En torno a 1.811, las tropas norteamericanas al mando de
William Henry Harrison derrotaron a los Shawnee, tribu indígena americana,
liderado por Tecumseh y su hermano Tenskwatawa, conocido con el apelativo del
“Profeta”; truncando el sueño de estos de conseguir una Confederación Tribal
India.
Supuestamente en 1.836, cuando Tenskwakawa se hacía una foto,
escuchando a los presentes hablar de las elecciones, lanzó una maldición sobre
Harrison, que era candidato a la Presidencia.
“Harrison no ganará este año el
puesto de Gran Jefe. Pero lo hará la próxima vez. Y cuando lo haga el no
terminará su periodo. Morirá en ejercicio.”Hasta ahora a nadie le ha ocurrido,
objetó uno de los presentes. Y el “Profeta” continuó.
“Pero les digo que Harrison morirá y cuando el muera ustedes
recordaran la muerte de mi hermano Tecumseh (…) y después de él, todo Gran Jefe
escogido cada veinte años de ahí en adelante morirá (…) que todos recuerden la
muerte de nuestro pueblo.”
La profecía se cumplió fatídicamente entre 1.840 y 1.960.
Pero creo que son otras muchas las circunstancias que han de conjugarse, a la
simple existencia de dicha profecía o maldición, para que esto haya ocurrido así. Sobre todo cuando, la causa por
la que no han podido terminar su periodo presidencial, ha sido el asesinato.
Verán ustedes me explico: Por la década de los 50 del siglo
XIX, el sacerdote Charles Chiniquy, tuvo que hacer frente al juicio que contra
él orquestó la jerarquía de la iglesia católica, con el obispo de Chicago como
adalid de la misma. Chiniquy, en repetidas veces, había cuestionado las prácticas
de la iglesia y del propio obispo, y puestas sus conductas en conflicto con la
Biblia.
Y por cierto azar del destino, pone su defensa en manos de un
acreditado y exitoso abogado de Illinois. Abe, como le conocían los más
íntimos, pero para el mundo Abraham Lincoln. La defensa resultó todo un éxito,
Abe consiguió desmontar todas las mentiras y eclipsó a todos con la convicción
de sus argumentos, la elocuencia y personalidad. Pero Chiniquy solo esbozó una
sonrisa, su rostro quedó sombrío. Había visto varios altos cargos de jesuitas
en la sala y sus caras contrariadas por los acontecimientos. Al salir de la
sala, habiendo sido declarado “no culpable”, Chiniquy se volvió hacia su
abogado y rompió en sollozos y lagrimas. Abe extrañado le animó: “Porque
lloras, deberías estar contento y reír de alegría”. A lo que Chiniquy le
contestó: “Es que tengo el presentimiento, que pagaras con la vida, lo que has
hecho por mí”. El sacerdote conservó una cierta amistad con Abe, y en uno de
sus libros más influyente, “Cincuenta años en la iglesia de Roma”, describió
como la Roma papal, habría urdido un plan para acabar con Abe y en apoyo a la
causa del Sur contra la Unión del Norte.
En cualquier caso no es baladí, que el primer intento de
acabar con su vida, fuese en 1.860, antes de su toma de posesión como
Presidente y debía producirse precisamente en la ciudad favorita de los
jesuitas, Baltimore (Maryland), lugar que tenía que atravesar en su desplazamiento
de Illinois a Washington. Situación que solventó pasando de incognito
(disfrazado) y unas horas antes de lo previsto; ya que fue alertado de dicho
complot por su amigo Samuel Morse (inventor del telégrafo), que en ese periodo
se encontraba en Roma. En la segunda ocasión que lo intentaron y consiguieron,
pretendieron sembrar el caos, provocando la muerte además del vicepresidente
Andrew Johnson, del Secretario de Estado William Serward y del General Ulises
Grant, afortunadamente y por distintas circunstancias, no lo consiguieron.
Cuenta Chiniquy, que mientras el asesino de Abe, John Wilkes Booth, iba en el
tren se le cayó una carta y que esta le fue enviada al Presidente, quien
después de leerla escribió la palabra “asesinato”. Esta fue encontrada en su
despacho tras su muerte, y en la cual se leía: “Abe debe morir y debe ser
ahora. Pueden escoger sus armas, la copa, las balas o el cuchillo. Nos falló
una vez y podría volver a fallarnos (…) Sabes dónde encontrar tus amigos. Tus
disfraces son tan perfectos y completos (…) Realicen su misión por su hogar. Por
su país aprovechen su tiempo y asegúrense de hacer lo que tienen que hacer.”
