Fui el menor de los cinco hijos
que tuvieron Gonzalo y Mercedes, mis padres. Nací un 5 de febrero de 1875, en
Tordesillas, donde mi padre ejercía de Juez municipal, único sueldo que entraba
en casa, por lo que la escasez atenazaba nuestra economía familiar. Aunque ello
no fue óbice para que mi madre nos inculcara y nos educara en conceptos como el
honor y el orgullo. Que yo asimilé pronto, pues recuerdo que de muy pequeño, mi
madre cuando comentaba sobre mi carácter decía: “Este niño tiene raza.” De ahí,
quizás, la inclinación que siempre tuve hacía lo militar. Pero la falta de
recursos me lleva en otra dirección y mis estudios de secundaria los realizo
recluido en un seminario diocesano local. Aunque no estaba dispuesto a pasar el
resto de mi vida dedicado a la contemplación y a la oración; mi carácter
extrovertido y díscolo (de raza como decía mi madre), me empujaban a otras
glorias y en busca de ellas me escapé.
Puse rumbo al Ferrol, donde
residía una tía mía, para buscar su ayuda. Con su complicidad conseguí
convencer a mis padres, sobre todo a mi padre. Así con quince años ingresé como
voluntario de corneta en el cuerpo militar. Pronto pude comprobar que mi
virtuosismo musical era un desastre, por fortuna fui promovido como artillero
de 2º. Mientras tanto mi padre medió entre sus influencias y unos meses después,
una vez cumplido los dieciocho años, conseguí entrar en la Academia de
Caballería de Valladolid, de donde salí con el grado de Teniente segundo, en
1896.
Mi nombre, pensé que no sería
necesaria presentación alguna, pues por mis hazañas y acciones enseguida me
reconoceríais, pero no hay inconveniente alguno, me llamo: Gonzalo Queipo de
Llano y Sierra. Como habréis podido comprobar, mi formación, desde la educación
materna hasta la militar, ha estado cimentada en los principios tradicionales
de amor a la patria, obediencia al mando, culto al honor, lealtad, valor frente
al enemigo y disciplina ante todo; aunque siempre mantuve una cierta teoría
recíproca y personal sobre todos estos conceptos: “Solo debo lealtad a la
persona que me es leal.”
El mismo año que salí de la
Academia, arribé en Cuba, donde libramos con EE.UU. las últimas batallas por el
control de las colonias de ultramar, de allí regresé con fama de “intrépido, arrojado
y audaz.” Casé con Genoveva, tuvimos cinco hijos (cuatro niñas y un niño), por
lo que para promocionarme y cobrar más, marché a Marruecos. A partir de aquí,
mi carácter y la máxima a la hora de
concebir los principios tradicionales, me ocasionan una serie de encuentro y
desencuentros en lo militar y en lo político un tanto pendencieros, que
culminan postergándome, sin posibilidad de ascenso, en la reserva, por la Junta
Clasificadora Militar, controlada por el propio Miguel Primo de Rivera,
clasificándome de “indisciplinado, díscolo y difícil de ser mandado.” Y
posteriormente, tras la intentona republicana del aeródromo de Cuatro Vientos
en 1930, expulsado del ejército.
Aunque para mí lo más importante,
como le contesté al general Cabanellas cuando se opuso al nombramiento de
Franco (Paca la culona), ya que él era más antiguo en el escalafón. “Lo único
que quiero es la salvación de España, me da igual quien lo consiga. Que se
salve España aunque la salve el diablo.” Pero vayamos por parte y no adelantemos
acontecimientos; veamos cómo fueron desarrollándose los mismos. Fui sorprendido
cuando me disponía a batir en duelo con un periodista. Fui encerrado en el
Castillo de Santa Catalina de Cádiz, por significarme en una manifestación de
oficiales en Madrid. Se publicó mi participación en otro duelo, en éste como testigo del general José Sanjurjo contra
el coronel José Riquelme. Primero simpaticé con la dictadura de Primo de Rivera,
amigo mío, pero los continuos roces y enfrentamientos terminaron por alejarme, además de ser
destituido como Gobernador Militar de Córdoba. Fueron tantas las acusaciones
que formulé contra él y su partido, Unión Patriota, cuyas siglas UP las comparé
con Urinario Público, que una vez caído, tuve un enfrentamiento a puñetazos con
sus dos hijos José Antonio y Miguel, así como con Sancho Dávila y otros cuantos
parientes jóvenes y arribistas del dictador en una cafetería.
Por enfrentamientos con mi
superior, fui nuevamente expedientado. Participé en numerosas, arriesgadas y temerarias, acciones en
Marruecos. En una de ellas sumariado y arrestado por una presunta negligencia o
indisciplina en la protección de la columna del general Riquelme. Aunque en
medio de toda ésta vorágine, alcancé el grado de General de Brigada. Luego vino
lo del aeródromo de Cuatro Vientos (1930), junto a Ramón Franco, allí hice uso
por primera vez de la radio, elemento con el que después me signifiqué para
gloria de España, para pregonar la sublevación y proclamar la República; pero
aquello fue un fracaso, afortunadamente pude huir a Portugal y de allí a
Francia.
