De todas formas vamos a dejar el tema, ya sabes que él es así. Parece que tiene algo dentro que le impulsa a preocuparse por los demás y, por si fuera poco, es capaz de convencernos cuando intentamos hacerle entrar en razón.
- Ya y siempre nos deja de regalo su frase preferida: si ayudas te ayudan. No sé si lleva razón, pero en el fondo envidio no ser como él. Te lo juro.- Dice con ternura Leonid.- Hablando de otra cosa, seguro que no sabes que mi madre ha enviado a tu vecina María las cervezas y la empanda-. Comenta  Leonid haciendo un gesto de suficiencia con la cara.
- No te voy a mentir, saberlo no lo sabía, pero lo  suponía-. Contesta Viktor sonriendo con ironía.
- Tu siempre tan listo. Por cierto, ¿ de vodka cómo andamos?. Pregunta Leonid.
- Tengo tanto en casa que, si antes de perder el conocimiento brindando por todo lo que se nos ocurra se acaba, te doy la paga del mes. Contesta Viktor haciendo gestos de echar manos a la cartera.
- Vale, de acuerdo. Al fin y al cabo mañana es domingo y no tenemos que ir a las malditas fábricas. ¡ Viva la Revolución vodkiana!  Ríe Leonid.
- Calla que ahí viene y debe ser una sorpresa- Dice Viktor señalando la puerta por donde aparece Vladimir.
El joven, con paso firme traspasa el portón de la vieja fábrica. Al recibir el impacto del viento gélido alza el cuello de la chaqueta y oculta las orejas bajo el gorro. Cuando levanta la cabeza ve a sus amigos cerca del muro que separa la fábrica de las vías del tren y corre hacia ellos para fundirse en un fraternal abrazo.
- ¿ Que tienes que hacer esta noche?-, pregunta Viktor a bocajarro apoyando las manos en sus hombros.
- Nada especial. ¿En que habéis pensado?- Pregunta cruzando los brazos para esconder las manos en las axilas para paliar la falta de guantes.
- Hemos pensado que como es el único sábado que coincidimos este mes nos podemos ir a casa de Viktor y pasar la noche allí jugando a las cartas y bebiendo para recordar viejos tiempos.- Deja caer Leonid, disimulando en lo posible para que su amigo no se huela nada.
- De acuerdo, esta noche me apetece unas copas y ganaros a las cartas. -Contesta Vladimir sonriendo–. Sólo una cosa, antes tengo que pasar por la plaza, he quedado allí con una chica para darle un encargo que me pidió para su padre enfermo: tiene cáncer.- Lo dice bajando la voz y, tras mirar hacia los dos lados y estar seguro de que nadie lo observa, abre con disimulo el bolsillo de la chaqueta y les enseña unas pastillas que había tomado del botiquín.
            Entre bromas encaran el camino. Al cabo de un rato llegan a la plaza de Pushkinskaya, y dan una vuelta comprobando que Katia aún no está. Caminan más de media hora por las calles de alrededor y, haciendo tiempo, se detienen a mirar los pocos escaparates que aún ofrecen alguna mercancía. A cada paso, sus huellas van quedando impresas en la nieve fresca como manchas de lápiz sobre un inmaculado papel blanco. Van atentos a cualquier sombra que pueda asemejarse a una chica, pero lo único que llegan a vislumbrar en la semioscuridad que envuelve a la plaza, es el destello del quinqué de un linotipista que deja un rastro de luz por las ventanas de un edificio, extrañamente moderno, donde se imprime el diario Ruskoe Slovo.

El tiempo trascurre plano hasta que la noche se cierra y el frío cala hasta los huesos haciendo tiritar a los gatos callejeros. Dan una vuelta más, seguidos del vaho que la temperatura bajo cero hace salir de sus gargantas. Cuando desesperan, Vladimir ve, semioculta detrás de un árbol la silueta de una mujer que le hace señas. Se dirigen a ella sin prisas, como si no la hubieran visto. Al acercarse, Vladimior con un gesto de la cabeza confirma a sus amigos que es Katia. La chica cubre parte de su rostro con una tosca bufanda que no disimula la dignidad de su porte  ni los rasgos de su belleza caucásica adornada por unos grandes ojos verdes. Vladimir la saluda mientras le alarga las pastillas envueltas en un pañuelo.

-Gracias, dice ella ocultándolo entre las ropas. De verdad, muchísimas gracias Vladimir, no te puedes hacer una idea de cuánto te lo agradezco sobre todo por los riesgos que asumes. Mi padre te envía su saludo. Por fin podrá dormir algunas noches sin rabiar de dolor. Si puedo un día te pagaré con creces lo que haces.

