martes, 26 de febrero de 2013

El verdadero grial, el verdadero tesoro; por José García.


Durante un trabajo de restauración en Castellciutat, allá por 1970, precisamente en el Castillo situado en una colina con cierta preponderancia sobre el valle del rio Segre, en cuyo interfluvio con el rio Valira, se encuentra la Ciutat; tuvimos que recurrir a determinada documentación y planos antiguos, ya que está construido sobre otras edificaciones habidas con anterioridad, que afortunadamente se conservaban en los sótanos del propio Castillo.

Accedimos a los mismos a través de unas escaleras situadas en la parte posterior del Castillo, junto a otras dependencias destinadas para el almacenaje y de uso común o colectivo. Descendimos seis escalones y mediante un descansillo, giramos hacia la izquierda y descendimos otros tantos. De momento pareció que hubiéramos cruzado el linde del tiempo, como si se hubiera producido una regresión y nos encontráramos en otro mundo, un mundo de oscuridad y sombras, hasta la temperatura y el ambiente eran distintos. Te hacían percibir inquietantes sensaciones y un cierto escalofrío recorrer tu espalda. Nos encontrábamos en una amplia estancia en la que se podían observar siete sólidas puertas de madera empotradas en gruesos muros de piedras, tres se ubicaban en el muro frontal, dos a la derecha y otras tantas en la izquierda. Cada una de ellas tenía dos ranuras, una situada a la altura  de la cabeza y otra en la parte inferior de la puerta lindando con el suelo. No había duda, nos encontrábamos en las antiguas mazmorras del Castillo, en las cuales aún podían verse las argollas y grilletes que en otrora sirvieran para encadenar a quienes tuvieron la fatalidad de haber pasado por ellas. Solo contemplar el lugar era suficiente para hundir la moral y la voluntad de cualquier hombre, entre aquellos tétricos muros, aún parecían resonar sus lamentos y quejidos producidos por el tormento y el dolor.

Nos dirigimos a la puerta central de las tres que teníamos enfrente, tras abrir con una pesada llave, pudimos comprobar la solidez de la puerta y el tiempo que ésta, no se habría, pues emitió un chirrido que rasgó terroríficamente el silencio en el que todos nos manteníamos. La cámara mostraba un aspecto un tanto reprobable y desordenado, todo cubierto de polvo que con seguridad nos dificultaría la búsqueda de los citados documentos.

Al mover una de las cajas de madera que se encontraban en una estantería, dejó al descubierto unas tapas de cuero duro, que anudadas con unos cordones también de cuero, contenían un número considerado de papeles o documentos, que parecían manuscritos, que llamaron mi atención y curiosidad. Los cogí para echarle un vistazo, cuando alguien avisó en ese mismo momento, de que ya teníamos los documentos necesarios, por lo que tuve que reprimir el deseo de continuar y reincorporarme al equipo de trabajo. Durante toda la jornada no dejó de asaltarme la curiosidad, sobre el posible contenido de aquellos papeles que tan misteriosamente habían llamado mi atención. Al término del trabajo no pude contener el deseo de conocer su contenido, y solicité permiso para poder volver al sótano y dar un repaso por si encontraba algo más que nos pudiera ser de utilidad. No pusieron objeción alguna, en la seguridad que nada encontraría, pues todo era antiquísimo y por tanto falto de interés.

Bajé con cierta impaciencia, tanto que no reparé ni en las sensaciones que me había producido el lugar en la mañana. La puerta se abrió pesadamente y volvió a producir un prolongado chirrido. Cuando accedí a tenerlos entre mis manos y retirar con los dedos la capa de polvo que lo cubría, pude observar que había algo escrito en una de las tapas, que en un principio no pude descifrar, pero al acercarme a la tenue luz de la bombilla, pude comprobar que estaba escrito en Occitano o lengua Oc, que es una lengua provenzal o romance de Europa. En España, únicamente en el Valle Aran, en el pirineo leridano, es donde tiene un reconocimiento oficial una variedad autóctona, reconocida por la Comunidad Autónoma de Cataluña. Afortunadamente por la similitud del catalán y porque mis abuelos son oriundos del Valle de Aran, tengo cierto conocimiento sobre esta lengua y pude interpretar lo que decía.  

“El verdadero grial, el verdadero tesoro.”

