jueves, 26 de marzo de 2015

El mejor yogurt griego, por Juan Carlos García Reyes



“… nadie me ató. Me liberé de todo y me fui.
A placeres que, medio reales,
medio soñados, rondaban en mi alma,
me fui en la noche iluminada.
Y de los más fuertes vinos bebí, como
del que beben los héroes del placer…”
Konstantinos Kavafis


La mañana se despertó con la terrible noticia de la muerte de Briseida Dalaras.

La mujer, natural de la población de Amaliada, en la región de Elis, al oeste del país, se hizo famosa entre sus congéneres porque su progenitora realizó un comercial de un yogurt donde decía la ya conocida frase: “joroña que joroña”. Matilde, como era conocida su madre por tener sangre española en sus venas, ya que huyó de aquellas tierras debido a la Guerra Civil, había obtenido fama y reconocimiento por aquel anuncio y era una mujer muy apreciada por sus vecinos. Briseida siguió sus pasos y se hizo a sí misma, labrando su vida con el esfuerzo cotidiano, sacando adelante con gran esfuerzo a sus cuatro pequeños. Hijos fruto de relaciones que no llegaron a buen puerto ya que no pasó nunca por la vicaría. Mujer bondadosa, generosa, amiga de sus amigos y siempre dispuesta a ayudar al prójimo.

En estos últimos años había residido en el pequeño pueblo de aspecto medieval de Geraki, a escasos cuatro kilómetros de su población natal. Matilda, como gustaba que la llamaran porque le recordaba a su añorada madre, gestionaba una pequeña casa rural que había adquirido tras haber ganado un sustancial premio de lotería. Era un hotelito con encanto, donde se podía disfrutar del mejor yogurt griego casero del mundo, según decían los que lo habían visitado. Todos los visitantes terminaban por recomendar el lugar, no sólo por las vistas, la comida o la estancia en sí, sino por la amabilidad de su dueña, que se encargaba de atender de una u otra forma a todos los que decidían hospedarse en aquel lugar siempre con una sonrisa en los labios.

La repentina muerte de esta querida señora, que le ha sobrevenido a la temprana edad de sesenta años por un mortal infarto, nos deja huérfanos de alguien que demostró que con humildad y amor se puede conseguir todo en esta vida. Atrás deja no sólo un negocio y una suculenta herencia, sino varias dudas. ¿Se harán cargo sus herederos de gestionar el hotel tal y como ella hacía?  ¿Seguirán siendo la amabilidad y la cortesía sus señas de identidad? Y lo que más nos preocupa a todos los que alguna vez tuvimos la suerte de pasear nuestro cuerpo por aquel maravilloso lugar, ¿podremos volver a degustar el mejor yogurt griego del mundo?

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