-Ni se te ocurra pensar en pagar nada. Ya sabes que lo hago porque no me parece justo su situación- . Responde Vladimir alargando la mano hacia la chica, pero se detiene a mitad de camino sin llegar a rozarla.
-Hay un instante de silencio comprometido que Katia, haciendo amago de marcharse, rompe advirtiendo:- Tened cuidado, esta noche hay muchas patrullas arrestando a desplazados y se dice que la checa está en ello. Al venir hasta aquí he visto demasiado movimiento y me da mala espina.
- No te preocupes- Contestan  al unísono.
- Somos obreros y vamos documentados. Responde Vladimir.
- De todas formas tened cuidado, a veces arrestan a cualquiera y si lo hacen, no hay forma de saber de ellos.- Asegura la chica.
- ¿Qué estás diciendo Katia?, pregunta Vladimir incrédulo.
-Tengo conocidos que están al tanto de lo que pasa en esta ciudad, -afirma Katia mirándole a los ojos-, y me ha contado que los campesinos que últimamente han llegado a Moscú despoblando los campos, han creado un grave problema de abastecimiento. Hace unas semanas el gobierno creó un pasaporte que sólo expiden a los que demuestren que han nacido en la ciudad. Cualquiera que no lleve el documento encima es acusado de individuo socialmente peligroso y es arrestado.
-Es cierto, yo también lo he oído a compañeros de la fábrica.- Confirma Leonid.
 -Los detienen y les  obligan a volver a sus poblaciones, -prosigue la chica- como muchos se resisten porque lo han vendido todo para venir y no tienen a donde volver, los deportan, seguramente a Siberia, de donde no se vuelve jamás. -Se detiene un instante y enfatizando finaliza:- Tened mucho cuidado se cuentan historias terribles.
-No te preocupes, nosotros somos moscovitas y tenemos los pasaportes, hace dos semanas que nos los dieron en la fábrica. -Dice Viktor -¿Los tenemos, verdad?, pregunta dirigiéndose a sus amigos.
Los tres se tocan inmediatamente el pecho en busca del documento. Vladimir mueve la cabeza negando tras  comprobar que no lo lleva encima. Inmediatamente se advierte que tienen un problema.
-Lo siento Vladimir, id con mucho cuidado y… de nuevo gracias - . Dice la chica mientras se pierde entre las sombras.
Tenlo también tú. Le responde Vladimir cuando la ve desaprecer.

Viktor, se hace cargo de la situación y propone dar un rodeo para dirigirse a su casa. Aunque Vladimir le parece una tontería, Leonid está de acuerdo y deciden seguir sus consejos. Caminan un buen rato paralelo a las vías del tren ocultándose tras los muros que rodean las vías. Recorren los tres kilómetros que les separan de su destino en la oscuridad más absoluta, solo rota por las luces de los trenes que circulan de vez en cuando. Cuando a lo lejos las campanas anuncian las once de la noche, ven la casa de Viktor y aceleran el paso.

Al dar la vuelta a la esquina se topan de  frente con cuatro policías  que parecen haber salido de la nada.
-Alto- Grita el que parece al mando.
Se miran sorprendidos y hacen un amago de salir corriendo, pero el sonido del martilleo de los fusiles les hace alzar los brazos y quedar clavados  en el suelo.
-Documentos- Requiere con voz autoritaria uno de ellos.
Viktor saca con urgencia el pasaporte y se lo entrega a quien lo demandaba. Leonid, al verlo, lo imita. Cuando el tercer policía se acerca a Vlamidir, éste hace como que busca el suyo en la chaqueta. Entonces Viktor da un salto y empuja al policía tirándolo al suelo mientras grita: ¡Huye Vlamimir!.
Un instante después suena un disparo y Viktor cae muerto al suelo con la frente destrozada.  Vladimir siente en su rostro algo caliente y espeso. Se toca la cara y horrorizado ve sangre en sus manos y  restos del cerebro de su amigo. Leonid se arroja sobre el cuerpo inanimado y lo abraza gritando con todas sus fuerzas: ¡Asesinos!
La culata de un fusil choca violentamente contra su cabeza y la noche se detiene de golpe en su frente. Vladimir lo ve derrumbarse como un saco vacío sin ser capaz de moverse. Un segundo después siente en su espalda un golpe seco y profundo que le corta la respiración haciéndole caer de rodillas.
-Atadlos y llevad estos dos a la comisaría. Al otro tiradlo a las vías para que lo destrocen los trenes y se lo coman los perros-. Es lo último que  oye antes de perder el sentido.
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La luna sestea sobre el río Nazino, sus aguas heladas discurren tan suaves que parecen estar cansadas. En las márgenes se aprietan las plantas ocultando a los pocos peces que han resistido al crudo invierno. Todo parece en calma, pero en medio del río algo se mueve. Como diminutas estrellas, las gotas de aguas se reflejan tras una tosca balsa de cañas  y troncos que se desplaza con extrema lentitud. Vladimir y Leonid mueven descompasados los pies como  alas de una mariposa en un intento postrero de negarse a su destino.  

Poco a poco, tan lentamente que duele, la corriente y los espasmódicos movimientos les acercan a la orilla. Katia los observa y ve que han tenido la prudencia de atarse las manos a la balsa.

