miércoles, 12 de febrero de 2014

Detrás de la noticia, por José García


Raúl miraba a través de la ventana, mientras las sombras de la noche se apoderaban de la ciudad. Terminaba de enfundarse ese “funcional uniforme,” es decir, el característico pantalón y chaleco de muchos bolsillos, tan común entre los reporteros y un calzado que le cubría hasta los tobillos. Esperaba intranquilo la llegada de Ahmed, que le conduciría al interior de Alepo. La zona más castigada por la guerra y ocupada por los rebeldes más radicales, cercanos a Al Qaeda. Donde hacía unos días, 350 personas habían fallecido tras un supuesto ataque con armas químicas por parte de las fuerzas gubernamentales sirias. Publicado con grandes titulares por todos los medios de comunicación. Los fallecidos en su gran mayoría civiles inocentes y niños. Las imágenes eran dantescas y mostraban todo el dolor y horror de la guerra.

Raúl sabía que podía ser causa o excusa para que el conflicto derivase en una mayor dimensión internacional. Que ya, de por sí, contaba con injerencia externa, pues la oposición compuesta por desertores del régimen y mercenarios, recibían armas a través de Turquía, EE.UU., Qatar y Arabia Saudí. Y el régimen opresivo de Bashar al-Asad, el apoyo diplomático, de Rusia y China. Por eso Raúl quería sumergirse en el terreno, palpar la realidad y estaba dispuesto a todo con tal de contarlo.

Él había cubierto con anterioridad el conflicto de Libia. Testigo directo de la caída del despótico régimen de Muamar el Gadafi y de su ejecución pública. Y como posteriormente, el control de Libia pasó del despotismo de Gadafi, a manos de líderes tribales y fanáticos religiosos. Hecho que no deja de ser anacrónico. Y que sembraba dudas sobre la verdadera intensión del derrocamiento de Gadafi. Abriendo la incógnita de si pudieron pesar otras causas, como: la pérdida de influencia occidental en Libia, el control del petróleo libio o el control de la segunda reserva de agua dulce del planeta. Situada bajo la superficie de Libia. Y además, había que considerar la similitud que presentaban estos conflictos de inicio.  

Terminó de preparar todo el equipo para poder documentar cuanto pudieran hallar. Debían tener sumo cuidado y ser extremadamente precavidos, pues él era considerado persona “non grata” en la zona, desde que enseñó al mundo como un conocido líder rebelde ejecutó de forma sumarísima a un oficial del ejército sirio y posteriormente le arrancaba el corazón. Pero nada le detendría en perseguir la objetividad de la noticia y mostrar la aterradora rutina y dolor de la guerra. Con esto no pretendía posicionarse con uno u otro contendiente. Era consciente, que aquí, no se podía establecer la disyuntiva entre buenos y malos, sino que se trataba de un conflicto de intereses enfrentados. Donde, lamentablemente, siempre hay una víctima inocente, la población civil. Condenada y sometida a las miserias de la guerra; éxodo, hambre y muerte.

Llegó Ahmed y juntos salieron del edificio donde se había ubicado el centro de coordinación de los medios de información. Las calles estaban aparentemente desiertas. La noche había caído plena sobre la ciudad. Toda cautela podía ser poca, tenían que desplazarse con la espalda junto a la pared y cruzar corriendo a toda prisa las calles, para evitar la acción de los francotiradores. Cuyos disparos rompían el silencio de la noche, junto al tableteo de alguna que otra ametralladora y de alguna explosión de mortero.

Ocultándose en cada esquina y camuflados entre las sombras que las nubes, en su ritual juego con la luna, proyectaban sobre las solitarias calles. Tras superar algún que otro obstáculo, llegaron junto al objetivo. Este era un edificio que se había habilitado como arsenal y según filtraciones, el origen de la explosión que causó la contaminación química. Ahmed contaba con un colaborador que les franqueó la entrada en dicho edificio. Una vez dentro pusieron manos a la obra, pudiendo comprobar la existencia de ese tipo de armas químicas. Aún se encontraban almacenadas en aquel lugar, como parte de un envío procedente de Arabia Saudí. Rápidamente Raúl y Ahmed se afanaron en documentar todo aquel escenario. Donde todo apuntaba, que efectivamente, el posible desconocimiento de estas armas, así como una manipulación inadecuada por parte de los rebeldes, pudo ocasionar la explosión y la posterior contaminación química de la zona.

Se disponían a abandonar el edificio, cuando fueron descubiertos por un miliciano rebelde, que les encañonaba cortándoles el paso. Intentaron moverse en sentido divergente, al tiempo que el rebelde disparó. El impacto se alojó en el costado de Raúl, quien casi de forma instantánea disparó su máquina de fotos, cuyo flash cegó momentáneamente al rebelde. Circunstancia que aprovechó Ahmed para golpearle haciéndole caer aturdido, y escapar a toda prisa de aquel lugar.


No obstante Raúl estaba mortalmente herido, cuando consiguieron atenderle había perdido demasiada sangre, por lo que no logró superar su estado crítico. Nada pudieron hacer por él, solo certificar su muerte. Sin embargo, ironías del destino, Raúl inmortalizó a su asesino. Aquella última foto captó su rostro, el rostro de la muerte.

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