miércoles, 6 de febrero de 2013

¡Corre, Susan, corre! por Matilde López de Garayo.



Cuando notó como la afilada hoja de la navaja penetraba en su estomago, Susan se despertó de un sobresalto. Se encontraba bañada en un sudor frío, en pleno agosto. Con el cuerpo inclinado sobre su estómago, intentaba desesperadamente con ambas manos taponar una supuesta hemorragia, que brotaba de una inexistente herida. Sentada en la cama tardó unos segundos en darse cuenta que era una pesadilla, la pesadilla recurrente que desde hacía unas semanas, le despertaba, empapada, provocándole taquicardias y un nerviosismo que le impedía volver a conciliar el sueño.

Le costaba respirar y la adrenalina segregada durante la noche le producía ese dolor que había sido tan familiar en toda su piel, como si le estuvieran pinchando todos los poros con un finísimo alfiler. Durante unos minutos se concentraba en pausar la respiración y calmarse, era la única forma de que el dolor se apaciguara.

Esa noche había sido diferente, demasiado real, los detalles demasiado nítidos. Ya más calmada, recordó como se había quedado dormida, después de que le hiciera efecto la pastilla para dormir. Se había desenganchado de esa adición hacía sólo dos años, cuando por alguna razón inexplicable, sus pesadillas habían desaparecido, aunque ahora volvían a presentarse, y se repetían, las  noches de insomnio y angustia, los sedantes, y la luz de la lámpara de la mesilla encendida en el suelo.

Se levantó y abrió suavemente la puerta de su compañera de piso, Blanca, para comprobar que había regresado de sus marchas nocturnas. Allí estaba en posición fetal y respirando acompasadamente -¡Qué bien!, Aprovecha tú que puedes dormir- Ya en la cocina y con una taza de tila en la mano, reconstruía el sueño, mientras que el reloj marcaba las cuatro y  media de la madrugada.

No quería reconocerlo, pero era un desagradable presagio. Recordaba, queriendo atrapar las imágenes antes de que se difuminara en su mente,  a dos mujeres que habían ido al cine, el crimen que habían presenciado a la salida, la persecución de los asesinos durante unas calles, los chillidos de una de ellas cuando la capturaban y empezaban a acuchillarla, en este momento era como si se ralentizara el tiempo, la otra mujer se convertía en ella misma  y miraba hacia atrás, veía a su amiga muerta tirada en un charco de sangre, al mismo tiempo que se rompía un tacón, tropezaba y caía. Recordaba como si lo estuviera viviendo, una mano que le agarraba del cabello y  la levantaba del suelo clavándole la navaja en el estómago. Intentaba analizar que parte de realidad escondía su sueño.

Empezaba a sentir como la angustia se apoderaba de su ánimo.  No se había atrevido a contárselo a   Blanca,  sabía de antemano que le iba a responder -Tonterías  ¡Cariño!, Es tu exceso de imaginación, lo que tienes que hacer es salir un poco ¡Divertirte!- Susan pensaba que su amiga lo arreglaba todo con la diversión y sus salidas nocturnas.

Volvió al dormitorio y se acostó intentando inútilmente dormir. Se levantó cerca de las seis y media, se calzó las zapatillas y salió a correr, como todas las mañanas, antes de ir a trabajar, la próxima carrera era dentro de dos semanas, aunque ella no corría por las competiciones, lo hacía al igual que nadar, por la sensación de huída y libertad que le producía..

Ya en la oficina, sonó el teléfono.

-¿Si?

-Susan, no puedes decir que no, es viernes, día de marcha, he sacado unas entradas para el cine y pasaré a recogerte a las diez y media. ¿Susan? ¿Estás ahí?

-¡Espera, Blanca! Estoy comprobando que tengo que hacer hoy –Dice esto como podría haber dicho otra cosa

-No compruebes nada que  he visto tu agenda antes de salir

-¿Qué? ¿Qué has hecho qué? –Lo dice sin enfado, sabe que su compañera de piso tiene un corazón de oro, y muchas veces le agradece su atención.

-¡Preocuparme por ti! Llevas unos días que pareces un alma en pena, así que hoy ¡Cine!- Susan se acuerda de la pesadilla y exclama -¿No podemos ir a otro sitio?

-Ya he comprado las entradas, lo siento.

-¡Me ha colgado!- Exclama en voz alta, luego piensa: No me apetece nada ir al cine, una película, dos amigas, salimos tarde...¡No! ¡No iré!

-¡Oye! La próxima vez que quedemos te arreglas un poco ¡Eh!- Susan mira a su amiga mientras esperan el metro. Reconoce lo guapa que es, y lo bien que se arregla, y esos zapatos altísimos  que siempre lleva, “Genio y figura...”

