En otro valle, cuando Aurora cierra
los ojos mientras el sol se derrama en su rostro y solo escucha el silencio, en
esos instantes, a su mente siempre llega la misma imagen: la cabaña. Esa cabaña
de madera donde tantos momentos vividos y ahora agotados vienen a su recuerdo,
como una de las frases favoritas de Adrián “La
felicidad es como una neblina ligera: cuando estamos dentro de ella, no la
vemos” con su voz esa verdad tenía más fuerza. Aurora no podía imaginar cuánto lo echaría de
menos y eso que nunca tenían programados sus encuentros, ella nunca sabía cuándo
aparecería él. No importaba si tardaban
meses en verse, su presencia era como un regalo de la vida.
Destino, casualidad, qué más da. Aquel viernes de hace siete años,
su hija de 16 años le pidió por millonésima vez que la llevara en coche al
cine, había salido tarde del instituto y no llegaría a tiempo, Aurora esa tarde
no tenía ninguna ganas de salir, pero si su hija no llegaba a tiempo de ver la
película, estaría todo el fin de semana de morros, así que la llevó. Ya de
vuelta, estando parada en un semáforo, su coche recibió un golpe por detrás, “¡Dios, lo que me faltaba!” pensó. Cerró
los ojos, resopló y puso su mejor sonrisa. Cuando salió del coche vio que se
acercaba un hombre de unos 50 años, alto, muy delgado con el pelo canoso, la ropa de sport que llevaba y corte
de pelo le daban un aire juvenil, su físico no le impactó tanto como lo hizo su voz grave y melódica cuando le preguntó:
-
¿Está usted bien?, Lo siento, ha
sido culpa mía. Iba distraído, lo siento mucho”.
Aurora le aseguró que no le
había pasado nada. En ese momento en la acera de la derecha, se fue una
furgoneta que les dejó espacio para
aparcar los coches y no obstaculizar el tráfico. Estuvieron arreglando
la documentación y cuando habían terminado, Adrián la invitó a un café, era lo
menos que podía hacer después de
fastidiarle el coche y la tarde, ella aceptó. Aurora, era una mujer de 42 años de estatura media que aún conservaba sus formas femeninas, ella sabía que tenía una sonrisa bonita y
seductora, supuso que si él la veía sonreír, se animaría a seguir hablando. Ella no tenía intención de flirtear
con él, solo le apetecía escuchar esa voz de locutor de radio. Con la excusa
del accidente se vieron más veces, aunque realmente nunca hubo necesidad de averiguar nada. Aurora
podía recordar casi todas las conversaciones que tuvo con él, lo que le atraía de Adrián era su voz, su
melodía al pronunciar las palabras. Él le contó que era periodista freelance y a veces colaboraba con algunas revistas, estaba casi
siempre viajando, decía sentirse afortunado por hacer lo que le gustaba, hablar
de las diferentes personas que pueblan el mundo, poder viajar y no tener que preocuparse por tener que
pagar una hipoteca. También le comentó, que solo tenía en propiedad una cabaña
de madera que su padre le cedió en el Valle de Cabuérniga y la
había acondicionado para vivir con lo justo, no necesitaba más. Adrian le explicó que su experiencia en la vida se había encargado de enseñarle a
estar ligero de equipaje.
Durante siete años estuvieron
viéndose en la cabaña, testigo de un amor que nació del deseo de hacer eterno,
lo pasajero. No había compromisos, no había obligaciones, no había celos de
otras mujeres; solo estaban ellos, la cabaña del valle, la montaña, su pasión, su amor desinteresado, sus charlas
interminables, el límite de sus palabras era el límite del mundo de ambos.
Aurora se sentía completa, ya había desarrollado su faceta de esposa, de madre,
de hija, de amiga, de hermana, pero desde que conoció a Adrian desarrollo una
faceta que tenía aparcada, ser mujer. Con
él, solo y exclusivamente era mujer.
Pero todo en esta vida tiene un
principio y un final, y éste llegó
cuando en las noticias de la noche anunciaron que en una sierra de Colombia una
mina anti-persona había matado al periodista Adrian Madariaga Abascal y había herido gravemente al fotógrafo que lo
acompañaba. En ese instante Aurora estaba cenando con su familia, se quedó
paralizada, se levantó, dijo que se
sentía mal y fue al cuarto de baño. Su mal era tan físico como emocional. Su
alma de mujer se desgarró, Adrian había muerto y ella sólo podría llorarlo a
escondidas. Cómo haría para dar rienda suelta al dolor y la nostalgia que sentía. Quién le
susurraría esas palabras que le llenaban el espíritu y acariciaban su cuerpo de
mujer. Cómo haría para llorar su pérdida sin que nadie se diera cuenta. Cómo si
Adrian la hubiera escuchado, a su
corazón llegaron las palabras de él: “Hay
un tiempo para hablar y un tiempo para callar”.
Sus hijas y su marido,
preocupados, llamaron a la puerta del
baño.
-
¿Mamá estás bien?
-
¿Qué te pasa Aurora?
-
No os preocupéis, ya me encuentro mejor, algo me habrá sentado mal.
Aurora se lavó la cara, cerró
los ojos, resopló, puso su mejor sonrisa y salió del baño. Sintió que había
llegado el tiempo de callar y vivir para
recordar, el destino, la casualidad o la vida la habían convertido en una viuda
invisible de un amor que a ojos del mundo nunca había existido.
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