Cuando notó como la afilada hoja
de la navaja penetraba en su estomago, Susan se despertó de un sobresalto. Se
encontraba bañada en un sudor frío, en pleno agosto. Con el cuerpo inclinado
sobre su estómago, intentaba desesperadamente con ambas manos taponar una
supuesta hemorragia, que brotaba de una inexistente herida. Sentada en la cama
tardó unos segundos en darse cuenta que era una pesadilla, la pesadilla
recurrente que desde hacía unas semanas, le despertaba, empapada, provocándole
taquicardias y un nerviosismo que le impedía volver a conciliar el sueño.
Le costaba respirar y la
adrenalina segregada durante la noche le producía ese dolor que había sido tan
familiar en toda su piel, como si le estuvieran pinchando todos los poros con
un finísimo alfiler. Durante unos minutos se concentraba en pausar la
respiración y calmarse, era la única forma de que el dolor se apaciguara.
Esa noche había sido diferente, demasiado real, los
detalles demasiado nítidos. Ya más calmada, recordó como se había quedado
dormida, después de que le hiciera efecto la pastilla para dormir. Se había
desenganchado de esa adición hacía sólo dos años, cuando por alguna razón
inexplicable, sus pesadillas habían desaparecido, aunque ahora volvían a
presentarse, y se repetían, las noches
de insomnio y angustia, los sedantes, y la luz de la lámpara de la mesilla
encendida en el suelo.
Se levantó y abrió suavemente la
puerta de su compañera de piso, Blanca, para comprobar que había regresado de
sus marchas nocturnas. Allí estaba en posición fetal y respirando
acompasadamente -¡Qué bien!, Aprovecha tú que puedes dormir- Ya en la cocina y
con una taza de tila en la mano, reconstruía el sueño, mientras que el reloj
marcaba las cuatro y media de la
madrugada.
No quería reconocerlo, pero era
un desagradable presagio. Recordaba, queriendo atrapar las imágenes antes de
que se difuminara en su mente, a dos
mujeres que habían ido al cine, el crimen que habían presenciado a la salida,
la persecución de los asesinos durante unas calles, los chillidos de una de
ellas cuando la capturaban y empezaban a acuchillarla, en este momento era como
si se ralentizara el tiempo, la otra mujer se convertía en ella misma y miraba hacia atrás, veía a su amiga muerta
tirada en un charco de sangre, al mismo tiempo que se rompía un tacón,
tropezaba y caía. Recordaba como si lo estuviera viviendo, una mano que le
agarraba del cabello y la levantaba del
suelo clavándole la navaja en el estómago. Intentaba analizar que parte de
realidad escondía su sueño.
Empezaba a sentir como la
angustia se apoderaba de su ánimo. No se
había atrevido a contárselo a
Blanca, sabía de antemano que le
iba a responder -Tonterías ¡Cariño!, Es
tu exceso de imaginación, lo que tienes que hacer es salir un poco
¡Divertirte!- Susan pensaba que su amiga lo arreglaba todo con la diversión y
sus salidas nocturnas.
Volvió al dormitorio y se acostó
intentando inútilmente dormir. Se levantó cerca de las seis y media, se calzó
las zapatillas y salió a correr, como todas las mañanas, antes de ir a
trabajar, la próxima carrera era dentro de dos semanas, aunque ella no corría
por las competiciones, lo hacía al igual que nadar, por la sensación de huída y
libertad que le producía..
Ya en la oficina, sonó el
teléfono.
-¿Si?
-Susan, no puedes decir que no,
es viernes, día de marcha, he sacado unas entradas para el cine y pasaré a
recogerte a las diez y media. ¿Susan? ¿Estás ahí?
-¡Espera, Blanca! Estoy
comprobando que tengo que hacer hoy –Dice esto como podría haber dicho otra
cosa
-No compruebes nada que he visto tu agenda antes de salir
-¿Qué? ¿Qué has hecho qué? –Lo
dice sin enfado, sabe que su compañera de piso tiene un corazón de oro, y
muchas veces le agradece su atención.
-¡Preocuparme por ti! Llevas unos
días que pareces un alma en pena, así que hoy ¡Cine!- Susan se acuerda de la
pesadilla y exclama -¿No podemos ir a otro sitio?
-Ya he comprado las entradas, lo siento.
-¡Me ha colgado!- Exclama en voz alta, luego piensa: No me
apetece nada ir al cine, una película, dos amigas, salimos tarde...¡No! ¡No
iré!
-¡Oye! La próxima vez que quedemos te arreglas un poco
¡Eh!- Susan mira a su amiga mientras esperan el metro. Reconoce lo guapa que
es, y lo bien que se arregla, y esos zapatos altísimos que siempre lleva, “Genio y figura...”