-Así no se hundirán aunque pierdan el conocimiento en las aguas que llegan del deshielo.- Dice Katia en voz baja a su acompañante que confirma con un gesto.

Temblando, centra su vista en el río y aprieta entre las manos la cuerda que puede ser la salvación de los dos hombres. Al hacerlo, un gesto de dolor se refleja en su rostro, mientras una gota de su sangre cae deslizándose por la cuerda. No es demasiado larga, poco más de ocho metros, pero bastará que la balsa avanzara unos pocos metros más para alcanzarla.

Por fin un golpe de suerte, la corriente cambia y hace girar la improvisada balsa poniéndola al alcance del cabo. Entonces Katia lo lanza. En golpe en el agua alerta a los prófugos. Desde la otra orilla Katia grita: ¡ Coged la cuerda!. Vladimir mira a su acompañante, pero éste hace rato que perdió el conocimiento, entonces en un supremo esfuerzo alarga la mano y toma la cuerda y se la lleva a la boca mordiéndola con todas sus fuerzas. Siente que tiran de ella y se tensa. Tras unos eternos segundos, siente que alguien le alza por los hombros y le desata. A lo lejos se oyen las risas de  soldados y los lamentos de angustia de los pocos deportados que aún quedan con vida en la isla.


Antecedentes históricos:                                            
El caso Nazino
El caso Nazino fue la deportación masiva de 6.114 personas - de las cuales al menos 4.000 murieron en menos de cuatro semanas - en la Unión Soviética, a mediados de junio de 1933. La pequeña isla solitaria ha sido llamada "Isla de la Muerte" o "Isla Caníbal" debido a la desgracia que se desató entre las personas que fueron abandonadas allí sin comida ni albergue.

Vassilii Arsenievhic Velichko envió un informe de estos eventos a Stalin. El informe fue distribuido por Lazar Kaganovich a miembros del Politburó y fue preservado en un archivo en Novosibirsk, Siberia sin que los responsables políticos les diera credibilidad.

  Notas escritas por un instructor del comité del Partido en Narym en Siberia occidental.
"El 29 y 30 de abril de 1933 dos convoyes de "elementos obsoletos" nos fueron enviados por tren desde Moscú y Leningrado. A su llegada en Tomsk fueron trasferidos a barcazas y descargados, el 18 y 26 de mayo, en la isla de Nazino, que está situada en la juntura de los ríos Ob y Nazina. El primer convoy contenía 5.070 personas, y el segundo 1.044: 6.114 en total.

Las condiciones de transporte fueron espantosas: la poca comida disponible era incomible, y los deportados estaban hacinados en espacios casi herméticos... El resultado fue una tasa de mortandad diaria de 35-40 personas. Estas condiciones de vida, sin embargo, probaron ser lujosas en comparación a lo que esperaba a los deportados en la isla de Nazino (desde donde se suponía que serían enviados en grupos a su destino final, los nuevos sectores que serían colonizados más arriba del río Nazina).

La isla de Nazino es un lugar totalmente inhabitado, carente de cualquier asentamiento... No habían herramientas, ni grano, ni comida. Así es como comenzó su nueva vida. El día después de la llegada del primer convoy, el 19 de mayo, comenzó a caer nieve nuevamente, y aumentó el viento. Muertos de hambre, extenuados por meses de comida insuficiente, sin albergue, y sin herramientas... estaban atrapados. No podían ni siquiera encender fuego para protegerse del frío. Más y más de ellos comenzaron a morir...

El primer día, 295 personas fueron enterradas. Era sólo el cuarto o quinto día después de la llegada del convoy a la isla cuando las autoridades enviaron un poco de harina por bote, realmente no más de unas pocas libras por persona. Una vez que recibieron esta magra ración, corrieron al borde del agua y trataron de mezclar algo de la harina con agua en sus sombreros, sus pantalones o sus chaquetas. La mayoría sólo trató de comérsela directamente, y algunos incluso se asfixiaron. Esta pequeña cantidad de harina era la única comida que los deportados recibieron durante todo el período de su estadía en la isla.

Los que tenían más recursos entre ellos trataron de hacer una especie de rudimentarios panqueques ( una especie de pan), pero no había nada para mezclar o en qué cocinarlos... No fue mucho antes de que ocurrieran los primeros casos de canibalismo".

Un testigo presencial dijo a Krasnoyarsk “Memorial” Society (que se ha encargado de investigar a fondo el caso):
En la isla había un guardia llamado Kostia Venikov, un hombre joven. Estaba cortejando a una bonita chica cuando fue enviado allí. Él la protegió. Un día tuvo que alejarse por un rato, y le dijo a uno de sus camaradas, "Cuídala", pero con toda la gente allí el camarada no pudo hacer mucho... La gente raptó a la chica, se alejaron de los guardias y la ataron a un álamo, después cortaron sus pechos, sus músculos, todo lo que pudieran comer. Estaban hambrientos y tenían que comer. Cuando Kostia regresó, ella todavía estaba viva. Él trató de salvarla, pero ella había perdido demasiada sangre".