lunes, 10 de febrero de 2014

El Contenedor, por Carmen Gómez Barceló


C-44 era feliz. Tenía sólo 10 años pero los chicos de 10 años de 2020 nacían ya con hambre de saber y aprendían rápido. Sus ojos, abiertos de par en par, apenas  pestañeaban  pues su curiosidad  ante cualquier cosa que la luz dejara ver, o que se pudiera percibir de alguna forma era para ellos motivo de preguntas constantes.

C-44 no era diferente a otros niños. Aunque no se parecía en nada a sus hermanas, su vida con ellas era maravillosa. Era el pequeño de la familia y se podría decir que el más mimado, ya que su madre se ocupaba expresamente de sus cuidados para que estuviese bien alimentado y  que no sufriese enfermedades. Las revisiones médicas eran periódicas y los resultados de estas, almacenados en una carpeta azul.  

Cada vez que Carol- la madre de C-44- guardaba los papeles del hospital en la carpeta, el chico veía en la cabecera de todos los informes, una fecha: 14 Marzo 2024. La pregunta siempre era la misma -¿por qué esa fecha mamá?- Y a continuación la misma respuesta- Cosas de mayores, no te preocupes y vete a jugar.

Los días transcurrían entre el colegio, los deberes y los juegos entre los niños. Aunque C-44 sólo tenía 10 años, su corazoncito empezaba a preocuparse por las chicas, especialmente por Marina. Ella vivía justamente  dos casas a la derecha de la suya y como estaban en la misma clase, muchas tardes, acordaban hacer juntos las tareas escolares. Al muchacho no le importaba explicar una y otra vez los problemas de Matemáticas a su compañera. La tarde se le hacía corta y cuando cruzaba el portal para regresar a su casa, ya estaba deseando volver a ver de nuevo los ojillos color miel que aparecían detrás de esa gafitas de montura roja de Marina.

Una vez en casa, como cada noche, se sentaba junto a sus hermanas alrededor de la mesa  blanca de la cocina, para cenar. Una vez que su madre había servido la comida a los niños, preparaba una bandeja de madera para llevarle la cena a Fernando, el padre de los chicos. El menú de Fernando no tenía primer plato, ni segundo, ni tercero, ni postre, sólo bebida. La bebida estaba ocupando un gran bote del que salía un tubito largo y flexible terminado en una gran aguja.

-Hala chicos, id cenando mientras atiendo a papá- Les decía Carol a sus hijos.

Era 14 de Marzo de 2024. C-44 se dirigía con su madre, como todos los años a la revisión médica en el hospital. Esta vez en vez de ir como siempre en el coche de mamá, iban en una ambulancia junto a su padre, cosa que extrañó un poco al chico pero no le dio mayor importancia. Al entrar por la puerta de la clínica, un celador arrancó literalmente al chico de la mano de su madre.- Es mejor así- dijo el hombre a Carol. C-44 vio en su madre una expresión que no conocía en ella, porque en su padre, sí que era habitual esa mirada.

El celador le llevó de la mano hasta un lugar frío. Allí estaban muchos médicos con batas verdes que no le hablaban como otras veces, sólo leían una y otra vez los papeles de la carpeta azul que guardaba su madre en su casa. Al poco apareció una camilla con alguien que aunque no podía verlo muy bien le pareció que era su padre y que los médicos si saludaron con júbilo diciéndole: - Ea, ya se te van a acabar los problemas, amigo. El día ha llegado. Te ha costado mantener vivo al sujeto contenedor 14 años, pero te habrá merecido la pena.


C-44 estaba empezando a comprender muchas cosas. En ese momento notó como le clavaron una aguja en su brazo y empezó a nublársele la vista. Pensó en sus hermanas, en las gafitas de Marina y le pareció oír el llanto de su madre, lo que le reconfortó.

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