-No he tenido tiempo, pero si quieres me vuelvo a casa-
Contesta mientras se toca la coleta y se observa los vaqueros, y los zapatos planos, la verdad
es que voy un poco desaliñada.
-¡Si! Pero verás como te dejo en el aseo del cine.
Blanca y Susan salen del local cerca de las dos de la
mañana, se han demorado un poco en el baño, retocándose para irse de copas.
Susan observa las calles desiertas, está alerta, mirando a un lado y a otro, y
volviendo de vez en cuando la cabeza.
-¡Deja de mirar a todos lados! Me estás poniendo nerviosa
-Perdona, tengo un mal presentimiento...
-No, por favor no empieces, lo malo es que se suelen
cumplir ¿No podrías dedicarte a las apuestas?
-La cosa no va así, ya te lo he explicado- No sonríe al
comentario de su amiga, simplemente murmura –No me gusta nada, esto no me gusta
nada
El único sonido que se escucha es el taconeo de Blanca,
hasta que es roto por un ruido que procede de un callejón cercano, no van a
tener más remedio que pasar al lado, aceleran el paso, se miran a la cara sin
decir nada. Es entonces, cuando oyen un ruido de botellas rotas, miran
inconscientemente hacia la oscuridad y ven a tres hombres rodeando a uno, lo
arrinconan y sin más, le meten un tiro con una pistola con silenciador. Susan
reconstruye su pesadilla, nota como se le afloja el estomago, y como se tiene
que aguantar para no orinarse. Comienza a correr, hasta que se da cuenta que a
dejado atrás a su amiga, se da la vuelta y la ve a unos veinticinco metros, es
por culpa de sus tacones, hasta que uno se rompe y cae.
-¡Corre, Susan!, ¡Correeeeee!, Chilla la muchacha
caída en el suelo, Susan escucha el
grito que se ha escapado de la garganta de Blanca, es un grito desgarrado,
cargado de terror y carente de toda esperanza, ha intentado incorporarse y el
tobillo se lo impide. No sabe si volver a socorrerla, se para unos segundos, el
tiempo suficiente para ver como uno de ellos atrapa a su amiga y le dispara. La
bala ahoga la súplica de Blanca para que huya. Son las últimas palabras que
escuchará de su amiga, el tiempo se ha paralizado igual que su cuerpo, igual
que sus piernas que no le responden, ve como los asesinos la buscan, gesticulan
y murmuran. No sabe como ha podido llegar a ocultarse detrás de una furgoneta, nota como le tiembla
todo su cuerpo, y como finalmente está mojando los pantalones.
La humedad caliente que empapa la tela más que
avergonzarla, le despierta de su letargo, mira a todos los lados buscando una
vía de escape e intenta orientarse, se acuerda del parque que está cerca, los
asesinos se despliegan buscándola, mirando coche por coche y agachándose para
descubrir sus zapatos.
-¡Es mejor que salgas, no tienes escapatoria!- Chilla uno
de ellos
Un gato asustado salta cerca, y ella escucha unas
descargas apenas perceptibles, y un aullido lastimoso, se imagina que han
disparado contra el pobre felino, aprovechando esta distracción, coge un casco
de cerveza del suelo y lo tira lo más lejos posible de donde se encuentra.
El mecanismo interno de supervivencia se ha activado
totalmente, y comienza a correr, primero con sigilo, después, con toda la
velocidad que sus piernas le permiten, se adentra en el parque, comienza una
carrera, quizás la más importante que dispute en su vida, la adrenalina le
inyecta toda la fuerza que necesita ¡Corre, Susan, corre! No nota el
suelo en cada zancada, no nota el roce del pantalón mojado entre sus piernas,
ni la irritación que le está produciendo, ni el sudor que penetra en sus ojos
provocando que la luz de las farolas se distorsione, y que el parque parezca
más oscuro y siniestro de lo que es ¡Corre,
Susan, corre! No se permite pensar
que está al borde de su resistencia, que le van a estallar los pulmones, no mira para atrás, y sus oídos
se han vueltos sordos, sale del parque y las palabras de su amiga le van a
explotar en la cabeza.
Se detiene, vomita de una manera convulsiva, todos sus
músculos que estaban en tensión, se
aflojan de golpe, va a desmayarse y teme que alguien le agarre del cabello y la
mate como a su amiga, como en el sueño,
pero se da cuenta que está sola, nada más que un silencio espeso y un
sabor amargo le acompañan.
Se limpia la mano con el brazo y vuelve a correr, esta vez
un poco más despacio. Lo primero que reconoce a lo lejos son los coches con
sirenas rojas y blancas, luces azules, después las banderas, que acompañan un
rótulo “COMISARÍA”, no puede sonreír, pero aquellas luces, cada vez más
cercanas, provocan que las lágrimas se deslicen sin resistencia por su cara.
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