Raúl miraba a través de
la ventana, mientras las sombras de la noche se apoderaban de la ciudad. Terminaba
de enfundarse ese “funcional uniforme,” es decir, el característico pantalón y
chaleco de muchos bolsillos, tan común entre los reporteros y un calzado que le
cubría hasta los tobillos. Esperaba intranquilo la llegada de Ahmed, que le
conduciría al interior de Alepo. La zona más castigada por la guerra y ocupada
por los rebeldes más radicales, cercanos a Al Qaeda. Donde hacía unos días, 350
personas habían fallecido tras un supuesto ataque con armas químicas por parte
de las fuerzas gubernamentales sirias. Publicado con grandes titulares por
todos los medios de comunicación. Los fallecidos en su gran mayoría civiles
inocentes y niños. Las imágenes eran dantescas y mostraban todo el dolor y
horror de la guerra.
Raúl sabía que podía
ser causa o excusa para que el conflicto derivase en una mayor dimensión
internacional. Que ya, de por sí, contaba con injerencia externa, pues la
oposición compuesta por desertores del régimen y mercenarios, recibían armas a
través de Turquía, EE.UU., Qatar y Arabia Saudí. Y el régimen opresivo de Bashar
al-Asad, el apoyo diplomático, de Rusia y China. Por eso Raúl quería sumergirse
en el terreno, palpar la realidad y estaba dispuesto a todo con tal de
contarlo.
Él había cubierto con
anterioridad el conflicto de Libia. Testigo directo de la caída del despótico
régimen de Muamar el Gadafi y de su ejecución pública. Y como posteriormente,
el control de Libia pasó del despotismo de Gadafi, a manos de líderes tribales
y fanáticos religiosos. Hecho que no deja de ser anacrónico. Y que sembraba dudas
sobre la verdadera intensión del derrocamiento de Gadafi. Abriendo la incógnita
de si pudieron pesar otras causas, como: la pérdida de influencia occidental en
Libia, el control del petróleo libio o el control de la segunda reserva de agua
dulce del planeta. Situada bajo la superficie de Libia. Y además, había que
considerar la similitud que presentaban estos conflictos de inicio.
Terminó de preparar
todo el equipo para poder documentar cuanto pudieran hallar. Debían tener sumo
cuidado y ser extremadamente precavidos, pues él era considerado persona “non
grata” en la zona, desde que enseñó al mundo como un conocido líder rebelde
ejecutó de forma sumarísima a un oficial del ejército sirio y posteriormente le
arrancaba el corazón. Pero nada le detendría en perseguir la objetividad de la
noticia y mostrar la aterradora rutina y dolor de la guerra. Con esto no
pretendía posicionarse con uno u otro contendiente. Era consciente, que aquí,
no se podía establecer la disyuntiva entre buenos y malos, sino que se trataba
de un conflicto de intereses enfrentados. Donde, lamentablemente, siempre hay una
víctima inocente, la población civil. Condenada y sometida a las miserias de la
guerra; éxodo, hambre y muerte.
Llegó Ahmed y juntos
salieron del edificio donde se había ubicado el centro de coordinación de los
medios de información. Las calles estaban aparentemente desiertas. La noche
había caído plena sobre la ciudad. Toda cautela podía ser poca, tenían que
desplazarse con la espalda junto a la pared y cruzar corriendo a toda prisa las
calles, para evitar la acción de los francotiradores. Cuyos disparos rompían el
silencio de la noche, junto al tableteo de alguna que otra ametralladora y de
alguna explosión de mortero.
Ocultándose en cada
esquina y camuflados entre las sombras que las nubes, en su ritual juego con la
luna, proyectaban sobre las solitarias calles. Tras superar algún que otro obstáculo,
llegaron junto al objetivo. Este era un edificio que se había habilitado como
arsenal y según filtraciones, el origen de la explosión que causó la
contaminación química. Ahmed contaba con un colaborador que les franqueó la
entrada en dicho edificio. Una vez dentro pusieron manos a la obra, pudiendo comprobar
la existencia de ese tipo de armas químicas. Aún se encontraban almacenadas en
aquel lugar, como parte de un envío procedente de Arabia Saudí. Rápidamente Raúl
y Ahmed se afanaron en documentar todo aquel escenario. Donde todo apuntaba,
que efectivamente, el posible desconocimiento de estas armas, así como una
manipulación inadecuada por parte de los rebeldes, pudo ocasionar la explosión
y la posterior contaminación química de la zona.
Se disponían a
abandonar el edificio, cuando fueron descubiertos por un miliciano rebelde, que
les encañonaba cortándoles el paso. Intentaron moverse en sentido divergente, al
tiempo que el rebelde disparó. El impacto se alojó en el costado de Raúl, quien
casi de forma instantánea disparó su máquina de fotos, cuyo flash cegó
momentáneamente al rebelde. Circunstancia que aprovechó Ahmed para golpearle haciéndole
caer aturdido, y escapar a toda prisa de aquel lugar.
No obstante Raúl estaba
mortalmente herido, cuando consiguieron atenderle había perdido demasiada
sangre, por lo que no logró superar su estado crítico. Nada pudieron hacer por
él, solo certificar su muerte. Sin embargo, ironías del destino, Raúl
inmortalizó a su asesino. Aquella última foto captó su rostro, el rostro de la
muerte.
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