Eran mis desvelos por la Patria,
lo que me hacía vivir en precario, por lo que me dije que si triunfara algún
día la República, y en premio a mis sufrimientos, pediría que cada español me
diera una peseta, nadie sufriría el menor perjuicio y yo sería millonario.
De momento éstas circunstancias
tuvieron una más temprana recompensa; una vez instaurada la República, solo
tuve que apoyar las reformas de Azaña como Ministro de la Guerra, además
emparenté como consuegro con Alcalá Zamora, Presidente de la República. Así recuperé
mi condición en el ejército y ocupé distintas responsabilidades militares,
asciendo a General de División, pero nuevamente surgen inconvenientes, a los
que respondo una y otra vez; “Ni Monarquía ni República, solo Patria.” Estas
cristalizan cuando en febrero de 1936 gana las elecciones el Frente Popular, se
opera en mi un cambio y creo llegado el momento de ofrecerme a misiones salvíficas
que preserven nuestras irrenunciables esencias patria, contra la degradación,
la perversión y el catastrofismo a que nos abocan marxistas y masones.
En mi primera entrevista con el
general Emilio Mola me comprometo plenamente con el levantamiento militar. El
general Sanjurjo, que en un reciente viaje por Alemania, ha podido comprobar
las posibilidades de los regímenes totalitarios, aceptó encabezar la rebelión.
Operación se produciría de manera sincronizada; Franco por el sur, Mola por el
norte, Goded por el nordeste y Sanjurjo acudiría en avión desde Portugal,
haciéndose cargo del directorio militar.
Yo por mi destino pude moverme
con cierta libertad, burlando así la vigilancia del Gobierno del Frente
Popular, me hubiera gustado sublevarme en Valladolid, pero a última hora, pesó
mi historial y la dirección del Comité de Conspiradores, me largaron el
mochuelo de Sevilla. No en vano tenía el sobrenombre de Sevilla “La roja”;
nadie podía entonces imaginar, que dicha decisión me encumbraría en la gloria y
en la historia. Sevilla fue clave en la salvación de España, pese a no hacerse
explicito dicho reconocimiento. Primero porque, al no caer en un primer momento
las ciudades con puerto de mar, el aeródromo de Tablada sirvió de puente con
las tropas del norte de África. Y posteriormente, por poder contar con La
Pirotecnia Militar de Sevilla, que fabricaba munición de diversos calibres,
desde armas cortas hasta cañones, que con la de Toledo, las más importantes de España.
Convirtiéndose Sevilla en una de las bazas logísticas de la España sublevada.
Pues bien, en la tarde del día
18, me dirijo a la Capitanía General, situada en la plaza de la Gavidia, anexa
al cuartel de San Hermenegildo. Hice detener inmediatamente al General Jefe de
la II Región Orgánica, al Gobernador Civil y demás autoridades, arresté y
condené a muerte de forma fulminante a los 200 guardias de asalto que se
resistieron. Al mismo tiempo y para abortar la posible, aunque precaria,
defensa de los barrios como Triana, Macarena, San Marcos, San Julián y otros,
donde se incendiaron iglesias y edificios de la aristocracia, como familia
Marañón, Fernández Palacios, Grosso, Brackembury o la Fábrica de Jabones y
Perfumes del marqués Luca de Tena, propietario del diario ABC; antes de
publicar el Bando de Guerra, se organizó o consintió una cierta revuelta que
generase el caos social, situación propensa para desmanes y saqueos, a cargo de
comandos civiles armados (pistoleros), contaba para ello con la ayuda de José
García Carranza “El Algabeño”, un afamado torero, que se había ofrecido con
1500 falangistas, aunque estos se quedaron en 15, a los que sumamos 60
liberados de la cárcel. Había que ir a la destrucción física de los cuadros de
los partidos políticos del Frente Popular, de los Sindicatos obreros y de organizaciones
masónicas. En los días sucesivos en Sevilla, el Tercio y los Regulares,
consolidaron la toma de la capital con el empleo de la artillería y la
ferocidad de éstas tropas, contra los barrios que resistían.
Asentado en Capitanía y con la
ayuda del teléfono, el telégrafo y sobre todo del micrófono (la radio), pude
controlar rápidamente la capital y parte de Andalucía. Fueron más de 500
proclamas, la mejor propaganda para la guerra psicológica. Tenía que alentar y
animar a los partidarios nacionalistas en zonas republicanas y amedrentar al
enemigo con un lenguaje directo y popular.