Lo cierto es que tanto Booth, su asesino, que fue abatido en
un tiroteo unos días después del suceso, como todos sus colaboradores que
fueron apresados, juzgados y condenados, eran católicos acérrimos.
Otras de las circunstancias, aparte de las creencias
religiosas, que se saben eran cristianas, aunque no se le reconoce
perteneciente a iglesia alguna y de las controversias de su sexualidad; fueron
la ya consabida del abolicionismo y sus ideas y pensamientos políticos, aunque
ambas tremendamente imbricadas y que supusieron el tener que librar una guerra
civil.
The New York Tribune, era el rotativo intelectual más
influyente en aquel periodo, cuyo propietario y director Horace Greeley, era
amigo de Abe, ambos formaron parte de los fundadores del Partido Republicano,
que en sus inicios era un partido federalista y defensor de los Derechos
Humanos, entre ellos del abolicionismo. Por aquel entonces, Greeley había invitado a
participar en el periódico a Karl Marx, que lo hacía regularmente y a Friedrich
Engels, este en menor intensidad. Abe, que era lector asiduo del periódico,
quedó influenciado por los escritos de Marx. Ya cuando era miembro de la Cámara
Legislativa del Estado de Illinois, simpatizó claramente con las ideas
socialistas del movimiento obrero. Significándose en el apoyo de los movimientos
revolucionarios de Europa, firmando documentos solidarios.
Consideró que: “la esclavitud era el dominio máximo del
capital sobre el mundo del trabajo y sustentadora de unas estructuras de un
régimen económico basado en la explotación absoluta del mundo del trabajo.”
Solía decir con frecuencia que: “En la situación actual el capital tiene todo
el poder y hay que revertir este desequilibrio.” Así cuando en plena guerra
ordenó el bloqueo de los puertos Confederados, el movimiento obrero de
distintos países actuaron en su apoyo, en contra de los poderes económicos de
estos países; e incluso Marx desde su columna del The New York Tribune, alentó
la lucha contra la esclavitud y la causa del Norte por la libertad, como propia
de los pueblos europeos.
Durante la preparación y celebración de la Iª Internacional,
le llegaron saludos en los que felicitaban al pueblo de lo EE.UU. y a su
Presidente por su determinación frente a la esclavitud, y su repercusión en el
mundo del trabajo, no solo estadounidense, sino mundial. A los que Abe contestó
cordialmente. Esto, indudablemente, no pasó desapercibido en el mundo
económico, financiero y político, a ambos lados del Atlántico.
Así, cuando acudió a los banqueros que él creía patriotas,
pues la sangría de la guerra acuciaba la economía y ponía en peligro las reformas, estos le
exigieron una tasa del 36%, por lo que quedó desolado. En uno de sus paseos
nocturnos que solía dar por la Casa Blanca, envuelto en una manta, tuvo una
idea, emitiría dinero al margen de la deuda, el Gobierno tendría su propia
moneda (los conocidos Greenbacks), con los que pudo pagar a la tropa y comprar
suministros.
Pero los problemas no acababan ahí. Emitió la Proclamación de
Emancipación, que declaraba libre a los esclavos, pero debía ser completado con
la aprobación de decimotercera enmienda. Se encontraba realmente en una
encrucijada; su afán de instaurar la enmienda que prohibía la esclavitud, en
medio de un país dividido por una sangrienta guerra civil, entraba en conflicto
con el acuerdo de paz al que todos aspiraban. Si frenaba el acuerdo antes de la
aprobación de la enmienda abolicionista, esta tendría dificultades ante el
posible rechazo de los Confederados.
Finalmente supo manejar los tiempos, tras ser reelegido
Presidente, La decimotercera enmienda fue propuesta por parte de la XXXVII
Legislatura del Congreso de los EE.UU. de América. Aproximadamente unos tres
meses después acababa la guerra, el sueño de la Unión era una realidad.
Aquel hombre que en el discurso de Gettysburg (Pensilvania),
dejó para la historia la frase: “El gobierno del pueblo, por el pueblo y para
el pueblo.” para definir la democracia, a poco más de un mes de su reelección y
varios días del final de la guerra fue asesinado, cuando se encontraba en el
Teatro Ford, en compañía de su esposa, a manos de un fanático.
Fue su muerte causa de una fatalidad del destino, la profecía, maldición o maldad de los hombres. En cualquiera de los casos éste es el ser humano que se encuentra tras la gran escultura del "hombre sentado", Abraham Lincoln.
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