martes, 26 de febrero de 2013

La casa encantada, por José García.


Adrian, Alex, Chema y Rubén, enfilaban el sinuoso  e irregular camino de tierra que se abría entre los frondosos maizales y que habría de conducirles hacía la casa, en la cual, habría tenido lugar una horrible tragedia; en ella, una joven enloqueció y murió de amor, por lo que en noches como esta, aún puede verse vagar su espíritu. Habían de valerse de linternas, ya que, nubarrones movidos por el viento, parecían entretenerse en hacer aparecer y desaparecer la Luna, que lucía llena y enorme.

Adrian, que no parecía muy convencido, preguntaba insistentemente: ¿Por qué era necesario hacerlo hoy? A lo que Rubén respondía:”Ya lo hemos hablado antes, hoy se produce el perigeo, momento en que la Luna está en su punto de orbita más cercana a la Tierra y además coincide con la Luna llena, mostrándose por tanto más grande y luminosa. Pena de los nubarrones que nos privan a intervalos de tan majestuoso espectáculo. Y este es un fenómeno que ocurre cada dieciocho años y once días, en el que la Luna irradia toda la energía para hacer que esta noche sea mágica.”

En esto andaban cuando empezaron a avistar la casa. Todos callaron. Entonces percibieron el silencio, solamente alterado por el silbido provocado por el viento a correr entre los altos maizales y que los hacía moverse acompasados como una gran marea verde. Llegaron a la explanada sobre la que, en una especie de montículo, se alza la casa. Es un edificio del siglo XIX, de grandes ventanas de construcción vertical, la central consta de un saliente a modo de pequeña terraza o balcón, encima de la puerta principal.

Se observan en la fachada central dos salientes laterales, a modo de torretas, conformando en la parte central un porche, al que accede a través de seis escalones frente al gran portón de entrada. Toda la cubierta es de dos aguas, salvo la de un mirador, de planta cuadrada, que se alza por encima de los dos pisos del edificio en el lateral izquierdo de éste; así como una capilla anexa en el mismo lateral. La entrada de carruajes se sitúa en el lateral derecho del edificio, dando acceso directo, a través de una crujía, al patio central.

Todos mantenían sus miradas fijas en los grandes ventanales, atentos a cuanto pudiera ocurrir. Pero nada parecía suceder, ni un movimiento, ni un sonido, solo silencio.

La tensión afloraba y Alex sensiblemente nervioso se cuestionaba a él mismo en voz alta: “Quien me mandaría venir aquí y a estas horas”; ¿No podíamos venir de día? Los demás le contestaban, pero más pareciera que lo hicieran para convencerse a ellos mismos y aliviar su tensión: “Todo el mundo sabe que a partir de la medianoche es cuando se favorece la manifestación de estos fenómenos esotéricos, además había que aprovechar el flujo que supuestamente la Luna ejerce esta noche.”

El trecho hasta la casa estaba poblado de dos hileras de enormes palmeras, tras estas gran cantidad de arboles, en su mayoría los vulgarmente llamados “del paraíso”, aunque también podían contemplarse olivos centenarios, dos grandes sauces llorones así como una enorme higuera, que casi ocultaba con sus ramas, una antigua fuente de la que aún manaban dos caños de agua.

El silencio era atroz, interrumpido solo por el silbido del aire y el sonido entrecortado del agua de la fuente. Esperaron a las doce para entrar a la casa; subieron vacilantes y temerosos los seis escalones que daban acceso al porche. Sus miradas seguían fijas en los ventanales. Con las linternas encendidas y cámaras en ristre dispuestas para registrar e inmortalizar cualquier movimiento o ruido que pudiera producirse. Entraron con extrema cautela, se percibía una extraña tranquilidad, pues al mismo tiempo, algo flotaba en el ambiente que evitaba que esta fuera plena. Las nubes al jugar con la Luna, la hacían aparecer y desaparecer con tal rapidez, que parecían inundar y  poblar toda la casa de innumerables y sigilosas sombras. Una escalera central permitía acceder al piso superior, por un corredor que conectaba las dos alas de la casa. Por los laterales de la escalera se llegaba  al fondo patio central, antes de salir al mismo, a la derecha se abría una amplia estancia, con una chimenea de gran campana y dos poyos laterales, en el centro una rustica y alargada mesa de madera y junto a ella un largo banco, como único mobiliario un estante o estantería con las puertas casi descolgadas, dejando ver en uno de sus entrepaños un pequeño y asustadizo ratón, que huyó despavorido al contemplar a aquellos intrusos que irrumpían osados en la estancia. En las paredes aún se podían ver las señales de objetos y cuadros que en su día pendían de sus muros y cuyos clavos aún se podían observar. Salieron de esta dependencia que se adivinaba de uso común y colectivo, para dirigirse a la izquierda donde se encontraba la que debiera haber sido la cocina, con dos poyetes laterales donde se podían adivinar los huecos para el fuego y en el centro de la estancia una gran campana. Cuando entraron en ella un extraño fenómeno les aterrorizó, sus linternas vacilaron y sus cámaras y móviles parecían quedarse sin baterías, permanecieron inmóviles hasta que se recuperaron sus objetos e inmediatamente reaccionaron abandonado la dependencia. Precipitadamente se dirigieron hacia el patio, al que se accedía a través de una zona porticada con arcos y en que podía apreciar un banco construido de material y adornado con azulejos. El patio quedaba prácticamente inaccesible, en el debería haber un pozo y un pilón o abrevadero, pero era imposible adivinar dónde. Se encontraba inundado de naranjos, higueras, una gran cantidad de helechos, enredaderas y zarzas.

Contemplando embelesado esta salvaje y natural belleza, Rubén no es consciente de un gran agujero que se abre en el suelo delante de él, pero justo al llegar a su borde, un soplo helado le frena y le hace reaccionar ante el peligro. El horror y el miedo lo paraliza, los demás lo observan impávidos, las linternas vuelven a parpadear, al tiempo que un prolongado silbido les hiela la sangre, y entre aquellos tétricos muros parece escucharse unos susurros. No pudieron resistir la tensión contenida, sintieron en sus entrañas una terrible presión y salieron apresurados al exterior de la casa. Una vez tranquilizados, sin haber pronunciado palabra alguna, quizás porque ninguno quería ser el primero en desistir, amagaron con volver al interior. Pero en ese momento, en el umbral de la puerta, un viento sonoro, como un rugido, salió de la casa y aunque no hubiera nada físico que se lo impidiera, les hizo dar un paso atrás. Los cuatro se miraron el miedo se reflejaba en sus caras, un escalofrío les recorrió todo el cuerpo. Sin mediar palabras dieron media vuelta y abandonaron apresurados aquel terrorífico y siniestro lugar. 

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