Me enervaba sentir que mis
consignas minaban y aterrorizaban a los enemigos de la patria, en ellas
traducía la máxima establecida por Mola: “Es necesario crear una atmosfera de
terror, hay que dejar sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni
vacilación a todo el que no piense como nosotros. Tenemos que causar gran
impresión, todo aquel sea abierta o secretamente defensor del Frente Popular
debe ser fusilado.”
No me tembló la voz, ni el
corazón cuando hice uso de la radiodifusión para acabar con la moral del
enemigo, señalando el camino a los nuestros: “Nuestros valientes Legionarios y
Regulares, han demostrado a los rojos cobardes lo que significa ser hombres de
verdad. Y, a la vez, a sus mujeres. Esto es totalmente justificado porque estas
comunistas y anarquistas predican el amor libre. Ahora por lo menos sabrán lo
que son hombres de verdad y no milicianos maricones. No se van a librar por
mucho que berreen y pataleen.” “Mañana vamos a tomar Peñaflor. Vayan las
mujeres de los rojos preparando sus mantones de luto.” “Estamos decididos a
aplicar la ley con firmeza inexorable: ¡Morón, Utrera, Puente Genil, Castro del
Rio, id preparando sepulturas! Yo os autorizo a matar como a un perro a
cualquiera que se atreva a ejercer coacción ante vosotros, que si lo hicierais
así, quedareis exentos de toda responsabilidad.”
Al igual que cuando tuve que
tomar Málaga, con parte de mi familia allí, que finalmente fueron liberadas,
pues al efecto disponía de rehenes y cuya vida conservaba en previsión y
utilidad de algún intercambio. En la cárcel de Melilla, tenía a la familia del
general republicano, José Miaja, y cada noche le lanzaba un mensaje o recado en
la radio: “Miaja tenemos a tu familia en nuestro poder y ellos pagaran con sus
vidas en represalia por lo que tú hagas.” También pude canjear, al final de la
guerra, a mi hermana Rosario por el hijo de Largo Caballero, al que mantenía,
con ese propósito, en la cárcel de Sevilla.
Finalmente, desde la declaración
del Bando de Guerra, que me consagró de autoridad legal y jurídica, no había
mayor autoridad que la mía en toda Andalucía. Mis detractores me denominaban
“el virrey de Andalucía”, pero ello me revestía de la autoridad necesaria para
dejar sentada la relación de poder. Bajo mi mando dicté disposiciones
comerciales, exigí gabelas, repartí casas, repartí licencias de exportación,
organicé y distribuí el trabajo forzado de los prisioneros, extendí el cultivo
del arroz en las marismas del Guadalquivir en terrenos arrancados a aquellos
terratenientes que hubieron simpatizados con la causa del republicana.
Favorecí a los hombres de bien. A
los enemigos les señalé una y otra vez mi sistema; por cada uno de orden que
caiga, yo mataré a diez extremistas por lo menos (…) los sacare de debajo de la
tierra si hace falta, y si están muertos los volveré a matar. Esta situación se
prolongó hasta final de febrero de 1937, a partir de este momento ordené, a
todas las autoridades dependientes de mi jurisdicción, seguir el procedimiento judicial indicado. Fui, por
entonces, nombrado Consejero Nacional de Falange de la JONS. Pero las
distancias con Franco (Paca la culona), se ampliaban cada vez más, e intentaron
sacarme de Andalucía; Franco me ofreció un Ministerio en su primer Gobierno,
que rechacé; Serrano Suñer acaba con mis charlas radiofónicas y finalmente soy
destituido; quisieron mandarme a Argentina como embajador, pero no era bien
recibido; y estuve en Italia en misión militar. Después de mi destierro romano,
porque no puede llamarse de otra forma, regresé a Sevilla retirado o disponible
forzoso.
En 1944, fui condecorado con la
Laureada de San Fernando, y en 1950 me concedieron el título de Marqués de
Queipo de Llano.
Pero nada puede aliviar el
amargor y frustración que siento, yo
mismo me he nombrado viejo honorario y he decidido no volver a hacer sacrificio
alguno en servicio de mi patria. Ya he cobrado por servirla cantidades
fabulosas de ingratitud. Solo pienso en que siga viviendo la patria para que yo
pueda cobrar. Es triste ¿verdad? pues así me han hecho los españoles. Loco,
toda mi vida, por un ideal; que fue ver grande a mi patria.
Posdata: “El libro negro de la
humanidad”, (Critica 2012) escrito por Matthew White, que reúne las cien peores
atrocidades de la historia del mundo. En uno de los rankings que ofrece; sobre quien eliminó de forma directa
(ejecutados) más opositores políticos, Francisco Franco aparece en sexto lugar.
Así mismo, Queipo Llano, fue uno
de los treinta y cinco altos cargos del franquismo imputados por la Audiencia
Nacional, en el sumario instruido por el juez Garzón, por los delitos de
detención ilegal y crímenes contra la humanidad.