Abrí con sumo cuidado aquellas pastas de cuero, en su interior los papeles, bien ordenados, estaban efectivamente manuscritos y con una buena caligrafía. En ese momento decidí  descifrar su contenido, pero opté por buscar otro lugar donde poder dar lectura con tranquilidad y comodidad a dicho documento. Enseguida me sumí en su lectura, en ella se narraban las vicisitudes de Alais y Guílleme y como terminaron en Seo D’Urgell, más concretamente en Castellciutat. Comienzan la narración, situando el inicio de lo que en el tiempo sería parte de su historia.

“A mediados del siglo X empieza a propagarse por Europa Occidental un movimiento religioso cristiano pero de carácter gnóstico, el catarismo, que contó con la protección de algunos señores feudales, vasallos de la corona de Aragón. Arraigándose fuertemente hacia el siglo XII en el sur de Francia principalmente entre los habitantes del Languedoc. La iglesia Católica rápidamente la calificó de herética. Tras varios intentos de misionar sin resultado alguno, en 1208, el papa Inocencio III ante la extensión del catarismo, decretó una cruzada. El Vaticano no podía permitir que se protegiera la causa cátara, como fueron los ejemplos del conde de Tolosa, Ramón VI, y del vizconde de Carcasona, Raymond Roger Trencavel, que ante esta circunstancia, pidieron vasallaje a Pedro II y éste lo aceptó.”

“Es a partir de aquí que empezamos a tener conciencia del peligro que se cernía sobre nuestras gentes. Siendo aun muy jóvenes, casi adolescentes, fuimos testigos ya que logramos huir, de la masacre perpetrada por el legado del papa, Arnaud  Amaury. Este, de camino a Carcasona, sitió la ciudad de Béziers, en la cual vivíamos con nuestras familias y junto a otros muchos cataros. Al acceder a la ciudad el legado papal arrasó con todo y ordenó masacrar a todos los cataros. Sus oficiales le preguntaron al propio Arnaud, como distinguir a los cataros de los demás, y éste pronunció la cruel y conocida frase de: Matadlos a todos, que dios reconocerá a los suyos (...)”

“(…) Pudimos escapar, al camuflarnos en unos de los carros, donde los caballeros cruzados, transportaban el producto del expolio que fue sometida la ciudad (...)”

“(…) Meses después, era Carcasona la que se rendía al asedio sometida por los cruzados al mando de Simón de Montfort, quien incumplió su palabra de dejar libres a los habitantes de la ciudadela, si el vizconde rendía la plaza. Primero, asesinando al vizconde, y posteriormente exigiendo un pronunciamiento público abrasando la fe católica para poder salir libres (...).”

En referencia a este suceso, cuentan que más de doscientas personas fueron arrojadas a la hoguera, por no renegar de su religión. Aunque no encontraron el tesoro de los cataros, pues se cuenta que antes de rendir la ciudadela, algunos elegidos, lo pusieron a salvo escapando por un pasadizo secreto.

“(…) Posteriormente, en Muret 1213, pierde la vida Pedro II, en una sangrienta y descabellada batalla. Volcándose la balanza a favor de la iglesia católica y del rey de Francia (...)”

“(…) Los que conseguimos salvar la vida emprendimos un destierro hacia otros países de Europa, principalmente Italia y España. Buen número de cataros a pesar de las dificultades y peligros sorteados, pues fuimos denigrados, asaltados y perseguidos, logramos cruzar los Pirineos y adentrarnos en España, fundamentalmente en Cataluña, por la similitud del idioma. Pusimos todo de nuestra parte para adaptarnos con celeridad a la forma de vida del lugar de acogida, pues en gran parte éramos artesanos (…)”

Terminan relatando como han traspasado de padre a hijo, el poder del grial, el verdadero grial, “(…) aquel que se encuentra en los libros, en el conocimiento y en el amor compartido con el mundo, transmitidos a través de estaciones y generaciones. Dando testimonio de nuestra historia y de la masacre de nuestro pueblo, para transmitir a la vida nuestra verdad (…)”

Terminé la lectura casi al amanecer, me había abstraído del tiempo y ello teniendo en cuenta que no soy persona de creencias religiosas ni de iglesia alguna, se puede considerar todo un logro. Aunque creo que esta lectura me reafirma más en mis convicciones, pues el documento es ilustrativo de la Europa medieval, así como la evocación de otra época que lleva a pensar que la tolerancia religiosa es intemporal.

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