viernes, 14 de febrero de 2014

Terapia a las cinco, por Sonia Quiveu


En el aula había cuatro de los cinco pacientes que componían la terapia de grupo. El sicólogo aún no había llegado.

 Pep no conocía a nadie todavía, y por la forma en que los otros tres se miraban los demás tampoco.

La chica que estaba a su izquierda, llevaba un conjunto que le hacía parecer miss elegancia. Se sentaba con las piernas juntas y mantenía el bolso bien sujeto en su regazo. A Pep no le gustaba su imagen de niña rica y mimada. Con su pelito brillante y recogido a lo Audri  Hepburn. ¿A qué jugaba? parecía inocente con esas ropas que en realidad no enseñaban nada, pero sí que insinuaban buenas curvas. Esta debía de ser de las que se hacían la estrecha, pero por dentro sudaba calor porque se la follaran por todas partes. La putita no estaba mal en realidad, pero a él no le iba ese tipo de mujeres. Las apariencias eran para los tontos trajeados como el que tenía en frente. Ese sí que se tiraría a la zorrita. La miraba como si quisiera comérsela. Y ella ahí... toda cohibidita, mirando a ambos de reojo. Seguro que estaba sopesando cuál de los dos le metería más caña.
- Puta zorra calientapollas - murmuró. Nadie lo escuchó excepto la aludida, que para su sorpresa se puso aún más recta antes de caer de bruces al suelo y echarse un siesta.

La puerta se abrió en ese momento, interrumpiéndolos, y dando entrada a una cosa pequeña y cubierta de pelos que daba las buenas tardes con un tintineo infantil. Tenía carita de ángel. Llevaba una bata blanca que le quedaba demasiado grande, y un cuaderno de notas bajo el brazo con un bolígrafo clipado en la pasta.

- Buenas tardes. Tomad asiento, por favor. – Nadie se atrevió a decir que ya estaban sentados - Vamos a ir presentándonos de uno en uno y diciendo por qué estamos aquí. Empezaremos por mí, y luego quiero que me siga el que esté a mi izquierda. – Todos miraron el asiento vacío al que señalaba - Nos saltaremos a la chica del suelo, ya se presentará cuando despierte. Bien, comencemos entonces. Soy Linda, y estoy aquí para escuchar lo que tengáis que decir cada uno…
-  Buff… - La interrumpió Pep. La mujer diminuta lo miró y carraspeó como una maestra de escuela.
- Señor... - arrugó los parpados hasta conseguir ver el nombre en la pegatina que Pep llevaba pegada al pecho – Pep, si piensa que esto es una tontería, explíqueme por qué está aquí.
Pep sonrió, y esta vez no hizo nada por contenerse, dejó que las palabras fluyeran por sí solas
- Dímelo tú, puta enana de mierda. Si vas a ser nuestra doctora tienes que haber leído las fichas.
– La cosita pequeña abrió la boca para protestar, pero fue interrumpida por un hombre que entró en el Aula.
- Gracias por traer mis cosas antes de que yo llegara, Linda. Pero la próxima vez me gustaría que te abstuvieras de entrar en mi despacho sin permiso y me vuelvas loco buscándolas.
Todos quedaron confundidos cuando la mujercita se quitó la bata y se la entregó, junto con las demás cosas, al verdadero sicólogo. Pep rompió a reír y los demás lo miraron como si dudaran si acompañarlo o asumir la vergüenza de haber caído en el engaño.
-Bien, señor Pep, entiendo que esto le sea divertido, pero me gustaría que empezaran a presentarse y a hablar de vosotros mismos antes de que acabe la sesión. Linda, empieza tú.
Linda se levantó con tanta predisposición que hasta Pep la observó entusiasmado, tomó una actitud infantil, y puso sus manos la espalda, balanceándose como una niñita.

-       Me gusta inventar cosas. Soy muy imaginativa y estoy aquí porque no puedo evitar crear una fantasía y vivir en ella. Me hubiese gustado ser psiquiatra, estudié la carrera y la aprobé con muy buena nota, ¡incluso recibí una oferta muy buena para ejercer!, pero mi pobre madre enfermó y no pude aceptar el trabajo.

-       Ahora la versión real, Linda.

La mujercita se encogió de hombros y sonrió. Parecía un personaje de fábula, Pep empezó a preguntarse dónde estaba metido.

-Valep. Soy Linda, esta es la tercera terapia de grupo a la que asisto con el doctor Braulio. Miento compulsivamente, pero es porque tengo un problema con la realidad, y es que la suplanto cuando me siento nerviosa o acorralada. No hago daño a nadie con eso, ¿verdad?
-  Está bien Pep, te toca...

Pep miró al sicólogo, sintiendo el impulso de poner en su sitio al capullo repeinado. Pero un movimiento a su izquierda, seguido de un gemido, captó su atención.

-  ¿Estás bien, Susana?
La paciente miró al doctor con una sonrisa tímida.

