-¿Qué has hecho en todo
el día Manuela?
-No lo sé, Antonio.
-Yo sí que no lo sé, ni
lo entiendo. Vengo ahora, a las diez de la noche, después de haber estado todo
el día partiéndome la cabeza para traer un sueldo a esta casa, y me encuentro
este desastre. He tenido que sortear doscientos cacharros para intentar no partirme
la crisma hasta llegar aquí, al
dormitorio, y te encuentro acostada vestida y con zapatos, y la cocina manga
por hombro, y ropa por todos lados…Pero esto no puede seguir así Manuela, esto
es un caos. A ver, ¿tienes una ligera idea de cuándo va a cambiar esto? ¡Así no
se puede vivir por Dios!
-No lo sé, Antonio.
-¿Podrías decir algo
más a parte de “no sé”? porque eso es lo que vengo oyendo desde que nació
nuestra primera hija, y ya vamos por la cuarta y seguimos de mal en peor, y no
me digas que es por culpa de ellas porque no creo yo que sea para tanto criar a
cuatro niñas. Por cierto, me ha parecido
ver a Daniela con un pié atado a la cama, ¿qué significa eso?
-Eso sí lo sé.
-Pues ya me contarás.
Además he viso en la cocina todo el suelo cubierto de las aceitunas gordales
que nos trajo mi padre, con caldo incluido, ¿y eso?
-Eso también lo sé.
Hasta mañana Antonio.
-Pero cómo… ¿Que te vas
a dormir tan tranquila dejando todo como está? No me lo puedo creer, igualito
que la casa de mi compañero Félix, que
entras por esa puerta y da gusto
estar allí; Todo ordenado, ni un cacharro por medio, el niño tan
educadito…y su mujer. Su mujer siempre contenta, siempre agradable y como va
vestida, ¡Qué elegancia, qué saber estar!
-Hasta mañana Antonio,
mañana te quedas en casa, yo tengo cita con el psiquiatra.
-¿Pero tú estás loca?
Yo no me puedo quedar en casa. Yo, a diferencia de ti, tengo que trabajar.
Además no sé para qué tienes que ir a un loquero. ¿qué problemas tienes tú?
- No lo sé.
-Bueno, me tendré que
quedar aunque no lo entiendo, será el primer día que falte al trabajo. ¿Qué
tengo que hacer?
-Pues te levantas a las
siete y preparas la ropa de las niñas en cuatro montoncitos, uno por cada una.
Si no encuentras calcetines iguales, se los pones parecidos. Sacas a las cuatro niñas de la cama y como no
se querrán despertar ni vestir, lo mejor es que las pongas a todas en nuestra
cama, una al lado de la otra y las vistes en serie. Les pones a todas los
calcetines, después les quitas el pijama a todas, más tarde les colocas los
pantalones- sin equivocarte de talla- luego las camisetas y por último los
botines. Ten cuidado porque María tiene el mismo pié que Lola, pero los de Lola
son azules y se pone de muy mal humor cuando te equivocas y le pones los rosas
de María. Como en ese momento ya se habrán despertado y empezarán todas a
llorar porque no les gustará lo que les habrás puesto , lo mejor será que les
cierres la puerta del cuarto y así mientras se pelean entre ellas, a ti te dará
tiempo de preparar el desayuno. Ya sabes, Lola y María Cola Cao templado, casi
frío, con pajita y galletas de chocolate, Daniela y Virginia leche fría con una
cucharada de azúcar y tostadas con aceite. Mientras desayunan les preparas la
mochila con la merienda. Para saber qué les toca llevarse al cole hoy, deberás leer la cartulina verde que está
pegada en el frigo.
En ese momento te
darás cuenta que llegáis tarde, les pondrás el abrigo y será mejor no mirar
atrás para no ver cómo se queda todo. Cuando vuelvas podrás recoger el Cola Cao
que María habrá derramado junto con las aceitunas gordales de tu padre que ha
tirado Sandra hoy. Los cacharros del salón durarán recogidos el tiempo que las
niñas estén en el colegio, así que no te esmeres demasiado en eso. Haz de comer lo que quieras porque nada les
va a gustar, da igual lo que les pongas, pero aún así procura respetar la
pirámide nutricional que también está pegada en el frigo. Cuando
vayas e recogerlas, no llegues tarde o el enfado les durará toda la
tarde. No les des nada de chocolate hasta las cinco por lo menos aunque te amenacen con cortarse el pelo o
tragarse bolas. Casi nunca cumplen sus amenazas. De todas formas el número de
urgencias también está pegado en el frigo. A esa hora ya estaré en casa con las
pastillas de ”me da igual”. Se me habían
terminado y no he tenido paciencia para soportar que la pequeña se levantara de
la cama por enésima vez después de haberla acostado ocho veces. Por eso la he
tenido que atar a la cama con el cinturón de mi bata. ¡Ea Antonio! Hasta
mañana.
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