-No he tenido tiempo, pero si quieres me vuelvo a casa- Contesta mientras se toca la coleta y se observa  los vaqueros, y los zapatos planos, la verdad es que voy un poco desaliñada.

-¡Si! Pero verás como te dejo en el aseo del cine.

Blanca y Susan salen del local cerca de las dos de la mañana, se han demorado un poco en el baño, retocándose para irse de copas. Susan observa las calles desiertas, está alerta, mirando a un lado y a otro, y volviendo de vez en cuando la cabeza.

-¡Deja de mirar a todos lados! Me estás poniendo nerviosa

-Perdona, tengo un mal presentimiento...

-No, por favor no empieces, lo malo es que se suelen cumplir ¿No podrías dedicarte a las apuestas?

-La cosa no va así, ya te lo he explicado- No sonríe al comentario de su amiga, simplemente murmura –No me gusta nada, esto no me gusta nada

El único sonido que se escucha es el taconeo de Blanca, hasta que es roto por un ruido que procede de un callejón cercano, no van a tener más remedio que pasar al lado, aceleran el paso, se miran a la cara sin decir nada. Es entonces, cuando oyen un ruido de botellas rotas, miran inconscientemente hacia la oscuridad y ven a tres hombres rodeando a uno, lo arrinconan y sin más, le meten un tiro con una pistola con silenciador. Susan reconstruye su pesadilla, nota como se le afloja el estomago, y como se tiene que aguantar para no orinarse. Comienza a correr, hasta que se da cuenta que a dejado atrás a su amiga, se da la vuelta y la ve a unos veinticinco metros, es por culpa de sus tacones, hasta que uno se rompe  y cae.

-¡Corre, Susan!, ¡Correeeeee!, Chilla la muchacha caída en el suelo, Susan escucha  el grito que se ha escapado de la garganta de Blanca, es un grito desgarrado, cargado de terror y carente de toda esperanza, ha intentado incorporarse y el tobillo se lo impide. No sabe si volver a socorrerla, se para unos segundos, el tiempo suficiente para ver como uno de ellos atrapa a su amiga y le dispara. La bala ahoga la súplica de Blanca para que huya. Son las últimas palabras que escuchará de su amiga, el tiempo se ha paralizado igual que su cuerpo, igual que sus piernas que no le responden, ve como los asesinos la buscan, gesticulan y murmuran. No sabe como ha podido llegar a ocultarse  detrás de una furgoneta, nota como le tiembla todo su cuerpo, y como finalmente está mojando los pantalones.

La humedad caliente que empapa la tela más que avergonzarla, le despierta de su letargo, mira a todos los lados buscando una vía de escape e intenta orientarse, se acuerda del parque que está cerca, los asesinos se despliegan buscándola, mirando coche por coche y agachándose para descubrir sus zapatos.

-¡Es mejor que salgas, no tienes escapatoria!- Chilla uno de ellos

Un gato asustado salta cerca, y ella escucha unas descargas apenas perceptibles, y un aullido lastimoso, se imagina que han disparado contra el pobre felino, aprovechando esta distracción, coge un casco de cerveza del suelo y lo tira lo más lejos posible de donde se encuentra.

El mecanismo interno de supervivencia se ha activado totalmente, y comienza a correr, primero con sigilo, después, con toda la velocidad que sus piernas le permiten, se adentra en el parque, comienza una carrera, quizás la más importante que dispute en su vida, la adrenalina le inyecta toda la fuerza que necesita ¡Corre, Susan, corre! No nota el suelo en cada zancada, no nota el roce del pantalón mojado entre sus piernas, ni la irritación que le está produciendo, ni el sudor que penetra en sus ojos provocando que la luz de las farolas se distorsione, y que el parque parezca más oscuro y siniestro  de lo que es ¡Corre, Susan, corre!  No se permite pensar que está al borde de su resistencia, que le van a estallar  los pulmones, no mira para atrás, y sus oídos se han vueltos sordos, sale del parque y las palabras de su amiga le van a explotar en la cabeza.

Se detiene, vomita de una manera convulsiva, todos sus músculos que estaban en  tensión, se aflojan de golpe, va a desmayarse y teme que alguien le agarre del cabello y la mate como a su amiga, como en el sueño,  pero se da cuenta que está sola, nada más que un silencio espeso y un sabor amargo le acompañan.

Se limpia la mano con el brazo y vuelve a correr, esta vez un poco más despacio. Lo primero que reconoce a lo lejos son los coches con sirenas rojas y blancas, luces azules, después las banderas, que acompañan un rótulo “COMISARÍA”, no puede sonreír, pero aquellas luces, cada vez más cercanas, provocan que las lágrimas se deslicen sin resistencia por su cara. 

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