jueves, 20 de febrero de 2014

No lo sé, por Carmen Gómez Barceló


-¿Qué has hecho en todo el día Manuela?

-No lo sé, Antonio.

-Yo sí que no lo sé, ni lo entiendo. Vengo ahora, a las diez de la noche, después de haber estado todo el día partiéndome la cabeza para traer un sueldo a esta casa, y me encuentro este desastre. He tenido que sortear doscientos cacharros para intentar no partirme la crisma  hasta llegar aquí, al dormitorio, y te encuentro acostada vestida y con zapatos, y la cocina manga por hombro, y ropa por todos lados…Pero esto no puede seguir así Manuela, esto es un caos. A ver, ¿tienes una ligera idea de cuándo va a cambiar esto? ¡Así no se puede vivir por Dios!

-No lo sé, Antonio.

-¿Podrías decir algo más a parte de “no sé”? porque eso es lo que vengo oyendo desde que nació nuestra primera hija, y ya vamos por la cuarta y seguimos de mal en peor, y no me digas que es por culpa de ellas  porque no creo yo que sea para tanto criar a cuatro niñas.  Por cierto, me ha parecido ver a Daniela con un pié atado a la cama, ¿qué significa eso?

-Eso sí lo sé.

-Pues ya me contarás. Además he viso en la cocina todo el suelo cubierto de las aceitunas gordales que nos trajo mi padre, con caldo incluido, ¿y eso?

-Eso también lo sé. Hasta mañana Antonio.

-Pero cómo… ¿Que te vas a dormir tan tranquila dejando todo como está? No me lo puedo creer, igualito que la casa de mi compañero Félix, que  entras por esa puerta y da gusto  estar allí; Todo ordenado, ni un cacharro por medio, el niño tan educadito…y su mujer. Su mujer siempre contenta, siempre agradable y como va vestida, ¡Qué elegancia, qué saber estar!

-Hasta mañana Antonio, mañana te quedas en casa, yo tengo cita con el psiquiatra.

-¿Pero tú estás loca? Yo no me puedo quedar en casa. Yo, a diferencia de ti, tengo que trabajar. Además no sé para qué tienes que ir a un loquero. ¿qué  problemas tienes tú?

- No lo sé.

-Bueno, me tendré que quedar aunque no lo entiendo, será el primer día que falte al trabajo. ¿Qué tengo que hacer?

-Pues te levantas a las siete y preparas la ropa de las niñas en cuatro montoncitos, uno por cada una. Si no encuentras calcetines iguales, se los pones parecidos.  Sacas a las cuatro niñas de la cama y como no se querrán despertar ni vestir, lo mejor es que las pongas a todas en nuestra cama, una al lado de la otra y las vistes en serie. Les pones a todas los calcetines, después les quitas el pijama a todas, más tarde les colocas los pantalones- sin equivocarte de talla- luego las camisetas y por último los botines. Ten cuidado porque María tiene el mismo pié que Lola, pero los de Lola son azules y se pone de muy mal humor cuando te equivocas y le pones los rosas de María. Como en ese momento ya se habrán despertado y empezarán todas a llorar porque no les gustará lo que les habrás puesto , lo mejor será que les cierres la puerta del cuarto y así mientras se pelean entre ellas, a ti te dará tiempo de preparar el desayuno. Ya sabes, Lola y María Cola Cao templado, casi frío, con pajita y galletas de chocolate, Daniela y Virginia leche fría con una cucharada de azúcar y tostadas con aceite. Mientras desayunan les preparas la mochila con la merienda. Para saber qué les toca llevarse al cole hoy,  deberás leer la cartulina verde que está pegada en el frigo.  

En ese momento te darás cuenta que llegáis tarde, les pondrás el abrigo y será mejor no mirar atrás para no ver cómo se queda todo. Cuando vuelvas podrás recoger el Cola Cao que María habrá derramado junto con las aceitunas gordales de tu padre que ha tirado Sandra hoy. Los cacharros del salón durarán recogidos el tiempo que las niñas estén en el colegio, así que no te esmeres demasiado en eso.   Haz de comer lo que quieras porque nada les va a gustar, da igual lo que les pongas, pero aún así procura respetar la pirámide nutricional que también está pegada en el frigo.  Cuando  vayas e recogerlas, no llegues tarde o el enfado les durará toda la tarde. No les des nada de chocolate hasta las cinco por lo menos  aunque te amenacen con cortarse el pelo o tragarse bolas. Casi nunca cumplen sus amenazas. De todas formas el número de urgencias también está pegado en el frigo. A esa hora ya estaré en casa con las pastillas de ”me da igual”.  Se me habían terminado y no he tenido paciencia para soportar que la pequeña se levantara de la cama por enésima vez después de haberla acostado ocho veces. Por eso la he tenido que atar a la cama con el cinturón de mi bata. ¡Ea Antonio! Hasta mañana.

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