-  Sí... lo siento, no puedo controlar… esto.
- Tranquila, solo te has perdido la presentación de Linda, ¿Pep?
-¡Qué mierda! valiente gilipollez. Tenemos nuestros putos letreritos de los cojones puestos, ¿para qué presentarnos?
- Para darnos un poco de confianza los unos a los otros. No es simplemente el hecho de saber nuestros nombres, sino de comunicarnos.
- Habló campanilla. La aspirante a loquera. - Se pasó la mano por la cabeza y se revolvió los pelos más de lo que ya estaban. - En fin, qué coño... Ya sabéis cómo me llamo, y estoy aquí para intentar controlarme, tengo síndrome de Tourette. Vamos, que insulto más que respiro.

El doctor anotó algo en su libreta, y levantó la mirada al grupo.
- ¿Quién sigue?
- Supongo que yo mismo - Todos miraron al otro hombre, que había permanecido callado hasta ahora. - Soy Tomás. No fumo, no bebo, ni tomo drogas. Voy al gimnasio, mido un metro ochenta y siete, y tengo treinta y tres años. Actualmente estoy soltero…

Braulio levantó la mano para detenerlo.

- Tomás, no estás en un grupo de citas, este es uno de terapia. No hace falta tantos detalles de ti. Dinos el motivo por el que estas aquí.
Tomás sonrió incómodo y se aflojó la corbata.

-  Soy adicto al sexo, una ninfómana pero en hombre. Me gusta y lo disfruto a todos los niveles. Soy atractivo, por lo que se tercia a menudo y en cualquier parte; en los servicios de los restaurantes, en los probadores de las tiendas, en un callejón donde haya poca gente, detrás de unos contenedores, o en la oficina; la mía o la de un cliente.
- ¡Coño!, encima nos quiere poner los dientes largos, ¿eh doctor?
-¡Me estoy jugando mi  trabajo a causa de esto! – Tomas lo fulminó con la mirada por no tomarlo en serio.
- ¿Y qué problema tienes con eso? Joder, si yo follara en todos esos sitios sería “jodidamente” feliz. – Hizo las comillas con los dedos - No iba a ser un trauma para mí quedarme parado, te lo aseguro. Pero como tú eres un gilipollas remilgado con cara de niño bonito, tienes miedo de que papá te de azotes en el culo si juegas a los ginecólogos con las niñas y pierdes tu trabajo.
- Si me das azotes en el culo me correré de gusto, y haré que te corras conmigo, ¿te gustaría, Pep?
Pep se calló de inmediato, por primera vez no supo qué insulto darle a una persona.

- ¿Eres marica? - Preguntó la chica de al lado de Tomás. “Tomás el ninfómano”, le disparó su sonrisa más seductora.
- No, pero cuando me follo a un tío le como la boca con gusto. - Los ojos de ella brillaron picarones cuando él miró de reojo a Pep, quién no le hizo tanta gracia, más bien sintió repelús al pensarlo.

-       ¡Señores por favor! - El sicólogo levantó la mano y detuvo la discusión. Parecía un árbrito.
-       Ahora nos sacará tarjeta roja – Murmuró Pep.
Susana se puso de pie, mirándolo de reojo y abrazó su bolsito de Tucci junto al pecho.

-Estoy un poco nerviosa, así que no se si seré capaz de terminar con la presentación. Soy Susana, tengo un problema con las emociones, y es que cuando las siento y sube la adrenalina...
-Te desplomas como una damisela en apuros... – Ella lo miró con un movimiento de cabeza perfectamente correcto y los ojos tan expectantes que ahora mismo parecía una lechuza.
- Así es
- Joder con la “bella durmiente”. ¿Cómo coño se llama eso, pincharse con una rueca? – Señaló a Linda – Campanilla, - Señaló a Susana – La Bella Durmiente – Y señaló a Tomás – Y el Príncipe Follador, ¿Qué estoy, en una puta sesión de Disney?
- Entonces tú debes ser Rumpelstinski – Tomás sonrió con malicia cuando Pep lo miró – Lo digo por lo desagradable que eres.

Susana carraspeó antes de que la cosa se pusiera peor y ella no pudiera continuar por culpa de un desmayo.
-       Mi enfermedad se llama Narcolepsia.

-Narcolepsia... ¿también te duermes cuando follas? Porque eso sí que sería un trauma. El Príncipe Follador se sentiría frustrado contigo. El cuento no funcionaría, monada.
Braulio suspiró y volvió a tomar notas con el bolígrafo.

-       ¿Está bien que la dejemos ahí hasta que despierte? – Preguntó el quinto paciente, una  chica que hasta ahora no parecía tener nada preocupante.
-       Tranquila, no se va a mover de ahí. – Pep se encogió de hombros y cruzó las piernas mientras la otra chica miraba de reojo a los demás.
-De acuerdo. Mi nombre es María, y tengo aritmofobia.

De repente el sicólogo mostró una curiosidad innata, lo que dio a entender que esa fobia no era muy común entre sus pacientes.
-       Curioso. ¿En qué te basas, María?
-       En que cada vez que veo los números rojos en mi cuenta corriente entro en pánico.

La boca del doctor se descolgó como en los dibujos animados y empezó a bufar. Pep rompió a carcajadas, soltando improperios cada vez que la risa le permitía, Susana se desmayó y Tomas fue corriendo a hacerle el boca a boca, y campanilla se puso a revolotear alrededor de todos. 

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